soldados de ruanda reviven pasado
[Emily Wax] Las tropas enviadas por la Unión Africana para proteger a sus observadores esperan impedir otro genocidio.
El Fasher, Sudán. Cuando se ponía el sol en este campamento del desierto, el soldado raso Lambert Sendegeya, de Ruanda y enviado por la Unión Africana Ruanda, puso un casete con música de su país y empezó a hacer ejercicios para estirar las piernas. El teniente Eugene Ruzianda se asomó desde su tienda de lona y, sacándose la boina verde, se unió a él para los ejercicios vespertinos.
Mientras se estiraban, se lamentaban de su desalentadora tarea: proteger a los 80 observadores militares de la Unión Africana que están a cargo de supervisar una tregua rara vez respetada en Darfur, la conflictiva región de Sudán, un área del tamaño de Francia.
Mencionaron rápidamente que habían oído informes sobre actos de violencia y hablaron de casos en que víctimas les habían entregado notas manuscritas sobre ataques y violaciones. Pero ni los observadores ni las fuerzas de seguridad tienen suficientes vehículos ni personal para investigar los informes, dijeron los soldados.
"Te vas cada noche a dormir pensando que pudiste hacer más. Y podríamos hacer más con un mandato mejor definido", dijo Ruzianda, también ruandés, cuya familia huyó al Congo durante una guerra civil en su país en los años noventa. "Me indigna ver a la gente viviendo así. Hay algunas cosas que me recuerdan a mi país cuando la gente estaba huyendo. Me impactó ver que todo esto esté pasando de nuevo. Esta vez, el único consuelo es que al menos estamos aquí. Es mejor que nada".
Estos hombres forman parte de la generación que sobrevivió el genocidio ruandés de 1994, en el que en cien días de violencia fueron masacradas unas 800.000 personas. La Organización para la Unión Africana OUA, desde entonces remplazada por la Unión Africana UA, no hizo nada cuando ocurrió la masacre. Naciones Unidas, que tenía una pequeña fuerza en terreno durante la carnicería, tampoco intervino.
Ahora 155 ruandeses, parte de una fuerza de la UA de 305 hombres, deben demostrar que los africanos son capaces de poner fin a una guerra africana. Naciones Unidas, apoyadas por Estados Unidos y la Unión Europea, pidió una mayor involucración del grupo en Darfur, su primera prueba seria.
Aldeas incendiadas todavía humean en toda la región. Alrededor de 1.4 millones de africanos que fueron obligados a abandonar sus tierras viven ahora en endebles ciudades de tiendas que crecen cada vez más. Miles de personas han perdido sus vidas en la crisis, la que Estados Unidos ha calificado de genocidio.
La violencia estalló en febrero de 2003, cuando tribus africanas se rebelaron contra el gobierno dirigido por árabes. De acuerdo a Naciones Unidas y grupos de derechos humanos, el gobierno respondió bombardeando aldeas y armando y financiando a una milicia árabe conocido como janjaweed para terminar con la rebelión. El gobierno declaró que la milicia no está bajo su control.
Este mes el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adoptó una resolución que amenaza a Sudán con sanciones a menos que detenga la violencia y nombre una comisión para investigar las atrocidades cometidas. El consejo también ha amenazado con enviar a Darfur 3.000 tropas más de la Unión Africana si no mejora la situación de seguridad.
Los observadores y sus protectores son claves para poner fin al conflicto. Su trabajo es vigilar las violaciones del cese el fuego por tropas del gobierno y los rebeldes africanos y comunicarlas a la rama política de la Unión, que está realizando conversaciones de paz entre los dos lados en Nigeria.
Grupos de ayuda dicen que el mandato de la fuerza es vago y piden órdenes más explícitas que permita a los soldados usar la fuerza para terminar con los ataques contra civiles.
El gobierno de Sudán ha dicho que rechazará cualquier ampliación de las atribuciones de la fuerza que vayan más allá de la simple observación. En Kartum, los diarios de propiedad del gobierno están llenos de incendiarios editoriales acusando a las tropas, que representan a 12 países, de introducir el sida en Sudán. Otras historias han comparado la misión de la UA con la invasión norteamericana de Iraq.
Pero el gobierno de Sudán no tiene opciones. Han continuado los ataques contra aldeas y campamentos, que los refugiados describen como "prisiones sin murallas", dijo Louise Arbour, el alto comisionado para los derechos humanos de Naciones Unidas, que visitó la región hace poco.
"La gente no puede volver a sus casas porque no confían en que el gobierno les proteja", dice Arbour. "Está claro que se necesita una mayor presencia internacional en el terreno".
La fuerza de la UA, creada en 2002, está todavía en su infancia. El presidente de la Unión, Olugesun Obasanjo, de Nigeria, ha pedido 200 millones de dólares para adquirir materiales de logística. El Senado norteamericano aprobó el jueves un proyecto de ley para destinar 75 millones de dólares a la fuerza de intervención.
Durante una visita reciente a la base en El Fasher, el general Festus Okonkwo, de Nigeria, recibió en su despacho, un remolque con aire acondicionado, y mostró los vehículos de su diminuta flota: tres helicópteros y seis transportes blindados para personal.
"Y aceptaré cualquier cantidad adicional que ustedes puedan proporcionarme", dijo Okonkwo a una delegación visitante que incluía al parlamentario republicano Jim Kolbe (Arizona), presidente del subcomité de Asignaciones para operaciones en el extranjero.
Las dificultades suenan familiares a los ruandeses.
"Esperamos y apreciaríamos esa ayuda", dijo el mayor Emmanuel Rugazoora, un comandante ruandés. "Queremos solucionar un problema africano. No deberíamos avergonzarnos de pedir ayuda, porque hay gente que está sufriendo".
Rugazoora animó a sus hombres a seguir trabajando, y a no preocuparse de asuntos políticos. "Concéntrense en Darfur", ordenó.
"Queremos hacer más", dijo Sendegeya, el soldado raso, que creció como refugiado en Burundi durante la guerra de Ruanda. Muchos de los amigos de su familia, que se quedaron en el país, fueron asesinados. "Como ruandés, sabes que esto debería ser estudiado cuidadosamente y que deberían haber objetivos", dijo Sendegeya, 32. "Cuando hay problemas, me pongo triste".
Hay días en que no hay suficientes coches para todos los observadores, y Sendegeya se sienta en la tienda, hace el aseo del recinto y ejercicios.
Pero dijo que estaba feliz de estar aquí. "Sabes, es interesante porque a pesar de todo siento que estoy haciendo algo para resolver el conflicto", dijo.
Ruzianda, su superior inmediato, le dio una palmada en la espalda a su amigo y dijo que entendía.
"Incluso cuando me quejo, estoy contento de contribuir, aunque sea un poco", dijo Ruzianda, que era miembro de la fuerza militar que detuvo el genocidio en Ruanda. "Es diferente para nosotros".
Los soldados ruandeses, algunos con rifles AK-47, se reunieron a hablar sobre los efectos positivos de lo que estaban haciendo. Muchos dijeron que habían asistido a ceremonias en su país, en abril, en conmemoración del décimo aniversario del genocidio.
Hablaron sobre las mujeres que habían asistido a las ceremonias, con muchas de ellas llorando y portando collages de fotos enmarcadas de los niños que habían perdido. Algunos de los soldados dijeron que unos extranjeros habían viajado a su país para el aniversario, pero que no estuvieron ahí hace diez años para impedir la masacre. Y hablaron de las palabras inscritas arriba del museo del genocidio inaugurado recientemente: ‘Nunca más’.
Un guardia de aspecto juvenil, que dijo que había perdido a sus padres en el genocidio, se retiró. "Me voy a la cama", dijo. Otro fijó su mirada pensativamente en el suelo.
Ruzianda sonrió débilmente y se encogió de hombros. "Es lo que me gustaría: nunca más. Y ¿no es esto lo que estamos proclamando aquí? Para detener la locura", dijo. "Nuestro continente no necesita pasar por todo esto otra vez".
30 de septiembre de 2004
©washingtonpost
cc traducción mQh
Mientras se estiraban, se lamentaban de su desalentadora tarea: proteger a los 80 observadores militares de la Unión Africana que están a cargo de supervisar una tregua rara vez respetada en Darfur, la conflictiva región de Sudán, un área del tamaño de Francia.
Mencionaron rápidamente que habían oído informes sobre actos de violencia y hablaron de casos en que víctimas les habían entregado notas manuscritas sobre ataques y violaciones. Pero ni los observadores ni las fuerzas de seguridad tienen suficientes vehículos ni personal para investigar los informes, dijeron los soldados.
"Te vas cada noche a dormir pensando que pudiste hacer más. Y podríamos hacer más con un mandato mejor definido", dijo Ruzianda, también ruandés, cuya familia huyó al Congo durante una guerra civil en su país en los años noventa. "Me indigna ver a la gente viviendo así. Hay algunas cosas que me recuerdan a mi país cuando la gente estaba huyendo. Me impactó ver que todo esto esté pasando de nuevo. Esta vez, el único consuelo es que al menos estamos aquí. Es mejor que nada".
Estos hombres forman parte de la generación que sobrevivió el genocidio ruandés de 1994, en el que en cien días de violencia fueron masacradas unas 800.000 personas. La Organización para la Unión Africana OUA, desde entonces remplazada por la Unión Africana UA, no hizo nada cuando ocurrió la masacre. Naciones Unidas, que tenía una pequeña fuerza en terreno durante la carnicería, tampoco intervino.
Ahora 155 ruandeses, parte de una fuerza de la UA de 305 hombres, deben demostrar que los africanos son capaces de poner fin a una guerra africana. Naciones Unidas, apoyadas por Estados Unidos y la Unión Europea, pidió una mayor involucración del grupo en Darfur, su primera prueba seria.
Aldeas incendiadas todavía humean en toda la región. Alrededor de 1.4 millones de africanos que fueron obligados a abandonar sus tierras viven ahora en endebles ciudades de tiendas que crecen cada vez más. Miles de personas han perdido sus vidas en la crisis, la que Estados Unidos ha calificado de genocidio.
La violencia estalló en febrero de 2003, cuando tribus africanas se rebelaron contra el gobierno dirigido por árabes. De acuerdo a Naciones Unidas y grupos de derechos humanos, el gobierno respondió bombardeando aldeas y armando y financiando a una milicia árabe conocido como janjaweed para terminar con la rebelión. El gobierno declaró que la milicia no está bajo su control.
Este mes el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adoptó una resolución que amenaza a Sudán con sanciones a menos que detenga la violencia y nombre una comisión para investigar las atrocidades cometidas. El consejo también ha amenazado con enviar a Darfur 3.000 tropas más de la Unión Africana si no mejora la situación de seguridad.
Los observadores y sus protectores son claves para poner fin al conflicto. Su trabajo es vigilar las violaciones del cese el fuego por tropas del gobierno y los rebeldes africanos y comunicarlas a la rama política de la Unión, que está realizando conversaciones de paz entre los dos lados en Nigeria.
Grupos de ayuda dicen que el mandato de la fuerza es vago y piden órdenes más explícitas que permita a los soldados usar la fuerza para terminar con los ataques contra civiles.
El gobierno de Sudán ha dicho que rechazará cualquier ampliación de las atribuciones de la fuerza que vayan más allá de la simple observación. En Kartum, los diarios de propiedad del gobierno están llenos de incendiarios editoriales acusando a las tropas, que representan a 12 países, de introducir el sida en Sudán. Otras historias han comparado la misión de la UA con la invasión norteamericana de Iraq.
Pero el gobierno de Sudán no tiene opciones. Han continuado los ataques contra aldeas y campamentos, que los refugiados describen como "prisiones sin murallas", dijo Louise Arbour, el alto comisionado para los derechos humanos de Naciones Unidas, que visitó la región hace poco.
"La gente no puede volver a sus casas porque no confían en que el gobierno les proteja", dice Arbour. "Está claro que se necesita una mayor presencia internacional en el terreno".
La fuerza de la UA, creada en 2002, está todavía en su infancia. El presidente de la Unión, Olugesun Obasanjo, de Nigeria, ha pedido 200 millones de dólares para adquirir materiales de logística. El Senado norteamericano aprobó el jueves un proyecto de ley para destinar 75 millones de dólares a la fuerza de intervención.
Durante una visita reciente a la base en El Fasher, el general Festus Okonkwo, de Nigeria, recibió en su despacho, un remolque con aire acondicionado, y mostró los vehículos de su diminuta flota: tres helicópteros y seis transportes blindados para personal.
"Y aceptaré cualquier cantidad adicional que ustedes puedan proporcionarme", dijo Okonkwo a una delegación visitante que incluía al parlamentario republicano Jim Kolbe (Arizona), presidente del subcomité de Asignaciones para operaciones en el extranjero.
Las dificultades suenan familiares a los ruandeses.
"Esperamos y apreciaríamos esa ayuda", dijo el mayor Emmanuel Rugazoora, un comandante ruandés. "Queremos solucionar un problema africano. No deberíamos avergonzarnos de pedir ayuda, porque hay gente que está sufriendo".
Rugazoora animó a sus hombres a seguir trabajando, y a no preocuparse de asuntos políticos. "Concéntrense en Darfur", ordenó.
"Queremos hacer más", dijo Sendegeya, el soldado raso, que creció como refugiado en Burundi durante la guerra de Ruanda. Muchos de los amigos de su familia, que se quedaron en el país, fueron asesinados. "Como ruandés, sabes que esto debería ser estudiado cuidadosamente y que deberían haber objetivos", dijo Sendegeya, 32. "Cuando hay problemas, me pongo triste".
Hay días en que no hay suficientes coches para todos los observadores, y Sendegeya se sienta en la tienda, hace el aseo del recinto y ejercicios.
Pero dijo que estaba feliz de estar aquí. "Sabes, es interesante porque a pesar de todo siento que estoy haciendo algo para resolver el conflicto", dijo.
Ruzianda, su superior inmediato, le dio una palmada en la espalda a su amigo y dijo que entendía.
"Incluso cuando me quejo, estoy contento de contribuir, aunque sea un poco", dijo Ruzianda, que era miembro de la fuerza militar que detuvo el genocidio en Ruanda. "Es diferente para nosotros".
Los soldados ruandeses, algunos con rifles AK-47, se reunieron a hablar sobre los efectos positivos de lo que estaban haciendo. Muchos dijeron que habían asistido a ceremonias en su país, en abril, en conmemoración del décimo aniversario del genocidio.
Hablaron sobre las mujeres que habían asistido a las ceremonias, con muchas de ellas llorando y portando collages de fotos enmarcadas de los niños que habían perdido. Algunos de los soldados dijeron que unos extranjeros habían viajado a su país para el aniversario, pero que no estuvieron ahí hace diez años para impedir la masacre. Y hablaron de las palabras inscritas arriba del museo del genocidio inaugurado recientemente: ‘Nunca más’.
Un guardia de aspecto juvenil, que dijo que había perdido a sus padres en el genocidio, se retiró. "Me voy a la cama", dijo. Otro fijó su mirada pensativamente en el suelo.
Ruzianda sonrió débilmente y se encogió de hombros. "Es lo que me gustaría: nunca más. Y ¿no es esto lo que estamos proclamando aquí? Para detener la locura", dijo. "Nuestro continente no necesita pasar por todo esto otra vez".
30 de septiembre de 2004
©washingtonpost
cc traducción mQh
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