la verdad manipulada
columna de lísperguer
Historiadora Patricia Arancibia Clavel entrevista a Federico Willoughby sobre su participación en el golpe militar de Pinochet.
Ayer (5 de noviembre de 2011) alcancé a ver una parte del programa ‘Cita con la historia’ en el canal de televisión del Senado chileno en la que la historiadora Patricia Arancibia Clavel entrevistó a Federico Willoughby, periodista, que fue el primer portavoz de la Junta Militar, hasta su rompimiento con la dictadura algunos años después. Un entrevistado muy interesante, pese a que la entrevistadora deja mucho que desear -interrupciones inoportunas en momentos importantes de las declaraciones del entrevistado, que en algunos casos no pudo terminar sus relatos y, sobre todo, insinuaciones e inferencias indebidas. Al final, me indignó la actitud de la entrevistadora.
Una de las lagunas más enervantes tiene que ver con el periodo previo a la investidura del presidente Allende, elegido el 4 de septiembre de 1970. Antes de su investidura el 4 de noviembre muchos políticos trataron de evitar que asumiera el poder, pese a la tradición chilena de respetar al candidato con la primera mayoría, que, en medio de terribles presiones, logró finalmente imponerse. Producto de esas presiones surgió la exigencia de la oposición de que Allende y los partidos de izquierda firmaran un pacto de garantías democráticas. Luego de abordar este tema, la historiadora pasa inmediatamente a una pregunta sobre las organizaciones de izquierda revolucionaria, que hasta entonces habían pregonado la lucha armada para la instauración de un régimen socialista, y de grupos terroristas justicialistas de izquierda.
Pero en ningún mencionó la historiadora Arancibia Clavel (hermana de un agente de la policía secreta de Pinochet) que la violencia política la iniciaron grupos de extrema derecha que actuaban en cooperación o bajo órdenes de la embajada estadounidense en Santiago. No estoy inventando nada. A estas conclusiones llegaron entonces los tribunales. En octubre de 1970, un mes después de la elección pero uno antes de la investidura, la organización Patria y Libertad (que entonces se pretendía neo-nazi con sus militantes armados y vestidos de uniformes negros y con un emblema que era una suástica alargada, que fue posteriormente el núcleo de donde surgió tanto la policía política como el partido Unión Democrática Independiente (UDI), que hoy se pretende democrático y católico) y un grupo de militares traidores (uno de ellos, CamiloValenzuela, se arrepintió y devolvió el dinero y las armas a la embajada norteamericana, según contó Willoughby y Arancibia Clavel en el programa ayer), asesinaron a tiros al comandante en jefe del Ejército, general René Schneider, con el plan, en el que debía intervenir el diario de la extrema derecha El Mercurio, de achacárselo a terroristas de izquierda para provocar y justificar una intervención militar que impidiese la investidura de Allende. Bien, sobre este episodio, la historiadora no dijo absolutamente nada.
Luego mencionó -la historiadora-, como al paso, la violencia de la extrema izquierda durante el periodo de Salvador Allende, sin aludir en ningún momento a la violencia de la extrema derecha. Esto es impresentable. La izquierda revolucionaria chilena había accedido a la petición de Allende de abandonar o suspender la lucha armada para darle una oportunidad a su proyecto de socialismo en libertad. Esa petición se convirtió en un acuerdo explícito y algunos miembros del MIR, por ejemplo, llegaron a formar parte del séquito de seguridad del presidente Allende. Las acciones armadas fueron suspendidas. Acusar a la izquierda revolucionaria de incitar a la violencia es pues enteramente injustificado.
En ese periodo, desde octubre de 1970, la extrema derecha se propuso desestabilizar al gobierno socialista y cometió literalmente miles de atentados terroristas contra instalaciones oficiales, puentes, acueductos, vías férreas, torres de alta tensión, etc., más incontables actos de sabotaje, huelgas pagadas por la embajada norteamericana (como la de los camioneros y la de las gasolineras) e incluso asesinatos de militantes de izquierda y, en julio de 1973, del edecán del presidente Allende, Araya Peeters.
En realidad, el acto de violencia más importante cometido por grupos de extrema izquierda en ese periodo fue el asesinato del ex ministro del Interior del presidente Eduardo Frei Montalva, en junio de 1971. Los militantes que asesinaron al ex ministro no habían aceptado el pacto con Salvador Allende y continuaron con su proyecto de asesinar al político por su responsabilidad en la masacre de Pampa Irigoin en marzo de 1969 (la policía atacó y dio muerte a un grupo de familias que habían ocupado un sitio eriazo en la ciudad de Puerto Montt). Tras el atentado, la policía capturó y ejecutó a los autores.
Comparar la violencia de la extrema derecha, organizada y financiada por Estados Unidos y las propias fuerzas armadas chilenas no es de ninguna manera comparable con la violencia de la izquierda entonces. Con esto no quiero desconocer el rol de la extrema izquierda en las ocupaciones de fábricas y predios agrícolas, pero no creo que esa violencia social se pueda comparar con la violencia de inspiración extranjera. Son actos que pertenecen a ámbitos diferentes. La escasa amenaza que representaban los grupos de extrema izquierda al estado de derecho entonces queda de manifiesto si se considera que muchos militantes estaban presos y estaban siendo juzgados por actos violentos o por la Ley de Seguridad Interior y que, para justificar el golpe de estado, la Junta Militar recurrió a la comprobada invención de un Plan Zeta, en el que se justificaba el golpe pretendiendo que Salvador Allende, los comunistas y extrema izquierda planeaban un golpe de estado. La historiadora justifica el golpe de estado recurriendo a una falsedad que la mera publicación del Plan Zeta desmiente. Si la violencia de extrema izquierda amenazaba al país, ¿para qué inventar un Plan Zeta imaginario?
Sobre esta intervención norteamericana en el derrocamiento de Allende, la historiadora trató de minimizar la traición diciendo que los soviéticos también intervenían en Chile, lo que es una afirmación que no tiene ningún fundamento y no ha sido nunca demostrada. No se sabe que los soviéticos hayan financiado ni atentados terroristas ni huelgas ni nada parecido. Que hubiesen tratado de influir de otros modos es ciertamente normal y era una práctica habitual entonces y hoy (almuerzos en la embajada norteamericana, lo mismo que almuerzos en la embajada soviética). La respuesta de Willoughby, muy honesta, le quitó viento a las insinuaciones de Arancibia Clavel, situando el tema en el ámbito del espionaje. Obviamente había espías soviéticos, dijo Willoughby. También había espías norteamericanos, cubanos y franceses, por decir algo. Pero ese espionaje no tiene nada que ver con la intervención descarada de Estados Unidos en Chile entonces, que tramó y financió, entre otras cosas, el asesinato del general René Schneider y la extensa e intensa campaña terrorista contra el gobierno del presidente Allende.
Esta entrevista de Arancibia Clavel es una decepción. Sólo la salva la claridad y honestidad con que respondió el entrevistado. Gracias a él nos enteramos de que las intenciones iniciales de muchos militares que participaron engañados en el golpe era convocar a elecciones en un plazo de no más de seis meses. Esto, como sabemos, cambió cuando Pinochet recibió la orden (de Nixon) de instaurar una dictadura que durara al menos diez años, lo que el general hizo. A partir de ese momento, Pinochet empezó una campaña de asesinato de los militares nacionalistas (entre ellos, el general Bachelet, padre de la ex presidenta Bachelet) y de exterminio de los opositores de izquierda. (Pese a que está claro que hubo militares traidores que acataban órdenes norteamericanas -como el general Contreras, hoy en prisión-, nunca se les ha juzgado por traición a la patria).
Es una lástima que la pasión política todavía induzca a algunos a mentir o a manipular la verdad. Sobre ese periodo deberíamos formar una comisión de la verdad histórica, cuyos resultados debiesen impedir que historiadores mediocres sigan propagando y defendiendo falsedades. Ese periodo es suficientemente complejo y doloroso como para seguir admitiendo que se lo manipule.
No hay enlace. En la página del Senado chileno no logré reencontrar ni el programa ‘Cita con la historia’ ni el nombre de Patricia Arancibia Clavel. En el sitio de la historiadora, la entrevista aún no ha sido subida.
lísperguer
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