¿QUIÉNES SON LOS ENEMIGOS EN IRAK? - edward wong
A pesar del confuso caos que presenta la resistencia iraquí y su carencia de expresión política, algunos grupos de insurgentes podrían aceptar tomar parte en un proceso político.
Bagdad, Iraq. A tenor de lo que dicen los comandantes norteamericanos en Iraq, William Butler Yetas podría ser el poeta laureado de la insurgencia iraquí. Si las guerrillas ganaran la guerra, con sus coches-bomba kamikazes y sus decapitaciones televisadas, ¿qué ocurriría? Nada, dicen los comandantes, excepto una creciente espiral de violencia, todo se desintegraría y, finalmente, el caos se apoderaría de la cuna de la civilización.
"Esta es una insurgencia negativa", dijo el general de brigada Erwin Lessel, subdirector de operaciones de las fuerzas multinacionales en una entrevista en el fortificado cuartel general de los norteamericanos, cerca de donde dos potentes bombas mataron el jueves a cinco personas y dejaron a los norteamericanos preparándose para más estragos al principio del mes santo de ramadán. "A diferencia de la insurgencia clásica, estos grupos no proponen nada".
"Tienen diferentes objetivos, ideologías contradictorias", continuó, "y no ofrecen nada positivo al gobierno".
El análisis del general tocó un punto llamativo de las guerrillas, especialmente las de los grupos musulmanes sunníes: a un año y medio de la caída de Bagdad, la insurgencia debe todavía desarrollar completamente su ala política, o un programa político coherente. Las insurgencias clásicas a menudo presentan una división del trabajo entre las ramas militar y política, donde la última determina los objetivos de la lucha y trata de alcanzarlos a través de una oposición política. El Vietcong y el Ejército Republicano Irlandés IRA, por ejemplo, tenían comandantes tácticos en el campo de batalla, mientras los políticos daban golpes en la mesa de negociaciones.
Pero pensar que el objetivo final de la resistencia sunní es extender el caos, o asumir que su carencia aparente de una maquinaria política es una debilidad que puede ser explotada, es subestimar a los milicianos, dicen los estudiosos de insurgencias que han visitado Iraq.
Sí, hay decenas de grupos sunníes en la guerra, desde células musulmanas de milicianos extranjeros hasta bandas más regulares de antiguos oficiales del ejército iraquí, y tienen ideologías disparatadas e incluso contradictorias, dijo Bruce D. Hoffman, un analista de la insurgencia de la RAND Corporation. Pero, agregó, los une el objetivo de expulsar a los norteamericanos de Iraq, y eso es más que suficiente como programa para unir de momento a muchos sunníes.
Aquí se aplica una regla política universal: Mientras más simple el mensaje, más apoyo popular puede ganarse, como seguramente saben los mediáticos insurgentes. Presentar plataformas políticas más sofisticadas, como describir sistemas alternativos de gobierno, podría alejar a los partidarios o revelar desacuerdos entre los grupos. Dentro de la insurgencia, por lo menos hasta ahora, los clérigos de la línea dura y los antiguos baazistas seculares mantienen sin duda su matrimonio de conveniencia concentrándose en un objetivo táctico que los una, más que en sus ideologías opuestas, incluso cuando se amenace o ejecute a supuestos colaboracionistas.
"No necesitas realmente un programa político comprehensivo si tienes un mensaje que resuene", dijo Hoffman. "No van a jugar con algo que da resultados".
Un importante funcionario de la Asociación de Estudiosos Musulmanes, un grupo de clérigos sunníes que tiene estrechos vínculos con líderes insurgentes, reconoció que los objetivos de las células son "a veces contradictorios".
"Pero todas tienen un solo objetivo, y ese es sacar a los norteamericanos de Iraq, y no creo que este objetivo sea negociable", dijo el funcionario, Mihammad Bashar al-Fadhi.
El hecho de que los grupos no estén operando bajo una comandancia unificada con una bien desarrollada ala política puede ser una ventaja. La disparatada naturaleza de la insurgencia ha obligado a los norteamericanos y al gobierno interino iraquí dirigido por el primer ministro Ayad Allawi, a tratar de pacificar a los grupos uno por uno, un enfoque que permite que un acuerdo con un grupo sea socavado por los otros. Este problema surgió en recientes negociaciones sobre la plaza fuerte insurgente de Faluya: las ofertas de paz avanzadas por el doctor Allawi a los jeques tribales de la ciudad no significan nada para yihadistas como Abu Musab al-Zarqawi, un militante de Jordania cuyas tácticas incluyen la filmación de las decapitaciones de rehenes extranjeros.
"Nadie puede definir la motivación exacta e ideología de los grupos, ni incluso cuántos grupos realmente existen", dijo Anthony H. Cordesman, un analista de asuntos de Oriente Medio del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. "Esto hace extremadamente difícil atacar a los insurgentes, excepto uno por uno, atacando sus centros de operaciones uno a la vez".
La historia de las insurgencias muestra, por supuesto, que incluso una rebelión disparatada puede eventualmente unirse y definir sus objetivos, aunque mantener unida a la coalición es un asunto enteramente diferente. En la reciente guerra civil en el Congo, por ejemplo, tomó años antes que los dos principales grupos rebeldes formaran alas políticas, que entonces hicieron negociaciones con el gobierno en plaza para gobernar juntos. Ahora, sin embargo, la lucha por el poder entre las varias facciones están amenazando con desbaratar para siempre la colaboración.
En Iraq, dice Hoffman, el plan norteamericano actual de convocar a elecciones en enero podría ejercer presión sobre los grupos sunníes para que definan sus programas políticos. Ahora que los insurgentes sunníes han dado con la clave en Iraq central, dice Hoffman, es probable que "aumenten las actividades políticas de partidos emergentes que es probable que sean fachadas de los insurgentes".
"Lo que está en juego es demasiado importante como para que un partido se quede fuera", dijo Hoffman, "y la subversión política combinada con la acción armada es una dimensión permanente de toda insurgencia".
Los norteamericanos y el gobierno de Allawi dicen que esperan atraer a los grupos insurgentes al proceso político para poder pacificarlos. Pero como implica Hoffman, esta táctica tiene sus propios riesgos. En Argelia en 1991, por ejemplo, los rebeldes fundamentalistas del Frente de Salvación Nacional pudieron participar en las elecciones generales e, inesperadamente, ganaron la primera vuelta. La respuesta del gobierno respaldado por Francia fue anular los resultados de las elecciones, empujando al país en una nueva ronda de guerra civil.
En las semanas venideras, los grupos insurgentes sunníes aquí observarán sin duda cuidadosamente lo que pase entre los militares norteamericanos y el gobierno de Allawi, por un lado, y el clérigo fanático chií Moktada al-Sáder, por otro. Sáder también ha dirigido un grupo insurgente, pero a diferencia de las guerrillas sunníes, ha indicado durante meses que tiene intenciones de participar en la vida política normal. "Tenemos muchos canales; tenemos una resistencia armada y tenemos un canal político", fanfarroneó en una entrevista Ali Smesim, uno de los más estrechos colaboradores de Sáder.
Eso presenta algunas tentadoras, aunque arriesgadas, posibilidades para los estrategas norteamericanos que quieren remplazar la violencia por una política electoral. Si negocian con Sáder, y si los sunníes ven las negociaciones como convenientes, los insurgentes sunníes pueden estar tentados de tratar de tapizar sus diferencias y formar su propio frente político. El joven clérigo chií ya ha logrado importantes éxitos: La orden de detención que pesa sobre él ha sido olvidada, y los funcionarios norteamericanos e iraquíes han decidido no perseguir a sus seguidores a condición de que desarme a la milicia de varios miles de milicianos y de que canalice su agresión en la vida política normal. Los mismos funcionarios tienen sus dudas sobre la seriedad de su desarme actual, especialmente si se considera su historia de renegar de sus promesas, pero el plan sigue en curso de todos modos.
En otras palabras, obligando a las autoridades a hacer compromisos con él, Sáder ha mostrado que un insurgente con un ejército privado y una máquina política populista puede, en este momento delicado, tener la última palabra, por lo menos en algunas cosas. Este es probablemente el mensaje de las guerrillas sunníes, aunque probablemente no es la lección que los norteamericanos querían que aprendieran sobre qué podría significar para ellos su entrada en la vida política.
17 de octubre de 2004
22 de octubre de 2004
©new york times
©traducción mQh
"Esta es una insurgencia negativa", dijo el general de brigada Erwin Lessel, subdirector de operaciones de las fuerzas multinacionales en una entrevista en el fortificado cuartel general de los norteamericanos, cerca de donde dos potentes bombas mataron el jueves a cinco personas y dejaron a los norteamericanos preparándose para más estragos al principio del mes santo de ramadán. "A diferencia de la insurgencia clásica, estos grupos no proponen nada".
"Tienen diferentes objetivos, ideologías contradictorias", continuó, "y no ofrecen nada positivo al gobierno".
El análisis del general tocó un punto llamativo de las guerrillas, especialmente las de los grupos musulmanes sunníes: a un año y medio de la caída de Bagdad, la insurgencia debe todavía desarrollar completamente su ala política, o un programa político coherente. Las insurgencias clásicas a menudo presentan una división del trabajo entre las ramas militar y política, donde la última determina los objetivos de la lucha y trata de alcanzarlos a través de una oposición política. El Vietcong y el Ejército Republicano Irlandés IRA, por ejemplo, tenían comandantes tácticos en el campo de batalla, mientras los políticos daban golpes en la mesa de negociaciones.
Pero pensar que el objetivo final de la resistencia sunní es extender el caos, o asumir que su carencia aparente de una maquinaria política es una debilidad que puede ser explotada, es subestimar a los milicianos, dicen los estudiosos de insurgencias que han visitado Iraq.
Sí, hay decenas de grupos sunníes en la guerra, desde células musulmanas de milicianos extranjeros hasta bandas más regulares de antiguos oficiales del ejército iraquí, y tienen ideologías disparatadas e incluso contradictorias, dijo Bruce D. Hoffman, un analista de la insurgencia de la RAND Corporation. Pero, agregó, los une el objetivo de expulsar a los norteamericanos de Iraq, y eso es más que suficiente como programa para unir de momento a muchos sunníes.
Aquí se aplica una regla política universal: Mientras más simple el mensaje, más apoyo popular puede ganarse, como seguramente saben los mediáticos insurgentes. Presentar plataformas políticas más sofisticadas, como describir sistemas alternativos de gobierno, podría alejar a los partidarios o revelar desacuerdos entre los grupos. Dentro de la insurgencia, por lo menos hasta ahora, los clérigos de la línea dura y los antiguos baazistas seculares mantienen sin duda su matrimonio de conveniencia concentrándose en un objetivo táctico que los una, más que en sus ideologías opuestas, incluso cuando se amenace o ejecute a supuestos colaboracionistas.
"No necesitas realmente un programa político comprehensivo si tienes un mensaje que resuene", dijo Hoffman. "No van a jugar con algo que da resultados".
Un importante funcionario de la Asociación de Estudiosos Musulmanes, un grupo de clérigos sunníes que tiene estrechos vínculos con líderes insurgentes, reconoció que los objetivos de las células son "a veces contradictorios".
"Pero todas tienen un solo objetivo, y ese es sacar a los norteamericanos de Iraq, y no creo que este objetivo sea negociable", dijo el funcionario, Mihammad Bashar al-Fadhi.
El hecho de que los grupos no estén operando bajo una comandancia unificada con una bien desarrollada ala política puede ser una ventaja. La disparatada naturaleza de la insurgencia ha obligado a los norteamericanos y al gobierno interino iraquí dirigido por el primer ministro Ayad Allawi, a tratar de pacificar a los grupos uno por uno, un enfoque que permite que un acuerdo con un grupo sea socavado por los otros. Este problema surgió en recientes negociaciones sobre la plaza fuerte insurgente de Faluya: las ofertas de paz avanzadas por el doctor Allawi a los jeques tribales de la ciudad no significan nada para yihadistas como Abu Musab al-Zarqawi, un militante de Jordania cuyas tácticas incluyen la filmación de las decapitaciones de rehenes extranjeros.
"Nadie puede definir la motivación exacta e ideología de los grupos, ni incluso cuántos grupos realmente existen", dijo Anthony H. Cordesman, un analista de asuntos de Oriente Medio del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. "Esto hace extremadamente difícil atacar a los insurgentes, excepto uno por uno, atacando sus centros de operaciones uno a la vez".
La historia de las insurgencias muestra, por supuesto, que incluso una rebelión disparatada puede eventualmente unirse y definir sus objetivos, aunque mantener unida a la coalición es un asunto enteramente diferente. En la reciente guerra civil en el Congo, por ejemplo, tomó años antes que los dos principales grupos rebeldes formaran alas políticas, que entonces hicieron negociaciones con el gobierno en plaza para gobernar juntos. Ahora, sin embargo, la lucha por el poder entre las varias facciones están amenazando con desbaratar para siempre la colaboración.
En Iraq, dice Hoffman, el plan norteamericano actual de convocar a elecciones en enero podría ejercer presión sobre los grupos sunníes para que definan sus programas políticos. Ahora que los insurgentes sunníes han dado con la clave en Iraq central, dice Hoffman, es probable que "aumenten las actividades políticas de partidos emergentes que es probable que sean fachadas de los insurgentes".
"Lo que está en juego es demasiado importante como para que un partido se quede fuera", dijo Hoffman, "y la subversión política combinada con la acción armada es una dimensión permanente de toda insurgencia".
Los norteamericanos y el gobierno de Allawi dicen que esperan atraer a los grupos insurgentes al proceso político para poder pacificarlos. Pero como implica Hoffman, esta táctica tiene sus propios riesgos. En Argelia en 1991, por ejemplo, los rebeldes fundamentalistas del Frente de Salvación Nacional pudieron participar en las elecciones generales e, inesperadamente, ganaron la primera vuelta. La respuesta del gobierno respaldado por Francia fue anular los resultados de las elecciones, empujando al país en una nueva ronda de guerra civil.
En las semanas venideras, los grupos insurgentes sunníes aquí observarán sin duda cuidadosamente lo que pase entre los militares norteamericanos y el gobierno de Allawi, por un lado, y el clérigo fanático chií Moktada al-Sáder, por otro. Sáder también ha dirigido un grupo insurgente, pero a diferencia de las guerrillas sunníes, ha indicado durante meses que tiene intenciones de participar en la vida política normal. "Tenemos muchos canales; tenemos una resistencia armada y tenemos un canal político", fanfarroneó en una entrevista Ali Smesim, uno de los más estrechos colaboradores de Sáder.
Eso presenta algunas tentadoras, aunque arriesgadas, posibilidades para los estrategas norteamericanos que quieren remplazar la violencia por una política electoral. Si negocian con Sáder, y si los sunníes ven las negociaciones como convenientes, los insurgentes sunníes pueden estar tentados de tratar de tapizar sus diferencias y formar su propio frente político. El joven clérigo chií ya ha logrado importantes éxitos: La orden de detención que pesa sobre él ha sido olvidada, y los funcionarios norteamericanos e iraquíes han decidido no perseguir a sus seguidores a condición de que desarme a la milicia de varios miles de milicianos y de que canalice su agresión en la vida política normal. Los mismos funcionarios tienen sus dudas sobre la seriedad de su desarme actual, especialmente si se considera su historia de renegar de sus promesas, pero el plan sigue en curso de todos modos.
En otras palabras, obligando a las autoridades a hacer compromisos con él, Sáder ha mostrado que un insurgente con un ejército privado y una máquina política populista puede, en este momento delicado, tener la última palabra, por lo menos en algunas cosas. Este es probablemente el mensaje de las guerrillas sunníes, aunque probablemente no es la lección que los norteamericanos querían que aprendieran sobre qué podría significar para ellos su entrada en la vida política.
17 de octubre de 2004
22 de octubre de 2004
©new york times
©traducción mQh
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