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guerra olvidada de áfrica


[Nancy E. Soderberg] Mientras el mundo se agita sobre la matanza en Darfur, ignora otro mortífero conflicto: el de la República Democrática del Congo.
Unos 30.000 hombres, mujeres y niños inocentes mueren cada mes en el Congo, debido en gran parte al hambre y a las enfermedades. Desde 1997, los civiles congoleños han sufrido dos guerras, y se calcula que han muerto unos 4 millones. Es hora de que la comunidad internacional presione a todas las partes para que se logre la paz.
A pesar de un acuerdo de paz entre las partes beligerantes y el gobierno de transición, la guerra en el Congo está lejos de haber terminado. En febrero último, la milicia en el este del Congo, en la región de Ituri, emboscó a tropas de la misión de paz de Naciones Unidas, matando a nueve soldados de Bangladesh. Naciones Unidas está ahora respondiendo a los ataques con helicópteros de combate en algunos de los combates más violentos de tropas de Naciones Unidas en los últimos años.
La nueva determinación de los soldados de Naciones Unidas es un cambio bienvenido. Pero la comunidad internacional se equivoca en dejar el proceso en manos de las fuerzas en misión de paz. El problema real es que el proceso de transición política ha sido interrumpido. Cada lado está afilando sus apuestas, inquietos antes la posibilidad de perder su control del poder y de capitales económicos. Las elecciones programadas para junio serán probablemente pospuestas. Entretanto, los congoleños están pagando el precio.
Visité recientemente la ciudad capital de Kinshasa. Es un inmenso caos; en lo esencial, el gobierno no funciona. Los celulares son el único servicio fiable. La electricidad es esporádica, el agua potable escasa, y la delincuencia, galopante. Los gángsteres -al estilo de los años 30, con trajes a rayas de colores llamativos- controlan el comercio ilegal, las drogas y la prostitución. Mientras que una tercera guerra del Congo sigue siendo una posibilidad, la continuada inestabilidad se está cobrando un devastador número de bajas humanas y amenaza con desestabilizar a la región. La comunidad internacional debe actuar urgentemente para conseguir avances en las dos áreas.
Primero, la seguridad sigue siendo un reto clave en el país. Los partidos en guerra firmaron un acuerdo de paz en 1999, y 16.700 tropas en misión de paz de Naciones Unidas se encuentran en el terreno. Sin embargo, se calcula que unos 10.000 rebeldes hutu armados, incluyendo a algunos responsables del genocidio ruandés, siguen en la frontera de Ruanda. Significan una distante amenaza para Ruanda, y una amenaza inmediata para los civiles congoleños y ahora también para las tropas de Naciones Unidas. El gobierno no ha cumplido con promesa de proteger a los civiles. Mientras estos rebeldes no sean desarticulados, el Congo seguirá corriendo el riesgo de un retorno a la guerra. Mientras algunos han pedido una fuerza de intervención para atacar a los rebeldes, ninguna fuerza se ha ofrecido para ello. El trabajo quedará para el naciente ejército congoleño.
Sin embargo, el ejército congoleño está terriblemente retrasado en sus intentos de desmovilización e integración de los soldados en una nueva organización. África del Sur, Bélgica y Angola están adiestrando brigadas integradas, pero estas cuatro brigadas están lejos de ser suficientes para ejercer control sobre un territorio que es casi del tamaño de Europa occidental. Naciones Unidas y los países donantes deben adiestrar a más batallones y proporcionar equipos, inteligencia y logística de comunicaciones. Las fuerzas de Naciones Unidas en el país deben hacer más para ayudar a construir un ejército congoleño que funcione, proteja a los civiles y vigile la frontera. El gobierno congoleño, también, debe ser más agresivo a la hora de hacer frente a esta amenaza.
En segundo lugar, la comunidad internacional debe ejercer presión para obtener un compromiso más firme con la transición entre los líderes locales, no todos de los cuales muestran la voluntad política para terminar el trabajo. Muchos creen que un estado permanente de transición sirve mejor sus intereses que la democracia, en la que ellos perderían influencia -y el correspondiente acceso a los vastos recursos del país basándose, como ahora, en el poderío militar, no en el apoyo popular. Como describió la situación un embajador occidental, "este no es un gobierno coherente; es un grupo de gente que coexiste, profundamente desconfiados unos de otros, cada uno con su ejército propio".
Es tiempo de que la comunidad internacional establezca parámetros claros a los partidos y los presione más fuertemente para avanzar. La comunidad internacional debe también llamar a rendir cuentas en casos de corrupción y lograr una mayor transparencia en el gobierno y en el papel de empresas internacionales. Embajadores claves de África y Europa, así como el de Estados Unidos, forman el Comité Internacional para Acompañar la Transición, de modo que tenemos una clara responsabilidad de llevar esto a cabo.
El hecho de que mueran 30.000 personas al mes no ha llamado la atención del mundo. Es hora de actuar con más decisión para evitar otra crisis en la que el mundo responda demasiado tarde, y hombres, mujeres y niños inocentes paguen la cuenta.

Nancy E. Soderberg es vicepresidente de asuntos multilaterales del Grupos de Crisis Internacional y autora del libro de próxima aparción ‘'The Superpower Myth: The Use and Misuse of American Might' [El Mito de la Superpotencia: Uso y Mal Uso del Poder Americano].

22 de marzo de 2005
©boston globe
©traducción mQh

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