seducción de la prostitución
[Somini Sengupta] Muchas chicas se marchan a Italia para ahorrar dinero y volver a casa, exitosas. Pero muchas vuelven con las manos vacías.
Ciudad Benin, Nigeria. Para Becky, el problema no era lo que hizo durante todos esos años trabajando en el extranjero, sino que volvía a casa con las manos vacías.
Parte de un flujo de mujeres jóvenes de caras bonitas y futuros pálidos, Becky viajó hace diez años de polizón a Italia, a los 24, para trabajar como prostituta. Como muchas de ellas, volvió en la miseria, deportada por segunda vez por las autoridades italianas y esquilada de todo coraje como para volver a intentarlo.
Para sus amigos y vecinos, su trabajo no era deshonroso; lo vergonzoso era volver con las manos vacías. "Alguna gente se ríe", dijo Becky. "Ves, se marchó a Italia y su familia se tragó el dinero".
¿Habría sido diferente si hubiera vuelto cargada de dinero? Becky miró sorprendida por la pregunta. "Todo el mundo vendría a verme y me harían venias", dijo.
La historia de mujeres como Becky, que quiso reservarse el apellido para evitarse una humillación más, complica lo que se sabe convencionalmente sobre el negocio de la prostitución global. Estas no son necesariamente mujeres jóvenes y sin educación que son vendidas involuntariamente para trabajar como prostitutas en el extranjero.
Muchas son en realidad jóvenes y la mayoría no tienen educación. Becky, por ejemplo, 34, nunca aprendió a leer. Pero en estos días, muchas de las jóvenes que salen al exterior con los ojos muy abiertos, y cientos de ellas corren enormes riesgos y aceptan deudas de hasta 45.000 dólares, y todo por el reputado éxito de aquellas que se marcharon antes que ellas.
Durante casi 20 años, las mujeres de Ciudad Benin, una antigua ciudadela al sur de Nigeria, se han marchado a Italia a trabajar en la industria del sexo, y cada año, las que han tenido éxito vuelven a reclutar a chicas más jóvenes.
Las historias sobre sus éxitos cuelgan de los labios de la gente. Las ítalas, como se llama a estas mujeres aquí, vuelven a casa y construyen casas decentes. Invierten en perforaciones para tener agua corriente día y noche. Introdujeron brillantes coches a las calles de tierra de Ciudad Benin.
Hace algunos años, un popular cantante llamando Ohenhen escribió un exitosa canción celebrando la enorme riqueza de una prominente ítala llamada Dupay y elogiando su generosidad para "patrocinar" a jóvenes mujeres a hacer lo mismo que ella. Como Dupay, las estrellas más grandes de la industria sexual italiana ya no viven aquí.
El alcance de su verdadero éxito apenas si importa. Mucho más importante es el mito de su éxito e incluso más importante es que su éxito puede ser emulado, a pesar de las Beckys que vuelvan a casa sin nada o, peor, de las que terminan maltratadas, enfermas, o muertas. Para muchas chicas de Ciudad Benin, la sede de uno de los más antiguos y grandiosos reinos de África Occidental, la prostitución en Italia se ha transformado en un negocio completamente aceptado.
La leyenda de su éxito hace que la lucha contra los tratantes de blancas sea mucho más difícil.
"Venden un producto para el que hay un mercado", dijo Grace Osakue, directora de la Iniciativa Poder Femenino, una organización sin fines de lucro. "Ya no es un estigma, provisto que genere dinero. Si vuelven con dinero, son respetadas. Si vuelven pobres, son putas, son fracasadas".
Las asistentes sociales recuerdan historias de mujeres que viajaron con el consentimiento de sus familias: una mujer casada cuyo padre la convenció a ir a Italia, otra que fue alentada por su marido. Recuerdan a chicas que vuelven a casa después de haber sido deportadas, donde las esperan familiares decepcionados y derechamente enfadados.
Maureen Ororho, la representante en Ciudad Benin de la Organización Internacional para las Migraciones, le sugirió una vez cautamente a una madre que quizás su hija, que estaba a punto de ser deportada de vuelta a casa, no sabía que sería obligada a trabajar en la prostitución cuando aceptó viajar a Italia.
La madre, recordó Ororho, replicó: "Pero ¿qué otra cosa hacen cuando van para allá?" No le gustaba para nada la idea de que su hija volviera a casa.
A.O. Abiodun era banquera aquí a fines de los años ochenta cuando se aparecieron las primeras ítalas a hacer depósitos sin precedentes de pilas de dinero. Con los años, el éxodo italiano se transformó en un negocio establecido. Se podían oír ofertas durante bodas, o en la calle, en las tiendas. Incluso aquí, dijo, mirando hacia el comedor del restaurante de comida rápida Mr. Bigg donde se tomaba una Coca-Cola, podía haber una mujer tomando Coca-Cola, una prima de alguien, o una tía de alguien, haciendo planes de viaje para una joven. El trato sería sellado con una ceremonia de ‘juju’, para garantizar el secreto de la transacción y hacer más difícil a la señora Adioun obtener declaraciones para los tribunales.
"Aquí, esto está profundamente enraizado en la sociedad", dijo Abiodun, que ahora dirige la oficina regional de la nueva Agencia Nacional para la Prohibición del Tráfico de Personas. "Es un modo de aliviar la pobreza".
La mujer que adoptó el nombre de trabajo de Princesa trabajaba como secretaria en la cercana ciudad de las refinerías Warri, dijo, cuando recibió una oferta para viajar a Italia. "Pensé que si viajaba, podría ganar dinero", dijo.
Pasó su período de servidumbre trabajando seis meses en Livorno y pagando una deuda de 29.000 dólares a su patrocinadora, una mujer de la localidad. Poco después de eso, sin embargo, antes de que pudiera empezar a encasar sus propias ganancias, fue detenida por la policía italiana y embarcada de vuelta a casa con media docena de chicas como ella.
"No fue nada bueno volver a casa", recuerda ahora el largo viaje en avión desde Milán a Lagos. "No tengo dinero, no tengo propiedades -ninguna de las cosas por las que me marché a Italia".
Sólo se le ocurrió una cosa. Para la segunda vez, buscó a la intermediaria que le arregló los papeles la primera vez. "Le rogué que me llevara de vuelta", dijo.
La mujer la rechazó. Había demasiados problemas con la policía, le dijeron a Princesa.
Ahora Princesa se ocupa de sus cinco hermanos menores en una choza de un cuarto empapelada con carteles de Jesús. Ya no quiere viajar a Italia con un patrocinador nigeriano. Pero dice que no ha perdido la esperanza de encontrar a alguien que la rescate, preferentemente un extranjero, que le de una vida mejor, quizás los periodistas que han venido a escribir su historia. Se negó a dar su verdadero nombre. Se negó a hacerse una fotografía. Si la pagaran sería otra cosa.
Ocuparse de chicas como ella es el reto que ha aceptado Sor Florence Nwaonuma, una monja que encabeza el Comité de Apoyo de la Dignidad de las Mujeres.
"Hay historias existosas", dice Sor Florence. "Hay las que tuvieron éxito y compran otras chicas. Pero hay que decir que los fracasos superan en mucho a los éxitos".
Las familias a veces se muestran reluctantes a alimentar una boca extra. Las mujeres mismas se muestran reluctantes a volver a una vida de penurias. El fracaso pende como una pesada carga.
La primera vez que Becky volvió a casa, después de unos meses en las calles de Livorno, dijo que su madre la había recibido en el aeropuerto de Lagos consternada. "Ahora tenemos que seguir como desde el principio", recordó Becky que le dijo su madre.
Becky volvió a Italia al año siguiente, esta vez haciendo un peligroso viaje a través del Sahara y luego por el Estrecho de Gibraltar hacia España. De las 18 nigerianas que cruzaron el mar con ella, sobrevivieron sólo 11. Becky se subió al primer tren hacia Italia, esta vez para hacer la calle en Verona.
Su suerte duró justo lo suficiente para poder enviar dinero a casa. Entonces, una vez más, antes este año, fue agarrada en otra redada policial y tuvo que emprender el largo viaje por avión a casa. Pero esta vez, cuando llegó a casa, ya estaba cansada de ejercer. En casa no parecía que ella hubiera enviado dinero. Un visita al banco le mostró una dura noticia: en su cuenta había menos de 10 dólares.
Una vez más Becky buscó su conexión italiana -una organización sin fines de lucro, llamada Tampep, que busca la rehabilitación de las mujeres que han sido deportadas desde Italia. Tampep le está enseñando a cortar el pelo, y le pagan su cuarto con pensión.
Sin embargo, en enero próximo Becky volverá a tratar de sobrevivir por sí misma, enfrentándose quizás a las mismas dificultades que la llevaron a marcharse a Italia.
5 de noviembre de 2004
13 de noviembre de 2004
©new york times
cc traducción mQh
Parte de un flujo de mujeres jóvenes de caras bonitas y futuros pálidos, Becky viajó hace diez años de polizón a Italia, a los 24, para trabajar como prostituta. Como muchas de ellas, volvió en la miseria, deportada por segunda vez por las autoridades italianas y esquilada de todo coraje como para volver a intentarlo.
Para sus amigos y vecinos, su trabajo no era deshonroso; lo vergonzoso era volver con las manos vacías. "Alguna gente se ríe", dijo Becky. "Ves, se marchó a Italia y su familia se tragó el dinero".
¿Habría sido diferente si hubiera vuelto cargada de dinero? Becky miró sorprendida por la pregunta. "Todo el mundo vendría a verme y me harían venias", dijo.
La historia de mujeres como Becky, que quiso reservarse el apellido para evitarse una humillación más, complica lo que se sabe convencionalmente sobre el negocio de la prostitución global. Estas no son necesariamente mujeres jóvenes y sin educación que son vendidas involuntariamente para trabajar como prostitutas en el extranjero.
Muchas son en realidad jóvenes y la mayoría no tienen educación. Becky, por ejemplo, 34, nunca aprendió a leer. Pero en estos días, muchas de las jóvenes que salen al exterior con los ojos muy abiertos, y cientos de ellas corren enormes riesgos y aceptan deudas de hasta 45.000 dólares, y todo por el reputado éxito de aquellas que se marcharon antes que ellas.
Durante casi 20 años, las mujeres de Ciudad Benin, una antigua ciudadela al sur de Nigeria, se han marchado a Italia a trabajar en la industria del sexo, y cada año, las que han tenido éxito vuelven a reclutar a chicas más jóvenes.
Las historias sobre sus éxitos cuelgan de los labios de la gente. Las ítalas, como se llama a estas mujeres aquí, vuelven a casa y construyen casas decentes. Invierten en perforaciones para tener agua corriente día y noche. Introdujeron brillantes coches a las calles de tierra de Ciudad Benin.
Hace algunos años, un popular cantante llamando Ohenhen escribió un exitosa canción celebrando la enorme riqueza de una prominente ítala llamada Dupay y elogiando su generosidad para "patrocinar" a jóvenes mujeres a hacer lo mismo que ella. Como Dupay, las estrellas más grandes de la industria sexual italiana ya no viven aquí.
El alcance de su verdadero éxito apenas si importa. Mucho más importante es el mito de su éxito e incluso más importante es que su éxito puede ser emulado, a pesar de las Beckys que vuelvan a casa sin nada o, peor, de las que terminan maltratadas, enfermas, o muertas. Para muchas chicas de Ciudad Benin, la sede de uno de los más antiguos y grandiosos reinos de África Occidental, la prostitución en Italia se ha transformado en un negocio completamente aceptado.
La leyenda de su éxito hace que la lucha contra los tratantes de blancas sea mucho más difícil.
"Venden un producto para el que hay un mercado", dijo Grace Osakue, directora de la Iniciativa Poder Femenino, una organización sin fines de lucro. "Ya no es un estigma, provisto que genere dinero. Si vuelven con dinero, son respetadas. Si vuelven pobres, son putas, son fracasadas".
Las asistentes sociales recuerdan historias de mujeres que viajaron con el consentimiento de sus familias: una mujer casada cuyo padre la convenció a ir a Italia, otra que fue alentada por su marido. Recuerdan a chicas que vuelven a casa después de haber sido deportadas, donde las esperan familiares decepcionados y derechamente enfadados.
Maureen Ororho, la representante en Ciudad Benin de la Organización Internacional para las Migraciones, le sugirió una vez cautamente a una madre que quizás su hija, que estaba a punto de ser deportada de vuelta a casa, no sabía que sería obligada a trabajar en la prostitución cuando aceptó viajar a Italia.
La madre, recordó Ororho, replicó: "Pero ¿qué otra cosa hacen cuando van para allá?" No le gustaba para nada la idea de que su hija volviera a casa.
A.O. Abiodun era banquera aquí a fines de los años ochenta cuando se aparecieron las primeras ítalas a hacer depósitos sin precedentes de pilas de dinero. Con los años, el éxodo italiano se transformó en un negocio establecido. Se podían oír ofertas durante bodas, o en la calle, en las tiendas. Incluso aquí, dijo, mirando hacia el comedor del restaurante de comida rápida Mr. Bigg donde se tomaba una Coca-Cola, podía haber una mujer tomando Coca-Cola, una prima de alguien, o una tía de alguien, haciendo planes de viaje para una joven. El trato sería sellado con una ceremonia de ‘juju’, para garantizar el secreto de la transacción y hacer más difícil a la señora Adioun obtener declaraciones para los tribunales.
"Aquí, esto está profundamente enraizado en la sociedad", dijo Abiodun, que ahora dirige la oficina regional de la nueva Agencia Nacional para la Prohibición del Tráfico de Personas. "Es un modo de aliviar la pobreza".
La mujer que adoptó el nombre de trabajo de Princesa trabajaba como secretaria en la cercana ciudad de las refinerías Warri, dijo, cuando recibió una oferta para viajar a Italia. "Pensé que si viajaba, podría ganar dinero", dijo.
Pasó su período de servidumbre trabajando seis meses en Livorno y pagando una deuda de 29.000 dólares a su patrocinadora, una mujer de la localidad. Poco después de eso, sin embargo, antes de que pudiera empezar a encasar sus propias ganancias, fue detenida por la policía italiana y embarcada de vuelta a casa con media docena de chicas como ella.
"No fue nada bueno volver a casa", recuerda ahora el largo viaje en avión desde Milán a Lagos. "No tengo dinero, no tengo propiedades -ninguna de las cosas por las que me marché a Italia".
Sólo se le ocurrió una cosa. Para la segunda vez, buscó a la intermediaria que le arregló los papeles la primera vez. "Le rogué que me llevara de vuelta", dijo.
La mujer la rechazó. Había demasiados problemas con la policía, le dijeron a Princesa.
Ahora Princesa se ocupa de sus cinco hermanos menores en una choza de un cuarto empapelada con carteles de Jesús. Ya no quiere viajar a Italia con un patrocinador nigeriano. Pero dice que no ha perdido la esperanza de encontrar a alguien que la rescate, preferentemente un extranjero, que le de una vida mejor, quizás los periodistas que han venido a escribir su historia. Se negó a dar su verdadero nombre. Se negó a hacerse una fotografía. Si la pagaran sería otra cosa.
Ocuparse de chicas como ella es el reto que ha aceptado Sor Florence Nwaonuma, una monja que encabeza el Comité de Apoyo de la Dignidad de las Mujeres.
"Hay historias existosas", dice Sor Florence. "Hay las que tuvieron éxito y compran otras chicas. Pero hay que decir que los fracasos superan en mucho a los éxitos".
Las familias a veces se muestran reluctantes a alimentar una boca extra. Las mujeres mismas se muestran reluctantes a volver a una vida de penurias. El fracaso pende como una pesada carga.
La primera vez que Becky volvió a casa, después de unos meses en las calles de Livorno, dijo que su madre la había recibido en el aeropuerto de Lagos consternada. "Ahora tenemos que seguir como desde el principio", recordó Becky que le dijo su madre.
Becky volvió a Italia al año siguiente, esta vez haciendo un peligroso viaje a través del Sahara y luego por el Estrecho de Gibraltar hacia España. De las 18 nigerianas que cruzaron el mar con ella, sobrevivieron sólo 11. Becky se subió al primer tren hacia Italia, esta vez para hacer la calle en Verona.
Su suerte duró justo lo suficiente para poder enviar dinero a casa. Entonces, una vez más, antes este año, fue agarrada en otra redada policial y tuvo que emprender el largo viaje por avión a casa. Pero esta vez, cuando llegó a casa, ya estaba cansada de ejercer. En casa no parecía que ella hubiera enviado dinero. Un visita al banco le mostró una dura noticia: en su cuenta había menos de 10 dólares.
Una vez más Becky buscó su conexión italiana -una organización sin fines de lucro, llamada Tampep, que busca la rehabilitación de las mujeres que han sido deportadas desde Italia. Tampep le está enseñando a cortar el pelo, y le pagan su cuarto con pensión.
Sin embargo, en enero próximo Becky volverá a tratar de sobrevivir por sí misma, enfrentándose quizás a las mismas dificultades que la llevaron a marcharse a Italia.
5 de noviembre de 2004
13 de noviembre de 2004
©new york times
cc traducción mQh
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