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saudíes ven rayo de esperanza


[Evan Osnos] Medidos pasos hacia la democracia sacuden al reino saudí.
Qatif, Arabia Saudí.Justo antes de una medianoche de invierno, el bullicio de cientos de ardientes jóvenes se esparcía profundamente en un lío de callejones oscuros como boca de lobos.
No era un coro de voces, sino un sonido totalmente propio: el pesado, firme golpe de las manos contra los pechos, el hueco pulso de hombres golpeando sus corazones en una angustiada devoción al mártir chií del siglo 7, Imam Hussein. Continuaron durante horas mientras, en enclaves chiíes en kilómetros a la redonda, avanzaban lentamente por las calles, gritando su nombre -"¡Oh, Hussein!"- y celebraban el retorno de un ritual que se les prohibió durante largo tiempo.
Hasta hace tres años, el gobierno de Arabia Saudí dirigido por sunníes prohibió a sus dos millones de chiíes de realizar rituales públicos como la procesión de Ashura en febrero, empujándolos a salones de reunión ilegales y mezquitas en una política de larga data de suprimir los rituales no sunníes. Pero después de décadas de haber sido empujados a un lado por el estado y denunciados por poderosos clérigos, los chiíes saudíes están saboreando un rayo de tolerancia y, este mes, las primeras elecciones locales serán probablemente su primer gran paso hacia la normalidad política.
"Ahora mismo estamos defendiendo nuestros derechos básicos como seres humanos", dijo el clérigo chií Sheik Hassan al-Nemer.
Lo que está ocurriendo aquí hace parte de un cambio más amplio.
La historia de cómo los marginados chiíes saudíes han recibido la oportunidad de participar en elecciones locales -y la audacia de criticar al gobierno- refleja que el frágil impulso para provocar cambios democráticos está ganando fuerza en Oriente Medio dos años después de que Estados Unidos derrocará al gobierno iraquí de Saddam Hussein.
Pero con ‘democracia' y ‘libertad', las nuevas palabras de moda de Oriente Medio hoy -apoyadas no sólo por el presidente Bush sino también por líderes árabes autoritarios y los disidentes que ellos encarcelan-, ¿qué está logrando este movimiento por la democratización? ¿Quién está luchando a favor y quién contra y cuánto se ajusta la realidad a la idea occidental de un Oriente Medio liberal y democrático?
Hay pocos lugares más importantes donde encontrar respuesta que en Arabia Saudí, el lugar donde nació el islam y hogar de los más valiosos recursos petrolíferos del mundo. Aquí, la lucha por la reforma está empujando al país a delicadas contradicciones: Hay inconfundiblemente nuevos espacios para hablar y practicar credos religiosos más libremente, pero profesores y poetas que van demasiado lejos son encarcelados; la familia real ha convocado las primeras elecciones nacionales de su historia, pero prohíbe la participación de las mujeres.
Al invadir Iraq, el gobierno de Bush sacudió el orden político de la región. Pero de acuerdo a disidentes, diplomáticos y funcionarios, la política norteamericana no es la fuerza más poderosa de cambio en Arabia Saudí, y las fuerzas que la invasión ayudó a liberar no son controladas por los americanos.
Una violenta resistencia islámica, inspirada en parte por intransigentes clérigos saudíes, está incentivando al gobierno a poner freno a la retórica en las mezquitas. Una enorme generación de jóvenes, conectada con el mundo a través de internet y teléfonos celulares, está debatiendo su futuro bajo una luz nueva y más crítica. Abruptos cambios de liderazgo en los territorios palestinos e Iraq han alimentado preguntas sobre el futuro saudí, a medida que príncipes poderosos compiten sobre sobre quiénes de entre ellos prevalecerá después de esta generación de líderes.
El príncipe heredero Abdullah ha dirigido el país desde que su hermanastro mayor, el rey Fahd, sufriera un infarto en 1995. El príncipe heredero, del que se cree que tiene 81 años, es partidario de un mayor papel de las mujeres en la sociedad y permite las críticas moderadas contra el gobierno en la prensa. Pero otros importantes nobles, particularmente el ministro del Interior, el príncipe Nayef, no favorecen reformas rápidas. No está claro quién -y qué tendencia filosófica- sucederá al príncipe heredero.
En lo que todos los lados están de acuerdo es en que Arabia Saudí ha comenzado la lucha por definir el futuro del reino.
"El mundo ha cambiado", dijo Akl al-Bahli, 53, un empresario de Riyad y activista de las reformas. "Los líderes están cambiando. Hay diarios y televisión por satélite todos los días. Si requisas los libros en el aeropuerto, la gente los baja de internet. Los líderes lo saben".
Un Reino Dividido
La tribu bani asem está preocupada de un creciente problema en sus bodas, pero puede tener una solución: Todos los novios de esta tribu de la ciudad de Taif en el oeste del país están obligados a entregar a sus jefes tribales un depósito de seguridad de 5.000 riyals, unos 1.300 dólares. Los novios pierden el dinero si sus invitados usan las cámaras de sus celulares para tomar fotografías en el salón de bodas, fotos que podrían mostrar a extraños a las invitadas sin las túnicas negras que cubren sus vestidos.
Así es la vida en este esquizofrénico reino. En menos de una generación, este país se ha transformado de un estéril territorio de pastores de camellos y tribus guerreando, con menos de medio millón de adultos alfabetos, en el más importante imperio del petróleo. Hoy, el país de 20 millones de ciudadanos y 5.5 millones de trabajadores extranjeros es un revoltijo de zigurates y rascacielos con ventanas de espejo, embrollado por la tecnología, información, violencia, riqueza y religión.
Las boutiques de Cartier y Armani de la capital bullen con mujeres ricas, sus caras y cuerpos tapados por túnicas negras. La policía religiosa recorre los centros comerciales vigilando transgresiones -un hombre y una mujer no relacionados sentados juntos, o una mujer con la cabeza descubierta-, pero los adolescentes en lujosos sedanes eluden las reglas bajando sus ventanas y gritando sus números de teléfono a grupos de risueñas jóvenes.
"Tenemos modernización, pero la sociedad civil no se ha modernizado", dijo Turki al-Hamad, columnista de diario y antiguo profesor de ciencias políticas. "Es como un casa moderna con una tienda en el medio".
Es un país de estados azules y rojos. Como en Estados Unidos, la mayoría del país es rojo: la vasta región central es por lo general más conservadora que las costas y recelosa de influencias que pongan en cuestión sus valores tradicionales. La costa saudí es un país azul, donde la gente es menos ortodoxa y más crítica del régimen.
El meollo de esa división es el matrimonio del estado con el wahhabismo, una versión puritana del islam. La alianza se remonta al nacimiento del país, cuando la familia Al Saud unificó el país que ahora lleva su nombre gracias al apoyo armado de los seguidores del predicador del siglo 18, Muhammad ibn Abdel-Wahhab.
La unión prosperó, pero el gobierno entregó para siempre su poder a los clérigos conocidos como wahhabis, que llaman a los musulmanes a retornar al verdadero islam practicado por el profeta Muhammad en el siglo 7. Hoy, los clérigos wahhabis y sus partidarios ven la urgente necesidad de poner límites al desarrollo de la democracia.
"No podemos tener una democracia occidental en el Reino de Arabia Saudí porque este se basa en el pueblo y para nosotros la primera palabra la tiene el Corán", dijo Abdullah al-Uthaimin, un miembro conservador del consejo de Shura que asesora al príncipe heredero. "Puede haber democracia en el sentido de que la gente sea elegida, pero hay líneas rojas y no se pueden extender más allá de la religión".
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos sacudieron al reino. Cuando se descubrió que 15 de los 19 secuestradores eran saudíes, el gobierno, bajo presión de Estados Unidos. empezó cuidadosamente a retirar la retórica intolerante de su sistema educacional y a reprimir las organizaciones de beneficencia que apoyan al terrorismo.
Pero las reformas reales no empezaron en serio sino cuando la violencia golpeó en casa: En mayo de 2003, rebeldes saudíes atacaron un complejo residencial en el centro de Riyad matando a 35 personas, un suceso que los saudíes llaman su 11 de septiembre. Los ataques han continuado, causando la muerte de más de 100 saudíes y civiles extranjeros.
Diplomáticos de Estados Unidos y Europa dicen que la insurgencia obligó a los líderes saudíes a reconocer que su fracaso en solucionar crecientes problemas sociales y permitir la disidencia pacífica estaba poniendo en peligro su supervivencia. Enfrentado con un desempleo galopante y una alta población joven, los viejos príncipes concluyeron que reformas democráticas discretas podrían canalizar la indignación pública.
"El impacto de los atentados fue la conciencia de que no se pueden dejar sin resolver los problemas más acuciantes", dijo Nawaf Obaid, asesor de seguridad del príncipe Turki al-Faisal, embajador saudí en Londres.
Los disidentes liberales, periodistas y musulmanes moderanos aprovecharon la oportunidad, redactando peticiones en cafeterías y oficinas y entregándolas a los líderes saudíes. En la televisión y en los diarios, ciudadanos partidarios de la reforma publicaron llamados sin precedentes a poner fin a la corrupción del gobierno, al derecho a voto y a formar asociaciones y a otorgar derechos a las mujeres.
El príncipe heredero Abdullah anunció pronto que se celebrarían elecciones locales por primera vez en sus 178 ayuntamientos en todo el país. En un raro gesto de tolerancia religiosa convocó a un congreso religioso que llamó Diálogo Nacional, que tenía por intención enviar un dramático mensaje simbólico: Se permitiría que los chiíes y otras minorías dialoguen con la clase dominante sunní. Para los reformistas fue una época embriagadora.
"Lo que pasó en los últimos dos años es más importante [para la democratización] que todo lo que pasó en los últimos 40 años", dice al-Bahli, el activista. "Ahora la gente está hablando directamente a la gente".
Pero hacia mediados de 2004, el impulso empezó a menguar. Con el súbito aumento de los ingresos por el petróleo y con las fuerzas de seguridad acumulando éxitos contra los militantes, la presión sobre el gobierno para que implemente cambios decisivos se ha aligerado. En marzo de 2004 la policía arrestó abruptamente a 13 prominentes activistas reformistas, incluyendo a varios que se habían reunido con Abdullah durante su flirteo con la apertura.
La decisión fue ampliamente interpretada como una respuesta de los príncipes más conservadores a las reformas del príncipe heredero. La familia real no pudo ocultar que estaba dividida. La guerra por los cambios había empezado.

Exigencias de Cambio
Una despejada mañana de febrero frente a la Corte Suprema de Riyad, dos docenas de hombres y mujeres en su mayoría de edad mediana charlaban nerviosamente a la sombra del moderno edificio de 12 pisos de la corte. Había una hilera de agentes de policía con armas livianas entre ellos y el edificio, y los hombres y mujeres avanzaron uno por uno por el empedrado para entrar a la corte y fueron rechazados por la policía.
Estaba muy distante del astillero de Gdansk, el lugar de nacimiento del movimiento Solidaridad en Polonia, pero en Arabia Saudí incluso esto constituía una modesta desobediencia civil.
"Antes, aquí no habría habido nadie", dijo al-Bahli, a la sombra de una palmera. "Pero hoy ves que la gente está dispuesta a estar aquí".
Los hombres y mujeres estaban ahí para la última vista del publicitado juicio sobre libertad de expresión en Arabia Saudí, una nueva prueba sobre cuánto de disidencia está preparado a aceptar el gobierno saudí -y lo fuerte que puede golpear contra su embrionaria sociedad civil.
Los acusados -Ali al-Dimeeni, poeta y ex marxista; Abdullah al-Hamed, activista musulmán de derechos humanos despedido de su puesto en la universidad por sus ideas políticas; y Matrouk al-Faleh, profesor de ciencias políticas en la Universidad del Rey Saud, que obtuvo su doctorado en la Universidad de Kansas- son acusados de sembrar la discordia, socavar la autoridad del rey y fomentar la inestabilidad.
Fueron detenidos hace un año después de repartir una petición llamando a la familia real a crear un poder judicial independiente, consentir elecciones parlamentarias y fundar una monarquía constitucional. Otros diez reformistas que fueron detenidos con ellos fueron liberados después de que firmaran una promesa de que dejarían de exigir reformas o de hablar a la prensa. Los tres restantes se negaron a firmarla.
Los tres no son los primeros disidentes saudíes que son procesados por hablar, pero el caso es inusual: El gobierno ha permitido que se hagan públicos fragmentos del juicio, y los activistas locales han ido más allá que nunca en la expresión de apoyo a los acusados.
"Cuando hablamos sobre el juicio de Ali", dijo Fawzi al-Ouni sobre su marido, al-Dimeeni, "no debemos hablar en singular. Lo que está en juicio son las reformas en Arabia Saudí".
Las autoridades inicialmente abrieron el proceso al público. Pero cuando durante la segunda sesión la multitud desbordó la sala del tribunal, el juez pospuso el juicio y lo realizó a puertas cerradas. Los abogados de la defensa denunciaron la decisión y dieron un paso sin precedentes al comenzar a basar su caso en la pregunta más provocadora de todas: ¿Qué da a los miembros de la familia Al Saud el derecho a gobernar? El 6 de noviembre, uno de los abogados, Abdel Rahman Lahem, también fue arrestado.
El abogado de Lahem, Khaled al-Mutairi, dijo que cree que Lahem fue detenido por criticar al gobierno ante periodistas extranjeros, aunque no se han presentado cargos formales. Al-Mutairi, que ha pedido al gobierno que fije una fecha para el juicio o deje a su cliente en libertad, reconoce que también él corre el riesgo de ser arrestado por hablar sobre el caso.
"Estoy representando a Abdel Rahman porque él dio su opinión, y eso es todo. Como abogado, yo podía defenderle", dijo una tarde bebiendo un café en Riyad. "En momentos en que hay violencia en el país, tienes a un grupo de gente tratando de introducir reformas de manera pacífica. Debería estar permitido".
En la sesión reciente, mientras los partidarios eran mantenidos a raya por la policía apostada fuera, los tres acusados se negaron a hablar si la sala del tribunal seguía cerrada. El juez se fastidió, pospuso la sesión y envió a los acusados de vuelta a la cárcel, dijeron abogados. Para la esposa de al-Dimeeni, eso fue un éxito acumulativo.
"Por primera vez el encarcelamiento paga dividendos, porque antes un montón de principios políticos no existían [en el debate público]", dijo. "Pero ahora la gente está hablando sobre ellos, sobre la constitución, sobre las elecciones".
Mientras los reformistas gozan de una tajada de mayor apertura, el historial de los derechos humanos en Arabia Saudí sigue "pobre", de acuerdo al ministerio de Relaciones Exteriores de Estados Unidos. En su más reciente informe sobre derechos humanos, dado a conocer el 28 de febrero, Estados Unidos criticó al reino por casos de tortura, detenciones arbitrarias e incomunicación de los detenidos.
No hay cifras confiables sobre el número de presos políticos. Las manifestaciones ilegales pueden terminar en una sentencia de azotes u otros castigos corporales, como en el caso de 15 manifestantes anti-gobierno sentenciados el mes pasado a ser azotados por haber organizado una manifestación pública en Jiddah, de acuerdo a Human Rights Watch.
"Continuaron la violencia y discriminación contra las mujeres, la violencia contra los niños, la discriminación de las minorías étnicas y religiosas, y las estrictas limitaciones de los derechos de los trabajadores", escribió el ministerio de Relaciones Exteriores.
Los que llaman la atención sobre esos problemas se exponen a la venganza. Ibrahim al-Mugaitib, 51, antiguo periodista y activista político, ha tratado infructuosamente durante varios años de inscribir a su grupo, Derechos Humanos Primero, como una organización no-gubernamental, pero el gobierno no le otorga un permiso. Se le prohíbe viajar fuera del país.
"La democracia no es solamente elecciones", dijo. "¿Por qué no se permite a los grupos por los derechos? ¿O los grupos de mujeres? Ellos no dejan que la sociedad se desarrolle y al mismo tiempo no permiten que la gente exprese su frustración".
Las libertades académicas y de prensa son estrechamente controladas. En octubre, el régimen decretó que todo empleado de gobierno que reparta peticiones o critique al gobierno en la prensa podría ser despedido o arrestado. Los profesores describen rutinariamente recibir amonestaciones oficiales por cosas delicadas que dicen en las clases.
Sin embargo, las restricciones sobre la prensa se han aliviado. Hasta hace dos años, dicen escritores saudíes, incluso usar la palabra ‘wahhabi' impresa podía provocar una amonestación oficial. Los wahhabistas rechazan el término porque sugiere que ellos representan un ramal de la corriente principal del islam. Ahora ese tabú ha sido levantado, y los escritores pueden criticar normalmente el poder de los clérigos wahhabíes.
Pero el tema principal de los proyectos de reforma del gobierno son las primeras elecciones municipales nacionales del reino, que se desarrollarán en fases entre febrero y abril. El experimento está demasiado lejos de una democracia completa -las mujeres no pueden ni postular ni votar, y la mitad de los escaños son nombrados por la familia real. Pero eso no ha impedido que muchos saudíes saluden la carrera electoral como una ruta hacia la participación política.

Redención en las Urnas
El jeque Hassan al-Nemer metió su mano izquierda en los pliegues de sus túnicas marrón y gris, y sacó una tarjeta de plástico de un brillante azul: su recién impresa inscripción electoral. Rodeado por una docena de partidarios chiíes en su pequeño salón de reuniones, la levantó para dar énfasis.
"Votando estoy transmitiendo un mensaje", dijo al-Nemer. "No creemos en que obtendremos el poder por la fuerza, sino con un dedo: votando".
Los chiíes, que constituyen un 10 por ciento de los 20 millones de saudíes, están reivindicando un nuevo lugar en la sociedad. Separados de los sunníes en una disputa del siglo 7 sobre el heredero legítimo del profeta Mahoma, los chiíes han sido durante largo tiempo acusados por la clase dominante wahhabi de no ser musulmanes, alentando un sistema de discriminación en los trabajos, educación y expresión religiosa, de acuerdo a activistas chiíes.
El estado limita estrictamente la construcción de mezquitas chiíes y prohíbe la mayoría de los libros y revistas chiíes. Los activistas son detenidos y mantenidos en prisión durante largos períodos sin que se les acuse, de acuerdo al ministerio de Relaciones Exteriores de Estados Unidos. Los chiíes han tenido un embajador, no tienen puestos en el gabinete y pocas posiciones en las fuerzas armadas o en las filas de la burocracia.
A principio de los años ochenta, los chiíes saudíes inspirados por la revolución iraní montaron insurrecciones que fueron reprimidas por el gobierno. Pero hoy los líderes chiíes están buscando el camino a las urnas de votación. La inscripción para las elecciones del 3 de marzo en la Provincia Oriental excedió el 40 por ciento, más que el doble que en la capital, con unos 150 candidatos compitiendo por 10 escaños.
En los días anteriores a la votación, jóvenes en la sede de campaña del candidato Jaafar al-Shayeb abrieron las llaves de seis ordenadores, y leyeron páginas en la web, gestionaron finanzas y copiaron cedés con clips de las entrevistas de televisión de al-Shayeb. Su campaña se hacía tanto virtual como en carne y hueso, e hicieron publicidad para su candidato en populares foros online diligentemente.
"Hace tres años, en este país se prohibieron las elecciones y se las consideró, entre otras cosas, a-musulmanas", dijo al-Shayeb. "Así que veo esto como un desarrollo en la dirección correcta, y se ha extendido para incluir realmente a otros participantes, incluyendo a las mujeres".
La campaña de al-Shayed ha dado sus frutos. Cuando se contaron los votos después de la votación del 3 de marzo, fue uno de los chiíes que arrasó en las elecciones en Qatif. También ganaron cinco de los seis escaños en el área mixta sunní-chií de Hasa.
El predominio chií en Iraq, de una mayoría largo tiempo reprimida a nuevos agentes de poder, ha retumbado ruidosamente aquí. En abril de 2003, unos 450 chiíes presentaron una petición sin precedentes al príncipe heredero Abdullah, titulada ‘Socios en un País', llamando al fin de la discriminación y las detenciones arbitrarias, mejor representación en el gobierno y un reconocimiento oficial de su derecho a su credo religioso y de publicar libremente.
El gobierno no ha aceptado las demandas, pero ha claramente aliviado su control. Incluso antes de la invasión de Iraq, el gobierno había comenzado gradualmente a permitir rituales chiíes más públicos, tales como Ashura. El mismo mes que se entregó la petición chií, el más importante líder religioso del país, el jeque Abdul Aziz bin Abdullah Al al-Sheik, decretó que acusar a los chiíes de ser paganos no estaba permitido. Más tarde el gobierno organizó una convención nacional de líderes religiosos, que emitieron una declaración reconociendo que la diversidad dentro del islam es "natural".
El estado está particularmente empeñado en apaciguar a los chiíes aquí en el este, la capital de la industria petrolera que es la base económica del reino. El rey de Jordania, Abdullah II y otros líderes árabes advierten misteriosamente de una "medialuna" de poder chií que se extiende desde Irán a través de Iraq y el Líbano. En privado, funcionarios saudíes dicen que no temen un gobierno chií en Iraq, pero están preocupados de las tensiones entre sunníes y chiíes en toda la región.
"Lo único que preocupa grandemente al reino de Arabia Saudí es que durante el régimen de Saddam Hussein nunca oímos hablar de sunníes y chiíes y kurdos", dijo un funcionario de alto nivel. "Sólo empezamos a oír sobre esas divisiones durante la ocupación americana de Iraq".
Para Hussein Abdelkarim al-Nemer, 26, esos estallidos de apertura contienen una nota mucho más personal de promesa: Su padre, el activista chií de larga data Abdelkarim al-Nemer, lleva cinco años en prisión sin ser acusado formalmente. Al-Nemer dice que mientras continúa cabildeando para obtener la liberación de su padre, está ansioso de la posibilidad de votar.
"Su experiencia me ha enseñado que cuando tienes la oportunidad de expresar tu opinión, tienes que aprovecharla", dijo.

La Ruta por Andar
Qué impacto tendrán votos como los de al-Nemer en modelar el futuro del países, será una medida de lo lejos que irán esos tentativos pasos hacia la democratización. Pero en última instancia las elecciones y los esfuerzos de los disidentes son sólo una parte limitada de la ecuación.
Un importante, aunque cierto ingrediente, es la presión de Estados Unidos. En su discurso sobre el Estado de la Unión el mes pasado, Bush llamó a Arabia Saudí a "demostrar su liderazgo en la región ampiando la participación de su pueblo en la determinación de su futuro". Muchos reformistas saudíes dicen francamente que demandas como esas obstaculizan su trabajo porque la falta de credibilidad de Bush en el mundo árabe y el fracaso de Estados Unidos en llevar paz a Iraq contaminan los llamados a la democracia de los reformistas locales.
"Los neo-conservadores usan palabras como ‘seguridad' y ‘democracia', pero su política se funda en la guerra", dijo Khalid Al-Dakhil, profesor de sociología de la Universidad del Rey Saud y frecuente crítico del gobierno saudí. "¿Imagina que alguien como yo dándole la mano en la mano de Donald Rumsfeld?"
Pero otros contrarrestan que las medidas de Arabia Saudí hacia una mayor participación política no habrían ocurrido nunca sin la presión norteamericana sobre los líderes y la opinión pública.
"El Occidente juega un papel muy importante porque da esperanzas a la gente", dijo el activista Isa Ahmed al-Muzel. "Incluso entre los que odian a Occidente, se sienten como si alguien de fuera está apoyando sus demandas".
El otro ingrediente importante es la disposición de la familia real a introducir cambios fundamentales en el sistema que creó. Para tomar la ley saudí como ejemplo, el testimonio de un hombre es igual al de dos mujeres. Revisar esas leyes requeriría un océano de cambios en altos niveles del gobierno.
Hablando realísticamente, dicen los reformistas, el siguiente cambio importante que esperan ver son las elecciones directas para el consejo de Shura que asesora al príncipe heredero. En ese caso, los reformistas estarían en condiciones de ejercer presión real sobre el régimen. Pero de momento, incluso hablar sobre eso puede ser una perspectiva amenazadora.
"Quien quiera sea elegido por el pueblo tiene una legitimidad que no tiene nadie más, ni siquiera el rey, lo crea o no", dijo un reformista en Qatif.
Hizo una pausa y luego agregó: "Sería mejor que no citara lo que dije sobre el rey".

13 de marzo de 2005
16 de marzo de 2005

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