RECONSTRUYENDO UN AFGANISTÁN ARRUINADO - john daniszewski
Afganistán comienza a renacer. La ayuda internacional hace posible que las niñas vuelvan a la escuela que les había sido prohibida por los talibanes.
Karabaq, Afganistán. La meseta de Shomali al norte de la capital afgana, una meseta de 65 kilómetros de ancho y cruzada por antiguos canales de irrigación que llevan el agua de los congelados picos arriba, es una zona legendaria por sus exuberantes viñedos y generosos huertos.
Pero durante los años de los talibanes, la región fue destruida sistemáticamente -sus aldeas fueron quemadas; sus huertos talados; sus sistemas de irrigación, dinamitados- en una campaña de limpieza étnica' con que los extremistas religiosos fundamentalmente pushtún del régimen talibán atacaron al medio millón de habitantes tajik y hazara de la meseta.
Cuando los talibanes fueron expulsados en diciembre de 2001, sólo quedaban pueblos fantasmas. El camino hacia Kabul ofrecía todo un paisaje de tanques destruidos, puentes rotos y casas en ruinas, la meseta misma un uniforme marrón polvoriento regado de tocones de árboles.
Visitar la meseta de Shomali es hoy todo un contraste. Las aldeas han vuelto a la vida. Los refugiados que huyeron de los talibanes han vuelto desde Pakistán e Irán para reconstruir sus casas, cavar nuevos pozos y embalses de agua; los mercados rebosan de ovejas y cabras y pilas de frutas, y los niños van a la escuela.
Afganistán enfrenta todavía severos problemas, y en algunos aspectos -especialmente en la producción de droga y la re-emergencia de fuerzas anti-norteamericanas a lo largo del cinturón de la frontera sur- se está volviendo peor. Pero en tres años de relativa estabilidad, la reconstrucción y el desarrollo han adquirido ímpetu, como demuestra la renovación y el mejoramiento de la vida en lugares tales como la meseta de Shomali.
Muy a menudo en estos días, las imágenes de Afganistán pueden mezclarse con las espantosas noticias que provienen de Iraq, el otro país invadido por Estados Unidos en la guerra declarada por el gobierno contra el terrorismo. Pero no es lo mismo.
Cansado y empobrecido por décadas de guerra civil, el pueblo de Afganistán ha estado en general mucho más dispuesto que los iraquíes a aceptar una intervención extranjera en su país, viéndola como una misión de ayuda de amplio apoyo internacional más bien que como una ocupación para hacerse con el petróleo.
Mientras Iraq se ha hundido en un sangriento caos, con coches-bomba y atentados suicidas casi a diario y casi 1.1000 militares norteamericanos y un estimado de 20.000 iraquíes muertos desde marzo de 2003, Afganistán no ha sufrido trastornos similares. Desde octubre de 2001, han muerto en Afganistán unos 140 militares norteamericanos y cerca de 1.000 personas, según se estima, en operaciones militares este año.
Por supuesto, Afganistán tiene todavía mucho camino por recorrer. El alcance del gobierno central del presidente interino Hamid Karzai es limitado. El cultivo de opio -prohibido por los talibanes- ha vuelto a emerger, enviándose grandes cantidades de heroína a Europa a través de Irán y Asia Central y obteniendo el año pasado beneficios de unos 2.3 billones de dólares para los señores de la guerra del país. Los talibanes, una floja alianza con una milicia leal al señor de la guerra Gulbuddin Hekmatyar, se ha reorganizado y está acosando a los militares norteamericanos y a grupos de ayuda occidentales que trabajan en el sur y este del país.
En todo el país, un país donde la esperanza de vida es apenas de 43 años, la ausencia de infraestructura y de acceso a agua potable y servicios médicos se cobran un alto peaje de vidas de bebés y madres. Y una sequía ha arruinado la agricultura.
Sin embargo, en parte debido a los 1.3 billones de ayuda proporcionada por Estados Unidos y otros donantes internacionales, y en parte a la entrega de los cooperantes que desafían los ataques y a veces arriesgan la vida en su dedicación para proteger al país, pero en su mayor parte debido al trabajo de los afganos mismos, el país comienza a renacer en gran parte del territorio.
El sistema nacional de carreteras está siendo renovado y se ha completado el primer tramo de casi 500 kilómetros entre Kabul y la sureña ciudad de Kandahar, reduciendo un viaje de tres días, a uno de seis o siete horas. Se está construyendo un tramo en un anillo de carreteras en el escarpado país del tamaño de Tejas, con financiamiento norteamericano, desde Kandahar a Herat al oeste. Entretanto, los donantes de Europa y Asia están reparando las carreteras del norte.
Se han instalado dos redes de teléfono móviles, haciendo posible la comunicación dentro y entre las principales ciudades del país. El gobierno local está comenzando a funcionar. Incluso aunque la mortalidad infantil sigue estando entre las más altas del mundo, de acuerdo a Naciones Unidas ha comenzado a declinar.
Recientemente, el país logró realizar sus primeras elecciones presidenciales. El conteo ya comenzó, pero se espera que resulte en un mandato popular para Karzai y fortalezca el poder del gobierno central a la hora de resolver problemas nacionales.
"Si continúa este ritmo, seremos algún día un país próspero", dijo Khan Jan, 50, un lisiado de guerra afgano, sentado en una estera en una sencilla casa de ladrillos de adobe construida aquí para él por Care International, una agencia de ayuda que opera en todo el país y especialmente en la meseta de Shomali, donde ha proporcionado viviendas a 87.000 personas en los dos últimos años.
"Lo haremos nosotros mismos", dijo Jan. "Espero ansioso el día que Afganistán sea capaz de ayudar a otros países, y no ser solamente un receptor de ayuda".
Ese tipo de optimismo es difícil de encontrar en Iraq. Los trabajadores extranjeros en Bagdad y en muchas otras regiones de ese país no pueden movilizarse libremente por temor a ser atacados o secuestrados y se aventuran rara vez en las calles de la capital o a viajar en las áreas musulmanas chiíes y sunníes sin una escolta armada. La posibilidad de un ataque ha paralizado los proyectos de reconstrucción, haciendo imposible desembolsar los billones de dólares de ayuda asignados por el Congreso estadounidense.
Afganistán es una historia diferente. La inseguridad es una preocupación para los extranjeros en muchas áreas, y ha habido un aumento de los ataques, pero la situación es mucho menos grave que en Iraq.
En Kabul central, por ejemplo, es común ver a extranjeros haciendo las compras o en restaurantes, sin escoltas, y las patrullas militares de las Fuerzas Internacionales para la Estabilización de Afganistán [International Security Assistance Force ISAF], respaldadas por la OTAN se mueven libremente y son rara vez atacadas. Aunque hay mucho menos dinero extranjero destinado a Afganistán (en comparación con Iraq), desembolsarlo es mucho más fácil a través de la red de organizaciones de ayuda no-gubernamentales que ha estado largo tiempo activas en el país, incluso durante los días de los talibanes y la guerra civil que estalló tras la ocupación soviética.
La comunidad de cooperantes ha sufrido algunos reveses. El grupo de Médicos Sin Fronteras se retiró de Afganistán en julio -después de que cinco de sus colaboradores fueran asesinados en junio al noroeste del país- acusando a las autoridades de no querer detener a los autores. (Los talibanes reclamaron responsabilidad por los asesinatos).
Paul Barker, el director norteamericano de Care International en Afganistán, dijo que en el último año y medio ha habido 400 ataques contra los grupos de ayuda extranjeros y su personal, con sólo un juicio. A pesar de esta "cultura de la impunidad", dijo, la mayoría de los grupos de ayuda se han negado a dejar el país.
"La opinión general es que esta es la mejor posibilidad para Afganistán en casi tres décadas, y si podemos evitarlo, no abandonaremos el país ahora", dijo Barker.
Patrick Fine, el recientemente llegado director de la Agencia para el Desarrollo Internacional norteamericana [U.S. Agency for International Development AID] en Kabul dijo que estaba sorprendido de los avances hechos por el país. Señaló que la ayuda extranjera a gran escala no empezó sino hasta mediados de 2002, de modo que la mayor parte del progreso ocurrió en solo dos años.
Lo más extraordinario, dijo, era el avance en la educación, con un aumento de la población escolar de 450.000 a 4.8 millones de alumnos, un 40 por ciento de los cuales son niñas, cuyo acceso a la educación había sido prohibido por los talibanes.
Es, dijo, "probablemente el crecimiento más rápido de un sistema nacional de educación en la historia del mundo".
En una reciente visita a Logari, una aldea en el distrito de Karabaq, a unos 45 minutos al norte de Kabul, los habitantes observaron con excitación a los trabajadores que terminaban un embalse de agua del tamaño de una piscina, cercándolo de rocas traídas de las montañas a ambos lados de la meseta.
Un viejo aldeano explicó que el agua bombeada de un profundo pozo excavado recientemente en el pueblo podría ser almacenada ahí. Evitaría el despilfarro y proporcionaría suficiente agua para que no necesitara recambios más que cada tres días. Los derrames se podrían usar para regar, dijo.
Es un proyecto relativamente pequeño, pero constituye una importante mejora para la gente de Logari, todos ellos refugiados retornados hace poco. Se han construido decenas de casas de dos pisos de ladrillos de adobe, levantadas con financiamiento y materiales de Care International con un coste para la organización de unos 500 dólares por cada vivienda.
"Estamos contentos", dijo el patriarca, Aji Mohammed Qalan, 63. "Cuando volvimos después de que fueran los talibanes, no vivía aquí nadie y no había nada. Ahora la vida vuelve a renacer".
Un área menos afortunada fue el Distrito 5, de Istalif, a unas 25 kilómetros de Logari. Allí, los habitantes dijeron que todavía estaban esperando ayuda, que la mayoría de sus niños estaban enfermos por beber aguas contaminadas, que las vides no crecían sin pesticidas ni agua, y que necesitaban que se reparase el camino de modo que los hombres pudieran obtener trabajos más fácilmente en Kabul.
"Los señores de la guerra y los comandantes se lo llevan todo", se quejó un hombre, Aghrdash Sayed Akram, en su cuarto adornado con alfombras y una vieja escopeta de caza en la pared. "Para nosotros los pobres, no hay nada".
Pero incluso él no abandona la esperanza. "Nos desilusiona y deprime que no nos hayan dado nada -pero no podemos decir que los últimos tres años fueran malos", dijo Akram. "Estamos contentos que haber vuelto y estar liberados de los talibanes y terroristas".
18 de octubre de 2004
22 de octubre de 2004
©los angeles times
traducción mQh
Pero durante los años de los talibanes, la región fue destruida sistemáticamente -sus aldeas fueron quemadas; sus huertos talados; sus sistemas de irrigación, dinamitados- en una campaña de limpieza étnica' con que los extremistas religiosos fundamentalmente pushtún del régimen talibán atacaron al medio millón de habitantes tajik y hazara de la meseta.
Cuando los talibanes fueron expulsados en diciembre de 2001, sólo quedaban pueblos fantasmas. El camino hacia Kabul ofrecía todo un paisaje de tanques destruidos, puentes rotos y casas en ruinas, la meseta misma un uniforme marrón polvoriento regado de tocones de árboles.
Visitar la meseta de Shomali es hoy todo un contraste. Las aldeas han vuelto a la vida. Los refugiados que huyeron de los talibanes han vuelto desde Pakistán e Irán para reconstruir sus casas, cavar nuevos pozos y embalses de agua; los mercados rebosan de ovejas y cabras y pilas de frutas, y los niños van a la escuela.
Afganistán enfrenta todavía severos problemas, y en algunos aspectos -especialmente en la producción de droga y la re-emergencia de fuerzas anti-norteamericanas a lo largo del cinturón de la frontera sur- se está volviendo peor. Pero en tres años de relativa estabilidad, la reconstrucción y el desarrollo han adquirido ímpetu, como demuestra la renovación y el mejoramiento de la vida en lugares tales como la meseta de Shomali.
Muy a menudo en estos días, las imágenes de Afganistán pueden mezclarse con las espantosas noticias que provienen de Iraq, el otro país invadido por Estados Unidos en la guerra declarada por el gobierno contra el terrorismo. Pero no es lo mismo.
Cansado y empobrecido por décadas de guerra civil, el pueblo de Afganistán ha estado en general mucho más dispuesto que los iraquíes a aceptar una intervención extranjera en su país, viéndola como una misión de ayuda de amplio apoyo internacional más bien que como una ocupación para hacerse con el petróleo.
Mientras Iraq se ha hundido en un sangriento caos, con coches-bomba y atentados suicidas casi a diario y casi 1.1000 militares norteamericanos y un estimado de 20.000 iraquíes muertos desde marzo de 2003, Afganistán no ha sufrido trastornos similares. Desde octubre de 2001, han muerto en Afganistán unos 140 militares norteamericanos y cerca de 1.000 personas, según se estima, en operaciones militares este año.
Por supuesto, Afganistán tiene todavía mucho camino por recorrer. El alcance del gobierno central del presidente interino Hamid Karzai es limitado. El cultivo de opio -prohibido por los talibanes- ha vuelto a emerger, enviándose grandes cantidades de heroína a Europa a través de Irán y Asia Central y obteniendo el año pasado beneficios de unos 2.3 billones de dólares para los señores de la guerra del país. Los talibanes, una floja alianza con una milicia leal al señor de la guerra Gulbuddin Hekmatyar, se ha reorganizado y está acosando a los militares norteamericanos y a grupos de ayuda occidentales que trabajan en el sur y este del país.
En todo el país, un país donde la esperanza de vida es apenas de 43 años, la ausencia de infraestructura y de acceso a agua potable y servicios médicos se cobran un alto peaje de vidas de bebés y madres. Y una sequía ha arruinado la agricultura.
Sin embargo, en parte debido a los 1.3 billones de ayuda proporcionada por Estados Unidos y otros donantes internacionales, y en parte a la entrega de los cooperantes que desafían los ataques y a veces arriesgan la vida en su dedicación para proteger al país, pero en su mayor parte debido al trabajo de los afganos mismos, el país comienza a renacer en gran parte del territorio.
El sistema nacional de carreteras está siendo renovado y se ha completado el primer tramo de casi 500 kilómetros entre Kabul y la sureña ciudad de Kandahar, reduciendo un viaje de tres días, a uno de seis o siete horas. Se está construyendo un tramo en un anillo de carreteras en el escarpado país del tamaño de Tejas, con financiamiento norteamericano, desde Kandahar a Herat al oeste. Entretanto, los donantes de Europa y Asia están reparando las carreteras del norte.
Se han instalado dos redes de teléfono móviles, haciendo posible la comunicación dentro y entre las principales ciudades del país. El gobierno local está comenzando a funcionar. Incluso aunque la mortalidad infantil sigue estando entre las más altas del mundo, de acuerdo a Naciones Unidas ha comenzado a declinar.
Recientemente, el país logró realizar sus primeras elecciones presidenciales. El conteo ya comenzó, pero se espera que resulte en un mandato popular para Karzai y fortalezca el poder del gobierno central a la hora de resolver problemas nacionales.
"Si continúa este ritmo, seremos algún día un país próspero", dijo Khan Jan, 50, un lisiado de guerra afgano, sentado en una estera en una sencilla casa de ladrillos de adobe construida aquí para él por Care International, una agencia de ayuda que opera en todo el país y especialmente en la meseta de Shomali, donde ha proporcionado viviendas a 87.000 personas en los dos últimos años.
"Lo haremos nosotros mismos", dijo Jan. "Espero ansioso el día que Afganistán sea capaz de ayudar a otros países, y no ser solamente un receptor de ayuda".
Ese tipo de optimismo es difícil de encontrar en Iraq. Los trabajadores extranjeros en Bagdad y en muchas otras regiones de ese país no pueden movilizarse libremente por temor a ser atacados o secuestrados y se aventuran rara vez en las calles de la capital o a viajar en las áreas musulmanas chiíes y sunníes sin una escolta armada. La posibilidad de un ataque ha paralizado los proyectos de reconstrucción, haciendo imposible desembolsar los billones de dólares de ayuda asignados por el Congreso estadounidense.
Afganistán es una historia diferente. La inseguridad es una preocupación para los extranjeros en muchas áreas, y ha habido un aumento de los ataques, pero la situación es mucho menos grave que en Iraq.
En Kabul central, por ejemplo, es común ver a extranjeros haciendo las compras o en restaurantes, sin escoltas, y las patrullas militares de las Fuerzas Internacionales para la Estabilización de Afganistán [International Security Assistance Force ISAF], respaldadas por la OTAN se mueven libremente y son rara vez atacadas. Aunque hay mucho menos dinero extranjero destinado a Afganistán (en comparación con Iraq), desembolsarlo es mucho más fácil a través de la red de organizaciones de ayuda no-gubernamentales que ha estado largo tiempo activas en el país, incluso durante los días de los talibanes y la guerra civil que estalló tras la ocupación soviética.
La comunidad de cooperantes ha sufrido algunos reveses. El grupo de Médicos Sin Fronteras se retiró de Afganistán en julio -después de que cinco de sus colaboradores fueran asesinados en junio al noroeste del país- acusando a las autoridades de no querer detener a los autores. (Los talibanes reclamaron responsabilidad por los asesinatos).
Paul Barker, el director norteamericano de Care International en Afganistán, dijo que en el último año y medio ha habido 400 ataques contra los grupos de ayuda extranjeros y su personal, con sólo un juicio. A pesar de esta "cultura de la impunidad", dijo, la mayoría de los grupos de ayuda se han negado a dejar el país.
"La opinión general es que esta es la mejor posibilidad para Afganistán en casi tres décadas, y si podemos evitarlo, no abandonaremos el país ahora", dijo Barker.
Patrick Fine, el recientemente llegado director de la Agencia para el Desarrollo Internacional norteamericana [U.S. Agency for International Development AID] en Kabul dijo que estaba sorprendido de los avances hechos por el país. Señaló que la ayuda extranjera a gran escala no empezó sino hasta mediados de 2002, de modo que la mayor parte del progreso ocurrió en solo dos años.
Lo más extraordinario, dijo, era el avance en la educación, con un aumento de la población escolar de 450.000 a 4.8 millones de alumnos, un 40 por ciento de los cuales son niñas, cuyo acceso a la educación había sido prohibido por los talibanes.
Es, dijo, "probablemente el crecimiento más rápido de un sistema nacional de educación en la historia del mundo".
En una reciente visita a Logari, una aldea en el distrito de Karabaq, a unos 45 minutos al norte de Kabul, los habitantes observaron con excitación a los trabajadores que terminaban un embalse de agua del tamaño de una piscina, cercándolo de rocas traídas de las montañas a ambos lados de la meseta.
Un viejo aldeano explicó que el agua bombeada de un profundo pozo excavado recientemente en el pueblo podría ser almacenada ahí. Evitaría el despilfarro y proporcionaría suficiente agua para que no necesitara recambios más que cada tres días. Los derrames se podrían usar para regar, dijo.
Es un proyecto relativamente pequeño, pero constituye una importante mejora para la gente de Logari, todos ellos refugiados retornados hace poco. Se han construido decenas de casas de dos pisos de ladrillos de adobe, levantadas con financiamiento y materiales de Care International con un coste para la organización de unos 500 dólares por cada vivienda.
"Estamos contentos", dijo el patriarca, Aji Mohammed Qalan, 63. "Cuando volvimos después de que fueran los talibanes, no vivía aquí nadie y no había nada. Ahora la vida vuelve a renacer".
Un área menos afortunada fue el Distrito 5, de Istalif, a unas 25 kilómetros de Logari. Allí, los habitantes dijeron que todavía estaban esperando ayuda, que la mayoría de sus niños estaban enfermos por beber aguas contaminadas, que las vides no crecían sin pesticidas ni agua, y que necesitaban que se reparase el camino de modo que los hombres pudieran obtener trabajos más fácilmente en Kabul.
"Los señores de la guerra y los comandantes se lo llevan todo", se quejó un hombre, Aghrdash Sayed Akram, en su cuarto adornado con alfombras y una vieja escopeta de caza en la pared. "Para nosotros los pobres, no hay nada".
Pero incluso él no abandona la esperanza. "Nos desilusiona y deprime que no nos hayan dado nada -pero no podemos decir que los últimos tres años fueran malos", dijo Akram. "Estamos contentos que haber vuelto y estar liberados de los talibanes y terroristas".
18 de octubre de 2004
22 de octubre de 2004
©los angeles times
traducción mQh
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