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el cuaderno con la lista


De militantes políticos. Piden que se investigue la presunta complicidad del directorio de Dalmine Siderca con la dictadura. El reclamo lo realizan sobrevivientes y familiares de las víctimas que se desempeñaban en la compañía del Grupo Techint.
[Gustavo Veiga] Argentina. En Campana, Dálmine será siempre Dálmine, a lo sumo Dálmine Siderca. No importa que el inmenso tanque de agua –su símbolo más visible observado desde la ruta 12– diga Tenaris, el nombre que adoptó el 17 de diciembre de 2001 cuando se amplió ese complejo industrial con sede fiscal en Luxemburgo. En 1976, la empresa siderúrgica se encontraba bajo jurisdicción del ejército en la llamada Area 400, donde decenas de sus trabajadores desaparecieron. En una sola jornada de septiembre, que después se conoció como "La noche de los tubos", fueron secuestrados cuatro: Alberto Bedia, Manuel Martínez, Raúl Aroldo Moreno y Armando Culzoni. La planta industrial se militarizó, agentes de inteligencia se infiltraron y cualquier obrero que vistiera el clásico mameluco azul resultaba sospechoso de actividades subversivas.
Eduardo Pitter, un ex coordinador de mantenimiento electrónico y mecánico, recuerda hoy cómo su compañero Bedia le reveló un secreto que lo expuso a la desaparición: "Un día me paró donde estaban los molinetes de la entrada, a la derecha de la oficina de Personal, en la que trabajaba él. Me dijo: ‘Hay que tener cuidado. ¿Viste cómo viene la mano? Capaz que uno mañana no está más acá. Se maneja un cuaderno de tapas negras, ahí está la lista de militantes políticos que le molestan a la empresa. Lo traen a la oficina mía y después lo guardan en la caja de seguridad de la gerencia’". Pitter, quien además era delegado del gremio de supervisores metalúrgicos (Asimra), ubica el diálogo en septiembre del ’76. Está seguro porque el 12 de ese mes cumple años y en la madrugada del 23 se llevaron a Bedia de la casa de sus padres, en el barrio Dálmine. El suyo es uno de los diecinueve casos denunciados por delitos de lesa humanidad en la zona de Zárate-Campana, donde hubo 169 desapariciones. Familiares y sobrevivientes piden investigar "la responsabilidad penal de los integrantes del directorio, de los gerentes de personal y jefes de seguridad de Dálmine Siderca (Grupo Techint)". El cuaderno que describe Pitter es apenas uno de los indicios de complicidad con el régimen militar que se le atribuye a la siderúrgica. Valentín Ibáñez tiene 70 años, vive en una humilde casa de Zárate y recibe a Página/12 en un local contiguo donde conviven estanterías polvorientas con un afiche de Eduardo Duhalde y la Liga Federal. Sostiene que fue delegado durante 18 años en el sector de mantenimiento. Integraba la lista Celeste y Blanca en la UOM local y adhería a Lorenzo Miguel. En febrero de 1977 lo secuestraron a la salida de la Mutual 2 de Abril junto a sus compañeros Roberto García y Félix Martínez. Un grupo de tareas lo llevó al centro clandestino de detención la Casa de Piedra, en Lavalle 636, a pocas cuadras de la calle más comercial y transitada, Justa Lima de Atucha. Las torturas que sufrió no se prolongaron más de tres días porque "un tal Paolino, un informante, me reconoció. Eramos compañeros de la Escuela Naval, donde yo estuve un año y no quedé porque me faltaba aptitud militar".
Ibáñez también cuenta que en la Casa de Piedra lo interrogó un tal Zapata. "Alto, delgado, de tez blanca y muy instruido en su forma de hablar", describe al militar. Este dato cobra relevancia cuando se lo relaciona con su presencia en el interior de la planta. Los ex obreros de Dálmine Siderca Carlos Theis y Orlando Gómez más el supervisor Pitter, coinciden en que Zapata era una pieza clave en el aparato represivo que operaba en la fábrica. "Andaba en ropa de fajina. Un día en una asamblea entró con soldados, dio la orden de rodilla en tierra y cuando cargaron las armas, en dos segundos ya estábamos todos adentro de los galpones." En lo que no se ponen de acuerdo es en su grado militar: coronel o mayor.
José Costela, como muchos trabajadores de la empresa en sus comienzos, ingresó cuando era apenas un adolescente. "Nací en 1941 y entré a Cometarsa (Construcciones Metálicas Argentinas) del Grupo Techint, el 24 de marzo de 1956. Me retiré el 18 de septiembre del ’91." Mientras comparte unos mates con su amigo Alberto Calvo, un sobreviviente de los centros clandestinos del Area 400, aporta otro dato que nadie había mencionado: "Durante la dictadura, los tarjeteros del personal en la entrada a Siderca aparecían vacíos. Sabíamos que era una señal de que los militares estaban infiltrados adentro". Rodolfo y José Ramón Amarilla se desempeñaban en la compañía. Los detuvieron con violencia el 6 de octubre del ’76, hasta que los separaron en la comisaría de Campana. Ahora, el primero intenta hacer justicia por su hermano desaparecido. "En nuestro secuestro tuvo que ver personal jerárquico o de seguridad de la empresa Dálmine Siderca", sospecha.
Uno de los principales imputados por estos operativos era Roberto Paulino Nicolini, ya fallecido. Jefe de vigilancia de Cometarsa y militar retirado de la Fuerza Aérea, Costela lo describe como "un loco de la guerra, de armas llevar. Cuando era delegado yo tuve varias agarradas con él, incluso antes de la última dictadura". Nicolini y Zapata son apenas un par de represores mencionados en la querella que avanza con ciertas dificultades de nombramientos en el Juzgado Federal Nº 2 de San Martín que subroga Juan Manuel Yalj.
El circuito de centros clandestinos que funcionó en la zona donde se levanta el emporio siderúrgico más grande del país tenía su epicentro en la ex Fábrica Militar de Tolueno Sintético. La base naval de Zárate, las principales comisarías, la Casa de Piedra y hasta el buque patrullero Murature sirvieron como mazmorras de la dictadura. La compañía también aportó su infraestructura, como han denunciado sobrevivientes que pasaron por las instalaciones de su apéndice deportivo, club Ciudad de Campana (se llama así desde 1999). En los ‘70 era más conocido como Villa Dálmine, un equipo de fútbol que hoy disputa el torneo de Primera C de la AFA y que en 1976 estuvo cerca de subir a Primera División. Las piletas y vestuarios de la institución sirvieron para alojar prisioneros secuestrados. Así lo aseguran varios detenidos, como el ex intendente peronista de Zárate Francisco Bugatto y su hijo José Alberto, quienes fueron conducidos allí el 24 de marzo del ‘76. En igual sentido declaró Lidia China Biscarte, ex directora de Derechos Humanos de aquel municipio hasta 2007.
Los militares también se enseñorearon en el Tiro Federal, otro predio improvisado como centro clandestino. Una inspección judicial en 2004 comprobó que mantenía pruebas intactas. Agujas de tejer con cinta aisladora en los extremos que se usaban para picanear y restos de ropa manchada con sangre fueron algunos de los hallazgos. Está ubicado al lado de Trefila, la sección donde se trefilan en frío los tubos sin costura de Techint. "La única persona en el lugar era el casero de la institución, Hugo Ciafardini, a quien le vaciaron el dormitorio, le quemaron los muebles y lo amenazaron", escribió el historiador local Miguel Di Fino, en ‘Recordando el olvido’.
Meses antes del golpe, acaso desde fines de 1975 y anticipándose a lo que vendría, los uniformados se habían instalado en el hotel Dálmine (alojaba al personal jerárquico de la empresa) para diagramar en detalle la sangrienta represión en el Area 400. Junto a sindicalistas y empresarios afines fueron detectados en ese lugar donde hoy funciona la Tenaris University, la escuela de capacitación de los futuros cuadros profesionales del grupo siderúrgico.
28 de noviembre de 2011
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paso por el infierno


Mario Villani, sobreviviente de cinco campos clandestinos. "Desaparecido reaparecido, ése fue mi paso por el infierno". Mario Villani sobrevivió porque arreglaba lo que robaban en los secuestros. Lo obligaron a reparar la picana y la modificó con menos carga eléctrica. El cautiverio más largo en los campos clandestinos de la dictadura.
[Nora Veiras] Argentina. "Soy un desaparecido, un sobreviviente, o si se quiere un desaparecido reaparecido. Este es el relato de mi paso por el infierno." Así se presenta Mario Villani en Desaparecido. Memorias de un cautiverio. El libro escrito junto a Fernando Reati es mucho más que un testimonio, es una despiadada y lúcida reflexión sobre el dilema de la vida en cinco centros clandestinos de detención. A lo largo de cuarenta y cuatro meses pasó por el Club Atlético, El Banco, El Olimpo, el Pozo de Quilmes y la ESMA. "Maldito si lo haces, maldito si no lo haces", repite este físico que a los 72 años desmenuza sin pudor qué significa "colaborar", cuál es el límite que cada uno le pudo poner a esa convivencia con el terror. "En mí vieron la posibilidad de utilizarme, de reparar lo que les robaban a los secuestrados, me tuvieron trabajando de bricoleur", dice con una ironía elaborada durante años de pensar en la complejidad de la condición humana de torturadores y torturados.
Villani contó ante tribunales de Argentina, Francia, Italia, España cómo después de negarse a reparar la picana eléctrica de Antonio Del Cerro, alias "Colores", un torturador que se ufanaba de su arte en la aplicación de tormentos, aceptó hacerlo. Le disminuyó la descarga. Durante una semana había escuchado los gritos de compañeros sometidos a la corriente directa. Los paros cardíacos se repetían, las muertes también. En Desaparecido, Villani y Reati, recuerdan esta y otras historias.

¿Cómo jugaba la inexistencia de fronteras entre represores y secuestrados en los centros clandestinos?
Eso fue determinante para todo. Estábamos inmersos en el espacio del represor. No existía la posibilidad de discutir entre nosotros, de analizar entre nosotros lo que nos estaba pasando, de apoyarnos: estábamos siempre mezclados con los torturadores. Ese borrado de fronteras, además, es unilateral: la libertad que el preso tiene a pesar de estar preso que es el momento de privacidad en la cárcel, nosotros no lo teníamos. Había torturadores como El Turco Julián, por ejemplo, que se quedaban a dormir.

Usted estuvo casi cuatro años secuestrado.
Estuve en cinco campos: desde noviembre del ’77 a agosto del ’81. He sido uno de los que más estuvieron. No es común que haya gente que haya estado tanto tiempo y en tantos campos. Supongo que debe haber influido el hecho de que a mí me usaron para reparar equipos de electrónica, electrodomésticos, que además eran cosas que se robaban y tenían que ponerlos en condiciones para llevárselos a sus casas o para venderlos.

Es increíble cuando usted les pide herramientas y le traen la mesa de trabajo que había diseñado y tenía en su casa.
A mí me habían secuestrado el 17 de noviembre del ’77 y eso me lo trajeron alrededor de marzo-abril del ’78, es decir que en algún lado lo tenían.

En el libro estremece la reflexión sobre el significado de colaborar en un campo clandestino. ¿Qué significa colaborar, cuál es el límite?
Me resultó difícil procesar eso. Todo es colaboración: que te vean vivo ya es una colaboración, aunque uno simplemente respire delante de otro. El otro recién secuestrado ve que uno está vivo y piensa a lo mejor "yo me salvo también", es una forma de controlarlo mejor, es involuntaria e inconsciente, no es una colaboración deliberada, pero los tipos utilizaban ese mecanismo. De ahí para adelante hay un montón de escalones de colaboración. Yo colaboré. Colaboré reparando. No colaboré torturando, no colaboré interrogando, no colaboré entregando gente. Pero, por ejemplo, secuestraron a uno de mis mejores amigos, en una cita conmigo.

¿Cuénteme cómo fue?
A Gorfinkiel lo secuestran a pesar de los esfuerzos que yo había hecho. Yo tenía una cita agendada codificada para el mismo día en que me secuestraron, no dije nada, me callé la boca y se dieron cuenta al siguiente, me volvieron a torturar. Supongo que debo haber admitido que sí porque total había pasado la cita. Además teníamos un convenio los que estábamos en el mismo ámbito: normalmente usábamos un número de teléfono alquilado para pasarnos mensajes. La única forma de comunicarnos era a través de lo que llamábamos buzones, pero sospechábamos que ese teléfono estaba pinchado, entonces decidimos conservar ese buzón para pasar mensajes de alarma: si un mensaje llegaba a ese buzón había que desconocerlo y pensar "se pudrió todo". Cuando me ordenaron llamar, pensé: "Esta es la mía" y dejé un mensaje ahí porque era el que usábamos como alarma, yo lo llamo a ese buzón y le dejo una cita... Y Jorge fue... No tendría que haber ido. Poco después, yo repartiendo la comida en el campo, le llevo la comida a la celda y se pone a llorar y me pide disculpas por no haber cumplido con la consigna. Ahí nos pusimos a llorar los dos. Yo le dije: "Pero escuchame, soy yo el que te entregó".

Usted cuenta que paradójicamente al ser secuestrados sentían cierto alivio por no seguir siendo perseguidos.
Además del alivio de no estar perseguido se sumaba el hecho de que yo, por lo menos, no tenía la certeza de que me iban a matar: pensaba que por ahí me salvaba. Pensaba "se acabó, no corro más". Fue pasando el tiempo y llegué a convencerme de que estábamos todos condenados a muerte. El alivio se terminó, continuó en el sentido que no seguía la pelea, no tenía que seguir escapando, pero estaba condenado.

A pesar de todo su objetivo era sobrevivir un día más, renovar la esperanza a pesar del horror en que vivía...
Es agotador pero a mí me resultó imprescindible. No me podía permitir hacer planes de futuro, no me podía permitir lamentarme y decir si salgo en libertad, me voy al exterior, no milito más o milito más. Me di cuenta de que si hacía eso no estaba prestando atención al aquí-ahora y era imprescindible que estuviera siempre atento, si no podía ligármela en cualquier momento. El único plan que me permitía hacer era llegar vivo al día siguiente.

Usted reflexiona sobre la dificultad de armonizar la necesidad de afecto con la desconfianza sobre todo. ¿Cómo se resolvía ese dilema?
La vida en un campo de concentración es una vida esencialmente dilemática. Continuamente estás frente a situaciones de "Maldito si lo haces" y "Maldito si no lo haces". A mí me sirvió el olfato, como línea general sabía que tenía que desconfiar pero no se puede vivir desconfiando. Llega un momento que uno lo siente por la piel, a veces te equivocás pero es el riesgo que corrés. Largabas alguna opinión pero no todas, con otro te abrías totalmente. Eso viene mezclado con la cuestión afectiva que es muy importante, que no es solamente formar pareja, lo afectivo se puede reducir a una mirada, un roce, los pequeños toques de contenido afectivo son básicos en un marco como ése. Para mí, la situación más importante fue con Juanita... (N de R: Juana Armelín, una chica que había militado en el Partido Marxista Leninista de La Plata que entabló una relación con Villani que el represor Samuel Miara, alias "Cobani", detectó y usó para humillarlos hasta que la hizo desaparecer).

El caso que muestra la perversión de Cobani.
A Cobani lo tengo acá (se señala entre ceja y ceja). Yo no tengo odio, tengo bronca, pienso que hay que condenarlos. Pienso que si bien yo en mi interior los condeno, no soy quién para condenar a nadie, será un juez o la Justicia, pero con Cobani no puedo ser tan objetivo. Por suerte después conocí a los hijos de Juanita, nos hicimos amigos y a través de esa relación por lo menos les pude contar.

¿Cómo superó el saber que hubo secuestrados que colaboraron al punto de torturar a sus compañeros?
Es una tortura más para el conjunto: para los prisioneros que ven que hay ex compañeros que se dieron vuelta, no saben si ellos no pueden llegar a caer en la misma. Antes creían que eran puros y resulta que terminaron así, en el fondo implica que nadie está a salvo de eso. Por otro lado, no es lo mismo que te torture un torturador que un ex compañero, pero además esa tortura no es sólo para el que está siendo torturado sino que el que tortura está sufriendo una tortura aunque no tenga conciencia de ello.

Ni siquiera esa degradación extrema les garantizaba la vida, no implicaba un salvoconducto.
No fue una garantía. En general fueron bastante despreciados, los usaban porque eran útiles, salvo algunos que terminaron pasándose con armas y bagajes para el otro lado. En general los usaban y los tiraban, eran forros.

Usted cuenta el caso de un hijo de un secuestrado-torturador al que no dejan entrar a la agrupación Hijos.
Eso es muy duro: qué culpa tiene el hijo de lo que hizo el padre. Son situaciones muy complejas, el ser humano es complejo, no es lineal. Esos hijos que no lo dejaron entrar estaban viendo un retoño del que torturó a sus padres y de un traidor. No se trata de justificar o no, hay que tratar de entender.

Usted dice que le sirvió comprender que eran seres humanos los torturadores.
Hitler era un ser humano. Me sirvió para manejarme con ellos. El relato ése del torturador que me torturaba y le dije: "No te entiendo", me abrió los ojos. Cuando le dije que a él lo estaban usando, me dijo hijo de puta pero paró de torturarme. Otra cosa, todavía hoy tengo que pelear contra una parte de mí que se pasa de rosca pensando "a estos hijos de puta los quiero reventar" porque en ese caso yo no me diferencio de ellos. Yo no soy como ellos y eso lo tengo que defender a muerte. Esa lucha que fue dentro de los campos, sigue hoy. Que ellos me vieran a mí como una cucaracha, como un ser despreciable, primero es su visión maniquea del mundo. Si yo tengo esa misma visión, soy igual que ellos.

¿Cómo vive el desenlace de los juicios a los represores: como una reparación, como una tarea cumplida?
Está la parte racional, lo vivo como reparación, como decir gané –no sé si decir gané porque no creo estar libre del todo como no creo que vos lo estés tampoco–. Logré sí hacer algo que intentaron impedir que hiciera. Por otro lado hay una cosa que me gratifica: no soy yo solo, es una sociedad que va cambiando. Todavía hay quien dice por algo será, que deberían haber matado a todos. Son procesos largos, complejos y contradictorios: como suma me parece que van en la dirección correcta. Estas condenas son un fruto de muchos años de lucha de mucha gente, y son un fruto también de la maduración interior de la sociedad.

El compromiso de dar testimonio, ¿puede implicar que ese horror no se repita?
Lo que hago está dirigido a que eso pase, pero no es indefectible que pase. Pienso que no hay que bajar los brazos. Hay que estar atentos siempre porque las fuerzas que hicieron producir esto están presentes en todo el mundo. Los que tienen en sus manos el poder se defienden con uñas y dientes: mientras les sirva hacerlo con métodos civilizados lo harán, pero si no recurrirán a cualquier método.
28 de noviembre de 2011
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por la memoria en españa


La querella en Argentina por crímenes de la Guerra Civil. Exiliados y sus descendientes argentinos movilizan la investigación por los 113.000 desaparecidos y los 30.000 niños apropiados durante la guerra. Y que Servini se instale en la embajada en Madrid a interrogar testigos.
España / Argentina. El régimen franquista se apropió de treinta mil niños. Chicos vueltos grandes, hoy abuelos que llevan un apellido impropio, una historia trunca. Ni hablar de las cifras de españoles fusilados, enterrados en fosas comunes y anónimas. España calla pero, contra la impunidad de esos crímenes, avanza una demanda impulsada desde Argentina. Esta semana, los querellantes –españoles radicados aquí y argentinos descendientes de las víctimas– pidieron a la jueza federal María Servini de Cubría que cruce el charco y "se constituya en la embajada argentina en España" para recibir denuncias y testimonios de víctimas. Además, sus abogados rechazaron, punto a punto, los argumentos de la Fiscalía General española que asegura que en ese país se "han tramitado y se están tramitando" los procedimientos judiciales en ese sentido.
"Tras 40 años de dictadura y 35 de democracia, en España no sólo no existe siquiera una Comisión de la Verdad a modo de las que se instituyeron en numerosos países, incluido el nuestro, (si no que) no hay un solo niño a quien se haya restituido su identidad. No hay un solo victimario que haya sido identificado, uno al que siquiera un juzgado le haya tomado declaración, ni un imputado por la comisión de alguno al menos de los múltiples, masivos, generalizados crímenes cometidos", argumenta el texto entregado por los denunciantes a la jueza, y al que tuvo acceso Página/12.
Entonces, señala el mismo documento, "corresponde" que la jurisdicción argentina investigue los delitos contra la humanidad ocurridos entre 1936 y 1977, procese a sus responsables y repare a las víctimas "de tanto crimen impune". "Lo que solicitamos en esta última presentación son, ya no medidas probatorias, sino acciones concretas referidas a los querellantes y al pueblo español en sí", explicó Máximo Castex, uno de los abogados del equipo de letrados que representa a los denunciantes. En esa línea, se instó a Servini de Cubría a que se traslade y reciba en la embajada nacional localizada en Madrid los testimonios y denuncias de víctimas.
La querella es acompañada entre otros organismos de derechos humanos por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica e inició la demanda el 14 de abril de 2010. La causa se basa en los mismos principios de derecho universal que permitieron al juez español Baltasar Garzón juzgar las dictaduras de Argentina y Chile, e incluso detener en 1998 a Augusto Pinochet. El primer paso de los letrados argentinos fue pedir a España explicaciones, es decir, preguntar si en ese país "se está investigando la existencia de un plan sistemático, generalizado, deliberado y planificado para aterrorizar a españoles, a través de su eliminación física, la desaparición ‘legalizada’ de menores de edad con pérdida de su identidad, entre 1936 y 1977".
La respuesta enviada por la Fiscalía General española hace pocos meses destaca en el punto número 1 de sus conclusiones que "en España se han tramitado y se están tramitando en la actualidad numerosos procedimientos judiciales relativos a hechos delictivos cometidos durante la Guerra Civil Española y la posterior dictadura, tanto en la eliminación física de los ciudadanos partidarios de la República y de la forma democrática de gobierno, como la desaparición de menores".
Sin embargo, las causas abiertas a las que se refieren las autoridades judiciales españolas "están paralizadas o archivadas", puntualiza Castex, y detalla que además provienen "de la causa madre iniciada por Garzón", que fue procesado y suspendido en su cargo por haber dado lugar al enjuiciamiento del franquismo. "Es absurdo –dispara– que se lo procese a Garzón por haber investigado y después se utilice su causa para decir que España está haciendo justicia."
En tanto, "hay 113.000 cuerpos desaparecidos, 30.000 niños secuestrados, 2500 fosas sin abrir en las que se acumulan los cuerpos a montones", contó a este diario Darío Rivas, de 91 años, cuyo padre murió fusilado por oficiales de La Falange en 1936, y es uno de los querellantes en esta causa. La fiscalía española asegura que están en curso "un importante número de supuestos de sustracciones o entregas ilegales de menores", pero "no mencionan un solo tribunal actuante en esa línea de investigación, de lo cual se deduce sin dificultad que no existe ninguno", responden los abogados argentinos.
Párrafo aparte, Castex critica que "queda a las claras que si realmente existiera voluntad de investigación, en vez de alegar que ‘ninguno de los denunciantes que presentó causas desde Argentina lo había hecho en España’, lo que tendrían que haber hecho (los fiscales españoles) es iniciar de oficio la investigación, como corresponde".
Ese desinterés judicial se profundiza en el plano político. En julio último, el Congreso español rechazó una propuesta del Bloque Nacionalista Gallego que buscaba derogar la Ley de Amnistía española de 1977 para posibilitar la investigación de los crímenes de la dictadura franquista. Esa circunstancia, concluyen los abogados de la querella, "corrobora la falta de determinación y la imposibilidad de investigar por parte del Estado español".
[Informe de Rocío Magnani.]
27 de noviembre de 2011
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torturas y apremios en la policía


Torturas, apremios ilegales y falta de garantías en juicio. Un caso que revela la brutalidad policial y la incompetencia judicial.
[Alicia Simeoni] Argentina. El caso fue resonante: Tres ladrones asaltan una casa en Rufino y en su huida se enfrentan a balazos con la policía. En esa instancia muere un agente, hijo de un jefe policial. Más allá de la culpabilidad o no de estos delincuentes, las torturas que enfrentaron en sus arrestos y el viciado proceso judicial, marcan claramente las dificultades institucionales que atraviesan tanto a jueces como a policías a la hora de ser eficaces en el combate contra la inseguridad.
En esta tercera nota de la serie sobre inseguridad se aborda, a partir de un caso concreto, los aspectos que tienen que ver con la inseguridad que llega de la fuerza policial y también desde la Justicia.
Dos hombres con antecedentes penales que viven en Laboulaye, Córdoba, imputados de cometer un robo en Rufino (Santa Fe) -luego del cual se produjo la persecución policial que terminó con un joven agente muerto-, y un tercero señalado como quien marcó el domicilio donde se cometería el delito, fueron detenidos y denunciaron apremios ilegales, tortura física y psicológica por parte del personal policial de los distintos destinos que recorrieron antes de llegar a los definitivos lugares de detención en los que se encuentran, en Piñero y en Coronda. Para el caso del principal imputado, Walter Guzmán, a quien se sindica como responsable del homicidio del suboficial Emiliano Célis, de 18 años, estuvo seis meses sin abogado, mientras que el defensor general con asiento en el distrito judicial Nº 8 de Melincué, Daniel Papalardo, que se hizo cargo del patrocinio de los tres -además de Guzmán, de Enrique Zapata y de Darío Guajardo-, denunció diversas irregularidades durante el proceso de Instrucción que en una primera Instancia llevó adelante el entonces juez en lo Penal y Correccional de Rufino, Omar Guerra, y pidió la separación del caso del fiscal interviniente, Alejandro Negroni por tomar decisiones que no se condecían con su responsabilidad y ordenar el traslado de un detenido. Detalles de la que aparece como una brutal inseguridad de la que es autora la fuerza policial y también de la inseguridad judicial, puesto que la defensa de los detenidos, ahora en manos del abogado Gregorio Gómez, habla del poco transparente proceso que se dio desde el 8 de marzo de 2010, día en que comienza este complejísimo caso en que Gómez cita la acordada Nº 32 de la Corte Suprema de Justicia de la provincia que tomó en cuenta la decisión de la máxima instancia nacional (Corte Suprema de Justicia de la Nación), cuando cuestionó la forma en que se llevó a cabo el proceso penal, anticonstitucional, en el caso del ex magistrado Carlos Fraticelli y de su ex esposa Graciela Dieser, lo que determinó la anulación del juicio y la libertad de ambos condenados a prisión perpetua por el homicidio de su hija Natalia en el año 2000.
Todo comenzó en marzo del año pasado después que Enrique Zapata y Walter Guzmán robaron en casa del matrimonio Spada, ubicada en avenida Cobo 440 de Rufino, ciudad ubicada al sur de la provincia, donde maniataron a los dueños de la vivienda. Cuando salían de la casa se cruzaron con la hija, Sandra Spada, quien primero dio aviso a su marido que siguió a los delincuentes mientras ambos caminaban, y luego a la policía. El marido de Sandra dejó su Renault Clío cuando se encontró con los dos hombres que lo encañonaron, tal las crónicas policiales del momento, y ellos huyeron en el vehículo hasta que fueron interceptados por la policía en un cruce de calles de la ciudad, cuando bajaron del Clío.
Un rápido recorrido por lo sucedido luego indica que Zapata fue detenido de inmediato, recibió un impacto de bala de goma en la espalda y fue trasladado a la comisaría 3ª de Rufino. En tanto Guzmán escapó y se escondió entre unos ligustros en un complejo deportivo cercano mientras era perseguido por tres policías armados. En ese cuadro y en el intercambio de balas, Guzmán recibió tres balazos y el policía Emiliano Célis, quedó herido y luego murió. El joven era hijo del jefe policial de la zona, Teófilo Carlos Célis, y por razones que nunca se dieron a conocer no se le realizó la autopsia al cuerpo de Emiliano que fue inhumado. No se contó, entonces, con la medida indispensable para conocer la procedencia de las balas que ocasionan la muerte a Emiliano y la distancia desde la que fueron efectuados los disparos.
El arma del joven Célis no se encontró en el playón deportivo y meses después, luego de llamadas a sus familiares en las que se decía que se la encontraría en su tumba, fueron a buscarla y efectivamente se encontró un arma pero con la identificación limada.
Cuando se llevaron a Célis del lugar, Guzmán quedó tirado en el piso, rodeado de uniformados y sin recibir asistencia médica -a pesar de los tres balazos que tenía-, casi por espacio de 30 minutos, según refiere. Luego fue llevado a un hospital de la ciudad donde le realizaron algunas curaciones. Las tres balas estaban alojadas en el antebrazo izquierdo, otra en el pecho que fue hacia el hombro derecho y la última en la pierna derecha que le partió el fémur. Hoy presenta tres centímetros menos de extensión en ese miembro y algunas versiones señalan que recibió allí una de las llamadas balas planas, de uso prohibido por la Convención de Ginebra, ya que cuando ingresa al objetivo se abre y bifurca su camino.

La Denuncia de los Imputados
Walter Fernando Guzmán denunció a través de quien en ese momento era su abogado, el defensor público Daniel Papalardo que cuando estaba en el piso, en el espacio deportivo, lo esposaron, lo pusieron boca abajo y allí, rodeado de policías comenzó a ser golpeado, con trompadas y patadas. En ese momento escuchó que llegaría el fiscal. Alguien lo golpeó en la frente y le hizo un tajo. Después seguiría esa corta atención médica hasta que se ordenó que lo llevaran a Venado Tuerto a bordo de la ambulancia en la que lo acompañaban una enfermera y un policía. La mujer joven debió decirle al policía, a quien Guzmán describió, que parara de pegarle porque lo iba a matar. Ya en Venado Tuerto le realizaron otras curaciones y otro agente de la fuerza aprovechó -siempre según la denuncia-, que él médico había salido por unos momentos, para retorcerle la pierna donde tenía el impacto de bala. Los policías que lo cuidaban también introducían sus dedos en la herida diciéndole que lo iban a matar. Desde allí se ordenó el traslado al Hospital Cullen de la capital provincial, es decir se cruzó media provincia para dejarlo internado. Recién después de 18 días, dijo a su defensor, llegó el juez que se ocupó de la instrucción del caso, Omar Guerra, quien le colocó un teléfono en su oreja -Guzmán seguía con suero-, y le dijo que del otro lado de la línea estaba su abogado. Una voz masculina le indicó que se abstuviera de declarar. Ese hombre era el defensor público Armando Area. Luego, en la cárcel de Coronda, pasaron entre 4 y 5 meses hasta que llegó el defensor Papalardo. Guzmán, de 32 años, está acusado de privación ilegítima de la libertad agravada por el uso de violencia o amenazas y del delito de homicidio doblemente calificado por ’criminis causa’ -para anular el hecho anterior-, y resultar víctima un miembro de fuerza la fuerza policial en razón de su función.
A Guajardo fueron a buscarlo a una estancia en un procedimiento que impugnó también Daniel Papalardo; allí no lo encontraron pero sí tres días después llegó hasta su vivienda un grupo de policías que abrió la puerta, ingresó y comenzó a golpearlo, acusándolo de haber matado a Célis. Ya en la comisaría de Rufino, su testimonio indica que siguieron golpeándolo, tanto que quedó inconsciente y se despertó en la alcaidía de Melincué. Al otro día lo llevaron a Rufino, sin defensor y se repitió la escena descripta por Guzmán respecto de la comunicación telefónica con un abogado. "Tampoco me revisaron los médicos porque el juez Guerra dijo que yo no tenía nada", terminó Guajardo. Este hombre de 34 años está acusado de robo calificado por el uso de armas y del deleito de privación ilegítima de la libertad agravada por el uso de violencia o amenazas.
Enrique del Valle Zapata, por el impacto de la bala de goma, cayó en un lugar con arena, recibió una patada en la cabeza de parte de un policía mientras otro también le pegaba. Lo subieron a la parte trasera de un patrullero y una mujer lo golpeó, en su denuncia entiende que con una linterna, ’en la mollera’, y otro hombre le pegó con la culata de su escopeta. Ya en la comisaría, en muy mal estado, tirado en el piso, fue el blanco de todo el personal que pasaba por allí: recibió entonces una patada en la ceja derecha que luego le suturaron sin anestesia. Cuando lo habían dejado casi desnudo, sólo con una remera, en una salita a la que describió como oscura, dijo que entraron muchos uniformados y una mujer corpulenta que gritó que Emiliano Célis había muerto. De inmediato la mujer le cortó la remera, se la ató a su cuello hasta casi ahorcarlo, cuando perdió el conocimiento. Al parecer lo dieron por muerto, porque le colocaron un nylon encima. Zapata relató que en esa condición se despertó y comenzó a vomitar sangre, mientras alguien gritó: ’está vivo’. Entró otro policía, lo pusieron en una camioneta esposado al parante de atrás, volvieron a pegarle en la boca del estómago y otro hombre de la fuerza ordenó que lo llevaran a la Alcaidía de Melincué, donde lo recibieron con palos y patadas. Allí le echaron pimienta en la cara y en la boca, lo desnudaron en una pieza y a cada rato seguían castigándolo. Después de dos días lo llevaron a un hospital de Firmat. Fue allí donde lo cosieron sin anestesia. Otra vez volvió a una pieza oscura y a recibir golpes "Apareció un señor que dijo que era mi abogado y me manifestó que no declare". Ante el juez Guerra, el defensor público Arturo Area dijo que había que interponer un hábeas corpus" y que en las condiciones que estaba Zapata no podría declarar. Ese hábeas corpus nunca se presentó y en Firmat lo tuvieron sin agua tres días, con una botella tirada en el piso. Zapata manifestó que, aún esposado, aprendió a tomar agua de esa botella. De allí lo llevaron a Piñero donde está encarcelado. Zapata, de 42 años, está imputado de los delitos de robo calificado por el uso de arma de fuego y privación ilegítima de la libertad por el uso de violencia o de armas.

La Denuncia de Papalardo
El defensor general en el distrito judicial Nº 8 con asiento en Melincué y ante el Juzgado en lo Penal de Sentencia detalló ante el magistrado una serie de irregularidades cometidas durante la instrucción y en perjuicio de los tres imputados, Darío Guajardo, Walter Guzmán y Enrique Zapata. En esa presentación se refiere a un allanamiento realizado, presuntamente en forma ilegal con adulteración de documento público, detención ilegal y abuso de autoridad. Todo se refiere al procedimiento realizado para la detención de Guajardo, donde el defensor estima que primero se realiza el allanamiento y luego se hace la orden correspondiente, por cuanto se adultera la fecha de la misma. Aquí, y por supuesto respecto de lo expresado en las denuncias, queda cuestionada la actitud del juez Omar Guerra, y Papalardo también pidió que se aparte de la causa el fiscal Alejandro Negroni, de quien dijo que ordenó que Enrique Zapata, que estaba en la comisaría 3ª de Rufino, fuera trasladado a la Alcaidía de Melincué "por razones de seguridad". Papalardo explicó que el fiscal no puede disponer del alojamiento del detenido e interrogó en su presentación acerca de cuáles serían las razones de seguridad invocadas, ya que "si la policía no puede cuidar a un sujeto cuyo arresto ha operado precedentemente, ¿quién es el órgano público encargado de hacerlo?"

Caída del Juicio Abreviado
No obstante todo lo denunciado, al llegarse a la instancia del proceso abreviado -que ya se aplica en la provincia de Santa Fe como parte de la vigencia del nuevo Código Procesal Penal-, y ponerse de acuerdo las partes, esto es el Ministerio Público Fiscal y la defensa de los tres hombres, este acuerdo que ya estaba firmado por los imputados, fijadas y aceptadas las condenas, quedó sin efecto por la decisión del Tribunal a cargo de ese juicio abreviado, los magistrados Leandro Martín, presidente del cuerpo, quien actuó junto a Eduardo Bianchini y a Carmen Herrera, quien votó en disidencia con esa resolución. En un hecho poco común la decisión fue apelada tanto por la fiscalía como por la defensa ante la Cámara de Apelaciones en lo Penal de Venado Tuerto, que por otra parte está recusada al considerarse que ya emitió opinión sobre los imputados.
En la audiencia correspondiente al juicio abreviado, el presidente del Tribunal Leandro Martín, escuchó a los acusados en cuanto a las conformidades para que se concrete el acuerdo y se fijen las penas: 23 años para Walter Guzmán, 9 años para Zapata. Pero como a renglón seguido ellos mismos quisieron declarar sobre los apremios y torturas sufridas y dieron la palabra a Papalardo quien se explayó sobre el tema, el juez Martín consideró que entonces no había acuerdo total y dio por extinguido el acuerdo. Esta decisión fue apelada por la fiscalía y también por la defensoría, en una coincidencia que no sucede comúnmente, ya que estando las partes de acuerdo es el juez el que niega la firma y ratificación del documento pertinente.

Recusación a la Cámara Penal
El abogado Gregorio Gómez, defensor de Darío Guajardo, Enrique del Valle Zapata y Walter Guzmán planteó la recusación de los integrantes de la sala de la Cámara de Apelaciones en lo Penal de Venado Tuerto. La argumentación esgrimida tiene en cuenta que esta Cámara ya se había expedido en distintas oportunidades sobre la situación y solicitudes de los imputados Guajardo, Zapata y Guzmán. "Se estaría quebrando la necesaria imparcialidad y transparencia que se requiere en este juicio como en cualquier otro. Sin embargo hay cuestiones que aparecen oscuras, confusas y hasta del orden de la negación de los derechos constitucionales", opina Gregorio Gómez.
Sin duda en su defensa también tiene en cuenta la Acordada de la CSJ de Santa Fe, la Nº 32, que tuvo en cuenta las alternativas ocurridas en el juicio penal llevado adelante contra el magistrado Carlos Fraticelli y contra su ex esposa, Graciela Dieser, ambos condenados a cadena perpetua por la muerte de su hija Natalia. La Corte nacional no se expidió sobre la culpabilidad o inocencia de los imputados, sino por los que consideró procedimientos alejados de los derechos y garantías constitucionales para los mismos. Fraticelli y Dieser quedaron en libertad ante la nulidad del juicio al que fueron sometidos.
La acordada Nº 32 de Santa Fe incluye la resolución de modificar el sistema de modificación de causas penales con el objetivo de adecuar el proceso provincial a los lineamientos de la Corte nacional en el caso Fraticelli. En ese caso, dos de los magistrados de Venado Tuerto que suscribieron el voto mayoritario a favor de la condena, eran los mismos que habían confirmado el procesamiento y la prisión preventiva de Fraticelli y Dieser, con lo que no se aseguraban las garantías de imparcialidad.
Ahora la Cámara Penal de Venado Tuerto giró las actuaciones a la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Laboral, todavía no integrada. Como para que el hecho no salga de los límites territoriales ya que pueden estar involucrados policías y funcionarios judiciales.
27 de noviembre de 2011
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enterraron a bussi


Militares retirados, venias y discursos en el entierro de Bussi. La familia invitó a los "viejos camaradas" y la última aparición del represor incluyó repudios "a su degradación" y hasta la observación sobre la "ironía" de que hoy gobiernan "esos que él combatió en los setenta".
Argentina. Enterraron en Pilar al represor Antonio Domingo Bussi. Su mujer, Josefina "China" Bigolio, su hija Fernanda, su hijo José Luis y sus nietos fueron acompañados por un puñado de militares retirados. En los discursos de despedida, su amigo el teniente coronel retirado Roberto Francisco García Tuñón contó anécdotas personales de Bussi y destacó su gestión como gobernador de Tucumán. "El estado natural del hombre es una posición erguida y aplomada, de una voluntad inquebrantable y un paso firme para recorrer caminos ilimitados. Te reconozco con estas cualidades y espero que nuestros camaradas también lo hagan. Espero que la historia, alguna vez, pueda reconocer a sus verdaderas milicias", afirmó García Tuñón. El general Humberto Pizzi, también amigo de Bussi, reflexionó acerca de su degradación, su condena y el avance de las causas contra militares por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar. "Tenemos mil camaradas presos, muchos ubicados en cárceles comunes. Están esperando que se mueran como Antonio", aseguró Pizzi.
Su hijo Ricardo, que está distanciado de su hermano José Luis por motivos políticos, realizó una misa en la Iglesia San Roque, en Tucumán.
En el salón de la administración del cementerio Jardín de Paz que se encuentra a unos veinte metros de la entrada, un grupo de cinco señoras conversaba copiosamente. "El miércoles fue tremendo. Cuando apareció la placa en Crónica, la llamo a la China y me dice ‘No, no, Antonio sigue con nosotros’." Una mujer de más de setenta años, rubia con corte de pelo carré y la nariz operada, comentaba los últimos dos días de vida de Bussi y las noticias que lo daban por muerto, mientras mechaba una invitación a jugar a las cartas.

–¿Vos jugás al bridge?
–No –respondió la mujer, también septuagenaria, que se encontraba sentada a su lado.

–¿Y al backgammon?

Antes de las diez y media, cuando llegó el féretro, en el salón proliferaban los encuentros entre viejos camaradas que aprovecharon la ocasión para comentar temas de actualidad. Un hombre calvo de unos ochenta años, con un traje entallado marrón y lentes Ray Ban también marrones, se acercó a otros dos que estaban hablando sentados en un sillón de dos cuerpos. "¿Cómo es lo de Aerolíneas?", le preguntó a uno de ellos, que llevaba puesto un saco azul. "Mirá, yo tengo dos hijos pilotos que me dicen que está todo... es un conflicto fuerte", le respondió. El hombre calvo dijo "esperá" y, con toda la velocidad que puede tomar un hombre de ochenta años, acercó un sillón y se sentó. "¿Entonces es como dice Cirielli? ¿El pibe éste no entiende nada?", volvió a preguntar, y recibió una respuesta afirmativa.
El féretro llegó de mano de su hijo José Luis, cuatro de sus nietos y uno de sus compañeros de armas. Detrás caminaban su hija y su mujer, quien se mudó a Pilar a raíz de la decisión de enterrar allí a su marido. Un hombre de pelo largo y camisa rosada se acercó hasta el cajón e hizo la venia pero nadie lo imitó. En silencio, el ataúd avanzó por la entrada y se detuvo durante cinco minutos a la altura de la administración. Los concurrentes se acercaron a abrazar a la viuda y los hijos. Eran alrededor de cincuenta. Cuando el cajón comenzó a avanzar en dirección a la capilla, los concurrentes aplaudieron. Antes de entrar, una mujer comentó a su marido por lo bajo: "Morir degradado...".
El cura a cargo del responso empezó la ceremonia con una aclaración: "La casa del Señor tiene muchas habitaciones", dijo, y luego habló de la fe y la vida eterna y consideró que Bussi se encuentra "de viaje". "Te rogamos por el alma de tu hijo Antonio Domingo", concluyó. Lentamente, el cajón salió de la capilla y se dirigió a la parcela 5 de la manzana 2 del sector "Jazmines" –número 23– del cementerio.

El Amigo de Bussi
"Más que como camarada, quiero despedirte como amigo", dijo García Tuñón, un hombre de 85 años con saco claro y lentes, quien conoció a Bussi en 1944 en el Colegio Militar, y se convirtió en su amigo en 1954, en la Escuela Superior de Guerra. El vínculo se profundizó cuando en 1967 lo enviaron a Tucumán. "Tan amigos éramos que cuando hicimos el viaje a Estados Unidos, nos sentamos el uno al lado del otro en el avión como si estuviéramos en el mismo pupitre. Ida y vuelta, jugando interminables partidos de truco", afirmó el coronel, refiriéndose al curso de Mando y Estado Mayor General en Leavenworth, en la ciudad de Kansas, donde Bussi aprendió técnicas de contrainsurgencia.
"Tenía dos amigos entrañables: Calcaño y Fantoni. Si por casualidad se sentaban Calcaño a mi izquierda y Fantoni a mi derecha y vos, Antonio, un poquito más a la derecha, estabas ofuscado", confesó, refiriéndose al coronel Hugo Carlos Fantoni, quien está siendo juzgado en Bahía Blanca por su desempeño como jefe del Departamento de Personal del Quinto Cuerpo del Ejército en esa ciudad. A pesar de la amistad que los hermanaba, Bussi pasó tres años sin hablarle a García Tuñón porque éste una vez no lo defendió ante las críticas de sus compañeros del Comando, que consideraban que Bussi era demasiado competitivo en el básquet y el fútbol. Años después se encontraron en una reunión de promoción y se dieron la mano.
García Tuñón apeló a una anécdota para recordar que Bussi, "a pesar de ser un duro entre los duros", tenía sentido del humor: "Después de cenar una noche en Floreal, en Tucumán, a la una y media de la mañana, me dice ‘vamos a visitar a un amigo’. Fuimos al sanatorio y entramos a la sala de terapia. Tu amigo estaba dormido, Antonio, ¿te acuerdas?, lo tocaste un poquito en la frente así, suavemente, y él abrió los ojos, te miró, y dijo: ‘¡Carajo! ¡me morí! Estamos en el infierno’. Y vos largaste la carcajada". Luego de recordar su gestión y considerarlo "un mostro (sic), de hacer obras, un mostro de la perfección, un mostro", el coronel vinculó la cosmovisión de Bussi con la de los pueblos originarios de Estados Unidos. "Fuiste un fiel representante, sin saberlo, de los indios sioux, quienes decían que es mejor tener rayos en la mano, que truenos en la boca. Vos tuviste muchos rayos en la mano", afirmó, conmovido.

Sin Generales Ni Subalternos
"Antes de hablar, di un vistazo para ver si hay algún general, de cualquier jerarquía. Si hay alguno, por favor que levante la mano." El general retirado en 1972 Humberto Pizzi recorrió con la vista a todos los que rodeaban la tumba. Nada. "Entonces, me voy a arrogar la representación del viejo Ejército. No del actual. El actual no lo reconoce porque le quitaron el grado. No para nosotros. Para los que lo queremos, no. Lo consideramos en nuestro aviso fúnebre como General de División", afirmó Pizzi, refiriéndose al aviso publicado ayer en el diario La Nación y firmado por sus camaradas de la promoción 76 del Colegio Militar. "Yo les preguntaría a los numerosos oficiales que prestaron servicios a sus órdenes, ¿por qué no hay alguno acá presente? ¿Cuál es el miedo que los inhibe de estar despidiendo los restos del que alguna vez fue su jefe? Es ingrata la vida", reflexionó.
"Alguien me preguntó en la cancha de tenis de Martelli a la que vamos los compañeros que estamos acá –recordó Pizzi–: ‘General, por qué no pusieron a Bussi en vez de a (Reynaldo Benito) Bignone?’ No pude contestarle porque participé de esa decisión. Pero un general dijo: ‘Porque Bussi tiene la cuota de crueldad que en ese momento hacía falta’." Luego, el general desarrolló la idea, y explicó que en un país "azotado por la guerrilla", no se podía andar "con las manos enguantadas", y que en Tucumán, el Ejército Revolucionario del Pueblo "iba a tomar el poder". "Parece una ironía que los mismos que el Ejército combatía en los ’70 estén hoy en el poder. Ganaron elecciones y son gobiernos legítimos, pero, ¡qué resentimiento!", comentó Pizzi, y se lamentó por los camaradas presos.
La Historia Lo Juzgará
"La ciudadanía tardará en reconocer lo que estoy diciendo. Pero es la historia la que va a juzgar y dar a cada uno lo que le corresponde", dijo Pizzi, en lo que consideró un "último consuelo" para Bussi. "Además fue el mejor papá del mundo", agregó su hija Fernanda, y el cajón descendió lentamente cubierto por una bandera argentina, la insignia que Bussi nunca defendió.
[Informe de Sol Prieto.]
27 de noviembre de 2011
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el testimonio que faltaba


Downes declarará haber visto al cura Zitelli entre sus captores durante la dictadura. "Nunca abandone mi Iglesia, pero la quiero limpia, con su frente alta, y ayudando a condenar a estos delincuentes", le dijo Dawnes a Rosario/12. El testigo fue seminarista y ahora se desempeña como periodista. Fue torturado en el Servicio de Informaciones.
[José Maggi] Argentina. Esta semana se presentó ante la justicia federal un sobreviviente del Servicio de Informaciones, que confesó haber visto entre sus captores a Eugenio Segundo Zitelli. Se trata de Patricio Downes, tiene 54 años, es periodista y llega a dar un testimonio único, moldeado al calor de su fe cristiana, de la que nunca renegó, pero interpelando a su propia Iglesia por cobijar a hombres como Zitelli que le recriminó en la cara que "Cristo no era marxista". "Nunca abandone mi Iglesia, pero la quiero limpia, con su frente alta, y ayudando a condenar a estos delincuentes, que no eran locos sueltos, era un corpus organizado desde Bolatti hacia abajo, y un tempus que venía desde Caggiano hacia adelante, con un mentalidad fanática y dictatorial, de una iglesia imperial". De paso habla de otro referente polémico: Raúl Giménez, el párroco de la Catedral. "No me sorprende (que defienda a Zitelli), en el seminario tenía una foto de Onganía en su despacho".
Patricio Downes tenía 24 años el 17 de agosto de 1977, cuando fue secuestrado del departamento de pasillo de San Lorenzo 1027, frente al Savoy, que compartía con sus tres hermanos. Eran las dos de la mañana, cuando un grupo armado son fusiles FAL tomó por asalto la vivienda donde dormía además Esther Cristina Bernal y su hija Silvana que no tenía más de cuatro años. Lo llevaron directamente al edificio de la Jefatura.
"Me vendan y esposan, y me interrogan sentado en una silla. Me interrogaban sobre mi ideología, y yo respondía que era la cristiana, respuesta que era seguida de golpes. Mi interrogador me imputaba de ser un traidor a la iglesia y al cristianismo, y era raro, porque lo hacía con frases en latín. Yo sabia el idioma porque había estado en el seminario San Carlos Borromeo desde el año 1963 a 1972, casi desde los 10 a los 20 años. "Pitcher", que era mi interrogador usó la frase: "hasta cuando abusarás de mi paciencia’. Esto me llenó de pánico, porque era gente sin dudas ligada a la iglesia católica, dentro de estos ámbitos, y de las mazmorras de la dictadura. ’Hasta cuando abusarás de mi paciencia’ decía, para darme otro golpe de inmediato" relató Patricio.
"Esto duró una hora, y al amanecer me permitieron despedirme de mis hermanos. Quede con lesiones en los codos y en las piernas. Me dejaron en un pasillo, en el rellano de una escalera, desde donde escuchaba como Feced daba órdenes, y recuerdo la radio a todo volumen, para tapar los gritos. Junto a mi estaba un militante que conocíamos como Jupo o Jupito (por su militancia en la JUP)"agregó.
"Al día siguiente que era domingo, la actividad bajó, y entró en escena el Pollo Baravalle. Estaba vendado y recuerdo que reconocí su voz, porque nos conocía a muchos de nosotros. Incluso había almorzado con él y el Pato Recaman, uno de los fundadores de la JUP Rosario. El Pollo me levantó la venda pero no abrí los ojos, porque tenía mucho miedo. Recuerdo que dijo ’si, es este pero es un perejil, estaba en la JUP por las minas’. Esto fue una carta de salvación sin dudas".
Downes continuó relatando que "un rato después estaba vendado contra la pared y apareció un guardia y me volvió a levantar la venda. Ahi sí abro mis ojos, y veo esos lentes con marcos negros y vidrios gruesos característicos de Zitelli. Yo tenía 24 años y hacía casi 20 años que lo conocía porque había sido teniente-cura, es decir un asistente de párroco que era mi tío Juan Ignacio Downes, hermano de mi padre, y quien había sido cura de Peyrano, Whellright y Rufino donde murió en 1962. Yo lo conocí a Zitelli por mi tío, y porque estuvo cerca de mi familia y por sus visitas frecuentes al seminario".
"Si, este es -dijo el capellán- y seguidamente Zitelli me preguntó si estaba ’en comunión con la iglesia’. Me dio una mezcla de ira y de bronca, porque sabía lo que significaba: es que si vivía en gracia de Dios. Le respondí que estaba en comunión con Cristo, y soy cristiano. El me replica:’si, pero Cristo no era marxista’. Y yo le respondo que no era marxista. Si muero quiero que sea como cristiano y que se me recuerde siempre como cristiano. Lo digo porque entronca con el interrogatorio en latín", agrega Downes.
"La conversación con Zitelli, no avanzo más allá. Lo que me queda como recuerdo es que Zitelli estaba interrogando a un prisionero, porque yo estaba esposado y vendado. Y me basta para decir que un hombre, una figura con mandato de la iglesia para ejercer su acción pastoral como capellán de la policía, traspasaba límites indecibles para mí porque bajaba a las catacumbas de la tortura, de la muerte y de la violación"
Sensibilizado por su propio recuerdo, Patricio confiesa que piensa "en Zitelli interrogando a prisioneros, y pienso en el padre Mugica, en el obispo Angelelli, en los sacerdotes palotinos, y en lo que habrán sentido: sin dudas lo mismo que Cristo en la cruz, que dijo ’Dios mío porque me has abandonado’. El último punto al que sin dudas debe llegar un corazón humano que tiene fe, y que sufre porque alguien de su misma fe lo tortura y lo mata".
27 de noviembre de 2011
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procesan a patti por asesinato


La Justicia procesó a Patti por el secuestro y asesinato de un periodista.
Argentina. El juez federal de Campana, Adrián González Charvay, procesó con prisión preventiva al exsubcomisario e intendente de Escobar, por estar sospechado de integrar un grupo de operaciones clandestinas, previo al golpe de estado, que en enero de 1976 cometió los delitos de "privación ilegal de la libertad agravada, imposición de tormentos agravados y homicidio agravado" contra Ricardo Gimenez, militante de la JP local y redactor de una publicación que venía siendo asediada por estructuras paramilitares.

El secuestro de Giménez se habría producido en la casa de sus abuelos, en la localidad de Loma Verde, a principios de enero de 1976, y apareció el 30 de ese mes en un basural del partido de Moreno. En rigor, aparecieron restos de un fallecido con el rostro desfigurado y signos de torturas, cuya identidad fue establecida por antropólogos forenses en 2008.
En abril de este año, el Tribunal Oral Federal N°1 de San Martín condenó a perpetua a Patti por hallarlo responsable de los delitos de allanamiento ilegal, privación ilegítima de la libertad, imposición de tormentos y homicidio de un militante de la juventud peronista Juventud Peronista, Gastón Gonçalves y el secuestro del ex diputado nacional Diego Muñiz Barreto, asesinado luego en un simulacro de accidente, entre otros delitos de lesa humanidad.
El dos veces intendente de Escobar, diputado electo impedido de asumir su banca por las denuncias en su contra y ex subcomisario de la Policía Bonaerense recibió así la primera condena en su vida a cumplir la pena en una cárcel común.
Patti está detenido en Ezeiza condenado a cadena perpetua y, tras un pedido de su defensa, el lunes pasado la Cámara Federal de Casación Penal ordenó determinar cuál es su estado tras el ACV que sufrió. En función de eso, definirá dónde continúa preso, si tras las rejas o en su casa.
26 de noviembre de 2011
25 de noviembre de 2011
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juicio por asesinato de obispo angelelli


Videla, Harguindeguy y Menéndez, procesados por el asesinato de Angelelli. Es la primera causa que involucra al entonces ministro del Interior, Albano Harguindeguy. El juez concluyó que el entonces obispo de La Rioja fue asesinado para acallar sus denuncias sobre violaciones a los derechos humanos.
Argentina. El dictador Jorge Rafael Videla, su ex ministro Albano Harguindeguy y el ex comandante del Tercer Cuerpo de Ejército, Luciano Benjamín Menéndez, fueron procesados con prisión preventiva por el homicidio del ex obispo riojano Enrique Angelelli en 1976. El juez federal de La Rioja, Daniel Herrera Piedrabuena, consideró probado que el siniestro que le costó la vida a Angelelli fue un "accidente automovilístico provocado", en respuesta a las denuncias por los asesinatos de religiosos en la localidad de Chamical. El religioso tenía en su poder al momento del asesinato documentación sobre crímenes de la dictadura que terminó en el despacho de Harguindeguy, entonces ministro del Interior, quien a diferencia de Videla y Menéndez todavía no fue condenado en ninguna causa.
La decisión del juez federal de La Rioja incluyó además al ex segundo jefe del escuadrón de tropas en Chamical, Luis Estrella, y al ex comisario y por entonces jefe del Servicio de Informaciones de la policía riojana, Juan Carlos "la Bruja" Romero. Por los cargos jerárquicos que ocupaban en la estructura represiva ilegal, los cinco procesados fueron considerados autores mediatos de homicidio calificado y asociación ilícita agravada.
El magistrado consideró probado que la dictadura hizo inteligencia sobre sacerdotes que trabajaban con sectores pobres y con campesinos que luchaban por sus tierras y que el crimen de Angelelli se enmarcó "en un intento por evitar que las denuncias por violaciones a los derechos humanos y asesinatos tomaran estado público, sobre todo en el exterior, ya que el religioso cordobés tenía llegada a altas jerarquías de la Iglesia en distintos lugares del mundo".
"Previo a la muerte de monseñor Enrique Angelelli existía un cuadro de persecución a ciertos sectores de la Iglesia Católica, que se exteriorizaban desde años anteriores al golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, lo que es corroborado por distintos testimonios y, como se señalara anteriormente, concluyeron en los homicidios de Longueville, Murias, Pedernera y de monseñor Angelelli", advirtió el juez en una extensa resolución de 120 carillas, dictada a 35 años de los hechos. Los sacerdotes Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias habían sido asesinados en Chamical el 18 de julio de 1976 junto con el laico Wenceslao Pedernera. Angelelli intentaba desentrañar los crímenes y llevaba "una carpeta con información que había recopilado", escribió el juez, y agregó que el obispo "temía por su vida" porque "era perseguido por la policía provincial".
El accidente provocado en el que murió Angelelli ocurrió el 4 de agosto de 1976. El vehículo, una camioneta Fiat 125 que manejaba el propio obispo, fue siniestrado cerca de la localidad de Punta de los Llanos. Su acompañante, el ex sacerdote Arturo Pinto, resultó herido, pero sobrevivió. En el mismo año, el primero de la dictadura, la Justicia local cerró el caso en la interpretación de que se trató de un accidente. El expediente se reabrió tras el retorno de la democracia en 1984, cuando comenzó a investigarse el homicidio, pero volvió a ser archivado a raíz de la sanción de las leyes de punto final y obediencia debida.
Herrera Piedrabuena consideró probado, en base al testimonio de Pinto, entre otros, que la camioneta Fiat 125 fue arrinconada por otro vehículo. Testigos que acudieron al lugar confirmaron la presencia de policías y personal civil de inteligencia del Ejército, que estaba bajo la órbita del procesado Menéndez, que "apuntaban con Itakas" para que los pobladores se alejaran. El magistrado relató también que, antes de partir desde Chamical rumbo a La Rioja, el sacerdote Pinto había hecho revisar el vehículo en una estación de servicio, por lo cual "la camioneta estaba en perfectas condiciones para viajar". Partieron a las 14.30 por la Ruta Nacional 38 y tomaron por un "camino viejo de la ruta" para evitar ser "hostigados". Según el relato de Pinto, un vehículo blanco se acercó en la misma dirección que el que conducía Angelelli y realizó una maniobra "intencionalmente brusca por el lado izquierdo, provocando que volcara".
El procesamiento de Videla, Menéndez y Harguindeguy incluye una resconstrucción de la obra pastoral de Angelelli, con citas de sus sermones y testimonios sobre el trabajo que realizaban los sacerdotes provinciales para evitar que los campesinos fueran expropiados de sus tierras por grandes empresas. Angelelli había viajado en abril de 1976 para entrevistarse con Harguindeguy en Buenos Aires y pedir la libertad del párroco de la localidad de Olta, Eduardo Ruiz, y mantenía reuniones con altas jerarquías de la Iglesia, ante quienes planteaba una y otra vez sus denuncias, tal como surge de la correspondencia con monseñor Vicente Zazpe. "Era clara la amenaza de que la represión que se estaba llevando a cabo en la Argentina alcanzara trascendencia internacional", concluyó el juez para explicar el móvil del crimen.
25 de noviembre de 2011
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