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alemania hace frente a sus demonios


Durante años, el Tercer Reich fue un tema rodeado de tabúes y de culpable introspección. Pero dos nuevas películas muestran que los alemanes están aprendiendo al fin a enfrentarse al legado de Hitler.
[Steve Crawshaw] Hace sesenta años que Alemania se atormenta. Se atormenta por su propia criminal historia, se preocupa por los juicios de los otros - y se alarma de que el encanto de Hitler aún no haya desaparecido. Pocos alemanes afirmarían seriamente que la moderna democracia Alemana se encuentra en peligro. Sin embargo, los tabúes siguen en su lugar, por si acaso, sobre todo cuando se trata del dictador mismo.
En todas partes en Europa es fácil encontrar ejemplares de ‘Mein Kampf' en las estanterías. En palabras de la edición en lengua inglesa: "Sigue siendo necesario que lo lean los que se preocupan de defender la democracia". En Alemania, donde alguna vez fue lectura obligatoria, es considerado demasiado delicado como para venderlo. Incluso el retrato del dictador está sujeto a fuertes tabúes. En los libros de las ediciones inglesas a menudo se colocan fotografías del Führer en la portada. De los mismos libros traducidos al alemán desaparecen las fotos de Hitler y las swásticas, y son remplazadas por ilustraciones más anodinas. Varias décadas después de la guerra, un observador alemán comentaba por qué creía que prohibir ‘Mein Kampf' eran esencial: "El bacilo es muy activo, el peligro de infección es grave". Incluso en el siglo 21, esa terrible lógica -aunque rara vez hecha tan explícita- sigue en su lugar.
Ahora, sin embargo, hay cambios extraordinarios en camino. Dos nuevas películas alemanas colocan el führer desvergonzadamente en el centro del escenario. Heinrich Breloer ha producido un enorme documental dramático centrado en el papel de Albert Speer, el arquitecto estrella de Hitler. ‘Speer and He' será emitido esta primavera por la televisión alemana, con ocasión del 60 aniversario de la muerte de Hitler.
Como señala ´Der Spiegel´, la serie documental de Breloer, de 12 millones de euros, rompe con una vieja tradición alemana: "Si el dictador tenía que aparecer, entonces era por unos segundos y habitualmente sin palabras". La desmitificación es la consigna. En los preparativos para el rol, Tobías Moretti, que representa a Hitler, escuchó durante horas una exclusiva grabación, rodada clandestinamente por un técnico de una emisora de radio finés en 1942: Hitler, pero no como el orador demagógico, sino hablando como un ser humano normal y corriente. Una segunda película, ´The Downfall´, de Bernd Eichinger, se centra en los últimos días en el bunker. Bruno Ganz, la estrella de ´Wings of Desire´, de Wim Wenders, hace de Hitler.
Como ha observado Frank Schirrmacher, el editor de ´Frankfurter Zeitung´, el lanzamiento de la película será un hito importante. "Un tipo de temor pictórico estaba presente en esto: el temor de transformar al hombre que ha dominado la imaginación alemana hasta hoy en un producto de la imaginación artística. Esto terminó". Schirrmacher dice que es un "proyecto histórico en muchos años".
Estos cambios no ocurren en el vacío. La nueva actitud alemanes se respira en todas partes: en el cine, en la literatura, y en política. Los viejos tabúes se están desmoronando mes a mes, día a día. Enfrentarse al pasado, y enfrentarse a la angustia alemana sobre el pasado, son cosas inextricablemente entrelazadas.
Desde 1945 la historia de Alemania ha sido, de muchos modos, una historia del cambio de los tabúes con respecto a Hitler y su legado. Al principio, estos tabúes querían evitar el reconocimiento de la profundidad de los crímenes que tantos alemanes, por su acción o inacción, permitieron que se cometieran. Leer los libros de texto de Alemana Federal de los años cincuenta y sesenta es exponerse uno mismo a un tejido de verdades a medias, en el mejor de los casos. Hitler mismo es retratado casi bajo una luz rosada -el conciliador, cuyos esfuerzos fueron frustrados por el belicoso Churchill, al que Hitler "ofreció paz en vano". (Churchill "sabía que Inglaterra tenía tiempo, y que Estados Unidos ayudaría").
Mientras que se alude a los crímenes de Hitler sólo al pasar, se le recuerda constantemente al lector que los alemanes no sabían nada, o muy poco, de lo que estaba pasando, y que, de cualquier modo, no podrían haber hecho nada si lo hubieran sabido. A menudo el asesinato masivo de millones, planeado con tanta meticulosidad, es tratado en una frase. La resistencia alemana, tan terriblemente aislada, recibe una copiosa cobertura, lo mismo que las penurias de los alemanes. Así, un extenso catálogo de bajas en la Segunda Guerra Mundial en un libro de texto de 1956 (incluyendo por ejemplo el número de alemanes mutilados) concluye con la sumaria posdata: "Además, también están las víctimas que fueron matadas en los campos de concentración, los campos de exterminio, las cámaras de gases, etc." Luego de eso, el autor vuelve a terreno conocido, contándonos cuánta propiedad se destruyó. Un libro trata extensamente los "horribles sufrimientos que nadie creía posible en el siglo veinte". No se refiere al Holocausto o a otros aspectos de los crímenes nazis, sino a los sufrimientos de los alemanes.
Los padres e hijos de la revolución de 1968 y los años subsiguientes -un choque de generaciones más dramático en Alemania que en cualquiera otra parte en Europa y Estados Unidos- comenzó a debilitarse. El efecto de 1968 no fue de ninguna manera o inmediato. (El terrorismo de Baader-Meinhof de los años setenta, que teóricamente exigió más apertura acerca del pasado, quizá aminoró el proceso de cambio). Cuando Basil Fawlty se hizo camino a paso de oca entre loa huéspedes alemanes en el comedor de The Fawlty Towers [la serie de televisión] murmurando (y no sotto voce, exactamente) "no mencionemos la guerra", tenía en parte razón, a pesar de su carácter payasesco, en creer que los alemanes todavía lo estaban negando en 1975.
La apertura comenzó a ser real recién a fines de los setenta. En 1977 se publicó ´What I Have Heard about Adolf Hitler´ [Lo Que He Oído Sobre Adolfo Hitler'], un libro de 350 páginas, que es una serie de citas de ensayos escolares sobre el tema. La respuesta a la pregunta fue: no demasiado. Hitler era alemán, holandés o italiano; vivía en el siglo 17, el siglo 19, los años cincuenta; fue general de la Primera Guerra Mundial, fundador del Partido Comunista de Alemania del Este, el líder de la democracia alemana. La ignorancia se explicó con facilidad. El subtítulo del libro, que fue un impacto dramático al ser lanzado, era simple: ´Consecuencias de un Tabú´. Dos años más tarde, para la proyección de ´Holocausto´ -una miniserie de televisión norteamericana, denunciada en otros lugares como "genocidio reducido al nivel de ´Bonanza´ con música apropiada para ´Love Story´"- llevó el impacto humano de los crímenes de Hitler por primera vez a los hogares alemanes. En palabras de uno de los varios libros alemanes dedicados al extraordinario efecto de ´Holocausto´: "Como resultado de una película de televisión, toda una nación comenzó repentinamente a discutir abiertamente el capítulo más oscuro de su historia".
La razón subyacente de esta nueva apertura, que se desarrolló en los años ochenta, es el cambio de generaciones. Los hijos de aquellos que cometieron esos crímenes, o que estuvieron presentes cuando se cometieron esos crímenes, estaban ansiosos por enfrentarse al pasado de un modo que sus padres rechazaban.
La caída del Muro de Berlín en 1989 causó regocijo en toda Alemania e incluso brevemente en Europa. Pero la perspectiva de la unidad de Alemania al año siguiente agrió rápidamente el ánimo de muchos que privadamente se habían acostumbrado a la existencia de la Cortina de Hierro. El presidente François Mitterand creía que una Alemania unificada "significará inevitablemente un guerra en el siglo 21"; Margaret Thatcher estaba igualmente resuelta a "poner un freno al camión alemán". La ola de ataques neo-nazis en los caóticos y amargos años después de la unificación confirmó los peores temores de aquellos que creían que los alemanes, en la viva formulación de Martha Gellhorn, "tenían un gene suelto".
Entretanto, sin embargo, el enfrentamiento con el pasado estaba ahora en todas partes. Esa puede haber ser una razón por la que los partidos de extrema derecha no han podido ganar ni un solo escaño en el parlamento nacional alemán en los últimos años, en fuerte contraste con muchos vecinos europeos de Alemania, incluyendo a Austria, el país donde nació de Hitler. (Como observó el cantautor alemán Wolf Biermann, la honestidad histórica no ha sido nunca el punto fuerte de Austria: "Austria y Alemania del Este están unidas por una hipocresía común: las dos pretendieron haber sido ocupadas a la fuerza por la Alemania de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial").
Durante los noventa, Alemania siguió preocupándose sobre sí misma y sobre cómo otros la percibían. Había resentimiento o cansancio con la persistencia de los estereotipos de Basil Fawlty, sobre todo en el Reino Unido. Pero había tabúes auto-impuestos. Así, menos de una década después, los social-demócratas en la oposición condenaron categóricamente al canciller conservador Helmut Kohl por atreverse a pensar que aviones alemanes podían ser usados en implementar una zona de exclusión aérea en Bosnia, "debido al pasado alemán". En años recientes esos tabúes han sido olvidados. Los social-demócratas, que ahora son el partido de gobierno, abogaron por una acción militar más fuerte de lo que Khol y sus aliados imaginaran alguna vez, en los Balcanes y en Afganistán. Joschka Fischer, ministro de Asuntos Exteriores y un importante miembro de los casi pacifistas Verdes, explicó por qué estaba a favor de enviar tropas de tierra alemanas a Kosovo, con una referencia al mismo legado de Hitler que en el pasado era una razón para que Alemania no enviara tropas al extranjero: "No más Auschwitz, no más genocidio, no más fascismo. Para mí, todo eso va junto".
La preocupación con la identidad alemana, como se refleja en el legado de Hitler, ha continuado en el siglo 21, pero ahora con un nuevo giro. En 1969 el presidente Gustavo Heinemann se enfrentó indirectamente a los tabúes al declarar melancólicamente: "Hay patrias difíciles. Alemania es una de ellas". Treinta y cinco años más tarde, el presidente recién elegido Horst Köhler se muestra simultáneamente desafiante y relajado con la actualización de Heinemann del siglo 21: "Amo a nuestro país". Hace apenas años esta declaración era impensable. Incluso ahora los alemanes se asombran en voz sobre si es aceptable que un presidente alemán suene tan relajado a la hora de hablar de la identidad nacional. Sin embargo, las palabras: "Ich liebe unser Land" ya no suenan tan heréticas como en el pasado, ni significan: "¿Por qué olvidamos el pasado?"
Hay muchos recordatorios de que la nueva ‘Unbefangenheit' de Alemania -una palabra que planea sin poder ser traducida, entre ´despreocupación´, ´relajación´ y ´desinterés´. En años recientes los liberales alemanes usaron ‘Unbefangenheit' casi como un insulto; no se suponía que los alemanes debían relajarse. Ahora, eso ha cambiado. Hitler es visto como parte de la historia alemana, aunque no como su único rasgo definitorio. Günter Grass, el gran maestro de la izquierda liberal, escribe una apología de autor en su novela breve ´Crabwalk´ por estar tan obsesionado con los crímenes de Hitler que excluyó otros tópicos, incluyendo la expulsión en 1945 de quince millones de civiles alemanes de sus casas; y dos millones que murieron asesinados a balazos, por hambre o por frío. "Esta", le cuenta Grass a su escritor, "no debió nunca haber guardado silencio sobre esa desgracia, nada más que porque su propio sentimiento de culpa era tan abrumador... con el resultado de que dejaron el tema en manos de la derecha". Este fracaso, dice, fue anonadante.
Para algunos observadores esta disposición a ampliar el discurso alemán es en sí mismo preocupante. Un libro que tuvo grandes ventas, publicado en 2002, ´The Blaze´ [La Llamarada], describe a los aliados bombardeando ciudades alemanas -una campaña en la que murió más de medio millón de personas- con meticuloso detalle. Los columnistas ingleses reaccionaron con indignación, preguntándose: "¿Con cuatro millones de desempleados en Alemania, no es este un terreno fértil para que un nuevo nacional-socialismo eche raíces?" A lo que la simple respuesta es: improbable.
El autor, Jörg Friedich, un historiador liberal que ha escrito extensamente sobre el Holocausto, y que escribió ´The Cold Amnesty´ [La Fría Amnistía], un convincente relato sobre el grado en que el período de posguerra en Alemania occidental estuvo todavía envenenado por la era nazi, había igualmente llegado a la misma conclusión que Grass: que los auto-evidentes y bien documentados crímenes alemanes no son una razón por la que el tema de las penurias alemanas deban permanecer permanentemente tabú, o el coto exclusivo de la derecha nacionalista.
La nueva auto-confianza con respecto a la historia hitleriana está en todas partes. El canciller social-demócrata Gerhard Schröder declaró, al ser invitado al 60 aniversario de las celebraciones del desembarco del Día D: "La Segunda Guerra Mundial terminó finalmente". ´Der Spiegel´ observó que había poca preocupación por la presencia de Schröder en la mayor parte de Europa; sólo Inglaterra reaccionó de otra manera. (Es parte de un patrón familiar. Cuando el corresponsal en Londres de ´Der Spiegel´, Matthias Matussek, publicó un informe a principio de este año donde se atrevió a sugerir que no todo estaba bien con la Inglaterra de Blair, se transformó en el blanco de la furia censuradora del Reino Unido, incluyendo periódicos que han publicado ellos mismos lacerantes historias sobre el mismo tema. Los ingleses pueden criticar a los alemanes; pero no al revés.
Una de las películas de más taquilla en Alemania en los últimos años fue ´Miracle of Berne´ [Milagro de Berna] de Sönke Wortmann, un optimista filme sobre el ingreso de Alemania en el Olimpo futbolístico: la victoria en la Copa Mundial de 1954. Hasta hace unos años la larga sombra de Hitler significaba que una película positiva sobre Alemania habría parecido impensable; una clara señal de que se empieza a ocuparse del "rincón marrón", como se lo describe.

"Hace diez años no habría hecho esta película", me dijo Wortmann. "Las cosas están cambiando para bien. Los alemanes ya no están tan ‘verkrampft', tan tensos. "La televisión alemana se sintió animada a imitar a la serie de la BBC, ´Great Britons´ [Grandes Ingleses], con su propia ´Unsere Besten´. (El ránking de los primeros diez, elegido por millones, incluyó a los dos gigantes de la democracia de posguerra, el conservador Konrad Adenauer y el socialista Willy Brandt; los héroes ejecutados de la resistencia anti-nazi, Hans y Sophie Scholl; Albert Einstein, obligado a emigrar; y especialmente popular en Alemania del Este, Carlos Marx).
Quizás lo más sorprendente de todo, si uno está buscando signos de una nueva y extraordinaria Unbefangenheit, es la creación de una nueva revista, muy irónica, una especie de fondo de escritorio para Alemania. El título provocativo de la revista, impensable alguna vez, es: ´Deutsch´. Sesenta años después de Hitler, la palabra está siendo reclamada por la extrema derecha, como si fuera una nueva etiqueta, como el auto-confidente français o italiano.
Es en este ambiente de Unbefangenheit que debe verse la nueva ola de películas sobre Hitler. Para una generación nueva, los temas del Tercer Reich están todavía por explorar. Sin embargo, esa exploración ya no es tan explosiva como antes. El éxito de ventas de Florian Illies, ´Instructions on Being Innocent´ [Cómo Ser Inocente], de 2001, se mofa "de esos ojos con que miran los alemanes, cuando las cejas preocupadas que casi se extienden sobre la retina a causa de la ansiedad de que alguien pueda olvidar lo terriblemente innegables que son las cosas que pasaron en el Tercer Reich".
La nueva despreocupación no representa necesariamente un rechazo del pasado. Más bien, es una absorción del pasado en la vida alemana moderna. Fue en el siglo 21, no en el cualquier momento en los últimos sesenta años, que el mellado y extraordinario Museo Judío, de Daniel Libeskind, fue inaugurado en Berlín. Como me dijo Libeskind mismo: "Antes, no se habría construido". También es ahora que se está levantando un enorme monumento en memoria del Holocausto, un campo de piedras paradas cerca de la Puerta de Brandeburgo. No es sólo una cuestión de construir monumentos. Hace veinte años, la afirmación del presidente Richard von Weizsäcker de que la derrota nazi fue una "liberación" para Alemania fue considerada polémica; ahora, parece auto-evidente.
Todavía hay montones de alemanes (especialmente entre los viejos) que creen que basta ya y que es tiempo de dejar de hablar sobre el Holocausto. Esos intentos de cerrar la discusión todavía ocurren. Sin embargo, se vuelven habitualmente contra sus proponentes, re-alimentando los viejos debates.
Las nuevas películas sobre Hitler forman parte de la nueva Alemania que se enfrenta a su pasado sin sentirse tan estresada por la confrontación misma. Aquellos que tratan deliberadamente de dejar atrás al pasado a menudo sólo logran lo contrario. Inversamente, aquellos determinados a repasar todos los aspectos del legado de Hitler ayudan a Alemania a estar más tranquila consigo misma, al fin.
John Stuart Mill escribió: "Sólo son felices quienes han fijado su vida en algo que no sea su propia felicidad... Apuntando así a otra cosa, encuentran la felicidad en el camino". Lo mismo se podría decir de la búsqueda alemana de esa normalidad. Películas tales como ´The Downfall´ [La Caída] y ´Speer and He´ [Speer Y Yo], al tratar a Hitler no sólo como un mito sino como un ser humano mortal, puede ayudar a Alemania a escapar de la condición de esclavos de los crímenes del dictador por siempre jamás. Incluso ahora, las palabras "normal" y "Alemania" no se ven bien juntas en la misma frase. Sin embargo, eso puede cambiar con los años.

[Steve Crawshaw, director del capítulo de Londres de Human Rights Watch, es el autor de ´Easier Fatherland: Germany and the Twentieth-First Century´ (Continuum).]

APRENDIENDO DEL PASADO: LA PERSPECTIVA DE BERLÍN

Bettina Rosa Lutz, 25, ejecutiva de relaciones públicas:
No tengo nada emocional con Hitler. Seguirá siendo un tema importante de discusión en los próximos diez o veinte años, simplemente porque todavía hay testigos vivos de lo que pasó durante el nazismo. Yo veo todo esto de manera muy objetiva. Me gustaría ver las dos películas.

Rainer Vogel, 63, constructor
Personalmente yo no siento vergüenza por cuenta de Hitler, por lo menos no en un nivel cotidiano. Creo que eso es válido para toda mi generación. Todos sabemos que lo que pasó fue terrible, que Hitler fue un hombre terrible, pero eso está en el pasado. Sin embargo, creo que al ver esas películas nuevas, lo mismo que cuando uno visita a un campo de concentración, siempre surge algún tipo de sentimiento de culpa reprimido. Pero mi tendencia, como la mayoría de los alemanes, es mirar al futuro, no al pasado.

Marcus Rosenthal, 32, cabildero político
Me gustaría ver las dos películas. Me gustaría meterme en la mente del hombre que ha tenido un impacto tan terrible en el mundo. Mi único problema es que las películas son reivindicadas por la extrema derecha. Para mi generación es más fácil obsesionarse con el sentimiento de vergüenza sobre nuestro pasado nazi antes que hace frente a los retos actuales, tales como frenar el desempleo e implementar reformas sociales.

Ben Barth, 27, funcionario de seguridad
La continuada discusión sobre Hitler y por qué los alemanes tienen un pasado tan terrible me fastidia. Han pasado sesenta años. Lo veo como un episodio malo del que se ha aprendido una lección. Creo que nuestro pasado ha hecho de la Alemania moderna un país más reflexivo, más considerado. En Oriente Medio, por ejemplo, estoy feliz de ser alemán, porque ahí los alemanes son vistos como conciliadores, donantes de ayuda, no como agresores. No tendría problemas en ver una película donde Hitler fuera personaje protagonista, provisto que sea un retrato verosímil.

Martin Heller, 43, abogado
Creo que las generaciones de posguerra no han sido nunca capaces de esquivar a Hitler, pero son los ingleses y los norteamericanos los que están más obsesionados que nunca con él. Espero que estas películas no hayan transformado a Hitler en algo irreal, un genio malo. Tengo varios clientes que fueron expulsados de Alemania por los nazis y eso me toca emocionalmente, pero no Hitler como persona. La gente mala existirá siempre. Creo que es más importante entender las estructuras que permitieron que esos horrores tuvieran lugar.

Sabina Lutz, 20, estudiante
Es nuestra historia y tenemos que aprender de ella. A veces siento que no hemos aprendido lo suficiente del pasado nazi. Los ingleses que conocí en mi año sabático parecían saber mucho más que yo.

Christoph Hoffmann, 51, asesor
¿Por qué tenemos que ponernos de rodillas a cada rato por Hitler? Sí, Hitler fue un hombre terrible; aí, lamentamos lo ocurrido. Pero creo que es mejor para Alemania mirar hacia adelante, no hacia atrás.

Bianca Leitner, 37, taxista
Yo me crié en el régimen comunista de Alemania del Este. Se nos enseñaba que Adolfo Hitler y el nazismo eran productos del "capitalismo demoníaco". El mantra era que "Hitler no problema tuyo". Vivir en el comunismo te otorgaba una especie de perdón inmediato. Pero cuando llegó la unificación, los alemanes del Este tuvieron que aceptar que Hitler también era su problema y parte de su pasado. Quizás estamos un poco detrás de los viejos alemanes federales en aceptar esta parte de nuestra historia, pero me gustaría ver estas películas.

Karl-Hermann Meyer zum Büschenfelde, 73, profesor jubilado de inmunología
No tengo absolutamente ninguna duda de que Adolfo Hitler fue una catástrofe para Alemania y el mundo. Y conservar la memoria y la comprensión de ese período vivas es crucial. Mi única preocupación es que estas películas puedan de algún modo trivializar la discusión sobre el pasado e incluso hacerlo más glamoroso.

Entrevistas de Ruth Elkins
13 July 2004
23 de julio de 2004
©traducción mQh
©independent

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