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terror no es respuesta en chechenia


[Bernard-Henri Lévy] El filósofo francés advierte sobre el peligro del retorno de la barbarie rusa, que pretende castigar a todo el pueblo checheno por los crímenes de unos pocos fanáticos. La inhumanidad de Putin, antiguo comisario y espía comunista, allanó el camino de los nihilistas musulmanes.
La toma de rehenes en Beslán, Rusia, con su masacre de inocentes, con su crueldad, su carnicería y su insana decisión de romper con este tabú final -el tabú de la infancia- nos llena casi de un terror sacro. Ha llevado al terrorismo internacional a un nuevo nivel.
No puede haber excusas para los hombres y mujeres que fueron capaces de semejante abominación. No hay explicación -ni la desesperación, ni la pobreza o los crímenes de estado cometidos previamente por el ejército ruso. ¿Quién, al inscribir este acto en el libro de una historia lamentable y trágica, se atrevería a buscar una justificación? La evidencia indiscutible impone que el único objeto de compasión sean esas familias destrozadas, sobrepasadas por la incredulidad y el dolor, que han estado llorando desde el viernes por los niños mártires de Osetia del Norte.
Sin embargo.
Sin embargo, todo el dolor y la angustia no deben impedirnos una reflexión crítica. Tomemos por ejemplo a Putin. No debemos olvidar que Vladimir V. Putin no dejó, durante toda la crisis, de mentir a los padres de los niños, de acallar la voz de los periodistas a los que consideraba demasiado curiosos y de sabotear las negociaciones posibles.
Miremos la brutalidad del asalto y la locura de los tanques, los que de acuerdo a algunos testigos dispararon obuses contra las paredes de la escuela. Consideremos la indiferencia ante la muerte de otros, algo que ya habíamos visto cuando el submarino Kursk se hundió en el 2000 y cuando el teatro de Moscú fue ocupado en 2002, una indiferencia que llevó a Putin -al enviar a agentes insuficientemente preparados y mal armados- a correr conscientemente el riesgo de un baño de sangre.
Debe ser dicho, y repetido: Más que hacer todo para "proteger a los niños", como anunció que lo haría 24 horas antes del asalto ruso contra la escuela, Putin dio la señal para comenzar la carnicería. Los terroristas son terroristas, pero Putin les allanó el camino.
Miremos a los chechenos y al modo en que los funcionarios de Moscú ya están tratando de utilizar esta tragedia para llevar deshonra a toda la nación chechena. Putin está tratando de establecer un paralelo; es la al-qaedaización de Chechenia. Moscú está tratando de desechar las preocupaciones de los chechenos moderados, y ha habido una fluida confusión de aquellos chechenos que protestan contra los homicidas ataques rusos con aquellos que participan en la nebulosa oscuridad del terrorismo internacional.
Esta comparación es insostenible. Mientras lloramos a los que murieron en Beslán, debemos también resistir con todas nuestras fuerzas el intento de acusar a toda Chechenia de participar en el asesinato masivo de civiles. Lo que realmente ocurrió es que un puñado de nihilistas secuestraron una causa -la causa del nacionalismo checheno- y sus acciones, por definición, constituyen una mofa de este, como lo hizo Osama bin Laden con la causa palestina el 11 de septiembre de 2001.
Otra vez: los chechenos. Analicemos la idea, desenfrenada en las calles de Rusia y Osetia del Norte, de que sólo hay una solución fuerte, violenta y final de la interminable cuestión chechena la que permitirá al estado recuperarse de su propio 11 de septiembre. Los chechenos no son humanos, dice uno [de esos rusos de la calle], son animales, bestias. Stalin no estaba equivocado, dice otro, en querer exterminar hasta el último de los chechenos. Debemos terminar el trabajo de Stalin, señor de todos los rusos.
Y así piensa también toda la clase política post-soviética, junto con los militares, que dan por sentado que más -antes que menos- terror anti-checheno es la única respuesta frente al terror de los terroristas. También en este punto debemos distanciarnos de la clase militar y política post-soviética. En este punto, como en otros, debemos tener el coraje de rechazar a los oficiales de la ex-KGB que asesoran a Putin y que quizás lo controlan, y debemos recordarles que estar en el frente de la guerra contra el terrorismo no les da derechos -y ciertamente no el derecho de responder al horror con el horror, ni de disponer de la vida de los ciudadanos de Grozny de manera tan descuidada.
¿Se atrevió Jacques Chirac a hacerle frente a Putin sobre este punto? ¿Lo hizo el alemán Gerhard Schroeder? ¿Lo hizo el presidente Bush? ¿Lo hizo el ministro holandés de Asuntos Exteriores (el que en el momento en que vio a su colega ruso levantar levemente una ceja retiró cortésmente la pequeña pregunta que se había atrevido a formular a propósito de las condiciones en que se tomó la decisión de atacar la escuela)? Y este no es el aspecto más inquietante del asunto. Ni menos vergonzoso para las grandes democracias que están luchando contra la barbarie y los derechos del hombre -por la verdad. Como si nuestro terror del terror nos impidiera contar hasta dos. Pero contemos hasta uno: la absoluta condena del fascismo de nuestra época, que es el terrorismo islámico. Y hasta dos: el rechazo de un programa político que, vengándose en otros niños de los males que cayeron sobre los nuestros, sólo aumenta el dolor del mundo y no arregla nada.

12 de septiembre de 2004
©losangelestimes
©traducción mQh

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