la persistencia del mal
columna de lísperguer
El día que renunció el general Gordon, una mujer lo increpó en la calle acusándolo de abandonar a sus hombres.
El día que renunció el general Gordon a la jefatura de Carabineros, cuando caminaba rodeado por su séquito hacia el Palacio de La Moneda, se le acercó una mujer que lo increpó por no defender a sus hombres, reprochándole haberlos abandonado. El general replicó, entre balbuceos, que él no abandonaba a su gente. La mujer insistió y le dijo que no debería haberlos dado de baja, refiriéndose al sargento Millacura y los otros agentes que se encontraban en la patrulla la noche en que el primero asesinó al joven Manuel Gutiérrez y estuvo a punto a matar a otro vecino que se encontraba cerca de Manuel.
Para esta mujer el asesinato de ese chico es algo legítimo, razón por la cual, en su opinión, no se había cometido ningún delito ni era por tanto explicable que se expulsase a los agentes implicados, pese a que en ese momento ya sabíamos todos, informados por las propias autoridades, que el sargento había disparado sin provocación alguna, que su versión de que los carabineros estaban siendo atacados con armas de fuego era falsa, que los vecinos contra los que disparó no eran manifestantes ni habían atacado a la policía en modo alguno y que había disparado con la intención de matar.
Así, ¿cómo se explica la posición de la mujer? ¿Que matar a chicos que salen por la noche es legítimo? ¿Que un carabinero puede matar siempre y cuando quiera, a cualquiera, en cualquier lugar y sin motivo alguno? ¿Que es bueno que la policía mate de vez en cuando, aunque sea injustamente, para asentar su poder e intimidar a la sociedad civil? ¿Que, tratándose de un barrio pobre y de niños pobres, matarlos es lícito porque sus vidas son desechables?
Probablemente piensa todo eso, y cosas peores. En la declaración que emitió Carabineros explicando por qué habían borrado del parte policial el nombre del hijo del general Gordon después de chocar y darse a la fuga el año pasado, en un accidente carretero sin mayores consecuencias, se explica que agentes subalternos alteraron el parte para proteger la seguridad institucional de la fuerza pública -esto es, que revelar el nombre del hijo del general podría poner en peligro a la institución, un argumento muy similar al que usaron Carabineros y fuerzas armadas para negarse a juzgar o entregar a violadores de derechos humanos porque se pondría en riesgo la seguridad nacional.
Vale decir, en el mejor de los casos, que si los agentes cometen errores o delitos, es necesario ocultarlos y dejarlos impunes para mantener el prestigio y respeto de esas instituciones -una suerte de justificación y elogio de la impunidad.
Hay muchos en Carabineros y fuerzas armadas que comparten esta ideología criminal. El asesinato de Manuel ocurre en un contexto en que la fuerza pública emplea una violencia aberrante para disolver protestas sociales, lo que ha causado a menudo el asesinato de manifestantes en zonas indígenas y en el resto del país. Si no se modifica radicalmente la actual doctrina de Carabineros, estos crímenes volverán a ocurrir. No basta con separar a Gordon, aceptando su renuncia. Es necesario purgar Carabineros, deshacerse de sus elementos pinochetistas y de extrema derecha y simples psicópatas y proveer a la institución con una nueva doctrina en que el respeto de los derechos humanos sea central.
lísperguer
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