después de la muerte de alfonso cano
¿Qué va a pasar ahora? Con la muerte de Cano y la llegada de Iván Márquez o Timochenko, podrían abrirse posibilidades de una salida negociada al conflicto. El mensaje del presidente Santos, en el que hizo énfasis en la palabra paz, refuerza esa idea.
Colombia. Con la muerte en el campo de batalla del jefe máximo de las Farc, Alfonso Cano, vuelve a ponerse sobre el tapete el dilema de siempre: ¿qué viene ahora? ¿Cuáles son los escenarios posibles: la guerra o la paz? ¿O tal vez, la ’bacrimización’ de la guerrilla?
Lo primero que hay que decir es que un golpe a la cabeza de una organización militar como las Farc genera en el corto plazo una reacción negativa, como lo que ocurrió con la muerte del Mono Jojoy hace poco más de un año. En el núcleo duro de la guerrilla, cierto halo de moralización lleva a intensificar ataques para dar muestras de fortaleza. Eso puede conducir a que el ambiente de negociación que se venía cuajando, en el que los mensajes de paz van y vienen de manera muy silenciosa de la Casa de Nariño a las montañas de Colombia y viceversa, se congele temporalmente.
Sin embargo, la lectura en el mediano plazo, que a la larga es la que importa, es muy distinta. Si las Farc son un ejército que responde a líneas estratégicas y no un grupo personalista, tendría que pensarse que lo más factible es que venga una renovada intención de diálogo, pues los mensajes de Alfonso Cano en los últimos tiempos iban en ese sentido. "El diálogo es la ruta", dijo hace poco más de dos meses, en el último mensaje que se conoció de él a través de un video en el que apareció sin camuflado. E incluso dijo que quería "recordarle al presidente Santos que prometió dejar atrás los odios". Si bien en días pasados las Farc han venido mostrando de nuevo sus dientes, la interpretación que se ha dado es que, más que la toma del poder, lo que buscan es llegar con mejores argumentos a la mesa de diálogo.
Otro elemento que se suma a este argumento es el perfil del sucesor de Cano. Mientras Alfonso Cano era considerado como la línea más radical de las Farc, y tal vez el menos dotado para llevar a la guerrilla a una mesa de negociación, Timoleón Jiménez, alias Timochenko, y Luciano Marín, alias Iván Márquez, que son los llamados a sucederlo en la comandancia, se han mostrado, ante todo, como negociadores. Ambos tuvieron un papel protagónico en los diálogos del Caguán, a diferencia de Cano, que se dedicó a crear su Movimiento Bolivariano. Iván Márquez, incluso, ya probó la legalidad, pues fue elegido congresista a nombre de la Unión Patriótica en 1986. Y los dos también, a diferencia de los demás mandos supremos que han tenido las Farc en los últimos años (llámese Manuel Marulanda, Alfonso Cano, Mono Jojoy o Raúl Reyes), han estado más recientemente en escenarios políticos, como bien se vio en las fotografías en la casa presidencial de Caracas.
Con la muerte de Manuel Marulanda, que tenía tatuada en su ADN la toma del poder; la del Mono Jojoy, que era el líder de la guerra, y la de Alfonso Cano, que era el radical antinegociación, por primera vez las Farc podrían quedar en manos de un jefe con más vocación de diálogo.
No obstante, también es cierto que después del éxito en el campo de batalla en un año cayó por acciones de las Fuerzas Militares la dupla de oro de las Farc, el Mono Jojoy y Alfonso Cano-, la pelota está en la cancha del gobierno. Y hasta ahora existe la tendencia a pensar que el presidente Juan Manuel Santos, a pesar de su traje de halcón, estaría inclinado a hacer la paz con la guerrilla y así pasar a la historia como el gran transformador del país.
Desde su discurso de posesión dejó claro que la puerta del diálogo no estaba cerrada con llave. Y a lo largo de su gobierno ha dado pasos en ese sentido: la Ley de Víctimas y su capítulo de restitución de tierras, el reconocimiento de la existencia del conflicto, la declaración de Hugo Chávez como nuevo mejor amigo y, ahora, la reforma a la Constitución que está promoviendo en el Congreso para crear un marco para la paz en el cual se contempla que los guerrilleros desmovilizados puedan competir en la arena política. "Si se da la eventualidad de que se llega a algún acuerdo con la guerrilla, es necesario que la legislación esté preparada", explicó hace unas semanas un alto funcionario del gobierno a SEMANA.
A eso se suma que gracias al hecho de que su gobierno ha eliminado a los dos grandes de las Farc, y a que como ministro de Defensa también fue protagonista de la más eficaz ofensiva contra este grupo guerrillero, está en inmejorables condiciones ante la opinión pública para hacer una apuesta por la paz sin temor a que nadie pueda tildar su gobierno de débil.
La duda surge con estos nuevos golpes militares. ¿Hasta qué punto pueden envalentonar al gobierno para seguir en la línea de la derrota militar? ¿Qué tan tentado estará a considerar que en términos de opinión pública pueden serle más rentables golpes de guerra como este, que dan réditos inmediatos, que la misma negociación?
La respuesta a estos interrogantes la dio, en el amanecer del sábado, pocas horas después de conocerse la muerte de Alfonso Cano, el propio presidente Juan Manuel Santos. Fue sorprendente el énfasis que hizo en la palabra paz. "No podemos ser triunfalistas. Debemos insistir hasta traerles a los colombianos un país en paz", dijo al principio de su corta intervención. Y cerró asegurando: "Vamos a conseguir la paz, que ha sido esquiva por tantas décadas".
No obstante, de las buenas intenciones a la puesta en práctica hay mucho trecho. ¿Cuál sería hoy un modelo viable de negociación o de desarme? No cabe duda de que las reformas que el presidente Santos está adelantando tienen cara de ser la cuota inicial para ese diálogo. Pero llegar a concretar la paz es tal vez la prueba de fuego que medirá su verdadera estatura de estadista.
Las Farc, con su capacidad de dar coletazos, no van a dar fácilmente el brazo a torcer. La guerrilla ha dado en los últimos meses pruebas de fuerza en Cauca, Catatumbo y Arauca. Y está concentrada en la Amazonia, el Pacífico y la Orinoquia, que hoy se han convertido en la despensa de las riquezas del país: la minería, el petróleo y la agroindustria.
A pesar de que muchos creen que la guerrilla está derrotada militar y políticamente, también es cierto que un nuevo ciclo de guerra puede abrirse si no se concreta un proceso de paz. O lo que puede ser peor, tampoco se puede descartar un escenario en que la guerrilla, mientras el nuevo jefe máximo consolida su poder, pueda tener quiebres en su unidad de mando. O que en ciertas regiones, los núcleos menos duros, tentados por las rentas del narcotráfico o la minería ilegal, puedan entrar en un proceso de ’bacrimización’ aun más difícil de reversar.
Pero sin duda, la muerte de Alfonso Cano abre hoy la expectativa de una posible salida negociada al conflicto. Los requisitos de la cartilla del diálogo están dados: una eficaz ofensiva militar para sentar a la guerrilla a la mesa, unas reformas legales en curso para acondicionar el Estado a las necesidades de esa negociación y un presidente que en vez de sacar pecho con el gran triunfo militar, por el contrario, ratifica, sin bemoles, su voluntad de lograr la paz.
11 de noviembre de 2011
5 de noviembre de 2011
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