el salvador se queda vacío
[N.C. Aizenman] Jóvenes y viejos abandonan sus pueblos para trabajar en Estados Unidos.
Piedras Blancas, El Salvador. Acababan de dar el mediodía, y sin embargo el único signo de vida en la plaza mayor de este remoto pueblo al este del país era un anciano meciéndose en una hamaca en su porche.
Hubo una vez -contó José Nieve-Reyes Rubio, 70, con su grave voz- en que, a esta hora, la plaza se llenaba de vendedores y clientes y sus gritos sonaban en el aire cuando compraban y vendían comida, ropa y baratijas.
"Pero eso era hace más de diez años", dijo, mientras se acomodaba en su hamaca. "Antes de que la gente se marchara a Estados Unidos".
Hoy, como otros pueblos en El Salvador, en Piedras Blancas casi no quedan habitantes en edad de trabajar. Atrás han quedado niños y abuelos que viven del dinero que envían sus familiares desde lugares sobre los cuales nunca habían oído nada, como Manassas, Virginia, y Houston.
Aunque es difícil determinar cifras exactas, el director de la escuela del pueblo, que ha seguido el rastro de la población estudiantil durante dos décadas, calcula que más de 3.500 nativos de Piedras Blancas, o cerca del 40 por ciento de la población, vive en Estados Unidos.
En la clase de cuarto, donde el maestro Roney Ramírez estaba dictando un curso de estudios sociales una tarde hace poco, 17 de los 21 alumnos tienen al menos a uno de sus padres en el extranjero.
"¿En qué consiste el sector agrícola de nuestra región?", preguntó Ramírez, 26, a los niños.
"¡Agricultura y ganadería!", gritaron, con la certidumbre que nace de gente que ha vivido con sus familias durante generaciones en el mismo lugar.
"¿Cuántos de ustedes piensan quedarse aquí y convertirse en campesinos cuando crezcan?", preguntó Ramírez.
Nadie levantó la mano.
"Bueno, ¿quién va a cultivar la tierra entonces?", preguntó Ramírez ahogando una risa.
"Hm, ¿nuestros abuelos?", dija una alumna, provocando un estallido de risitas tontas.
Una niña regordeta de rizados y largos cabellos saltó de su pupitre por la enésima vez ese día.
Ramírez le dio una mirada de reprobación. Josselin Méndez, 10, es una de las alumnas cuyos padres viven en Estados Unidos. Está tan convencida de que se unirá pronto a ellos, que no puede concentrarse en la escuela.
"Trato de decirle que lo que aprenda aquí le puede servir allá", dice Ramírez. "Pero no lo entiende. Su mente está tan concentrada en su partida que es como si ya se hubiese ido".
Interrogada durante el recreo si ese era el caso, Méndez miró tímidamente y asintió. Luego se lanzó en una excitada descripción de Manassas, Virginia, donde su padre ha sido obrero de la construcción durante nueve años y medio.
"Mis padres dicen que está bien", dijo, "y las casas son muy diferentes a las de aquí".
La abuela de Méndez, Ana Matilde Lazo, 52, que ha cuidado de la niña desde que tenía un año y medio, dijo que Méndez siempre ha creído lo mismo.
"Cuando Josselin era pequeña, yo la llamaba para que hablara por teléfono con su madre. Y Josselin siempre decía: ‘'Ella no es mi madre. Mi madre eres tú'", dijo Lazo en su casa esa tarde.
Hace tres años, varias amigas de Josselin en Piedras Blancas fueron enviadas por sus padres a Estados Unidos. Hacia la misma época, un amigo de la familia trajo a Piedras Blancas al mayor de tres hijos de los Méndez nacidos en Virginia para que Josselin conociera a su pequeña hermanita.
"Desde entonces Josselin está convencida de que se irá a Manassas', dijo Lazo.
Como otros muchos emigrantes de Piedras Blancas, los padres de Josselin entraron ilegalmente en Estados Unidos. Ahora tienen permisos de trabajo temporales otorgados a salvadoreños después del terremoto de 2001. Pero todavía no pueden volver legalmente de visita a El Salvador o llevar su hija a Estados Unidos.
Manuel Canales, 42, el director de la escuela, dijo que el impacto de tantos padres ausentes se refleja en el pobre desempeño de sus alumnos. Más del diez por ciento repetirá clases este año. Y el año pasado el porcentaje fue de quince.
"Créame", dijo Canales. "Enseñar en un lugar como estes es muy difícil".
Pero tiene simpatía por los padres que creen que el mejor modo de cuidar por sus hijos es dejarlos mientras buscan trabajos mejor pagados en el extranjero.
En Pasaquina, la municipalidad a la que pertenece Piedras Blancas, más de la mitad de las familias reciben dinero desde Estados Unidos. Reciben un promedio de casi 200 dólares al mes, de acuerdo a cifras del gobierno -una suma substancial en un lugar donde el salario mínimo es de tres dólares al día.
Hubo una vez -contó José Nieve-Reyes Rubio, 70, con su grave voz- en que, a esta hora, la plaza se llenaba de vendedores y clientes y sus gritos sonaban en el aire cuando compraban y vendían comida, ropa y baratijas.
"Pero eso era hace más de diez años", dijo, mientras se acomodaba en su hamaca. "Antes de que la gente se marchara a Estados Unidos".
Hoy, como otros pueblos en El Salvador, en Piedras Blancas casi no quedan habitantes en edad de trabajar. Atrás han quedado niños y abuelos que viven del dinero que envían sus familiares desde lugares sobre los cuales nunca habían oído nada, como Manassas, Virginia, y Houston.
Aunque es difícil determinar cifras exactas, el director de la escuela del pueblo, que ha seguido el rastro de la población estudiantil durante dos décadas, calcula que más de 3.500 nativos de Piedras Blancas, o cerca del 40 por ciento de la población, vive en Estados Unidos.
En la clase de cuarto, donde el maestro Roney Ramírez estaba dictando un curso de estudios sociales una tarde hace poco, 17 de los 21 alumnos tienen al menos a uno de sus padres en el extranjero.
"¿En qué consiste el sector agrícola de nuestra región?", preguntó Ramírez, 26, a los niños.
"¡Agricultura y ganadería!", gritaron, con la certidumbre que nace de gente que ha vivido con sus familias durante generaciones en el mismo lugar.
"¿Cuántos de ustedes piensan quedarse aquí y convertirse en campesinos cuando crezcan?", preguntó Ramírez.
Nadie levantó la mano.
"Bueno, ¿quién va a cultivar la tierra entonces?", preguntó Ramírez ahogando una risa.
"Hm, ¿nuestros abuelos?", dija una alumna, provocando un estallido de risitas tontas.
Una niña regordeta de rizados y largos cabellos saltó de su pupitre por la enésima vez ese día.
Ramírez le dio una mirada de reprobación. Josselin Méndez, 10, es una de las alumnas cuyos padres viven en Estados Unidos. Está tan convencida de que se unirá pronto a ellos, que no puede concentrarse en la escuela.
"Trato de decirle que lo que aprenda aquí le puede servir allá", dice Ramírez. "Pero no lo entiende. Su mente está tan concentrada en su partida que es como si ya se hubiese ido".
Interrogada durante el recreo si ese era el caso, Méndez miró tímidamente y asintió. Luego se lanzó en una excitada descripción de Manassas, Virginia, donde su padre ha sido obrero de la construcción durante nueve años y medio.
"Mis padres dicen que está bien", dijo, "y las casas son muy diferentes a las de aquí".
La abuela de Méndez, Ana Matilde Lazo, 52, que ha cuidado de la niña desde que tenía un año y medio, dijo que Méndez siempre ha creído lo mismo.
"Cuando Josselin era pequeña, yo la llamaba para que hablara por teléfono con su madre. Y Josselin siempre decía: ‘'Ella no es mi madre. Mi madre eres tú'", dijo Lazo en su casa esa tarde.
Hace tres años, varias amigas de Josselin en Piedras Blancas fueron enviadas por sus padres a Estados Unidos. Hacia la misma época, un amigo de la familia trajo a Piedras Blancas al mayor de tres hijos de los Méndez nacidos en Virginia para que Josselin conociera a su pequeña hermanita.
"Desde entonces Josselin está convencida de que se irá a Manassas', dijo Lazo.
Como otros muchos emigrantes de Piedras Blancas, los padres de Josselin entraron ilegalmente en Estados Unidos. Ahora tienen permisos de trabajo temporales otorgados a salvadoreños después del terremoto de 2001. Pero todavía no pueden volver legalmente de visita a El Salvador o llevar su hija a Estados Unidos.
Manuel Canales, 42, el director de la escuela, dijo que el impacto de tantos padres ausentes se refleja en el pobre desempeño de sus alumnos. Más del diez por ciento repetirá clases este año. Y el año pasado el porcentaje fue de quince.
"Créame", dijo Canales. "Enseñar en un lugar como estes es muy difícil".
Pero tiene simpatía por los padres que creen que el mejor modo de cuidar por sus hijos es dejarlos mientras buscan trabajos mejor pagados en el extranjero.
En Pasaquina, la municipalidad a la que pertenece Piedras Blancas, más de la mitad de las familias reciben dinero desde Estados Unidos. Reciben un promedio de casi 200 dólares al mes, de acuerdo a cifras del gobierno -una suma substancial en un lugar donde el salario mínimo es de tres dólares al día.
14 de mayo de 2006
©boston globe
©traducción mQh
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