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cuando las urnas vencen a las armas


[Robert Fisk] Iraq votó ayer masivamente en las primeras elecciones libres y transparentes de la historia del país. Concurrió entre el 60 y el 70 por ciento del electorado inscripto, lo que fue una derrota para el sabotaje de los rebeldes.
Aun cuando las explosiones tronaban sobre Bagdad, llegaron por centenares y luego por miles, familias enteras, hombres mayores lisiados sostenidos por sus hijos, niños a su lado, bebés en los brazos de sus madres, hermanas y tías y primos. Así es como los musulmanes chiítas de Bagdad votaron ayer. Caminaron tranquilamente hacia la escuela del mártir Mohamed Bakr Hakim en Jadriya, sin hablar, a través de calles sin tránsito, la presión del aire cambiando a su alrededor mientras los morteros llovían sobre los complejos de la embajada británica y norteamericana, y el primero de los kamikazes del día se inmolaba junto con sus víctimas –la mayoría de ellas, chiítas– a un par de kilómetros de allí.
Los kurdos votaron, también, por decenas de miles, pero los sunnitas –20 por ciento de la población de Iraq, cuya insurgencia era la razón principal para esta elección– boicotearon o fueron intimidados fuera de los centros de votación. Y, sí, por supuesto, hubo la violencia que todos esperábamos. Hubo nueve suicidas con bombas en Bagdad, el mayor número en suicidarse en un mismo día en cualquier lugar del Medio Oriente. Un mercenario y un soldado, ambos norteamericanos, estuvieron entre los primeros en morir en Bagdad cuando unos morteros explotaron en el centro de los edificios administrativos bajo control norteamericano, ubicados en plena capital; luego, más de veinte votantes (cuatro asesinados cerca de un centro de votación en la ciudad de Sadr) fueron abatidos; antes del amanecer llegaron las noticias de que un C-130 Hércules de transporte de la Royal Air Force se había estrellado a 720 kilómetros al noroeste de Bagdad en ruta hacia la ciudad de Balad (bajo control de los insurgentes), donde hay una gran base aérea norteamericana. En total, al menos 50 hombres y mujeres fueron asesinados en Iraq.
Pero fue la visión de esos miles de chiítas, las mujeres vestidas en su mayoría con la envoltura negra del ‘hejab'; los hombres en sus abrigos de cuero y largas túnicas, los niños jugando a su lado, lo que cortaba la respiración. Si Osama bin Laden había llamado a estas elecciones una apostasía, esta gente, que representa el 60 por ciento de Iraq, no siguió sus amenazas wahhabitas. Vinieron a reclamar el poder al que tienen derecho en su tierra (por lo que el ayatolá Alí al Sistaní, el gran "marja" de los chiítas en Iraq, los llamó a votar) y que es mejor que los norteamericanos y los británicos lo entienda. Porque si esta elección resulta en una coalición parlamentaria que divide a los chiítas y convierte a su partido mayoritario en la oposición, entonces la insurgencia sunnita se convertirá en un levantamiento nacional.
"Vine hasta aquí", me contó un joven en el centro de votación de Jadriya "porque nuestro gran ‘marja' nos dijo que votar hoy, era más importante que rezar y ayunar." Un anciano, cuya esposa lo sostenía del brazo, de barba blanca, rebosaba de alegría y gozo. "Mi nombre es Abdul Rudha Abu Mohamed y estoy muy contento hoy", dijo. "Deben elegir un presidente para nosotros y debe ser uno para todos los iraquíes, y debemos tener justicia." Incluso el funcionario electoral local estaba al borde de las lágrimas. Taleb Ibrahim admitió que había participado en una de las elecciones unipersonales de Saddam, pero que este día marcaba el momento en que los chiítas de Iraq –después de rehusar vengarse contra sus opresores baatistas– mostrarían su magnanimidad. Aún cuando los sunnitas estaban boicoteando los comicios, dijo, "hay un viejo dicho: ‘si el padre se enoja, no tendremos problemas con sus hijos'." Nos aseguraremos que estos hijos –los sunnitas– tengan el mismo derecho con nosotros."
A lo largo de cada kilómetro de la ciudad de Bagdad, era la misma historia; familias enteras, las mujeres arrastrando sus vestidos en el polvo, moviéndose como uno solo, hacia los centros de votación mientras en el aire resonaban las explosiones. Inmediatamente después de que la votación comenzó a las 7 de la mañana, hubo 30 detonaciones en Bagdad, en el espacio de menos de dos minutos, pero igual ellos llegaban como en una salida familiar de día feriado. Las bombas eran como latidos del corazón en Iraq ayer y podíamos escuchar el ruido sordo de las explosiones, incluso sobre los Apaches norteamericanos de vuelo rasante que tronaban sobre nosotros a cada minuto. Sin embargo, a lo largo de las rutas desiertas, los vecinos se paraban a conversar, compartir cigarrillos y tomar té, y mostrarse entre ellos la tinta púrpura indeleble en sus pulgares, que los funcionarios usaron para asegurarse de que no hubiera doble voto. Fue el más seguro y a la vez el más peligroso de los días.
En un centro de votación, pregunté al primero de los jóvenes soldados iraquíes que debían revisarnos –todos usando pasamontañas de lana negra envolviendo sus rostros para no ser identificados– si tenía miedo. "No importa", dijo muy firme. "Estoy listo para morir por este día. Tenemos que votar. " Siete horas después, hablé con él nuevamente, y ahora él también tenía la tinta indeleble en su pulgar. "Es como si tu pudieras cambiar tu futuro o tu fe," dijo. "Sólo hemos tenido golpes militares y revoluciones anteriormente." Nosotros votábamos por "Sí" o por "Sí." "Ahora votamos por nosotros mismos."
Era fácil ser sensiblero sobre estas palabras, embeberlas del falso optimismo de las cadenas de televisión occidentales y del sinsentido sobre este día "histórico" iraquí –porque sólo habrá sido histórico si cambia al país– y muchos temen que no lo hará. Ninguno de los que encontré ayer cree que la insurgencia terminará (muchos creen que se volverá más feroz) y los chiítas en los centros de votación dijeron al unísono, que ellos estaban votando también para deshacerse de los norteamericanos en Iraq, no para legitimar su presencia. Este es el mensaje que los norteamericanos y los británicos pueden desconocer, para su propio riesgo.
A lo largo de las calles, los norteamericanos desplegaron miles de tropas ayer, la mayoría de ellas tratando de mostrar algún respeto por la gente que las miraban, en vez de amenazarlas con sus rifles, que es como se comportan usualmente ahora en las peligrosas autopistas de la capital. Un capitán Buchanan de Arkansas incluso aventuró un pensamiento político. "Es una lástima que los sunnitas no estén votando: ellos pierden" dijo. Pero, por supuesto, es también una pérdida para Iraq y en un modo directo pierden los chiítas, y también posiblemente para Norteamérica. Porque sin el vital componente de la minoría, ¿quién creerá en el nuevo parlamento o la constitución, que supuestamente, producirá o que será producida por el nuevo gobierno?
Le pregunté a un guardia de seguridad musulmán sunnita ayer cuál pensaba que sería el futuro de su país. El no había votado, por supuesto –en muchas ciudades sunnitas sólo abrió un tercio de los centros de votación– pero había pensado mucho en torno a esta pregunta. "No pueden darnos "democracia" así como así", dijo. "Este es uno de vuestros sueños, occidentales y foráneos. Antes, tuvimos a Saddam y él era un hombre cruel y nos trató cruelmente. Pero lo que ocurra después de esta elección es que ustedes nos darán una gran cantidad de pequeños Saddam."

31 de enero de 2005
© The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
©Traducción: Alicia B. Nieva.
©página 12

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