chile, el niño rico del bloque
[Larry Rother] Santiago, Chile. Se suponía que cerrar tratado de libre comercio con Estados Unidos sería el momento mágico que certificaría la entrada de Chile en el exclusivo club de países estables, democráticos y prósperos. En su lugar, el nuevo acuerdo, firmado en enero, ha encendido una vez más el debate, a veces angustiado, sobre qué significa ser latinoamericano y si Chile ha de algún modo perdido esas características esenciales.
Desde el comienzo de la década, los tres países vecinos de Chile han sufrido convulsiones políticas y económicas que han obligado a cambios de gobierno. En marcado contraste con Argentina, Bolivia y Perú, para no mencionar al resto de América Latina, estos días Chile parece "aburrido, pero virtuoso", para usar el título de un reciente informe de una agencia de corretaje de de Wall Street.
Este es un país donde la mayoría de la gente paga sus impuestos, las leyes son rígidamente aplicadas y los agentes de policía aceptan rara vez ser sobornados. Esto es inusual en América Latina y debería ser probablemente un motivo de festejo. Sin embargo, el resto de la región está mirando a Chile como si pasara algo malo, porque no tiene lo que los brasileños llaman "bagunça", o lo que los argentinos llaman "quilombo" -no es apasionadamente desordenado, ni turbulento, ni caótico.
"Durante muchos años, la imagen de Chile es la de un país que es "diferente" y "solitario", comenta el comentarista político peruano Álvaro Vargas Llosa recientemente en un ensayo que causó muchos comentarios aquí. "Curiosamente, aunque Chile ha emprendido un creciente comercio con el mundo y atraído a inversores, se lo percibía como un espacio "aislado", algo que es más psicológico que político o económico".
A los chilenos se les recordó este pasado año abruptamente su impopularidad cuando una rebelión en la vecina Bolivia derrocó a un presidente que apoyaba la exportación de gas natural a través de un puerto chileno. Bolivia ha estado sin acceso al mar desde que perdió la guerra con Chile en 1879, y los chilenos se sorprendieron al descubrir que muchos latinoamericanos -liderados por Hugo Chávez, el presidente venezolano- apoyaban el reclamo histórico de Bolivia de recuperar un pedazo del litoral.
Ha sido así por lo menos durante una generación, Chile como la excepción de Sudamérica.
Cuando Salvador Allende llegó al poder en 1970, el resto del Cono Sur estaba gobernado por dictaduras militares, y para cuando esos países comenzaron a volver a la democracia en los años ochenta, el general Augusto Pinochet estaba en el poder.
Los chilenos ganaron simpatía durante la dictadura de Pinochet cuando "la solidaridad con Chile era una causa en la que la gente de América Latina creía, algo así como España a fines de los 1930", dice el escritor Ariel Dofman. Pero eso cambió cuando volvió la democracia, dijo. "Mucha gente resintió la conducta de los chilenos, especialmente de nuestros empresarios, que compraron todos los bancos y las compañías de teléfono y electricidad y por comportarse de manera arrogante e insoportable".
Hoy, Chile es un país hiper-capitalista en un momento en que Brasil, Argentina, Venezuela, Ecuador y Uruguay se están desplazando hacia la izquierda y cuestionando el libre comercio y los mercados abiertos. Chile está también sufriendo de lo que podríamos llamar el síndrome del alumno favorito. Desde los años ochenta, otros países latinoamericanos han tenido que soportar repetidos sermones de Estados Unidos, Europa y Japón de la necesidad de parecerse a Chile en abrir sus economías al mundo exterior y combatir la corrupción.
"Por alguna misteriosa razón socio-cultural, nos hemos transformado en el "chico serio del barrio", reconoció Mario Waissbluth, un asesor comercial aquí, recientemente en un ensayo para el diario La Tercera. "Somos el estudiante pazguato que hace sus deberes y es odioso para el resto" de sus compañeros.
"Obviamente, es mejor ser aburrido y virtuoso que sangriento y pinochetista, pero Chile ha sido un país muy triste durente muchos años", dijo Dorfman, una de cuyas novelas, Nana y el Iceberg' deconstruye Chile en una imagen "seria y eficiente" de sí mismo.
"La modernización no necesariamente carece de alma, y creo que eso es lo que está pasando".
El Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos ha agravado todos estos sentimientos contradictorios. "Todos, desde Perú a Colombia, están luchando con uñas y dientes para conseguir la misma condición", escrió Vargas Llosa. "Pero les duele que Chile se les haya adelantado".
Funcionarios de gobierno aquí dicen que están conscientes de la imagen y están tratando de mejorar las relaciones con sus vecinos. Pero sus iniciativas se han limitado principalmente a iniciativas orientadas hacia el comercio, como despachar delegaciones a Brasil y América Central para asesorarles sobre qué esperar de lasnegociaciones con Estados Unidos.
"Mi preocupación es que los chilenos sean vistos como los nuevos fenicios de América Latina, solo buenos para el comercio", dijo María de los Ángeles Fernández, directora del programa de ciencias políticas de la Universidad Diego Portales. "Eso no es suficiente para tener buenas relaciones. Necesitas otros medios de comunicación".
Simultáneamente, empero, Chile también está tratando de establecer nuevas alianzas más allá de su propio y problemático vecindario. Un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea entró en vigor el pasado año, un acuerdo similar con Corea del Sur ha sido ratificado, y en noviembre Chile será anfitrión de una conferencia de los 21 miembros de la Cooperación Económica Asia- Pacífico, un esfuerzo por fortalecer su identidad como parte de un igualmente aburrida pero virtuosa cuenca del Pacífico. En estos días (junio), Chile afina la firma de un nuevo tratado bilateral de libre comercio, esta vez con China.
"Estamos tratando de hacer todo lo posible por alcanzar a integrarnos", con el mundo más allá de América Latina, dijo Ricardo Lagos Weber, el principal organizador de la conferencia e hijo del presidente en una entrevista. Pero hay se reconoce aquí, agregó, que Chile "no puede ser un enclave de modernidad rodeado de pobreza, inestabilidad y mala onda" sin sufrir las consecuencias.
©washington post ©traducción mQh
Desde el comienzo de la década, los tres países vecinos de Chile han sufrido convulsiones políticas y económicas que han obligado a cambios de gobierno. En marcado contraste con Argentina, Bolivia y Perú, para no mencionar al resto de América Latina, estos días Chile parece "aburrido, pero virtuoso", para usar el título de un reciente informe de una agencia de corretaje de de Wall Street.
Este es un país donde la mayoría de la gente paga sus impuestos, las leyes son rígidamente aplicadas y los agentes de policía aceptan rara vez ser sobornados. Esto es inusual en América Latina y debería ser probablemente un motivo de festejo. Sin embargo, el resto de la región está mirando a Chile como si pasara algo malo, porque no tiene lo que los brasileños llaman "bagunça", o lo que los argentinos llaman "quilombo" -no es apasionadamente desordenado, ni turbulento, ni caótico.
"Durante muchos años, la imagen de Chile es la de un país que es "diferente" y "solitario", comenta el comentarista político peruano Álvaro Vargas Llosa recientemente en un ensayo que causó muchos comentarios aquí. "Curiosamente, aunque Chile ha emprendido un creciente comercio con el mundo y atraído a inversores, se lo percibía como un espacio "aislado", algo que es más psicológico que político o económico".
A los chilenos se les recordó este pasado año abruptamente su impopularidad cuando una rebelión en la vecina Bolivia derrocó a un presidente que apoyaba la exportación de gas natural a través de un puerto chileno. Bolivia ha estado sin acceso al mar desde que perdió la guerra con Chile en 1879, y los chilenos se sorprendieron al descubrir que muchos latinoamericanos -liderados por Hugo Chávez, el presidente venezolano- apoyaban el reclamo histórico de Bolivia de recuperar un pedazo del litoral.
Ha sido así por lo menos durante una generación, Chile como la excepción de Sudamérica.
Cuando Salvador Allende llegó al poder en 1970, el resto del Cono Sur estaba gobernado por dictaduras militares, y para cuando esos países comenzaron a volver a la democracia en los años ochenta, el general Augusto Pinochet estaba en el poder.
Los chilenos ganaron simpatía durante la dictadura de Pinochet cuando "la solidaridad con Chile era una causa en la que la gente de América Latina creía, algo así como España a fines de los 1930", dice el escritor Ariel Dofman. Pero eso cambió cuando volvió la democracia, dijo. "Mucha gente resintió la conducta de los chilenos, especialmente de nuestros empresarios, que compraron todos los bancos y las compañías de teléfono y electricidad y por comportarse de manera arrogante e insoportable".
Hoy, Chile es un país hiper-capitalista en un momento en que Brasil, Argentina, Venezuela, Ecuador y Uruguay se están desplazando hacia la izquierda y cuestionando el libre comercio y los mercados abiertos. Chile está también sufriendo de lo que podríamos llamar el síndrome del alumno favorito. Desde los años ochenta, otros países latinoamericanos han tenido que soportar repetidos sermones de Estados Unidos, Europa y Japón de la necesidad de parecerse a Chile en abrir sus economías al mundo exterior y combatir la corrupción.
"Por alguna misteriosa razón socio-cultural, nos hemos transformado en el "chico serio del barrio", reconoció Mario Waissbluth, un asesor comercial aquí, recientemente en un ensayo para el diario La Tercera. "Somos el estudiante pazguato que hace sus deberes y es odioso para el resto" de sus compañeros.
"Obviamente, es mejor ser aburrido y virtuoso que sangriento y pinochetista, pero Chile ha sido un país muy triste durente muchos años", dijo Dorfman, una de cuyas novelas, Nana y el Iceberg' deconstruye Chile en una imagen "seria y eficiente" de sí mismo.
"La modernización no necesariamente carece de alma, y creo que eso es lo que está pasando".
El Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos ha agravado todos estos sentimientos contradictorios. "Todos, desde Perú a Colombia, están luchando con uñas y dientes para conseguir la misma condición", escrió Vargas Llosa. "Pero les duele que Chile se les haya adelantado".
Funcionarios de gobierno aquí dicen que están conscientes de la imagen y están tratando de mejorar las relaciones con sus vecinos. Pero sus iniciativas se han limitado principalmente a iniciativas orientadas hacia el comercio, como despachar delegaciones a Brasil y América Central para asesorarles sobre qué esperar de lasnegociaciones con Estados Unidos.
"Mi preocupación es que los chilenos sean vistos como los nuevos fenicios de América Latina, solo buenos para el comercio", dijo María de los Ángeles Fernández, directora del programa de ciencias políticas de la Universidad Diego Portales. "Eso no es suficiente para tener buenas relaciones. Necesitas otros medios de comunicación".
Simultáneamente, empero, Chile también está tratando de establecer nuevas alianzas más allá de su propio y problemático vecindario. Un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea entró en vigor el pasado año, un acuerdo similar con Corea del Sur ha sido ratificado, y en noviembre Chile será anfitrión de una conferencia de los 21 miembros de la Cooperación Económica Asia- Pacífico, un esfuerzo por fortalecer su identidad como parte de un igualmente aburrida pero virtuosa cuenca del Pacífico. En estos días (junio), Chile afina la firma de un nuevo tratado bilateral de libre comercio, esta vez con China.
"Estamos tratando de hacer todo lo posible por alcanzar a integrarnos", con el mundo más allá de América Latina, dijo Ricardo Lagos Weber, el principal organizador de la conferencia e hijo del presidente en una entrevista. Pero hay se reconoce aquí, agregó, que Chile "no puede ser un enclave de modernidad rodeado de pobreza, inestabilidad y mala onda" sin sufrir las consecuencias.
©washington post ©traducción mQh
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rafael -