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contra el carné de identidad


¿Para qué sirve la tarjeta nacional de identidad?
Los estadounidenses se han opuesto siempre, y justificadamente, a la idea de una tarjeta nacional de identidad. ¿Por qué cambiar ahora?
Es una idea escalofriante y familiar de las películas de espías, pero también se ha implementado en estados totalitarios en la vida real: Sin provocación alguna, un agente de policía pide a un ciudadano que le muestra sus documentos de identidad. El desafortunado conductor o transeúnte hurga en su billetera, sabiendo que el precio por andar ‘sin papeles' podría ser su detención e incluso encarcelación.
Este escenario de pesadilla ayuda a explicar por qué presidentes y legislaturas sucesivas se han opuesto a la idea de una tarjeta nacional de identidad, y por qué la Corte Suprema resolvió hace tres años que la policía puede exigir que alguien se identifique sólo si existe alguna ‘sospecha fundada' de que ha cometido algún delito. A los ciudadanos no les gusta tener que demostrar quiénes son.
Pero ahora se les está diciendo, y más recientemente por una corte de apelaciones federal, que tienen que superar sus complejos con respecto al carné de identidad. En una opinión que mantiene la exigencia en Indiana de que los votantes muestren carnés de identidad con fotos en los lugares de votación, el juez Richard Posner, de la Corte de Apelaciones federal del Séptimo Circuito, reconoció que algunos votantes, demócratas en su gran mayoría, desistían de votar por esa exigencia de identificación. Pero en lo esencial les dijo que tenían que entrar al siglo 21.
Es "extremadamente difícil", escribió Posner, "moverse hoy en Estados Unidos sin un carné de identidad con foto (trate de subir a un avión, o incluso de ingresar a un rascacielos, como el que alberga a este tribunal, sin un carné)... y, como consecuencia, la inmensa mayoría de los adultos tienen esos documentos de identidad".
La Corte Suprema ha accedido a revisar la constatación de Posner de que las exigencias de portar el carné de identidad en Indiana no viola la Constitución. Pero incluso si esa decisión es revocada, los defensores de la privacidad deben responder a su alegato más substantivo: que la combinación de progreso técnico y la amenaza terrorista han transformado en pintorescas las tradicionales reservas sobre el carné de identidad. La resistencia es inútil.
Pero nosotros no creemos que sea así. Si cabe, los avances en el almacenamiento electrónico de datos no justifican una tarjeta de identidad o de la Seguridad Social para todo propósito, porque en este caso un usurpador de identidad sólo necesitará robar un solo documento para obtener acceso a toda la información personal del afectado. Es por eso que tanto las agencias federales como del estado desalientan -y en California, prohíben- que las empresas exhiban los números de la Seguridad Social en documentos, placas o correspondencia a menos que así lo exija la ley.
Pero en sus intentos por detener la deriva hacia la sociedad intrusiva que supone el carné de identidad, los defensores de la privacidad deben elegir cuidadosamente sus batallas. Una que vale la pena librar es la exigencia de una tarjeta de identidad con fotografía para los votantes. Constitucional o no, es una solución demasiado radical para un problema demasiado pequeño. En la ausencia de evidencias significativas de fraude en los lugares de votación, la exigencia de una tarjeta de identidad es, en el mejor de los casos, una distracción, y, en el peor, un obstáculo para el ejercicio del sufragio.
Posner, sin embargo, tiene razón en que como parte de las secuelas del 11 de septiembre de 2001, el carné de identidad con foto va a ser parte de la experiencia de viaje en este país por el futuro previsible. Este es un acomodo razonable que reconoce una previsible realidad: que un avión o un tren se puede convertir en un instrumento del terrorismo. La cuestión es lograr que la identificación en aeropuertos y estaciones de trenes sea más fiable sin crear una tarjeta nacional de identidad.
Aquí el peligro es que la política de inmigración va a producir un punto muerto entre Washington y los estados en los que funcionarios de la Seguridad Interior se negarán a reconocer las licencias de conducir de algunos estados, sea porque se les entregó a inmigrantes ilegales, sea porque no cumplen con las normas de la ley de 2005 conocida como Ley de Identificación Real.
Esta página que respaldado en California las propuestas para entregar licencias de conducir a inmigrantes ilegales, provisto de que presenten un certificado de nacimiento, un carné de identidad de su país de origen y una prueba de que viven en California, y se sometan a un control de antecedentes. Pero bajo la Ley de Identificación Real, esas licencias no serían aprobadas para fines federales. Como resultado, los viajeros de un estado que emita licencias a inmigrantes ilegales, podrían tener que portar un pasaporte incluso para viajes dentro del país, acercándonos mucho más a una tarjeta nacional de identidad.
El principal motivo para legalizar a los residentes indocumentados de Estados Unidos no es resolver el debate sobre la tarjeta nacional de identidad. Pero entre sus beneficios la reforma de la inmigración disminuiría la estampida hacia un Estados Unidos donde los ciudadanos deban probar continuamente quiénes son.

9 de octubre de 2007
7 de octubre de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
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