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niños de la guerra sucia de méxico


[Mary Beth Sheridan y Mary Jordan] Una mujer cree que ha reencontrado a su hermano.
Washington, Estados Unidos. Aleida Gallangos ha estado buscando a su hermano durante años. Desapareció cuando su familia fue destruida hace 30 años durante la guerra en México contra las guerrillas de izquierdas. El mes pasado, una pista la condujo hasta un obrero en una fábrica en un lugar improbable: Washington.
Gallangos, 31, llegó aquí con una tentadora pista: Su hermano había sido adoptado de niño por una familia mexicana y algunos miembros de esa familia habían emigrado a Columbia Heights. Recorrió los barrios del noroeste de Washington y la guía telefónica de Washington D.C., preguntando a todo el mundo informaciones sobre su hermano, conocido como Juan Carlos Hernández.
El 24 de diciembre de las 9:30 horas, sonó el teléfono en el céntrico apartamento donde alojaba Gallangos. "¿Qué es lo quiere saber?", preguntó un hombre.
"Estoy buscando a mi hermano... Sólo quiero hablar con él, y verlo", contestó Gallangos. Tenía un presentimiento al oír la voz del hombre, su rápido español mexicano. Finalmente dijo: "¿Quién es usted?"
"Soy Juan Carlos", dijo el hombre.
Aunque los análisis de DNA aún no se realizan, el gobierno mexicano declaró ayer que Hernández es casi con toda seguridad Lucio Antonio Gallangos, que desapareció en 1975 cuando tenía casi cuatro años. Aleida Gallangos, que no descubrió su propia identidad sino en 2001, abrazó a su hermano en una emotiva reunión el 29 de diciembre. Son las primeras personas que han reemergido de una lista oficial de 532 mexicanos que desaparecieron durante la ‘guerra sucia' llevada a cabo por la policía y el ejército mexicanos en los años setenta y principios de los ochenta, dijeron funcionarios de gobierno.
El despacho del fiscal general, que dio ayer una rueda de prensa, calificó el hallazgo de una señal de cómo el gobierno esta cerrando las cortinas de uno de los episodios más siniestros de la historia de México. Las autoridades han abierto archivos secretos y comenzado a investigar los casos de los desaparecidos.
Pero la historia de los hermanos Gallangos es mucho más que un cambio democrático. Es la saga de un resuelta joven mujer que ha luchado contra los burócratas durante años. Y es la historia de un hombre que no sabía nada sobre su torturado pasado -y sólo lo está descubriendo reluctantemente. "Mi vida cambió de un día para otro. Ha cambiado todo lo que yo creía", dijo Hernández, 33, un obrero de la construcción que vive en la ciudad desde hace nueve años. "No sé si lo puedo asimilar"
A diferencia de su hermano, Gallangos sospechaba hacía tiempo que ella era adoptada. Creció en las afueras de Ciudad de México bajo el nombre de Luz Elba Gorostiola, una niña baja de piel oscura y rasgos indígenas. Los otros hijos de Alejandro y María Gorostiola eran altos y de piel blanca.
Gallangos tenía 16 años cuando su familia adoptiva le contó la verdad. En junio de 1975, el hermano de Alejandro Gorostiola, Carlos, un guerrillero de izquierda, la llevó a la familia cuando tenía 2 años, envuelta en un suéter. "Quería que nos ocupáramos de ella", dijo Alejandro. Carlos dijo que los padres de Gallangos, miembros de la clandestina Liga Comunista 23 de Septiembre, habían desaparecido y habían sido probablemente asesinados por tropas del gobierno. El hermanito de la niña estaba en el hospital con una herida de bala, dijo.
El tío no reveló el apellido de la niña. Simplemente era demasiado peligroso, pensaron los Gorostiola. Un año más tarde, Carlos Gorostiola mismo fue matado por la policía. Con él desapareció la llave para descubrir la identidad de la niña.
Gallangos quedó consternada cuando sus padres adoptivos le contaron su historia y su verdadero nombre: Aleida. "Les pregunté un montón de cosas sobre lo que había ocurrido", recuerda. "Me dijeron: ‘No lo sabemos'". Estuvo durante años sin saber más.
Pero los tiempos cambian. Con el término del gobierno de un solo partido en México en 2000, académicos, periodistas y grupos de derechos humanos han empezado a exigir más información sobre los desaparecidos. Un domingo de septiembre de 2001, la revista del diario Día Siete publicó una conmovedora historia sobre la atormentada lucha de una abuela de su familia desaparecida, concentrándose en sus dos nietos: Lucio Antonio y Aleida Gallangos. "¿Dónde Están?", preguntaba el titular en primera plana.
Al sentarse en su sillón para leer el diario, Alejandro Gorostiola quedó pasmado. Las fechas, las fotos -todo sugería que Aleida era su hija adoptiva, que ahora trabajaba en la fronteriza ciudad de Juárez.
"Me levanté de un salto y cogí el teléfono", recordó en una entrevista. A los días, Aleida Gallangos abordó un avión hacia Ciudad de México y tuvo una serie de dolorosas reuniones con su familia biológica.
Su abuela, que había buscado durante años en hospitales, morgues e incluso examinando las caras de los niños en la calle, la abrazó. "Tus padres no están muertos", le susurró ardientemente.
Aleida Gallangos dudaba que sus padres hubieran sobrevivido. Pero su familia perdida se transformó en su causa. Colgó sus fotos en su dormitorio y en la oficina de su fábrica. Sufría sin cesar. ¿Habían sido torturados? ¿Dónde estaba su hermano?
Poco a poco empezó a reunir información de familiares y de los amigos de sus padres. Así, en junio de 2002 se transformó en el primer familiar de desaparecidos en entrar a la durante largo tiempo secreta Galería Uno, parte del Archivo Nacional de México. En los amarillentos documentos del gobierno, encontró detalles sobre las actividades revolucionarias de sus padres y los nombres de sus hijos.
Pero la pista hacia su hermano se había enfriado. Gallangos fue al hospital donde pensaba que le habían tratado la herida en la pierna, pero resultó estar equivocada. Finalmente, uno de los viejos compañeros de su padre le contó que Lucio Antonio había sido llevado a un orfelinato en Tlalpan, en Ciudad de México, tras ser dado de alta en el hospital.
Durante dos años Gallangos trató de obtener acceso a los archivos de la adopción. Incluso aunque el gobierno nombró a un fiscal especial en enero de 2002 para investigar las desapariciones de la ‘guerra sucia', inicialmente las autoridades no la ayudaron, dijo Gallangos.
"Después de dos años, insistiendo e insistiendo e insistiendo, pude ver los archivos", dijo. Su hermano, descubrió, había llegado al orfelinato en 1975 y fue adoptado al año siguiente por la familia Hernández de Hidalgo, un estado al norte de la capital. El apodo del niño era ‘Tony' -por Lucio Antonio. Pero pronto chocó contra otro obstáculo.
Los padres adoptivos de su hermano le dijeron que no querían que él supiera sobre su trágico pasado, dijo. Incluso sugirieron que estaba en California, para despistarla, dijo.
Gallangos no arrojó el guante. Acosó al despacho del fiscal especial de México, que accedió a entregarle el registro de las llamadas telefónicas de la familia Hernández, dijo. Buscando en guías telefónicas en internet, encontró el número de teléfono de Miriam, una hija de los Hernández, que vivía en Washington. A mediados de diciembre, con un billete pagado por el despacho del procurador mexicano, Gallangos llegó al distrito.
Juan Carlos Hernández no tenía idea de que ella iría a visitarlo.
Durante nueve años había vivido en Washington, integrando una creciente población mexicana que superó las 1.900 personas en el censo de 2000. Había crecido en un hogar cariñoso en México y los únicos padres que recordaba eran los Hernández.
Aleida Gallangos había tomado contacto con sus dos hermanas en Washington, pero ellas se negaron a ayudarla, dijo. Desesperada, pidió informaciones en una serie de entrevistas con medios de comunicación hispano-hablantes en Washington. Sus hermanas de él aquí vieron una de las entrevistas en televisión y le contaron a sus padres, dijo Gallangos.
Juan Carlos Hernandez escuchó la verdad por sus padres poco antes de Navidad. Todavía está tratando de comprenderlo.
"Siempre pensé que era hijo de ellos. No crecí con esto. Entonces, a los 33, alguien vino y me dijo: ‘Eres de otra familia'", dijo en una entrevista telefónica, rompiendo a llorar de vez en vez. "Hay mucho dolor en mi familia".
Para Aleida Gallangos, el reencuentro con su hermano ha puesto fin a años de angustia. Se ha reunido dos veces con él con Washington antes de volver a México el día de Noche Vieja. Los dos hablaron durante horas, dijo, descubriendo que tenían intereses similares en la música de protesta y marcas de nacimiento parecidas, en sus espaldas. Hablando con ella, Hernández comenzó a recordar fragmentos de recuerdos de sus primeros años -la blusa blanca de una mujer, monjas que lo cuidaban, dijo ella.
"Encontré a la persona que quería encontrar -un hombre trabajador y sensible", dijo Gallangos en una entrevista, y agregó: "No nos merecíamos esto". Se puso a sollozar. "Quizás algún día sepamos qué pasó con nuestros padres".
Ayer, el gobierno mexicano dio a conocer el más completo informe hasta la fecha sobre qué pasó con los niños Gallangos y sus padres, Roberto y Carmen.
Uno de funcionarios del despacho del procurador especial, Juan Carlos Sánchez Ponton, dijo en una rueda de prensa que Lucio fue sacado de una casa de seguridad de los rebeldes por la policía en las afueras de Ciudad de México, en junio de 1975, hacia la fecha en que sus padres fueron vistos por última vez. Había informes no confirmados de que el niño había sido herido en la casa, dijo. "Hubo un enfrentamiento, pero no sabemos si los padres de los menores estuvieron presentes en esa confrontación", dijo. Después de recibir ayuda médica, el niño fue llevado a un orfelinato, donde fue inscrito como abandonado, dijo Sánchez Ponton.
Su despacho está investigando ahora a cuatro antiguos agentes de policía implicados en la desaparición de los padres. Sánchez Ponton se negó a dar los nombres de los antiguos agentes, pero dijo que al menos tres de los cuatro se encontraban con vida y que uno tiene una orden de arresto pendiente en un caso no relacionado.
"De momento estamos agotando todas las líneas de investigación para descubrir el paradero de sus padres", dijo.

Bobbye Pratt contribuyó a este reportaje.

5 de enero de 2005
8 de enero de 2005
©washington post
©traducción mQh

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