ser negro en la nueva libia
Los inmigrantes negros viven ahora con miedo en Libia. Los rebeldes sospechan que los jóvenes son mercenarios de Gadafi.
[Patrick J. McDonnell] Yanzur, Libia. Se acurrucan debajo de botes en los puertos secos a orillas del Mediterráneo, angustiados ante la perspectiva de que los hombres armados que ahora controlan las calles de la ciudad les confundan con mercenarios del déspota.
"Somos trabajadores, no soldados", dice Godfrey Ogbor, 29, expresando una súplica compartida por cientos de trabajadores subsaharianos atrapados en este improvisado campamento en la costa a veinticinco kilómetros al oeste de Trípoli. "No sabemos nada de política. No tenemos armas."
Pero los nuevos dueños de Trípoli sospechan que muchos de ellos son otra cosa: tropas de choque del vilipendiado régimen, colaboradores que no merecen piedad.
Durante décadas, jóvenes pobres del África subsahariana viajan a Libia para trabajar en la construcción, en hoteles, en la reparación de coches y en otros empleos manuales y en servicios. Pero Muamar Gadafi también reclutó ávidamente a negros pobres, libios y subsaharianos, para sus fuerzas de seguridad. Las manifestaciones del gobierno mostraban a menudo a contingentes de jóvenes negros armados aparentemente locos de alegría agitando la característica bandera verde del presidente. Los rebeldes no lo han olvidado.
Con Gadafi huyendo, la caza de los partidarios del régimen ha convertido a todos los jóvenes negros en sospechosos, que pueden ser detenidos o sufrir un destino todavía peor en las tensas calles donde las decisiones bruscas reemplazan a la justicia.
En estos días, el mundo espera ver qué tipo de gobierno emergerá con los nuevos líderes: uno basado en la tolerancia y la justicia, o en la venganza. La preocupación es particularmente aguda en Europa, donde muchos temen que la violencia contra los negros y otras personas percibidas como partidarias de Gadafi pueda provocar un desesperado nuevo éxodo hacia el otro lado del Mediterráneo.
"He tenido que correr para salvar mi vida", contó Peter Mbanudo, 32, un nigeriano que dijo que trabajaba como pintor de brocha gorda. "Ahora tengo miedo de salir a la calle. Me pueden detener y encerrarme. Me pueden matar."
Muchos inmigrantes subsaharianos -empantanados por el conflicto- viven hacinados en una antigua base militar abandonada, convertida en un campamento de refugiados improvisado en un desolado tramo de la costa. Aunque se les sospecha ahora de ser mercenarios, en el pasado fueron bienvenidos como un remedio contra la crónica escasez de mano de obra en un país rico en petróleo pero con poca población.
La rebelión ha causado que decenas de miles de trabajadores africanos y sus familias huyeran del país, muchas de ellas en lanchas desvencijadas que zozobraron, provocando la muerte de cientos de personas. Muchos de los que se quedaron atrás han pasado de ser considerados trabajadores fiables a sospechosos de formar una quinta columna.
Muchos negros -quizás miles, no se sabe a ciencia cierta- han sido detenidos y encerrados en cárceles improvisadas en la capital y otros lugares. Los jefes rebeldes han instado a sus combatientes a tratar humanamente a los prisioneros, pero en medio del caos los observadores independientes no han logrado tener acceso a los detenidos.
Amnestía Internacional advirtió esta semana sobre las amenazas contra sospechosos de ser partidarios de Gadafi, "en particular libios negros y africanos subsaharianos", los que, dijo la organización, "corren un alto riesgo de ser maltratados por las fuerzas antigubernamentales."
Es habitual que los rebeldes detengan a hombres negros en las calles y en los puestos de control. Más allá del color de la piel, las evidencias contra ellos son a menudo escasas. Hace unos días un rebelde, blandiendo una Kalashnikov, conducía a tres espigados y aterrorizados negros hacia una escuela en Trípoli que ha sido convertida en un centro de detención.
"No tienen trabajo ni familia, así que probablemente trabajan para Gadafi", concluyó con toda tranquilidad el joven rebelde. "Les daremos de comer. No podemos matarlos. Está prohibido."
Espantados, los hombres se han conglomerado en esta antigua base militar que, durante los últimos meses del gobierno de Gadafi, fue una suerte de puerto de zarpe de las lanchas que llevaban emigrantes hacia Europa, especialmente hacia Italia. Pero ahora no hay lanchas zarpando.
Los hombres -de Nigeria, Gambia, Ghana, Mali y otros países- tienen pocos alimentos, carecen de agua potable y no cuentan con instalaciones higiénicas adecuadas. Para hacer sombra en el abrasante calor de África del Norte, han tendido sábanas entre los botes de pesca ociosos. Durante el día, muchos holgazanean por el lugar, descamisados, sin nada que hacer. Tienen miedo de que lleguen a la base, en algún momento, combatientes con ánimos de venganza.
"Para nosotros, Trípoli dejó de ser una ciudad segura", dice Kelly John, 19, que dijo que trabajaba [antes del conflicto] en el mantenimiento de ascensores y ganaba cerca de mil dólares al mes. "Esto era hermoso. Teníamos posibilidades que no tenemos en casa. Podíamos mejorar nuestra situación. Pero ahora esto es una locura, está lleno de armas y bombas."
Los vecinos dicen que hombres armados -no está claro si eran rebeldes- atacaron el campamento y saquearon sus pertenencias, robándoles sus ahorros a punta de pistola. Todos los entrevistados el jueves dijeron que no habían tomado nunca las armas ni contra ni a favor de Gadafi.
"No sabemos quién es gadafista ni quién es rebelde", dijo Zainab Ezukuse, 29, una de las varias mujeres que viven en el campamento. "Sólo sabemos que son libios. No hablamos árabe. Yo no sé nada de política. Somos civiles."
Varios pequeños puestos ofrecen alimentos básicos y jugos embotellados a precios prohibitivos en el campamento, que se ubica a un kilómetro y medio de la carretera que lleva a Trípoli hacia el este, y hacia Zawiya en el oeste. En el día, los hombres se aventuran a salir cautelosamente a la búsqueda de agua. Muchos dicen que tienen diarrea y otras enfermedades. Apenas si saben lo que pasa en el mundo exterior.
"Algunos de nuestros hermanos (amigos) salieron y nunca volvieron", dice Emmersion Abdul Rezak, que dijo que trabajaba en una planta de refrescos. "Creemos que los han detenido. Quizás están muertos."
Durante su vida como base militar, el campamento improvisado estaba pesadamente custodiado, pero en los últimos meses muchas personas de la zona dijeron que el gobierno de Gadafi facilitó la entrada de africanos con la intención de que se marcharan a Europa. Aparentemente consideraba que las multitudes que llegaban a las playas italianas eran una represalia por el bombardeo de Libia de parte de la OTAN.
La base militar era administrada por un operativo de Gadafi llamado Zuhair, de acuerdo a personas familiarizadas con la situación. Cuando los rebeldes se aproximaban a Trípoli, según dijeron, Zuhair fue visto cuando se marchaba en una lancha rápida acompañado por su ayudante y dos guardaespaldas.
A medida que el conflicto se extendía a la capital, dijeron los inmigrantes, la población del campamento creció rápidamente. Muchos subsaharianos vieron a sus colegas siendo atacados como si fueran mercenarios. Tuvieron que huir de la ciudad.
"Para nosotros no había ningún lugar seguro, así que nos vinimos aquí", dice Mbanudo, el pintor de brocha gorda. "Somos trabajadores. No tenemos tiempo para armas. Todo lo que queremos es llegar a algún lugar seguro."
5 de septiembre de 2011
2 de septiembre de 2011
©los angeles times
cc traducción c. lísperguer
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