niños en venta
Pese a las leyes que prohíben el trabajo infantil, nadie en India se inmuta de que en el país haya diecisiete millones de niños trabajando, muchos de ellos como esclavos.
[Sonia Faleiro] Patna, India. Cuando el mes pasado investigaba para un libro sobre el trabajo infantil en India, viajé al norteño estado de Bihar, una reconocida fuente de niños para las redes de trata.
Aquí, junto a las esperadas historias de secuestros, oí sobre otra inesperada y desgarradora ruta hacia la servidumbre. Niños de apenas diez años habían empezado a ofrecerse directamente a traficantes debido a que ya no podían soportar el hambre.
Conocí a un chico de catorce años, Arun Kumar, que me contó su experiencia.
Kumar vive con su tío y dos hermanos menores en el pueblo de Amni, a un día en autobús de Patna, la capital del estado de Bihar.
Dos días antes de que nos encontráramos, Kumar había sido devuelto a casa por una organización sin fines de lucro local, respaldada por Save the Children, tras ser rescatado de un molino de arroz en el estado de Haryana, donde había estado trabajando dieciocho horas al días, siete días a la semana. Le pagaban ochocientas rupias al mes, un poco menos de veinte dólares.
En raras ocasiones, contó, se rompía una máquina y los trabajadores eran enviados de "vacaciones." "Yo me iba caminando hasta el pueblo más cercano, a una hora de camino, a comprar bizcochos", dijo.
La organización sin fines de lucro primero suplicó, luego amenazó al dueño del molino con una ruidosa protesta frente a su local. "Pagué por él", argumentó el dueño, antes de dejar marcharse a Kumar.
No era la primera vez que la organización se ponía en acción por Kumar: el año pasado había sido rescatado de otra fábrica de arroz. En ninguna de las dos ocasiones se aproximó a la policía, porque se sabe que está sobornada por los traficantes.
Cuando le pregunté a Kumar quién lo había enviado al molino, me dijo: "Nadie. Fui porque quería."
Kumar me contó que aunque su tío trabajaba, no ganaba suficiente dinero como para comer más de una vez al día.
Las familias en mejor posición económica de Amni comen dos veces al día. El pueblo no tiene electricidad. Tampoco tiene agua potable ni tierras agrícolas. No hay oportunidades ni de educación ni de empleo, y las familias de las castas superiores del pueblo vecino desvían pata sí mismas las provisiones que envía el gobierno para aliviar las duras y sombrías vidas de las familias de las castas inferiores de Amni.
Tradicionalmente la pobreza ha mantenido en pie el trabajo infantil. Se calcula que India tiene diecisiete millones de niños trabajadores, muchos de los cuales son visibles en los restaurantes a orillas de los caminos, panaderías y talleres mecánicos. Los indios en las ciudades asumen que estos niños son de la localidad que han sido enviados por sus padres para ganar un poco de dinero extra, o escapados.
La verdad es que muchos de ellos son vendidos a través de enormes redes. La pobreza del país, las necesidades de los niños, la indiferencia de la opinión pública y las ganancias de este negocio ilegal permiten que estas redes sean inmunes frente a las leyes indias sobre el trabajo infantil.
Las redes pagan a intermediarios para encontrar víctimas no solamente en las extensiones urbanas de ciudades como Delhi o Haryana, donde los niños trabajadores son muy demandados para trabajar en molinos, fábricas y casas particulares, sino en ciudades y pueblos remotos donde la pobreza empuja a la gente al límite. Debido a que los reclutadores son tan numerosos, niños como Kumar pueden acercarse a ellos voluntariamente, a veces incluso sin el conocimiento de sus padres.
Kumar sabía que la vida en Amni no le ofrecía nada, pero el hecho de que no tuviera lo suficiente para comer lo había llevado a acercarse a lo que llamó un "contratista laboral." Habló con unas personas que habían ido y vuelto de Haryana, a veintidós horas de viaje en tren. Todas eran niños de entre diez y quince años. Como él, todos creían que necesitaban trabajar sobre sobrevivir.
Incluso aunque las leyes sobre el trabajo infantil prohíben el empleo de niños menores de catorce años, el contratista no sólo contrató de inmediato a Kumar, sino también le dio un avance de mil rupias (unos veinte dólares). La suma es una pequeña fortuna para un niño hambriento, y casi el salario de un mes de un trabajador adulto.
Kumar se enteró pronto de que a él le pagarían mucho menos que a los adultos por el mismo trabajo en el molino, y que algunas tareas a las que sería asignado, como operar maquinaria pesada, eran peligrosas. Esa también era una violación de la ley. Pero dijo que estaba agradecido por la oportunidad.
El hecho de que hubiera sido devuelto a casa contra su voluntad no una sino dos veces, no inquietaba a Kumar. Cree que los activistas de la organización sin fines de lucro deben obedecer la voz de su conciencia. Pero él también debe obedecer la suya.
"Cuando se acaben las verduras", dice Kumar, "comeremos roti" -un pan sin levadura. "Y cuando el roti se acabe, volveré a trabajar."
[La foto muestra a niños indios, pero no está relacionada con el caso descrito en el artículo. Proviene de telegraph.]
[Sonia Faleiro es la autora de ‘Beautiful Thing: Inside the Secret World of Bombay’s Dance Bars.’]
12 de septiembre de 2011
6 de septiembre de 2011
©new york times
cc traducción c. lísperguer
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