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¿qué es un fascista?


[Laura Miller] 'Fascismo': ninguna otra palabra ha sido usada más libremente por gente que no tiene idea de lo que significa, y esto incluye a los ‘posmodernos'. ‘¡Fascista!' fue durante años el epíteto preferido con que se denostaba la conducta autoritaria, los estereotipos raciales e incluso ciertas tendencias en diseño. Luego, durante un tiempo, el insulto, que sufrió un tipo de inflación retórica, dejó de hacer mella; cuando se usaba, hacía de la persona que lo emitía una persona histérica, que era entonces exiliada a los oscuros bordes del extremismo, donde las teorías conspirativas y otras Casandras chillan sus profecías y rellenan sus listas de correspondencias, que serían demasiado terribles como para ser ignoradas.

En el clima político más polarizado, la acusación de ‘fascista' está volviendo al escenario. Escribe la palabra en Google y lo primero que saldrá es un ensayo de Anis Shivani, titulado ‘¿Se está Transformado América en fascista?', en el que el principal argumento parece ser que si los "liberales de izquierda" no toman este asunto seriamente, la respuesta debe de ser positiva. Dos respuestas del concurso MoveOn buscando anuncios que "digan la verdad" sobre George W. Bush, comparó al presidente Bush con Adolf Hitler, dando a los genios de la derecha otra suculenta oportunidad de hacerse los mártires de una banda de izquierdistas calumniadores e ignorantes. ¿Cómo puede alguien con algo de razón proponer semejante comparación, se pregunta la derecha; cómo puede uno no hacerla, grita Shivani con igual fervor, ya que las similitudes son tan extraordinarias?
Ningún lado arroja mucha luz sobre qué es exactamente el fascismo y cómo se puede identificar a una persona o régimen; se da por sentado que todo el mundo lo sabe. De verdad, la introducción de Hitler en la mayoría de las conversaciones es un signo de que las pasiones se han encendido a tal punto que la civilidad se ha hecho imposible. (De ahí viene la famosa Ley de las Analogías Nazis, formulada por el abogado de la libertad de expresión en internet, Mike Godwin, para describir intercambios particularmente acalorados: "A medida que la discusión online crece, se intensifica la probabilidad de una comparación con los nazis o con Hitler -esto es, se hace inevitable). "¡Hitler era vegetariano!", es sólo el ejemplo más gratuito de esta especie de salida.
Pero parece que incluso aquellos que se han dedicado al estudio del fascismo no se pueden poner de acuerdo en su descripción. Robert O Paxton, un antiguo profesor de ciencias sociales de la Universidad de Columbia y antiguo historiador de ese movimiento político, se propuso formular una definición operacional en su nuevo libro, ‘The Anatomy of Fascism'. Según Paxton, sólo ha habido dos regímenes verdaderamente fascistas -la Alemania nazi e Italia bajo Mussolini, el hombre que dio al fascismo su nombre. Y algunas cosas que creemos sobre ellos son erróneas.
Paxton dice que la mayoría de las teorías sobre el fascismo se concentran en lo que los líderes de "la más importante innovación política del siglo 20" dijeron o escribieron, más que en lo que realmente hicieron. Gran diferencia. Por ejemplo, en sus fases iniciales (y la mayoría de los movimientos fascistas nunca superaron esas fases iniciales), los líderes e ideólogos fascistas atacaban a los "capitalistas de la banca internacional" y a la burguesía "blanda", prometiendo defender los derechos de los obreros, artesanos y campesinos. Una vez en el poder, si lograban llegar tan lejos, abandonaban esos planes, excepto en cuanto a un par de concesiones estratégicas.
‘The Anatomy of Fascism' lleva a los lectores paso por paso por el proceso de surgimiento, florecimiento y marchitamiento de estos dos estados de pesadilla, comparándolos con otras iniciativas menos afortunadas de instalar gobiernos parecidos en España, Francia y algunos países no europeos. Sólo al final revela Paxton la definición con la que se conforma. Esta es:

"[...] una forma de conducta política caracterizada por una preocupación excesiva con la decadencia de la comunidad, la humillación o la victimización y los cultos compensatorios de unidad, energía y pureza, en la que un partido de masas de militantes nacionalistas convencidos, trabajando en una colaboración difícil pero efectiva con las elites tradicionales, anula las libertades democráticas y ejerce una violencia redentora y sin limitaciones éticas o legales para lograr sus objetivos de limpieza interna y expansión externa".

En esta definición, no es necesario construir campos de concentración para ser fascista (Mussolini no lo hizo), pero sí tienes que provenir de algún lugar de fuera de los pasillos del poder establecido, como Mussolini (un antiguo maestro) y Hitler (un pintor frustrado). George W. Bush pertenece a lo que Paxton llama la "elite tradicional" de Estados Unidos, esa parte de la sociedad que colaboró a regañadientes con los partidos fascistas, antes que fundarlos.
Paxton explica el cóctel sociopolítico generalmente aceptado que dio a los regímenes fascistas de Europa la materia prima sobre la que crecer. Escoja un país desmoralizado y económicamente asolado por una guerra masiva. Agregue dos fuerzas políticas que hayan fracasado en ofrecer una solución: el conservadurismo y el liberalismo. (Paxton usa la clásica definición de "liberalismo" como una perspectiva que favorece la economía de libre mercado y una idea de la ciudadanía basada en los derechos individuales, con un mínimo de interferencia del estado en la mayoría de los aspectos de la vida). Agregue a esto la amenaza de una revolución de izquierda. "Es esencial recordar lo real que parecía una revolución comunista en la Italia de 1921 y en la Alemania de 1932", escribe Paxton. La mayoría de los gobiernos parlamentarios liberales de la época fueron impotentes ante la Amenaza Roja, y los conservadores, adoradores de las jerarquías anticuadas, no tenían el electorado para contraatacar.
Introduzca, en esta situación, un partido político incendiario, que pueda movilizar montón de gente de todas las clases y que se oponga furiosamente al comunismo. Rellénelo de hombres jóvenes e inflamados más que dispuestos a dejarse ver y escacharrar algunas cabezas si fuere necesario. A los conservadores no les gustaban un montón de cosas de los toscos, violentos y desalmados fascistas, pero si asociarse con Hitler o con Mussolini era el único modo de proteger sus propiedades y sus posiciones del peligro bolchevique, estaban más que dispuestos a hacer compromisos. Además, creían que podían controlar a sus nuevos amigos de ojos desencajados, los que tenían muy poca idea y experiencia en las sutiles artes de gobernar. Y esto fue, para decirlo con generosidad, un gran error.
Paxton detalla cómo operan varios otros elementos claves de un régimen fascista: un líder carismático, por ejemplo, puede mantener a los fieles a bordo, a pesar de que la elite del partido haga, por ejemplo, compromisos con los conservadores. Pero uno de sus puntos más importantes es que el fascismo es menos una estrategia de gobierno -los nazis y los fascistas italianos estaban perfectamente dispuestos a eliminar partes de sus programas si estos interferían con la formación fortuita de alianzas con los ricos y los poderosos- que una estrategia para hacerse con el poder. Para hacer esto, necesitaban reunir montones de seguidores entusiastas. Como los primeros jefes de campaña modernos, los fascistas se dieron cuenta de que para las clases menos educadas y atentas, la política no es un asunto de ideas, sino de sentimientos. Así, como escribe Paxton, "El fascismo era un asunto más visceral que cerebral".
Algunos de los temas básicos siguieron siendo consistentes: la necesidad de cada miembro de la sociedad de sacrificarse a sí mismo por el bien más grande del país y la voluntad de eliminar los "elementos" impuros o débiles. A cambio, te pegas un colocón, "la calidez de pertenecer a una raza que está ahora completamente consciente de su identidad, de su destino histórico y de su poder; la excitación de participar en una vasta empresa colectiva; la gratificación de sumergirse uno mismo en una ola de sentimientos compartidos con otros y de sacrificar los pequeños intereses de uno por el bien del grupo; la emoción del poder". Era a la vez moderno y primitivo, populista y autoritario, escribe Paxton, un "movimiento que despreciaba el pensamiento". Los nazis no se lo pensaban dos veces a la hora de hacer promesas electorales mutuamente excluyentes a dos electorados diferentes. Mientras pudieron satisfacer las ansias de mano dura del electorado y los deseos de los conservadores de preservar sus posiciones, los fascistas se catapultaron al poder.
No todos los regímenes fascistas son anti-semitas o laicos ni se oponen al arte vanguardista, aunque algunos sí. Como dice Paxton, usan los materiales culturales a la mano, "mientras que el nuevo fascismo necesariamente demonizará al enemigo, interno y externo, el enemigo no será necesariamente el judío". Paxton considera el Ku Klux Klan como la organización proto-fascista clásica, mientras que en Rusia una revuelta fascista hábil sería "religiosa, anti-semita, eslavófila y anti-occidental". Sin embargo, para ser fascistas necesitan más que ser simplemente autoritarios y estar empeñados en desmantelar los derechos civiles. Una dictadura promedio no se atreve a "desatar la excitación del fascismo", que es la razón por la que son estables, mientras que el fascismo no; la mayoría de los regímenes fascistas se desgastan.
La gran pregunta, cómo reconocer el nacimiento de un nuevo fascismo, es una de las cuestiones más complicadas que plantea este libro. Paxton nos da un concepto fluido con el que trabajar, y luego rebate una larga lista de candidatos potenciales, porque no satisfacen uno u otro criterio. No construyeron "estructuras paralelas" -agencias del partido que reproducen y luego reemplazan partes del gobierno legítimo-, una táctica crucial de los fascistas. O concedieron demasiado a los trabajadores, o el líder finalmente ahogó al partido y transformó al estado en una dictadura convencional. Luego tienes el colapso de la amenaza comunista, que ya no puede empujar a los conservadores a los brazos del nuevo movimiento fascista. Quizás eso en sí mismo es lo que ha hecho obsoleto al fascismo. A propósito del convincente candidato que es Slobodan Milósevic, escribe, "Debe admitirse que el nacionalismo serbio no desplegó ninguno de los adornos exteriores del fascismo, excepto la brutalidad", incluso aunque Milósevic alimentara pasiones nacionalistas, tratara de "purgar" la población de los "indeseables" y abogara por el uso de la violencia. Milosevic no cuenta porque era un "presidente electo", que "adoptó el nacionalismo expansionista como un medio de consolidar un gobierno personal ya existente", lo que lo contrasta con Hitler, el canciller al que es difícil seguir.
Paxton también elimina a otro contendiente contemporáneo al título: la militancia musulmana, condenada como la nueva amenaza totalitaria por los conservadores y algunos pensadores estadounidenses inclinados hacia la izquierda, como Paul Berman, que apoyó la actual guerra de Iraq como un golpe contra ese nuevo peligro. Paxton sostiene que el fascismo surge solamente en países donde la democracia ha fracasado estrepitosamente en resolver las desgracias del país, donde se puede persuadir a la gente de renunciar a las libertades públicas para recuperar un sentido de poder, de momentum y de resolución. Los islamistas que se apoderaron de Irán o que todavía están tratando de hacerse con Argelia, no vivían en primer lugar en países democráticos. Los talibanes intervinieron en lugares donde esencialmente no había un estado, y los militantes de otros países del mundo árabe tienen poco poder político real.
Quizás, pero si el fascismo es tan culturalmente oportunista como sostiene Paxton, ya se está adaptando a las nuevas condiciones. Y en el mundo no occidental, aquellas condiciones incluyen una religión que es inseparable del estado. Si los mullahs de Irán no son expansionistas (hacer la guerra es el modo preferido de los fascistas de atizar una eufórica unidad nacional), Osama Bin Laden ciertamente sueña con restaurar el califato. Ambos son partidarios de una visión pre-moderna idealizada de la nación del islam que tratan de realizar con el uso de las últimas tecnologías, siguiendo el clásico modelo fascista. Quizás el fascismo mutará de ser una revuelta ultra-nacionalista contra el fracaso de las democracias liberales occidentales, en una revuelta ultra-beata contra el fracaso del nacionalismo árabe. Quizás entonces no habrá más fascismo, pero se le parecerá mucho.
Más cerca de casa, usando la definición de Paxton, ¿es George W. Bush un fascista? No. Estados Unidos a comienzos de los años 2000 no se parece mucho a la Alemania de los años 30. Pero eso no significa que las limitaciones del gobierno de los derechos civiles, los llamados sensibleros al patriotismo al lanzar una mal concebida guerra contra Iraq y dirigida de manera inepta, o los esfuerzos por conducir los asuntos del gobierno con excesivo secreto, no sean extremadamente preocupantes. Las comparaciones de Bush con Hitler no arrojan mucha luz sobre su política, pero nos muestran la ira que ha causado. Habitualmente, cuando los estadounidenses le dicen a algún político que es un ‘fascista', no es porque sepamos que tiene una brigada extra-gubernamental de matones con botas nazis dispuestos a atacar a sus enemigos. Es porque es lo más cercano a lo peor que podemos pensar para insultar a alguien. Pero puedes ser un mal líder que hace cosas malas sin merecer que se te compare con los nazis ni que se hagan ominosas referencias del tipo "esto puede ser el principio de muchos males". Todos conocemos el poema sobre ese alemán que no quiso dar la cara cuando llegaron los nazis a por él, y eso, digamos la verdad, no es una buena manera de vigilar si gritamos 'Hitler' ante cada provocación. Como la mayoría de las veces no es Hitler el que viene, cuando finalmente llegue queremos asegurarnos de que la gente nos sigue escuchando.

19 abril 2004 ©salon.com ©traducción mQh"

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