Blogia
mQh

educándose en la yihad


[M. Megan K. Stackx]Indignado con la cruzada estadounidense en Iraq, un maestro libanés abandonó su país con la intención de morir por la resistencia.
Valle de Beka, Líbano. El guapo profesor de 35 años tenía muchas cosas por las que vivir -es doctor en filosofía, tenía un trabajo estable, un salario decente-, pero decidió abandonar su casa, dirigirse a Siria y luego cruzar clandestinamente la frontera con Iraq, decidido a combatir a los norteamericanos, incluso si eso significaba morir en un atentado suicida.
Al principio, el maestro había luchado con sus sentimientos sobre la invasión liderada por los norteamericanos de Iraq. Significaba humillación y pesar para los árabes. Pero como un árabe que vivido la desesperación del nepotismo, tenía una pequeña esperanza.
"Al principio, pensé: ‘Está bien, los norteamericanos quieren introducir la democracia en la región'", dijo. Eso fue antes de que encendiera la televisión y viera las borrosas imágenes de los maltratos a los prisioneros en Abu Ghraib. "El triángulo humano. La mujer que arrastra al hombre con una correa", dijo el maestro, un hombre ancho de barba recortada y mirada intensa. "Esas imágenes me afectaron profundamente. La humillación que causaban los norteamericanos. Yo miré fervorosamente esas imágenes, no tanto las palabras como las imágenes mismas".
Recordó que el presidente Bush había llamado ‘cruzada' a la guerra contra el terrorismo. Pensó en los helicópteros estadounidenses usados por el ejército israelí en los ataques contra los palestinos. Y decidió que estar sin hacer nada en el Líbano no era suficiente.
Con dátiles y café azucarado en la salita de una casa de clase media aquí, habló hace poco en tono mesurado sobre su fervor para unirse a la lucha de los musulmanes contra las tropas norteamericanas -y su decisión de abandonar la batalla en Iraq y volver nuevamente a casa.
La historia del maestro, que habló a condición de que no se mencionara ni su nombre ni su ciudad, refleja la idea sostenida a menudo de que la guerra de Iraq ha abierto la caja de Pandora regional de la guerra santa. En una región donde tanta gente se siente impotente ante gobiernos represivos y la política exterior estadounidense, el camino hacia Iraq se ha transformado en una ruta hacia la independencia en la mente de algunos hombres, un modo en que los jóvenes musulmanes alcanzan la madurez y se unen a las batallas que ven en la televisión.
Su viaje comenzó aquí, en este alto valle tan plano que parece que lo hubieran planchado como una arenosa alfombra entre las montañas del sur de Líbano, cerca de la frontera siria. El desempleo es general, y el celo religioso, intenso.
Es un lugar inhóspito, donde las preocupaciones internacionales y los infortunios locales están estrechamente relacionados. Un reciente sermón del viernes llamó a derramar la sangre de los mártires para vengar al insurgente iraquí asesinado en el piso de una mezquita por un soldado norteamericano. "Vemos todos los días esas cosas, y oímos la misma palabra: Faluya", gritó el predicador. "¿Qué se supone que tenemos que decir a nuestros hombres? ¿Que depongan las armas? ¿Que se rindan? Y si lo hacemos, ¿quién vengará la sangre y las lágrimas?"
Luego el sermón pasó fluidamente a otra cosa: el predicador empezó a pedir donaciones para la calefacción de las escuelas. "Nos preocupa Iraq y Palestina", dijo. "Pero aquí se está poniendo frío".
Esta antigua franja de granjas tiene toda una historia de resistencia, y ya ha enviado su cuota de hombres a unirse a la resistencia en Iraq. Algunos han vuelto. Otros son conmemorados en funerales sin cuerpo después de que amigos llaman desde Iraq para informar sobre sus muertes.
El martirio no es barato. Los combatientes extranjeros deben pagar su propio viaje, desde la paga a los contrabandistas hasta las comidas. Muchos de lo que quisieran ser muyahedines, o guerreros sagrados, simplemente no pueden pagárselo, dijo Shaaban Ajani, el alcalde de una ciudad en Beka llamada Majdal Anjar.
En Iraq reina un amplio consenso de que los combatientes extranjeros son sólo una pequeña fracción de la resistencia que enturbia el país. Sin embargo, en países vecinos la resonancia psicológica de su lucha, y la adulación y envidia de los yihadistas extranjeros, ha sido profunda.
"Es mejor que un hombre esté una hora con un arma en sus manos en la yihad que predicando cien años en la Meca", dijo el maestro. "No se trata de predicar, sino de actuar".
Ajani, el alcalde, no disimula su orgullo en su voz cuando le cuenta a un visitante que dos hombres de su ciudad han muerto en combate en Iraq. "Es noble, y es un deber religioso", dijo.En su ciudad, las tensiones entre un pueblo frustrado y su gobierno nacional estallaron este otoño. Agentes libaneses barrieron Beka, en una batida de lo que se describió como una célula de Al Qaeda.
Fueron detenidas diez personas. Una, un habitante de Majdal Anjar llamado Ismail Mohammed Khalil, 32, murió en custodia poco después de su detención. El gobierno dijo que había sufrido un ataque al corazón. Testigos dijeron que su cuerpo fue entregado cubierto de quemaduras de cigarrillos, cardenales y marcas de descargas eléctricas.
En Beka, Khalil es recordado como un hombre de maneras suaves que vendía celulares para sostener a sus cinco hijos. Después de que su cuerpo fuera entregado, cientos de hombres se echaron a la calle y provocaron disturbios. El verdadero crimen del detenido, dijeron sus vecinos y familiares, fue su simpatía por los muyahedines que se marchaban a Iraq -y su ferviente esperanza de que él algún día podría sumarse a sus filas.
"Estados Unidos ha declarado la guerra al pueblo sunní", dijo el muftí de Beka, Khalik Mais. "¿Está prohibido que los musulmanes se defiendan a sí mismos? La yihad es la defensa de la patria y del honor. ¿Cómo puedes mirar televisión cada noche y no ir a la guerra?"
Fue esa convicción la que llevó al maestro a viajar a Iraq.
Luego de decidirlo, esperó una pausa en la escuela. En autobús, era un viaje rápido hacia Siria. Partió en la primavera, con un radio de onda corta, un pequeño hato de ropa y algo de dinero.
El maestro había reunido 3.500 dólares para su viaje. Era todo el dinero que había ahorrado de su salario, y tenía miedo de que no fuera suficiente para sobrevivir lo que esperaba que sería un largo período de lucha. Tenía un contacto local, un amigo de Beka que se había unido a los combatientes en Iraq y que había accedido a ser su aval.
Recuerda que una fría noche de primavera estaba en la cola entre Siria e Iraq. Cuatro hombres como él habían cruzado la frontera antes que él y habían sido capturados por tropas sirias. El contrabandista que había contratado para que lo llevara a Bagdad estaba nervioso. Atravesarían el desierto caminando antes que correr riesgos en la carretera.
Era un noche sin estrellas, recuerda el maestro, y no había imaginado que el desierto era tan frío. Perros callejeros vagaban por la arena; helicópteros norteamericanos repiqueteaban en el cielo. No dejó que su guía descansara o fumara cigarrillos por temor a que los detectaran.
El maestro caminó toda la noche a través del desierto iraquí antes que llegó a las afueras de una pequeña ciudad. El guía se dirigió hacia la luches y consiguió un camión mientras el maestro esperaba en los eriales. Luego se dirigieron a Bagdad para encontrarse con su contacto debajo de un puente en el centro de la ciudad.
Lo llevaron a una quina llena de hombres de Yemen, Libia, Argelia, Siria y varios otros países árabes. Pidieron comida, y cuando llegó, se pelearon para ver quién pagaría.
"Era un ambiente muy agradable. Nadie quería nada; todos querían darlo todo", dijo el maestro. "Si había que hacer algo en casa, nos peleábamos para ver quién lo hacía".
La mayoría parecían hombres bien educados, y tenían dinero. Algunos de ellos eran veteranos de la guerra contras las Fuerzas Especiales norteamericanas y sus aliados afganos en Tora Bora, Afganistán. Por la noche se reunían en la quinta, que estaba amoblada con sólo unas pocas sillas, y hablaban sobre el tipo de gobierno que los islámicos instalaría una vez que echaran a los norteamericanos.
Después de ocho días le llegó la hora de ponerse en movimiento. Lo llevaron a Faluya en un coche destartalado. Creía que tendría una misión suicida, pero terminó en otra casa, rodeado de saudíes -la mayoría de ellos salafitas, adherentes de la tendencia más estricta del pensamiento musulmán- que esperaban ansiosamente sus propias misiones suicidas. Los hombres estaban organizados en pelotones, dijo el maestro; unos cincuenta reclutas bajo el mando de un comandante.
"Muchos de los tipos en la casa tenían muy poco adiestramiento militar", dijo. "Pero no se necesita demasiado adiestramiento para subirse a un coche y hacerse volar uno mismo".
El maestro habló con respecto del militante jordano Abu Musab Zarqawi, que ha sido asociado a numerosas decapitaciones y otros mortíferos ataques en Iraq. Se fanfarroneó de haber pasado una noche con un ayudante de Zarqawi, que fue matado luego, y haber visto brevemente el espartano dormitorio de Zarqawi. Aunque no vio al jefe militante, describió el turbante jordano, que había dejado.
Después de esperar una semana en Faluya, dijo el maestro, empezó a sentirse culpable. No era que tuviera miedo, pero las ilusiones que tenía en el Líbano no se ajustaban a la mundana realidad de Iraq. Se sentía más como un entrometido que como un salvador."Me di cuenta de que estaba en la casa de otros, y los dueños se movían de un lugar a otro para hacernos lugar", dijo. "Entonces me di cuenta de que no nos necesitaban; de hecho, los estábamos obstaculizando".
Sus acentos extranjeros los convertían en un riesgo de seguridad y sus dormitorios improvisados atraían las bombas norteamericanas sobre vecindarios residenciales. Iraquíes colaboracionistas de las tropas norteamericanas arrojaban discos compactos sobre los tejados para marcar las casas donde alojaban los muyahedines para que las detectaran los aviones de guerra norteamericanos, dijo el maestro.
"Éramos una carga, y los iraquíes podían pelear solos", dijo el maestro. "Me di cuenta de que no necesitaban gente; necesitaban más dinero que gente. Me di cuenta de que sería más útil si los ayudaba económicamente".
Hizo el camino de vuelta a través del desierto bajo una luna casi llena. Patrullas norteamericanas pasaban por sobre su cabeza. En la frontera gastó 200 dólares para sobornar a funcionarios sirios, para que lo dejaran pasar.
Ahora está en casa, entre sus amigos que lo envidian por su aventura. A veces se lamenta de haber vuelto al Líbano.
Otros hombres de Beka también han vuelto a casa, dijeron líderes de la comunidad. Pero la humillación que los llevó al desierto continúa enconándose, a dosis regulares durante el telediario de la noche.
"Cuando vi al hombre que mataron en la mezquita, me dieron ganas de volver", dijo el maestro, encogiéndose de hombros. "Dicen que es un crimen de guerra. Yo creo que toda la guerra es un crimen de guerra".

Rania Abouzeid en el Valle de Beka contribuyó a este reportaje.

29 de diciembre de 2004
30 de diciembre de 2004
©los angeles times
©traducción mQh

0 comentarios