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con destino a ninguna parte


[David Remnick] Uno de los propósitos declarados de la intervención norteamericana en Oriente Medio es provocar un movimiento de democratización en la zona. Y Egipto ha sido llamado por el presidente Bush ha desempeñar un papel de avanzada, mostrando a los otros el camino a seguir. Pero los egipcios no tienen realmente muchas ganas. Este reportaje del New Yorker fue publicado el 12 de julio de este año.En el Egipto de Mubarak, la democracia es una idea cuyo tiempo aún no ha llegado.
En noviembre pasado, el presidente Bush leyó un discurso en la Red Nacional para la Democracia [National Endowment for Democracy] en Washington, explicando en detalle la más altiva justificación de la guerra contra Iraq: su determinación a rehacer el mapa político desde África del Norte hasta la península árabe. Fue el discurso más extremista de un conservador extremista. A fines del siglo veinte, dijo Bush, ha marcado "el más rápido avance de la libertad en los 2500 años de historia de la democracia", un avance que comenzó con Portugal, España y Grecia hace más de 30 años, que se extendió a Corea del Sur y Taiwán y luego, finalmente, a Sudáfrica y todo el imperio soviético. Según las cuentas del presidente, había 40 democracias en el mundo a principio de los setenta y cien hacia 2000. No mencionó el fortalecimiento de los regímenes autoritarios de Asia Central y otros lugares. Para Bush, una región en particular ha permanecido testarudamente libre. "¿Están los pueblos de Oriente Medio más allá del alcance de la libertad?", preguntó. Estados Unidos, declaró, ha "adoptado una nueva estrategia, una estrategia de acelerar la libertad en Oriente Medio" que dependerá de "la persistencia y energía e idealismo" de Estados Unidos, pero también de los países árabes -sobre todo del más poblado, poderoso e influyente de la región. "La grande y orgullosa nación egipcia ha mostrado el camino hacia la paz en Oriente Medio", dijo Bush, "y ahora mostrará el camino hacia la democracia".
La lógica de esa enseñanza teórica no pasó desapercibida para los egipcios: del mismo modo que Anwar Sadat, un cuarto de siglo antes, voló a Jesuralén para firmar la paz con Israel, Hosni Mubarak, presidente incuestionable durante cuatro períodos de gobierno, un faraón moderno, debería dar igualmente un paso audaz y crear una democracia constitucional, incluso al riesgo de entregar el poder. Egipto es históricamente central, una civilización de más de siete mil años de historia, y, a diferencia de las sociedades sectarias de Siria e Iraq o la arribista dinastía de los déspotas del petróleo de Arabia Saudí y Kuwait, es realmente un nación-estado, el centro de todas las tendencias, intelectuales e ideológicas, del mundo árabe. En la mente de Bush, al menos, estaba animando una revolución desde arriba, una pereitroika árabe. Y la revolución, dejó en claro, debía comenzar en El Cairo.

Por supuesto, no ha habido ninguna revolución en El Cairo, y no hay señales de que venga. Parte de los daños colaterales del gobierno de Bush en su guerra contra Iraq ha sido la erosión del prestigio y la influencia norteamericanas en todo el mundo. Antes que seguir el ejemplo de Bush sobre la democracia, el régimen mismo de Mubarak se ha presentado ante Estados Unidos como un ejemplo a seguir: Dejémonos de pretender que vivimos en una sociedad abierta, parecen querer decir sus líderes. Su temor más grande, como el nuestro, es el terrorismo, y el único modo de derrotar a un enemigo como ese es aplastándolo. Poco después del 11 de septiembre, Atef Ebeid, el primer ministro egipcio, dio un consejo comprensivo a un aliado todavía conmocionado por su encuentro con la capacidad de la yihad. "Estados Unidos y el Reino Unido, incluyendo a los grupos de derechos humanos, han estado en el pasado insistiendo en que respetemos los derechos humanos de esos terroristas", dijo. "Pero puedes respetar todos sus derechos humanos sólo hasta que te matan. Después de los terribles crímenes cometidos en Nueva York y Virginia, quizá muchos países occidentales comenzarán a ver la lucha de Egipto contra el terrorismo como un nuevo modelo".

Ebeid se refería a una larga historia. El radicalismo islámico moderno nació en los años veinte en las aldeas del Alto Nilo y en las calles y mezquitas de El Cairo. En comunicados a lo largo de los años, Osama Bin Laden se ha referido a menudo a ese período como uno de calamidades y humillación -una clara alusión, clara para todos en el mundo musulmán, al derrumbe del asiento imperial del islam, del califato otomano, basado en Constantinopla. En los años veinte, Kemal Atatürk, un revolucionario laico, prohibió el califato y fundó la República de Turquía. La Constantinopla musulmana se transformó en la cosmopolita Estambul. Al mismo tiempo, gran parte del mundo árabe estaba siendo repartido por las potencias más poderosas de Europa, y el nacionalismo desplazó la idea de crear un islam unificado.
Como reacción, en 1928 Hassan Al-Banna, un maestro formado teológicamente, que vivía cerca del Canal de Suez, fundó la Fraternidad Musulmana. Banna creía que en el islam, como un sistema completo, que proporciona consejos divinos sobre todo, desde los rituales diarios hasta la ley y la política y cuestiones del espíritu, y para el que todas las otras formas de pensamiento y organización social -el laicismo, el nacionalismo, el socialismo, el liberalismo- son ajenas. En su ensayo ‘Entre Ayer y Hoy', Banna escribe que los europeos colonialistas expropiaron los recursos de los países musulmanes y los corrompieron con "sus gérmenes asesinos: "Importaron sus mujeres semi desnudas en estas regiones, junto con sus licores, sus teatros, sus salas de baile, sus diversiones, sus historias, sus diarios, sus novelas, sus caprichos, sus juegos estúpidos, y sus vicios... Llegará el día en que los castillos de esta civilización materialista se derrumbarán sobre sus habitantes".
El lema de la fraternidad era, y sigue siendo: "Dios es nuestro objetivo; el Corán es nuestra constitución; el profeta, nuestro líder; luchar, nuestro camino; y la muerte por la causa de Dios es nuestra aspiración más alta". La fraternidad, como muchos grupos que llevan su huella décadas más tarde -Hamas, Hezbollah- fundaron organizaciones benéficas, clínicas, escuelas y grupos paramilitares clandestinos para promover la causa de una civilización islámica. Inicialmente, Faruk, el espectacularmente corrupto rey egipcio, usó a la fraternidad como una fuerza estabilizadora contra una oposición todavía más fuerte, los comunistas y los nacionalistas laicos. Y, a medida que la fraternidad hacía más miembros, fue capaz de actuar con más libertad. Pero cuando comenzaron las amenazas terroristas a la monarquía, el gobierno comenzó a percibir a la fraternidad como una verdadera amenaza. A fines de 1948, un miembro de la fraternidad asesinó al primer ministro Mahmud Fahmi Nuqrashi; se vengó en 1949, matando a tiros a Hassan Al-Banna cuando abordaba un taxi en El Cairo.
"La muerte de Hassan provocó una enorme conmoción en la fraternidad", me contó, no hace mucho tiempo, Gamal, el hermano que sobrevivió a Banna, en su apartamento en las afueras de la capital. El orador ideológico más fuerte de entre los líderes de facciones de la fraternidad era al mismo tiempo el más extremista -Sayyid Qutb. Gamal dijo que "Qutb era un hombre acomplejado" que se radicalizó después de un largo viaje por Estados Unidos a fines de los años cuarenta. En libros de teología y de teoría política -los más famosos son ‘A la Sombra del Corán' y ‘Letreros en el Camino'-, Qutb hizo popular una interpretación del Corán que, hasta hoy en día, es utilizada como una justificación de la violencia política en nombre de la fundación de un estado islámico. De acuerdo al Corán, antes del advenimiento del islam la humanidad vivía en estado de jahilyya, un estado de ignorancia y paganismo. Durante los viajes de Qutb a través de Estados Unidos, vio a gente viviendo en la decadente ciénaga de la obsesión comercial y la permisividad sexual -una encarnación moderna de la jahilyya.
En 1952, Gamal Abdel Nasser abolió la monarquía y se hizo con el poder prometiendo socialismo y nacionalismo pan-árabe. Nasser era un héroe en todo el mundo árabe por oponerse a Occidente, pero Qutb lo acusaba de ser tan bárbaro como los líderes de Occidente, y lo declaró kafir, infiel. En resumen, Qutb excomulgó al jefe de estado de la Comunidad de los Fieles y lo colocó fuera del alcance de la protección de la ley islámica.
Nasser trató primero de co-optar a la Fraternidad Musulmana, pero en 1954 el gobierno dijo que el grupo había tratado de asesinarlo, y llevó a cabo una serie de detenciones y ejecuciones. Durante los siguientes veinte años, la fraternidad se hizo clandestina. Muchos de sus miembros fueron obligados a exiliarse y fundaron grupos en Jordania, Siria, Arabia Saudí y Líbano. El hermano de Qutb, Muhammad, publicaba los trabajos de Qutb en Arabia Saudí, y pronto se distribuyeron por todo el mundo árabe. En 1965, Qutb fue detenido en El Cairo y un año más tarde fue juzgado y colgado. Sin embargo, su influencia persisitió. Junto con Mawlana Mawdudi, el principal líder del radicalismo islámico en Paquistán, y el ayatola Khomeini en Irán, Qutb sigue siendo uno de los ideólogos fundadores del radicalismo islámico.
Nasser murió en 1970, de un ataque al corazón, y cuando Sadat asumió el poder, comenzó a liberar a los islamitas de la cárcel como una manera de ampliar su base política. Bajo Nasser, los egipcios sufrieron una humillante derrota militar a manos de Israel en 1967 y hacia 1972 miembros de la fraternidad de la Universidad de El Cairo y en otros lugares se contaban entre los que pedían ruidosamente un nuevo enfrentamiento. El estudioso Fouad Ajami, nacido en el Líbano, en su libro de 1981, ‘El Aprieto Árabe', escribió que después de la conmoción y la desesperación de la guerra de 1967 Egipto necesitaba "solaz y consuelo" y sentía "nostalgia por la pureza" que sólo el islam podía proporcionar. Pero al permitir a los islámicos un regreso a la vida política, Sadat estaba haciendo una enorme concesión. Como escribe Gilles Kepel en su reciente libro de historia ‘Yihad': "Sadat renunció al monopolio estatal de la ideología, así como a la estrategia de contener la religión en la que había descansado su predecesor".
Sadat esperaba diferenciarse así de Nasser, como un hombre más piadoso y relativamente liberal. Permitió a la fraternidad que publicara su propio diario, Al Dawa (El Llamado del Islam); toleró el surgimiento de la Asociación Islámica (Gama'a Al-Islamiya), un grupo incluso más radical, que llamaba a llevar una "vida islámica pura" y causaba impacto en las universidades de El Cairo. También restauró algún grado la auto-estima de Egipto, cuando el ejército cruzó el Canal de Suez en las guerra con Israel de 1973. Sin embargo, cuando Sadat hizo su apertura hacia Menachem Begin y firmó el tratado de paz de Camp David en 1979, los islámicos se volvieron contra él. No aceptaron la idea de un orden político en Oriente Medio, un acomodo que permitiría a Israel un asentamiento permanente en tierras que ellos insisten en que son islámicas.

En El Cairo, y en ciudades del Alto Egipto tales como Asyut y Minia, los radicales herederos de Sayyid Qutb empezaron a organizar células y a emitir llamados para derrocar al régimen de Sadat. Una de las sectas radicales, bajo el liderazgo de un joven electrotécnico, Abd Al-Salam Faraj, declaró a Sadat "un apóstata del islam que se sienta a la mesa del imperialismo y del sionismo" y en 1981 Sadat fue asesinado mientras presenciaba una parada militar. Faraj escribió un panfleto, titulado ‘El Imperativo Oculto', consistente con las directivas de Qutb que justificaban el asesinato político. En el juicio, uno de los asesinos declaró: "Soy culpable de matar al infiel, y estoy orgulloso de ello".

Sadat fue sucedido por Hosni Mubarak, el comandante de la Fuerza Aérea, que fue una figura mucho más cauta y sin ambiciones ideológicas. Durante 23 años Mubarak ha vivido obsesionado por el poder y cómo mantenerse en él. Incluso desde el asesinato de Sadat mantuvo el estado de emergencia para justificar la guerra contra los extremistas religiosos. Con los años, decenas de miles de islamitas y otros oponentes políticos han pasado por las cárceles, habitualmente sin juicio o cargos. De acuerdo tanto a grupos de derechos humanos egipcios y organizaciones internacionales como Human Rights Watch, la tortura es "extendida y sistemática": golpizas, descargas eléctricas, aislamiento. Y Mubarak se ha mostrado siempre dispuesto a utilizar el máximo de fuerza para sofocar las protestas y los disturbios.
Finalmente, Mubarak desgastó al movimiento islámico en Egipto, un hecho que no fue admitido sino en 1997 cuando los dos principales grupos radicales declararon que terminarían todas sus operaciones violentas. Ese mismo año, más tarde, hubo un incidente cuando terroristas mataron a setenta personas en Luxor, pero desde entonces no ha pasado nada.

Montasser Al-Zayat, un abogado de edad media y rechoncho, ha sido la cara pública del radicalismo islamita de El Cairo durante muchos años. Es el principal abogado de Gama'a Al-Islamiya y promueve una interpretación de la ley muy diferente de la constitución relativamente laica de Egipto. Un letrero en la puerta de su oficina dice: "Sólo Gobierna Dios". Ha estado cuatro veces en prisión y cuenta entre sus amigos de la prisión a Ayman Al-Zawahiri, el líder yihadista egipcio que es el principal ideólogo y lugarteniente de Osama Bin Laden.
"Definitivamente, los grupos islámicos de Egipto están atravesando por un período de debilidad", me dijo. "Han sido metidos a la cárcel, atacados, torturados, interrogados. La mayoría de los jefes han sido matados. Hay todavía un montón de gente en la cárcel. Los que han sido dejados en libertad están tratando se hacerse un futuro, tratando de encontrar un modo de combatir lo que el régimen les ha hecho. Pero el estado de los asuntos islámico en general es todavía fuerte. La gente se siente en peligro, y se están acercando a los grupos islámicos, y más ahora desde los ataques norteamericanos" en Afganistán e Iraq. "Este sentimiento de amenaza a nuestra seguridad nacional, a nuestra identidad, está causando un profundo impacto en la gente".
En círculos radicales, la Fraternidad Musulmana es considerada como pasiva, dividida generacionalmente y demasiado acomodaticia con el régimen. Sus manifestaciones son invariablemente ordenadas, su programa para un estado islámico es vago a propósito. Pero Zayat dijo que pensaba que la fraternidad era la única organización "disidente" en Egipto que tenía una posibilidad de desplazar al actual régimen. "Aunque no soy un miembro de los Hermanos Musulmanes, creo que son el futuro político de Egipto", dijo Zayat. "En caso de que hubiera verdaderas reformas y elecciones, ellos están preparados, son competentes y están dispuesto a tomar las riendas del poder".
En todos los rincones de El Cairo oficial -en los despachos de gobierno, en los diarios- era la orden del día: los grupos radicales se habían eclipsado (se ocultaban o estaban en el exilio) y la Fraternidad Musulmana era, en un estado autoritario, la oposición en la sombra. Sus miembros ocupaban dieciséis de los 445 escaños del parlamento, y ocupan posiciones destacadas en las asociaciones profesionales. En 2002, cuando murió uno de los jefes de la fraternidad, doscientas mil personas llegaron al funeral. Un artículo publicado hace poco en el Egypt Today se preguntaba si acaso la fraternidad tomaría alguna vez el poder y llegaría a parecerse a los partidos islámicos moderados que ahora gobiernan en Bosnia-Herzegovina y Turquía.
Pero cuando entras a una oficina de la Fraternidad Musulmana, después de dejar tus zapatos en la puerta, es difícil conciliar su prestigio de competencia e incluso de poder con la lánguida escena ante ti: un laberinto de cuartos desvencijados en los que una decenas de hombres conversan, beben té y hojean el diario. Yo hice dos visitas, y durante las dos todo el mundo se comportó con una inagotable cortesía. Un viejo ayudante me dio un vaso de naranjada y tradujo los carteles en las paredes. Uno de ellos mostraba al jeque Yassin, el líder de Hamas matado en un ataque israelí en Gaza. El viejo entrecerró los ojos para leer la leyenda, y me dijo: "Dice: ‘Jeque Yassin, ¡Felicidades con Tu Martirio!"
Cuando conocí a Mohamed Mahdi Akef, el nuevo Guía Supremo de la Fraternidad Musulmana, sólo pude preguntarme qué podía temer Hosni Mubarak. Akef pertenece a una generación cuyos miembros están en sus setenta y ochenta; casi sin excepciones, pasaron años en prisión durante el régimen de Nasser. Barrigón, lleva el pelo cortado al rape y una barba blanca. Mostró las oficinas con un gesto con su mano, como si quisiese así reconocer su modestia. "¿Qué puedo decir? Vivimos y trabajamos para ayudar a nuestra religión, y a pesar de estos recursos limitados hacemos lo que podemos para abogar por la grandeza del islam y para reformar la vida en todos sus aspectos".
Dije que probablemente no les ayudaba el hecho de que la fraternidad esté todavía oficialmente prohibida y las leyes de emergencia todavía en vigor.
Akef sonrió. "No nos vemos como si estuviéramos prohibidos", dijo. "Simplemente no competimos con el gobierno".
Como era de esperar, casi nadie en El Cairo tiene nada bueno que decir sobre la invasión norteamericana de Iraq -la gente está convencida de que el propósito de Estados Unidos era apoderarse de los campos de petróleo, proteger a Israel y ganar un asidero permanente en Oriente Medio- y comencé a pensar lo que sería una pregunta que provocara menos interpretaciones. Le pregunté a Akef cómo había recibido los ataques del 11 de septiembre de 2001.
"Los incidentes del 11 de septiembre fueron criminales, y sólo un criminal profesional puede haber hecho una cosa así", dijo. "Por eso es que hasta ahora no hay pruebas claras sobre quién los cometió. Lo que se dice de Mohammad Atta y Al Qaeda son mentiras, una fantasía. Al Qaeda es una fantasía norteamericana. ¿Hay algún poder en la tierra que pueda oponerse al poder de Estados Unidos? Cada vez que Estados Unidos ve que hay otro poder que lo reta, tiene la fantasía lista para servir sus propósitos. Por ejemplo, Estados Unidos quería invadir Afganistán para embarcar su petróleo a través del oleoducto de ese país. Estados Unidos quería colocar sus bases y embarcar el petróleo. Así que dicen que los talibanes están colaborando con Al Qaeda allá. Pero, ¿cuánto poder tienen los talibanes realmente?"
En los años sesenta, Sayyid Qutb dijo que los judíos estaban detrás del "materialismo, de la sensualidad animal, de la destrucción de la familia y de la disolución de la sociedad". En lo que se refiere al Occidente, dijo: "¿No deberíamos emitir una sentencia de muerte? ¿No es acaso el veredicto más adecuado a la naturaleza del crimen?" Las décadas posteriores no han cambiado mucho este aspecto de la ideología dentro de la fraternidad, al menos entre los sabios reinantes. Akef interpretó el tratado de Sadat con los israelíes como una grave herejía y, de nuevo, adoptó un tono de intriga a la hora de hablar de la existencia de un estado judío en Oriente Medio. "En Occidente, querían deshacerse de los judíos; los europeos y norteamericanos plantaron a los sionistas en Tierra Santa para deshacerse de ellos y sus males", dijo. "Al mismo tiempo, implantaron este demonio en el Oriente Medio para que los musulmanes se entretuviesen con ellos. Pero los europeos y norteamericanos saben que Israel no podrá sobrevivir aquí. Israel no podrá hacer frente a medio billón de musulmanes. Esto que ocurre es temporal. ¡Israel no tiene futuro! Hasta los entendidos lo dicen".
Los jefes de la Fraternidad Musulmana, incluso la generación más joven, es realista a propósito de la actual incapacidad de la fraternidad de competir por el poder. Su posición pública es que a través de sus organizaciones comunitarias cambiarán lentamente los valores de la sociedad egipcia y fundarán un partido legal; el islam florecerá y la opinión pública ejercerá finalmente presión sobre el régimen, sea durante el reino de Mubarak o después. Por ahora, los viejos líderes de la Fraternidad Musulmana son mantenidos a raya, no pueden hablar en las universidades y de aparecer en las estaciones de televisión del estado.
"Mubarak tiene miedo de que si alarga los márgenes de la democracia, pueden pasar cosas", me dijo Essam Al-Eryam, uno de los más importantes líderes de edad mediana de la fraternidad, en el cuartel general de la fraternidad. "Aquí habrá democracia, tarde o temprano. Requiere paciencia, y ahora tenemos más paciencia porque, como organización, tenemos setenta años. Ya hay algunos países -Arabia Saudí, Afganistán, Sudán, Irán- que se describen a sí mismos como regímenes islámicos. Hay una diversidad de modelos, incluso entre los sunníes y los chiís. Egipto puede ofrecer un modelo más justo y más tolerante".

La estrategia del gobierno de Mubarak es simple: astucia -períodos de tolerancia seguidos de represiones. Ali Heilal Dessouki, miembro del gabinete, me recibió en su oficina una tarde y me recitó de un tirón la historia de varias décadas de la violencia islámica contra varios de los líderes locales. "Que se trate de la Fraternidad Musulmana o de la Yihad Islámica, el objetivo es el mismo: el establecimiento de un estado musulmán", dijo.
"Cuando los mujahedines volvieron de Afganistán en 1989 y 1990 aumentó el nivel de profesionalismo militar entre los islamitas. En algún momento en 1990 y 1991 la estrategia de reconciliación nacional fracasó. Para nosotros, compartir el poder entonces era considerado un signo de debilidad. Así, el gobierno se puso duro".
En realidad, casi todos los islamitas que cometieron actos terroristas a principios de los años noventa eran miembros de grupos más radicales que la fraternidad, pero el gobierno no lo ve de esa manera. Fouad Allam, que fue jefe del servicio de inteligencia egipcio bajo Nasser, Sadat y Mubarak, hasta 1988, cuando jubiló, comparó a la fraternidad con las Brigadas Rojas italianas y la banda de Baader-Meinhof de Alemania. "Son la organización más peligrosa del mundo árabe", dijo. "En realidad, crearon el terrorismo en la región. A pesar de eso, dicen que no son una organización terrorista. Cuando les preguntas acerca del asesinato del primer ministro durante el régimen de Faruk en 1948, los atentados en sala de cine, el asesinato de otros funcionarios, el atraco al Banco de Egipto, la colocación de explosivos en comisarías de policía, los ataques con bomba contra negocios judíos (ha habido 600 crímenes desde 1928), dicen que son actos aislados e individuales. Se declaran a sí mismos inocentes de cualquier fechoría. Lo que yo respecto de la Yihad y de Gama'a Al-Islamiya es que operan abiertamente. Los Hermanos Musulmanes son mentirosos, incluso hoy".
"Hace tiempo que no cometen un acto terrorista", continuó. "Pero de vez en cuando se descubre una célula clandestina. No puedo decir si han renunciado o no al terrorismo o si están durmientes, como un volcán. Pero, ¿por qué siguen formando células clandestinas?"
A mediados de mayo, el gobierno llevó a cabo una de las más intensas campañas contra la Fraternidad Musulmana de la década, realizando más de cincuenta detenciones, clausurando veinte empresas asociadas al grupo y cerrando su página en la red. Según Al-Ahram, un diario que tiende a reflejar la línea de gobierno, funcionarios del servicio secreto han llegado a creer que la fraternidad ha intensificado sus campañas de reclutamiento y enviando militantes a Iraq, Chechenia y Palestina para recibir el adiestramiento que necesitarán para derrocar al gobierno egipcio. La fraternidad negó todas las acusaciones.
Poco después de las detenciones, funcionarios de la prisión llamaron a los jefes de la fraternidad para decirles que uno de ellos, el ingeniero de 40 años Akram Zuheiri, que sufría de diabetes, había muerto durante su traslado de un centro penitenciario a otro. ¿Podrían pasar a retirar el cadáver? La fraternidad y las organizaciones de derechos humanos condenaron la muerte de Zuheiri como una "clara y grave negligencia" y dijeron que otros presos, detenidos en la reciente redada, habían sido interrogados y torturados. De acuerdo a Al-Ahram, una "interpretación común" es que las detenciones son una señal de Mubarak al público de que la Fraternidad Musulmana "no formará nunca parte" de un gobierno reformista en Egipto. El único punto de acuerdo entre el gobierno y la fraternidad es que la política norteamericana en Oriente Medio está provocando la radicalización de más y más jóvenes egipcios.
El régimen de Mubarak tiene un interés natural en exagerar, para consumo de audiencias extranjeras, la fuerza y el potencial de amenaza de la Fraternidad Musulmana. Saad Eddin Ibrahim, un sociólogo que ha estudiado el movimiento islamita y que fue luego encarcelado por Mubarak durante tres años, me dijo: "Mubarak tiene un IQ bajo pero, políticamente, es un superviviente. Ha utilizado a los islamitas como un medio de despertar temor en Occidente. Enfatizando su presencia, desvía la presión por un sistema más abierto. Los utiliza como un elemento disuasorio: ‘¿Quieren que abra la puerta a otro Irán o Argelia o Afganistán?' Eso asusta a la clase media de Egipto y a Estados Unidos. Es un bluff muy hábil, y los Hermanos Musulmanes lo reconocen".
Egipto bajo Mubarak es un sistema de válvulas y controles de escape, una autocracia que en algunos respectos simula a la sociedad civil. Los opositores políticos no pueden competir por un poder real, o hacer ataques frontales contra el presidente en la prensa, pero pueden hablar en los apartamentos y en las cafeterías, pueden presentarse a elecciones parlamentarias y pueden unirse a sindicatos profesionales y cosas similares. Los miembros de la Fraternidad Musulmana, por ejemplo, dirigen sus propios grupos de estudios religiosos, y manejan programas de ayuda a los pobres, pero ya no ponen en aprietos al gobierno, como lo hicieron en 1992, cuando eran más rápidos y efectivos que la burocracia del estado a la hora de ayudar a las víctimas de un terremoto. En otras palabras, tienen límites precisos dentro de los que se pueden mover; si los cruzaran, el único derecho que les quedaría sería el de unirse a los otros miles que están en la cárcel.
Y, sin embargo, para un disidente político o un grupo que quiera expresar su oposición o su odio a Israel, los judíos, o el gobierno de Bush, casi no hay límites en absoluto. Esto hace parte de lo que los medios de comunicación egipcios ven como "animación". En 2002 la televisión estatal emitió una serie de cuarenta y un episodios basada en la falsificación anti-semítica ‘Los Protocolos de los Sabios de Israel'. La Fraternidad Musulmana tuvo la rara oportunidad de enviar un representante a la televisión hace poco para protestar por la emisión de la película de Harrison Ford, ‘Air Force One'. Y el columnista Rifat Sayyid Ahmad no dudó en llamar a Dick Cheney un "judío súper racista" o en comparar Guantánamo con Auschwitz.
Uno de los musulmanes moderados más importantes de Egipto es el columnista Fahmy Howeidy. Una tarde, en su oficina, Howeidy me dijo que no tenía esperanzas de que Mubarak implementara reformas verdaderamente democráticas y que, en este momento, la presión norteamericana sería contraproducente. "Lo único que lo hará posible será la voluntad popular, su disposición a pagar un precio por eso", dijo. "La democracia no será un regalo de Mubarak o de Colin Powell".
Howeidy y muchos otros con los que hablé dijeron que era difícil juzgar qué tipo de fundamentalismo emergería en un Egipto democrático. "Es difícil calcular el poder de los Hermanos Musulmanes", dijo Howeidy. "No tenemos sondeos, no hay transparencia. Tienen el poder en la sociedad, pero no sé hasta qué punto".
En una cultura política atomizada como la de Egipto, el problema que ha dado energía y enfurecido a la oposición política hoy es la política exterior norteamericana de George W. Bush. Tuve decenas de encuentros en El Cairo -con funcionarios de gobierno, líderes religiosos, personajes de la oposición, intelectuales, estudiantes, trabajadores- y casi todos ellos empezaron con un discurso sobre la perfidia de la administración Bush. El novelista y editor Gamal Al-Ghitani me saludó en la oficina de su diario Akhbar Aladab, la revista literaria más importante de Oriente Medio, y me mostró los retratos en la pared de sus "iconos norteamericanos" -Hemingway, Melville y Louis Armstrong- y sin embargo dentro de minutos me estaba contando que lo que más temía en el mundo era a Estados Unidos. Las caras de los oficiales norteamericanos en Iraq lo hacían pensar en los oficiales nazis, dijo. "Tengo miedo de que mi cultura sea declarada blanco por una superpotencia que se comporta de manera estúpida". Estaba siendo moderado en su modo de expresarse. Más tarde visité a Sonallah Ibrahim, un novelista marxista conocido por sus mordaces libros de ciencia-ficción política como ‘The Smell of It' [El Olor de las Cosas], que publicó después de pasar un tiempo en las cárceles de Nasser. Antes de golpear a la puerta de su apartamento, vi una calcomanía sobre el timbre que mostraba las banderas norteamericana e israelí unidas por una swástica. También él tenía rabia por Palestina e Iraq, y no sólo eso: todo lo que fuera norteamericano le repugnaba. Ibrahim enseñó literatura árabe en Berkeley en 1998, una experiencia que evidentemente no le gustó. "Desprecio el individualismo total, el control de las multinacionales, la manipulación de los medios de comunicación sobre las personas de a pie, los valores, el vivir para comer, beber, follar, tener un coche, y todo eso", dijo. "No hay valores morales, no hay actitudes más amplias sobre la vida en general ni una idea de lo que está pasando en el mundo, ningún conocimiento del papel que Estados Unidos está jugando o quiere jugar al tratar de controlar los recursos del mundo". Quizás lo que más le molesta, dijo, era "la increíble estupidez del norteamericano normal. Es ignorante. No sabe lo que está haciendo su propio país en el mundo. Estados Unidos aplica la misma política racista que los nazis. ¿Tengo realmente que explicártelo? Lo sabe todo el mundo?"
El anti-americanismo, repetitivo o violento, no es nuevo en Egipto. Sólo su intensidad es nueva -una intensidad marcada no sólo entre las figuras de la oposición y los intelectuales, sino también entre la gente más cercana a Mubarak.
Boutros Boutros-Ghali, que fue secretario general de Naciones Unidas en los años noventa y dirige ahora una agencia gubernamental de derechos humanos en El Cairo, me dijo: "En 1992 tenía la ilusión de que Naciones Unidas podría manejar el mundo después de la Guerra Fría. Pero me equivoqué. Estados Unidos decidió ocuparse del mundo después de la Guerra Fría, y basarlo en el mercado libre y en la democracia, con la idea de que una democracia no lucharía contra otra. Pero esta ideología fracasó. El nuevo gobierno pasó de una política de persuasión a una de coerción y guerras preventivas. Después de las Guerras Napoleónicas tuvimos el Congreso de Viena. Después de la Primera Guerra Mundial tuvimos el Tratado de Versalles y la Liga de Naciones. Y después de la Segunda Guerra Mundial tuvimos San Francisco y el surgimiento de Naciones Unidas. Después de 1991, el padre de Bush prometió un nuevo orden mundial. Perdimos la ocasión de fundar un nuevo sistema".
Abdel Moneim Said, director del Centro de Estudios Políticos y Estratégicos Al-Ahram, un centro de especialistas que trabaja estrechamente con el régimen, fue uno de entre muchos en contarme que el fracaso norteamericano en restablecer el orden en Iraq ha minado de manera decisiva la idea de un movimiento de democratización en Egipto y en la zona. "Estados Unidos está en una posición que se parece más al Líbano en los años ochenta -la ocupación, la resistencia, y la lucha entre grupos", dijo. "Quieres que Egipto se democratice y cambie, pero Egipto ha sacado las conclusiones opuestas. En lugar de crear un modelo liberal, lo que hay es caos, y los saudíes y los sirios ven lo mismo que nosotros. Ahora tienes una definición mucho más modesta del estado liberal".
"Hay una guerra cultural para cambiar al Oriente Medio, crear una nueva Arabia Saudí, un nuevo Egipto, una nueva historia", Diaa Rashwan, un estudioso de los movimientos islámicos del Centro Al-Ahram, dijo. "No es muy inteligente. En dos años no alcanzas a construir ni un villorrio. ¿Cómo vas a reconstruir el mundo?"
Tres veces a la semana el novelista Naguib Mahfouz recibe a sus amigos en una cafetería o en un bar -sesiones que tienen por intención emular la bulliciosa camaradería de los burgueses liberales de El Cairo hace medio siglo. Mahfouz, que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1988, es conocido por sus historias intimistas de la vida egipcia -‘Trilogía del Cairo' es su trabajo más famoso- y su prestigio nacional es absoluto, como Víctor Hugo en el París del siglo diecinueve. Tiene 92 y es casi sordo. Cuando estuvo en su apogeo, fue un escritor prolífico, pero ahora ha reducido su trabajo a relatos fragmentarios y poemas en prosa. Me invitaron a conocerle una noche en el bar recubierto de paneles de madera del hotel Shepheard's. Cuando llegué, un joven pegote estaba sentado junto a Mahfouz y gritándole en el oído izquierdo, leyéndole un artículo adulatorio sobre él. Mahfouz miró en la distancia, sonriendo levemente. Llevaba un traje de sarga azul oscuro, pasado de moda. Me dijeron que otro novelista, Yusuf Idris, pensaba que se merecía el Nobel. Mahfouz desechó la idea con un elegante y ligero movimiento de mano. Cuando hablaba, lo hacía normalmente para repetir una observación o para hacer una pequeña broma.
En 1994 un extremista islámico le clavó a Mahfouz un cuchillo en el cuello y estuvo a punto de morir. En esa época, líderes religiosos como el jeque Omar Abdel Rahman, que ahora está en una cárcel norteamericana por incitar al primer atentado con bomba contra el World Trade Center, estaban atacando a intelectuales liberales como Mahfouz. Otros intelectuales de la generación de Mahfouz fueron atacados u obligados a callar. El régimen de Mubarak lamentó la agresión contra Mahfouz, pero lo poco que quedaba del Cairo liberal se había eclipsado hacía tiempo.
"Las políticas liberales no tienen buen nombre en Egipto", me dijo Mohamed Salmawy, columnista y dramaturgo. "No es que estén desprestigiadas; todavía existen, pero están manchadas por la revolución de 1952, cuando se hicieron sinónimo de la corrupción reinante bajo el sistema liberal de la monarquía. Luego llegó Sadat, que echó a un lado las teorías de Nasser e implantó un sistema multipartidista y dejó la puerta económica abierta. La gente empezó a creer que el liberalismo era el caballo de Troya del Occidente para introducirse en Egipto y dominarlo y terminar con su identidad. Aquí la identidad es muy importante. No tenemos gente como Samuel Beckett, que nació en Irlanda, se mudó a París y es un ciudadano del mundo. Nosotros dimos un giro de ciento ochenta grados, alejándonos de la Unión Soviética y metiéndonos en la cama con Israel y Estados Unidos y el liberalismo".
En estos días, es probable que los intelectuales estén más de acuerdo con extremistas como Sonallah Ibrahim que con Naguib Mahfouz. La elite comercial, no las universidades, se han transformado en el bastión de la opinión pro-Occidental. El internacionalismo tuvo dos caras en Egipto: los que se marcharon a trabajar a Arabia Saudí durante el boom del petróleo volvían a menudo más conservadores, más religiosos; los que se marcharon por la misma razón a los emiratos o a Europa volvieron más laicos, más liberales en política. Esos liberales en su mayoría se guardaron sus opiniones, y se volcaron al negocio de hacer dinero.
Hisham Kassem, director de la Organización para los Derechos Humanos egipcia y editor de la revista en lengua inglesa The Cairo Times, es una excepción. Su amarga visión de la política egipcia, y de Oriente Medio en general, no estaría fuera de lugar en un experto conservador norteamericano. "En Oriente Medio los viajes se hacen en una máquina del tiempo", me dijo un día en su oficina. "In Libia el que está a cargo es un demente. En Iraq tenías a Saddam y ahora un derramamiento de sangre. En Yemen el país entero está colgado del khat y todo el mundo tiene un kalashnikov, como en ‘The Lotus Eaters'. En Arabia Saudí te obligan a presenciar ejecuciones después de las oraciones del viernes -una mujer apedreada hasta la muerte por adulterio o una decapitación. En Siria usaron a los militares para masacrar a su propio pueblo. Jordania es insignificante. Ninguno de los países del Golfo ha firmado la Declaración de los Derechos Humanos. No hay nada parecido en ninguna parte. Hay 22 países en la Liga Árabe, todos con regímenes autoritarios. Durante décadas, Oriente Medio ha sido conservado en un congelador político. La gente huye de aquí: la delincuencia, el fundamentalismo, la brutalidad. No hay tasa de crecimiento, no hay un manejo económico o gubernamental aceptable. Sólo una intervención militar podría ejercer algo de presión política en la región. Es la única solución, el mal menor".
Cuando le pregunté a Kassem su opinión de la invasión norteamericana de Iraq y el caos que le siguió, dijo: "Cuando analizas solamente la intervención, ves a la gente que murió como consecuencia de ella. Bueno, habrían muerto muchos más a consecuencia de las sanciones y de Saddam que de cualquier intervención. Todos esos argumentos de que no puedes traer la democracia en las alas de un B-52 son basura. Lo único que puede cambiar las cosas aquí es la política exterior norteamericana. La brutalidad egipcia no cambiará por sí sola, ni cambiará la apatía de la gente. Los cambios en Oriente Medio serán lentos, pero necesitábamos cobertura aérea. No habríamos podido hacer esto solos. No llegaríamos a ninguna parte".

Hosni Mubarak es el presidente egipcio que ha sobrevivido durante más tiempo desde Muhammad Ali, a principios del siglo diecinueve. Pero Mubarak tiene 76, y su salud es frágil. A mediados de junio se sometió a tratamiento médico en Alemania -Al-Ahram describió el tratamiento como una "posible operación de la espalda y/o una terapia física". El año pasado, en un discurso al parlamento, Mubarak dejó de hablar y murmuró: "El aire acondicionado está muy fuerte aquí". Luego dijo: "¿Qué pasa?" Sus ayudantes corrieron a socorrerle y lo escoltaron fuera del podio. La televisión estatal, que estaba emitiendo el discurso en directo, se descolgó. En la habitación, un miembro del parlamento pidió que se le diera la extremaunción del Corán; un imán oró por la salud del presidente. Pasó una hora antes de que Mubarak volviera a la sala, pidiera excusas y dijera que no había dormido lo suficiente. También persiste la amenaza de un fin violento. En 1995, asesinos de Gama's Al-Islamiya dispararon contra el automóvil de Mubarak cuando visitaba Addis Ababa.
De acuerdo al Artículo 82 de la constitución egipcia, si el presidente no puede realizar sus funciones debe ser remplazado por el vice-presidente. Mubarak, sin embargo, se ha negado siempre a designar a uno. De algún modo, se parece a esos dictadores que comienzan sus discursos con la frase: "Si llego a morir..." Durante los últimos años ha habido rumores de que miembros del equipo de Mubarak estaban preparando a su hijo de 41 años, Gamal, como su sucesor -un plan que parecía inspirarse en la sucesión de padre a hijo de Siria. Gamal, al que sus amigos llaman Jimmy, ha sido banquero en Londres y, es una figura clave del dominante Partido Nacional Democrático; se rodea de tecnócratas pro-occidentales. A diferencia de su padre, Sadat, y Nasser, no viene del ejército. Algunos miembros de la elite creen que Gamal podría conservar la estabilidad política y al mismo tiempo introducir reformas en una economía estancada y marcada por un analfabetismo de un 45 por ciento y un ingreso per cápita que se encuentra en el puesto número 118 del mundo". Sin embargo, en la última Noche Vieja el viejo Mubarak desdeñó el rumor como "tonterías". Había dicho antes: "No somos una monarquía. Somos la República de Egipto, así que dejad de compararnos con otros países de la región", una clara referencia a los sirios.
Aunque los rumores persisten, varias fuentes cercanas al presidente me dijeron que Mubarak tratará con toda seguridad de hacer un quinto término -sin oposición, como siempre. Si no fuera capaz de continuar, sin embargo, la lista de pretendientes a la presidencia empieza con una serie de estrictos y descoloridos militares y jefes de seguridad -incluyendo a Omar Suleiman, el director de inteligencia- que difícilmente prometería una reforma democrática. Lo que es más, los que están en el poder no están de ánimo para oír consejos. "No necesitamos la presión de nadie para adoptar principios democráticos", dijo Mubarak.

Poco después de salir de la ciudad, me dirigí a la Universidad Americana de El Cairo y conocí a un joven egresado lllamado Hazem Kandil, que quería sacar su doctorado en la Universidad de Nueva York. Hazem se estaba preparando, aparentemente, para ser admitido en la elite política de Egipto. En el campus de la Universidad Americana, el patio se divide entre un área llena de chicos en tejanos y camisetas y un área más pequeña donde está de moda la ropa musulmana -sobre todo las pañoletas en las chicas. "Beirut" y "Teherán", lo llaman algunos.
Estábamos mirando "Teherán" desde "Beirut" y Hazem dijo: "Hemos tratado de implementar un proyecto socialista, los dos no programas de Sadat y Mubarak, que estaban mezclados, y los dos fracasaron miserablemente. Habíamos agotado las inclinaciones socialista y capitalista. Pero la gente ve que no hemos agotado la posibilidad musulmana. Eso me preocupa. Es muy posible que tomemos el camino del islam. Un montón de las cosas que está haciendo Estados Unidos demuestran a la gente cuáles son sus verdaderos motivos. También, cuando Estados Unidos impone la democracia sin apoyar al liberalismo en el mundo islámico de un modo adecuado, el apoyo por los islamitas crece. En esta parte del mundo las teorías paranoicas están de moda. El liberalismo es asociado a la agresión norteamericana.
"La influencia islamita crecerá y llegará a ser dominante, incluso sin un presidente musulmán", continuó. "Cuando la gente empiece a sufrir las consecuencias, entonces quizá empiecen a prestar oídos a los liberales, pero no antes. Lo que da más miedo es que si no tratamos con esta gente, se volverán a lanzar por sí mismos. Conozco a gente de la Universidad Americana que está cada vez más inclinada hacia la causa yihadista. Miran televisión por cable, los canales financiados por los saudíes, escuchan los casetes de los fundamentalistas que son vendidos en todas las esquinas, leen el Islam Online y montones de otras páginas como esa. El discurso islámico se concentra en Occidente. Con Sadat y Nasser, los islamitas se orientaron hacia los problemas morales en Egipto. Ahora la consigna es que "estamos peleando por nuestras vidas".
Una mañana, en una cafetería llamada Cilantro, cerca de la universidad, me reuní con un recién egresado que escribe ahora artículos -bastante incendiarios- para una página islamita en la red. No quiere tener problemas con la policía y, más probablemente, con funcionarios de inmigración si alguna vez quiere viajar al Occidente, y me pidió que no mencionara su nombre verdadero. "Te llamaré Tariq", le dije. Tariq lleva el pelo muy corto, elegantes gafas rectangulares y una barba rala. Al principio estaba seguro de que era norteamericano, tan fluido era su inglés y tan suave su acento. Se rió cuando se lo dije: "Supongo que se podría decir que mi acento es el resultado del imperialismo cultural. Lo saqué del Ratón Mickey, el Pato Donald, y la televisión por satélite".
Tariq no proviene de una familia fundamentalista, pero dijo que se había hecho más y más observante y se había radicalizado políticamente. Influyeron un montón de cosas: el bombardeo ruso de Chechenia, el apoyo norteamericano a Israel, y los "despreciables" presidentes de Arabia Saudí y Egipto. Las noticias del 11 de septiembre, dijo Tariq, le provocaron un "sentimiento de alegría", de lo que era posible. "Dos años después conocí a gente de la burguesía egipcia que se alegraban cada vez que oían que los islamitas había atacado algún objetivo blando en Occidente. Con Palestina e Iraq, el punto de vista de los militantes parece cada vez más coherente".
Tariq dijo que cuando egresó pensó que iría a estudiar leyes a Estados Unidos. Pero pronto se dio cuenta de que no quería tener nada que ver con ese estilo de vida. Comenzó a estudiar el Corán y a asistir a una mezquita dirigida por un joven jeque radical en uno de los barrios más pobres. "Cuando me dejé la barba, mi familia se preocupó. Al principio estaban realmente tensos. Pero en los últimos dos años están volviendo a sentir simpatía por mí".
Chicos y chicas -politizados, inteligentes, que hablan inglés y lenguas europeas con fluidez- obtienen su información, parece, de todas las fuentes disponibles imaginables, excepto los diarios egipcios que, según Tariq, "son gilipolleces propagandísticas". Tariq lee los diarios ingleses y norteamericanos en la red, entra a chats de política y mira televisión por cable. Incluso en los barrios de bajos ingresos en El Cairo, los tejados están llenos de antenas parabólicas. Como todo el mundo en Egipto que tiene algún diploma y algo de interés en política, Tariq desprecia la política exterior norteamericana, y tiene a la prensa norteamericana por lacaya frente a la administración, pero cree completamente los duros informes sobre Egipto proporcionados por organizaciones de derechos humanos de Estados Unidos. "Egipto tiene una espantoso historial en derechos humanos", dijo. "Y sin embargo tu presidente dijo del mío que era un constructor de sociedades abiertas".
Como musulmán, dijo, veía una sola solución: "Un Egipto ideal debería tener un gobierno islámico. El marco para eso es bastante amplio -se puede inclinar hacia el capitalismo o hacia el socialismo, incluso hacia una monarquía islámica, o incluso un consejo de regentes, como en Irán. Hay muchas variedades. Pero la imagen pública del islamismo es siempre la del talibán. No me gustaban algunas de sus prácticas y pronto tuvieron problemas. Impidieron que las mujeres estudiaran medicina y que pudieran ser tratadas por médicos, una receta para matar mujeres. Pero estaban aislados y llegaron al poder después de veinte años de guerra civil. El laicismo no tiene futuro aquí. El laicismo es un producto de Occidente".
Tariq sonrió con desdén a la mención del discurso de Bush en la Red Nacional para la Democracia. "La pesadilla para el Occidente es que pregonan la democracia sólo para descubrir que esos países eligen gobiernos musulmanes", dijo. "Los islamitas han ganado un montón de legitimidad a través del trabajo social, incluso en sus trabajos como ingenieros o doctores. Tienen un cierto prestigio".
Tariq y yo quedamos de reunirnos en la mezquita Al Rawas, que está en el barrio llamado, por buenas razones, la Carnicería. En un coche hacia la mezquita vi decenas de cadáveres -corderos, ovejas y pollos- colgando en el fresco aire de la tarde. Cuando llegué, Tariq estaba terminando las oraciones, junto a unos treinta o cuarenta hombres. Me introdujo al jeque Ragab, en sus treinta y ciego, y nos dirigimos abajo hacia una pequeña oficina.
"El gobierno egipcio, como todos los otros gobiernos árabes, es un gobierno títere, un agente de potencias extranjeras, especialmente Estados Unidos, que controla al mundo ahora", dijo el jeque. "Pero si se implementara la democracia y hubiera libertad de expresión, el islam gobernaría y gobernaría todos los aspectos de la vida, incluyendo a los no musulmanes. Algunos no musulmanes, especialmente en Occidente y en Estados Unidos creen que si gobierna el islam, se masacrará a todos los no musulmanes. Los judíos vivieron bajo dominio islámico en Medina en la época del Profeta y fue el mejor tiempo de su vida. Lo mismo vale con los cristianos. Mientras que durante el Imperio Romano fueron tratados con enorme brutalidad". El jeque dijo también que él y todos los que conocía estaba convencidos de que "los judíos" estaban detrás de los atentados del 11 de septiembre, la invasión de Iraq, y de casi todo lo que pasara y que él pudiera llamar "pernicioso" en el curso de la conversación. "Así son los judíos", dijo.
Como Tariq había dicho que el 11 de septiembre le había alegrado y "admiraba" a Al Qaeda. Le pregunté si se veía a sí mismo participando en cosas parecidas. Después de todo, había dicho que la Fraternidad Musulmana era "demasiado moderada" y que no había dicho nada que condenara la violencia. "Todos somos capaces de actos como esos", admitió. "Depende de lo lejos que te empujen. Creo firmemente en el concepto de represalia beligerante".
Ahora nos hemos acostumbrado a calmar a los jóvenes para que reconsideren sus planes de estrellar aviones contra edificios de oficinas o hacer estallar bombas en estaciones de trenes atiborradas de gente. Lo más desconcertante es la confianza de Tariq, su sereno juicio de que Estados Unidos ha fallado, que ha perdido su influencia en El Cairo y en Bagdad, y que el futuro es suyo. "Un choque de civilizaciones", dijo, "es una guerra que el Occidente no puede ganar".
21 de julio de 2004
©newyorker ©traducción mQh

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