Blogia
mQh

residencia de pájaros parlanchines


[Erik Eckholm] Santuario recoge a pájaros cuyos compañeros humanos ya no pueden cuidar de ellos.
Cascabel, Arizona, Estados Unidos. El Santuario Oasis está lejos de ser la residencia de ancianos más grande del desierto de Arizona, pero es ciertamente la más ruidosa.
Junto con el sol matutino de todos los días, allá se eleva una bulliciosa ópera de chirridos, chillidos y graznidos y ocasionales aullidos de lobos.
Hundido en un remoto valle, separado de Tucson por una enorme cordillera, el santuario es una "planta de cuidados vitales" que alberga a cerca de 450 loros, cacatúas, guacamayos y otros pájaros tropicales.
Con esperanzas de vida que en algunas especies llegan a los ochenta años o más, muchos de los pájaros han sobrevivido a sus dueños. Otros llegaron al final de su productividad en criaderos comerciales. La mayoría fueron considerados demasiado intratables o nerviosos como para que sean adoptados como mascotas y corren el peligro de ser matados.
"Nadie quiere a esos pájaros viejos", dice Sybil Erden, que fundó el santuario en 1998, observando que un loro puede tomar meses o años para recuperarse de la pérdida de un compañero. "La gente llama y dice: ‘Hemos tenido a ese pájaro por dos meses, y no le gustamos’".
El objetivo de Erden, definitivamente, no es preparar a las aves para otro intento de adopción. "Les ayudamos a tener otros pájaros como amigos", dice. "Algunos de ellos la pasan muy mal entendiendo que son pájaros".
Sin embargo, la perdurable huella de dueños del pasado, de décadas de haber pasado en la salita o la cocina de alguien, era copiosamente audible en un recorrido de los terrenos del refugio.
Billy, un loro verde de cabeza amarilla, entregó un extenso monólogo que los miembros del personal llaman una "conversación telefónica unilateral".
"Hola", dijo cuando se acercaba un visitante y luego continuó con razonables pausas entre las frasas: "Uh huh...", "Sí...", "Ok...", y "¿Qué pasó entonces?"
Erden, una artista que tiene loros tatuados en su espalda, abrió el santuario en Phoenix pero se trasladó hace seis años a esta locación más grande y más aislada junto al río San Pedro. Ocupa un viejo patio de pacana, kilómetros adentro por un camino de tierra lleno de baches, a través de un pedregoso paisaje de espinosos cactus y algarrobos.
Pecaríes salvajes entran a la propiedad a plena luz del día, ignorados por la reserva residente de gallos, gansos, cabras, ovejas y vacas, cada uno con una historia que confirma la debilidad de Erden por las criaturas abandonadas.
Unas palomas de carrera que se enfrentaban a su perdición porque no fueron capaces de encontrar el camino a casa, comparten una pajarera. Un periquito dorado de cabeza color cereza llamado Mingus y otros dos refugiados de la bandada asilvestrada que se hizo famosa con el documental de 2003, ‘The Wild Parrots of Telegraph Hill’ también se encuentran aquí. Físicamente disminuidos, los tres necesitaban un nuevo hogar después de que el okupa que los cuidaba en San Francisco fue desalojado de su casa.
Dos bien adiestrados perros protegen a los pájaros de coyotes y linces.
Las aves más grandes son usualmente aparejadas en hileras de grandes jaulas en el porche. Algunas, sobre todo las especies más pequeñas, viven en dos grandes pajareras donde forman bandadas y vuelan, acercándose algo a su estado natural. Erden espera construir diez pajareras más.
Muchos loros son monógamos, y establecen vínculos de toda la vida con otros pájaros y, en casas, con humanos. Una alta prioridad es ayudarles a encontrar una nueva pareja. Escogidas por ellos mismos, las parejas no son necesariamente del sexo opuesto ni de la misma especie.
Milo, un guacamayo de las verdes que mide un metro y medio de cabeza a cola, llegó hace seis años después de ser rescatado del fétido sótano de una persona inestable. Erden ya había estado mirando con quién aparejar a Rah Rah, un guacamayo militar casi tan grande como Milo, así que los dejó solos en una jaula grande.
"Lo primero que hizo Milo fue decir ‘Hola’ con una potente voz", contó. "Rah Rah se cayó literalmente de la percha".
Dos días después, dijo Erden, los pájaros estaban en la percha juntos, y Milo en realidad tenía un ala sobre el lomo de Rah Rah. Ninguno de los dos son amistosos hacia los humanos. Pero Rah Rah, que nunca dijo nada en inglés, empezó a emitir un ocasional ‘Hola’ y "¿Cómo te va?’ Por supuesto, todo con el acento de Milo.
Jasminez, un loro verde de cabeza amarilla de casi diez años, fue entregada por su amo que enfermó después de una serie de derrames. Aquí se aparejó con Tabasco, de la misma especie, de edad desconocida, y ahora los dos se limpian y alimentan mutuamente.
Pero cuidado con los intrusos. Cuando Erden paraba a hablar con Jasmine, Tabasco empezaba a picotear a Jasmine por celos, una conducta que estos loros exhiben en estado natural para impedir que sus parejas flirteen con rivales.
Sus capacidades de imitación son a veces tan acentuadas que es difícil no atribuirles raciocinios humanos. Cuando Erden se acercaba a Stinkerbelle, un pequeño loro monjita verde-gris [Quaker], el pájaro gritaba: "¡No, no, no!", picoteaba el dedo de Erden, y gritaba burlón: "¡Ha, ha, ha, ha!"
Lo último que quiere el santuario es tener descendencia. A veces los pájaros tienen sexo. Pero sin los nidos apropiados, rara vez ponen huevos, y cuando lo hacen, son cambiados por huevos de cerámica, hasta que los padres pierden interés.
Mientras trabaja para ampliar y mejorar el santuario, cuyo presupuesto operacional de 250 mil dólares al año es financiado por donaciones, Erden se preocupa sobre una potencial avalancha de loros no deseados para cuando los de la generación del 68 o baby boomers con mascotas se pongan enfermizos.
"Nos están llamando personas de sesenta y setenta que tienen que dar sus pájaros", dijo. "No vemos el fin del problema".

19 de abril de 2006
©new york times
©traducción mQh
rss

0 comentarios