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para qué sirve la esterilización


columna de lísperguer


Ya nadie discute la esterilización como solución al imaginario problema de la sobrepoblación canina El concejal de La Reina, Francisco Olea, también propone la esterilización masiva de perros. 

En los debates sobre la situación de los perros hay ciertas ideas que han ido ganando terreno hasta instalarse en una cómoda transversalidad: tenencia responsable de mascotas, esterilización, abandono, y la siempre tan recurrida sobrepoblación. Rara vez se discuten estos temas con la seriedad que merecen. El concepto sobrepoblación dejó de ser una ratio, o una tasa, o un índice, para convertirse en una descripción antojadiza y arbitraria que normalmente quiere decir que a un individuo le parece que hay muchos perros en los lugares por donde transita. El concepto de abandono está tan mal utilizado que ahora el Senado ha decidido implementar una ley según la cual todos los perros hallados en la calle serán tenidos por abandonados, pese a que sabemos que la mayoría de los perros en situación de calle son en realidad perros perdidos. ¿Por qué no les llamaron a todos perros perdidos en lugar de perros abandonados?

En un artículo publicado en La Nación a principios de noviembre el concejal de La Reina, Francisco Olea, sugería un plan integral para la solución de la sobrepoblación canina, aunque sin decirnos en qué consistía ésta y cómo había llegado a la conclusión de que teníamos sobrepoblación. De cualquier modo, proponía un conjunto de programas, entre ellos campañas educativas de tenencia responsable, registro de animales y campañas de “esterilización masiva”. Propuestas similares las han formulado activistas de todas las cavernas políticas del país. Pero, ¿se han detenido a pensar seriamente en las consecuencias de un plan de esterilizaciones masivas y sistemáticas?
Si se implementara un plan semejante, llegaría un momento en que la supervivencia misma de los perros como especie se pondría en peligro. Pero aún antes de que lleguemos a ese umbral, surgirían numerosos conflictos en la población humana. ¿A qué perros hay que esterilizar: a los hallados en las calles, a los perdidos y abandonados, a los recogidos en caniles, a los peligrosos, a los de raza, a los mestizos, a los de los barrios bajos, a los de los barrios altos, a los enfermos?
Obviamente si se propone la esterilización masiva o sistemática de los perros para que no se reproduzcan, debería al mismo tiempo prohibirse la crianza de perros, tanto la comercial como la familiar. Pero si se prohíben ambas, y en el caso ilusorio de que el estado pudiera controlar todos y cada uno de los patios de Chile, la especie perros empezaría a tener problemas de supervivencia. Y resulta paradojal oír esos llamados a la esterilización canina en boca de personas que normalmente adoran a los perros y sólo les desean bien, y que no han considerado nunca la idea de terminar con ellos.
Pues bien, la perspectiva de terminar con los perros es derechamente absurda. ¿Cuál es el futuro previsible? En algún momento se reclamará el derecho a la reproducción de los canes. Lo reclamarán en primerísimo lugar los criadores de perros, que dirán que han de ser ellos los únicos encargados de la reproducción animal, que nos proveerán de perros de razas buenas y fuertes y sanas y que ellos mismos podrían decidir quiénes en la ciudadanía tendrán derecho a aparear a sus animales –todo ciertamente por un precio. Personajes deleznables que viven de la destrucción de las familias animales se quedarían a cargo de decidir por nosotros qué canes tendrán derecho a la reproducción. ¿Es eso lo que queremos?
Ciertamente la esterilización no es en sí misma una mala idea. Muchas familias humanas simplemente no pueden permitirse que sus canes tengan todos los hijos que puedan. Lo que se ha de hacer es facilitar a esas familias el acceso a esa intervención, pero sin la pretensión de que se trata de una política pública destinada a poner fin a una enfermedad imaginaria que llamamos sobrepoblación. La reproducción canina debe limitarse –de similar manera que la reproducción humana, que no es ni obligatoria ni masiva ni sistemática. Es sencillamente sentido común.
Es evidente que estos debates trasnochados delatan problemas en nuestra relación con las mascotas y otros animales. Pero la solución deberíamos buscarla en una redefinición de la relación humano-animal.
El concejal Olea también incluye en su columna un párrafo sobre los beneficios de las terapias con perros para pacientes humanos y la contribución de los perros en otros ámbitos sociales humanos –los perros de servicio, los perros policías, los rastreadores y otros. En todos estos ámbitos hay todavía muchísimo espacio para los perros, que pueden aprender de todo, que pueden ser educados y rehabilitados para una mejor inserción social. Si viéramos así el problema con los perros, pronto descubriríamos que en realidad los perros no sobran. Las mascotas abandonadas y perdidas se encuentran en situación de desamparo, lo mismo que los humanos cuando se quedan sin trabajo. Ni perros ni humanos sobramos. Todo lo contrario.
lísperguer

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