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¿poder latino?


[Roberto Suro] Tomará tiempo antes de que el auge de población se traduzca en política.
Los políticos y los medios de comunicación parecen encantados con los votos latinos. Los presidentes de los dos partidos nacionales se dirigieron a la convención anual de la Asociación Nacional de Funcionarios Latinos Electos, que cerró ayer su congreso en Puerto Rico. Antes este mes el presidente Bush había aparecido en los Desayunos Nacionales Hispanos de Oración [National Hispanic Prayer Breakfast], y parte del revuelo sobre la siguiente nominación para la Corte Suprema y si debería nombrarse a alguien con o sin cuerdas vocales.
Entretanto, la Comisión Nacional Demócrata produjo un anuncio de radio de 60 segundos, en español, tratando de movilizar a los votantes latinos contra los cambios propuestos por Bush a la seguridad social. Por su parte, la Casa Blanca ha enviado a Ana Escobedo Cabral, una estadounidense-mexicana que es la tesorera de Estados Unidos, para promover las ideas del gobierno sobre la seguridad social.
Todo este cortejo público, y una buena parte de las estrategias ocultas, se derivan de este simple hecho: En las últimas elecciones de noviembre pasado el número de votos latinos saltó al 23 por ciento por sobre los votos en las urnas de 2000. Fue más de dos veces que la tasa de crecimiento de los blancos no-hispanos, aunque la elección estuvo marcada por una participación más alta que lo normal en un polarizado electorado blanco. Además, todas las tendencia señalan a un sostenido crecimiento de la población latina en el futuro.
Normalmente, en un artículo de este tipo, este sería el lugar para desplegar la metáfora del "gigante dormido", aclamando el surgimiento de un nuevo y poderoso grupo de votantes que está cambiando el paisaje político de Estados Unidos. Pero la población latina no es un cliché; no puede caracterizarse con tanta facilidad. El rápido aumento de su tamaño no ha producido un crecimiento equivalente en su influencia política.
Considerad estos fragmentos contrastados de información. El censo que llegó a primera plana hace algunas semanas mostraba que los hispanos (es el término oficial usado por el Buró de Censos) dieron cuenta de la mitad de todo el crecimiento demográfico de Estados Unidos en los últimos cuatro años. Pero otro documento del censo, menos celebrado, mostró que los hispanos dan cuenta de sólo un décimo del aumento total de votos en 2004 en comparación con las elecciones de 2000. El crecimiento de la población latina es gigante, si se la considera como un todo, pero sólo uno de cada cuatro latinos que se incorporaron a la población estadounidense es un nuevo votante.
Eso ocurre porque en elecciones estrechas los políticos tienden a concentrar su ardor en los socios tradicionales -sindicatos, iglesias, grupos étnicos- que han demostrado que pueden efectivamente conducir a la gente hacia las urnas. Cultivar un electorado latino sólido requerirá un largo cortejo.
Es verdad que los latinos han hecho avances en cuanto a cargos electos, pero han sido relativamente modestos. El año pasado se eligieron dos senadores hispanos, y el número de hispanos en la Cámara llegó a 27.
Pero los latinos que ganan importancia a nivel nacional todavía tienden a ser los que la han recibido de padrinos políticos blancos, como el fiscal general del presidente Bush, Alberto González, o los funcionarios del gabinete del presidente Bill Clinton, Henry Cisneros y Bill Richardson.
Hay dos razones por las que el crecimiento de la población latina no se ha traducido directamente en influencia política, de acuerdo a un nuevo informe del Centro Hispano Pew, el centro de investigación independiente donde trabajo.
Primero, un montón de latinos no son ciudadanos estadounidenses. Un tercio del aumento de la población latina entre 2000 y 2004 pertenecen a un flujo de inmigrantes adultos que no pueden votar aquí. Bajo la ley actual, la mayoría de ellos no lo hará nunca. Casi dos tercios de los recién llegados son ilegales. El resto, que son inmigrantes legales, hacen frente a retrasos en la tramitación, que ha aminorado el ritmo de las naturalizaciones desde el 11 de septiembre de 2001.
La otra importante fuente de crecimiento demográfico de los latinos son los nacimientos. Casi un tercio del crecimiento demográfico hispano desde 2000 lo componen personas que no pueden votar porque tienen menos de 18 años. La inmensa mayoría de estas personas son ciudadanos estadounidenses nacidos aquí, pero pasará mucho tiempo antes de que alcancen la mayoría de edad. Cerca de un 80 por ciento de ellos serán todavía demasiado jóvenes en 2008.
El impacto de estos dos factores demográficos se hace evidente cuando se compara cómo se traducen las cifras de población negra e hispana en números de votantes. En 2004, los hispanos superaron demográficamente a los negros por casi 5 millones, pero los negros tenían casi 7.5 millones más de votantes. Para decirlo de otro modo, los votantes sumaban un 39 por ciento de la población, en comparación con el 64 por ciento de los negros.
Este cálculo demográfico merece algunas reservas cuando se evalúa el impacto de la población latina en la política estadounidense. El mes pasado, cuando Antonio Villaraigosa fue elegido el primer alcalde latino de Los Angeles desde 1872, los comentaristas se apresuraron a proclamar el advenimiento de una nueva era. "Poder latino", decía el titular de primera plana del reportaje principal de Newsweek del 30 de mayo, completa con una metáfora sobre el gigante dormido. A Villaraigosa se le atribuye generar una participación extraordinaria de latinos, pero considerando el bajo punto de referencia, eso no era difícil. Cuando se trata de contar a la gente en casi cualquier categoría, los latinos rompen sus propios récords todos los días.
La victoria de Villaraigosa no es ninguna señal de llegada un nuevo coloso étnico dando zancadas a través del espectro político. Más bien, fue una medida del amplio descontento popular con el titular, James K. Hahn, y de la habilidad de Villaraigosa de conquistar votos de una variedad de electorados no-hispanos. Los latinos constituyeron un cuarto de los votos, de acuerdo a la encuesta a la salida de los colegios, de Los Angeles Times. Es verdad que fue un récord y al ganarse el 84 por ciento de esos votos, Villaraigosa se aseguró un triunfo electoral aplastante. Así, incluso si un latino popular postula al cargo en una ciudad donde los hispanos estén bien organizados y hayan elegido a muchos otros representantes para otras funciones, el bajo porcentaje de votantes reduce el poder latino a la mitad.
La demografía no es el único factor que diluye la presencia hispana en los comicios. El año pasado, aunque los dos principales partidos políticos, sindicatos y grupos independientes apuntaron hacia los latinos con campañas de inscripción electoral, los hispanos no lograron realizar su potencial de participación política.
Incluso entre los votantes, sólo el 58 por ciento de los latinos estaban registrados al año pasado y eso era significativamente menor que los blancos (75 por ciento) y negros (68 por ciento). La participación real en la elección presidencial de 2004 fue igualmente menor entre los hispanos que en otros grupos, aunque por un margen menor. Si los latinos se hubiesen inscrito y votado con el mismo nivel de participación que los blancos de la misma edad, habrían agregado 2.7 millones más a las urnas, aumentado su participación de 7.6 millones de votos en un 36 por ciento.
De modo que parte de la razón de por qué la metáfora de que el gigante latino no es un participante más importante en la vida política, es porque está todavía semidormido.
Es por eso que los temores entre algunos estadounidenses de que los latinos van a "dominar" son exagerados. La presencia latina es más y más visible en nuestras calles y en nuestros vecindarios, pero menos visibles en el proceso político. Casi la mitad de los blancos, incluso contando a los niños y a los inmigrantes, votaron en noviembre pasado, lo que quiere decir que se necesitaron dos residentes blancos para generar un votante. Pero debido a una combinación de falta de ciudadanía, una enorme población juvenil y votantes apáticos, sólo un quinto de los hispanos votó en las elecciones de 2004. En otras palabras, se necesitaron cinco residentes latinos por cada votante.
Un efecto secundario de esto es que el votante latino promedio no tiene el mismo perfil -los mismos intereses y preocupaciones- que el residente latino promedio.
Como con todos los grupos raciales y étnicos, entre los hispanos las tasas de inscripción y votación aumentan con la edad, la educación y el ingreso. Pero hay otro factor exclusivo de los hispanos; una parte más alta de los votantes nacieron aquí, más que en la población latina como un todo. Eso significa que los votantes y no-votantes hispanos no hablan necesariamente el mismo lenguaje. En la población hispana en general, el porcentaje de familias donde se habla solamente español es tres veces más alta que entre los votantes hispanos.
Así no sería sorprendente que cuando se trata de cuestiones de decisiones -sobre inmigración, comercio o educación bilingüe- los votantes latinos tienen un punto de partida diferente que los no-votantes latinos.
Dos recientes problemas sacaron a luz esta divergencia. A pesar del intenso cabildeo de los gobiernos de varios países, que han contribuido con millones de personas a la población inmigrante latina de Estados Unidos, el Comité Hispano del Congreso votó abrumadoramente en mayo contra el Acuerdo de Libre Comercio con América Central. El comité, formado por demócratas hispanos, optaron por la lealtad al partido y supuestos beneficios económicos para los votantes latinos mayoritariamente de clase trabajadora que los pusieron en el cargo en virtud de lazos étnicos con otros países.
Igualmente, cuando el presidente mexicano Vicente Fox hizo comentarios ampliamente considerados como menospreciativos hacia los negros hace algunas semanas, una de las primeras condenas provino del Consejo Nacional de La Raza. La principal organización de derechos civiles latina del país se conformó con principios fundamentales y alianzas de larga data con grupos negros más que servir de pantalla para el jefe de estado de un país que es de lejos la fuente más importante de nuevos inmigrantes.
Hay signos de la política hispana está echando raíces aquí. El poder político latino está creciendo, aunque no tan rápido como justificarían las cifras demográficas. Además, a medida que los latinos devienen una presencia política más prominente, lo que nos digan puede no ser lo que la gente espera.

Al autor se puede escribir a: info@pewhispanic.org

Roberto Suro es director Centro Hispano Pew Hispanic Center, un centro de investigación independiente auspiciado por Pew Charitable Trusts.

26 de junio de 2005
©washington post
©traducción mQh

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