muerte del callejón de la seda
[Peter S. Goodman] Vendedores chinos pierden mercado que habían construido. El Callejón de la Seda de Pekín ha desaparecido; vendedores denuncian juego sucio.
Pekín, China. En una fría mañana de diciembre pasado, Zhu Dingya se reunió con otros comerciantes frente al mercado del Callejón de la Seda, una de las atracciones más importantes de la ciudad, y leyeron un aviso clavado en la entrada. Sus temores se vieron confirmados: El gobierno local desmantelaría el lugar.
Zhu ardía de cólera por lo que no se decía. El aviso decía que los puestos constituían un riesgo de incendio. No decía que el edificio con fachada de cristal vecino albergaría a un nuevo mercado del Callejón de la Seda, con alquileres mucho más altos y cobrados por una empresa comercial entre cuyos accionistas originales se encontraban funcionarios del Partido Comunista local. No decía que los urbanizadores habían conseguido del gobierno el terreno para el nuevo edificio, con un alto descuento.
Durante más de dos décadas, a medida que el comunismo dejaba lugar a un capitalismo cada vez más desbocado en China, Zhu vendió ropas en el popular mercado descubierto a unas pocas manzanas de la Plaza de Tiananmen. Su negocio era un arquetipo del espíritu emprendedor que se suponía debía alentar las reformas en el país: Había dejado su trabajo en la construcción en una empresa estatal y renunciado a la pensión del gobierno para ganarse la vida por sí mismo. Ahora había sido desplazado de los negocios, no por el mercado libre, sino por un rasgo inalterado del pasado de China: jefes del partido que conservan el control sobre la tierra y capitales, y que a menudo lo usan para beneficio personal.
"Es completamente injusto", dijo Zhu. "Antes creíamos que el gobierno quería ayudarnos. Todos hemos sido traicionados por esos funcionarios".
Desde granjeros que venden verduras en todas las ciudades chinas o agentes comerciales que venden áticos en paisajes urbanos con luces de neón, la empresa libre ha penetrado en la vida china. Pero el cierre del mercado del Callejón de la Seda, uno de los primeros experimentos en el capitalismo moderno de China, muestra cómo ganadores y perdedores son ha menudo determinados no por la oferta y la demanda, sino por los dictados de funcionarios del partido.
"Es bastante típico", dijo Jiang Zezhong, economista de la Universidad Capital de Económicas y Negocios de Pekín. "El gobierno tiene el poder y los inversores, el dinero. Se unen y juntos acaparan todos los beneficios".
El mercado del Callejón de la Seda nació a principios de los años ochenta, cuando las dogmáticas políticas de Mao Zedong dieron camino a las reformas mercantilistas de Deng Xiaoping. Mientras antes se consideraba que los beneficios eran contrarrevolucionarios, ahora se permitía operar abiertamente a los mercados comerciales.
Zhu, 50, era un pionero. Creció en Pekín central, donde su padre trabajaba en los altos hornos del estado y su madre repartía raciones de vinagre. Él y sus padres, su hermano y hermana vivían apiñados en dos habitaciones asignadas por el estado. La calefacción era un bracero de carbón que llenaba el aire con un cáustico humo. Cocinaban en un pasillo junto a varias otras familias, y usaban unos servicios públicos.
Después de terminar la escuela secundaria en 1971, Zhu fue asignado a un trabajo como obrero de la construcción, ganando unos 5 dólares al mes. Comprar cualquier cosa que estuviera más allá de las raciones normales, exigía ahorros diligentes. Hacia 1983, se había casado y tenía un hijo de dos años. Los discursos del partido sobre la alabada lucha revolucionaria estaba dando lugar a conversaciones sobre el mejoramiento de las condiciones de vida. Él se arriesgó, dejó su trabajo y se transformó en un vendedor callejero.
"Mi familia estaba muy en desacuerdo", dijo Zhu. "Me dijeron que no sería una vida segura".
Se acercó a unos hombres a los que había visto vendiendo relojes. Lo presentaron a un distribuidor que se los ofreció a 65 centavos cada uno. Compró 10. Los vendió todos en una semana.
Se veía a sí mismo como un empresario; su familia lo veía a través de la lente de los ideales comunistas. "Ellos pensaban que yo estaba engañando a la gente", dijo. Compró 50 relojes más y los vendió en algunas semanas. Al año siguiente, empezó a vender verduras, recorriendo el campo en bicicleta durante tres horas para volver con sacos de cebollas.
Ese mismo año, empezó a vender sus productos en una calle metida en el vecindario de las embajadas, a sólo unas cuadras de donde un gigantesco retrato del Presidente Mao miraba hacia la Plaza de Tiananmen: el Callejón de la Seda. Al principio, fue ilegal. Cuando se acercaba la policía, los comerciantes escapaban. En 1985, el ayuntamiento empezó a entregar certificados y a construir pequeños tenderetes, alquilándolos a los comerciantes por unos 2 dólares al mes.
Con los años, Zhu comenzó a vender ropa, y el Callejón de la Seda floreció hasta convertirse en algo característico de Pekín, un bullente ensamblaje de 400 puestos que era una visita obligada de los todos los turistas. Los lugareños compraban abrigos para el invierno y maletas, muchas de las cuales eran imitaciones ilegales de versiones de marcas importantes. Los extranjeros se llevaban chucherías y vestidos de seda, y cambiaban dólares en el mercado negro. En los últimos años, el Callejón de la Seda hizo pingües negocios con películas de Hollywood pirateadas.
Pero a mediados de los años noventa, Zhu llevaba a casa hasta unos 600 dólares al mes. En 1989 se compró un televisor, y un teléfono dos años después. En 1995 agregó aire acondicionado, y un sedán Volkswagen. En 1998 se mudó a un apartamento con cocina privada y retrete con cisterna.
Para entonces, el gobierno de Pekín estaba hablando abiertamente de desmantelar los mercados descubiertos de la ciudad. La capital china estaba en medio de un impulso modernizador. Los cerdos sacrificados colgando de ganchos y vendedores gritando precios no se ajustaban con la elegancia de la nueva imagen. Cuando los gobiernos occidentales ejercieron presión sobre Pekín para reprimir la venta de artículos de contrabando, los mercados descubiertos fueron los blancos más obvios.
El ayuntamiento empezó a cerrar algunos de ellos en 1998. Los funcionarios dijeron a los comerciantes del Callejón de la Seda que se prepararan para partir a otra parte. Pero los economistas organizaron conferencias y escribieron artículos de opinión criticando el plan como injusto para los comerciantes. El Callejón de la Seda continuó.
"Esta gente vive de sus ventas", dijo Jiang, el economista de la Universidad Capital. "Si cierras el mercado, los dejas sin trabajo".
Pero la presión continuó, en parte porque el Callejón de la Seda se ubicaba en propiedad inmobiliaria de primera clase en el centro de la ciudad y los urbanizadores presionaron al gobierno para desalojarlos, dijo Jiang.
En octubre de 2002, Jiang vio un documento declarando que el consejo del barrio de Chaoyang había presentado una petición ante la Comisión Municipal de Planificación Urbana de Pekín pidiendo permiso para remplazar el mercado por un nuevo edificio, dijo.
"En China, si hay un documento formal, es que el trato ya ha sido cerrado", dijo Jiang.
Los primeros signos públicos se produjeron el 29 de julio de 2003, con un aviso claveteado a la entrada del Callejón de la Seda. Un agente urbano llamado Xinya anunció que pronto demolería las casas adyacentes, sin decir si las obras afectarían o no al mercado.
Zhu y varios otros comerciantes se dirigieron al distrito de Chaoyang para investigar. Les dijeron que el proyecto no tenía nada que ver con el gobierno, dijo Zhu.
Pero los funcionarios locales estaban íntimamente vinculados al proyecto y pronto tomarían intereses indirectos en él, de acuerdo a los documentos examinados por el Washington Post.
En junio de 2004 se creó una compañía para gestionar el mercado del Callejón de la Seda. De acuerdo a la inscripción presentada al gobierno municipal, la nueva compañía tenía dos accionistas: el agente de urbanización, Xinya Shuntianfu Commercial Franchise Corp., y Guo Liwen, secretario del partido. También aparecía como la nueva directora general de la compañía. Guo y otros funcionarios no respondieron repetidas peticiones para que comentaran sobre el reportaje.
La nueva firma, la Compañía del Mercado de Ropas Xiushui Haoseng de Pekín, recibió las pagas que los comerciantes habían pagado previamente al ayuntamiento, dijo Zhang Yongping, presidente de Xinya. Las antiguas tarifas habían sido pagadas por unos 400 comerciantes y llegaban a unos 500 dólares al mes. Cuando a mediados de marzo se inaugure el nuevo edificio de cuatro pisos, unos 1.500 comerciantes deberán pagar cada uno unos 1.500 dólares al mes. Zhang justificó el aumento observando que el nuevo edificio tenía calefacción y aire acondicionado.
Cuando empezaron las obras del nuevo edificio en el otoño de 2003, los comerciantes visitaron repetidas veces al agente urbano y a funcionarios locales. Se les dijo cada vez que la nueva estructura no tenía relación con el Callejón de la Seda, dijo Zhu.
"Pensábamos que era un absurdo", dijo. Zhu y varios otros comerciantes contrataron a un abogado para que investigara el asunto. La primavera pasada descubrió documentos que mostraban la creación de Haoseng y sus vínculos con funcionarios locales.
Pero mientras los funcionarios transfirieron más tarde sus acciones en Tianwei a una mujer llamada Zhang Donghong, eso no ocurrió sino tres meses más tarde, el 18 de noviembre de 2004, de acuerdo a un documento presentado al gobierno local. Zhang Donghong no respondió nuestros mensajes telefónicos.
Dos semanas después de la reunión, Zhu leyó en el diario chino Youth Daily que el agente urbano, Xinya, había comprado los derechos del terreno del nuevo edificio -unas 2.5 hectáreas- por 6.2 millones de dólares, menos de un tercio del precio de un sitio similar en el área.
Zhang, el presidente de Xinya, confirmó la compra pero rechazó la sugerencia de que era impropio. Dijo que el descuento se justificaba por la enorme inversión de la compañía en la creación de un servicio para la ciudad. "Adquirimos el terreno de acuerdo a la ley", dijo.
La mañana del 20 de diciembre de 2004, cuatro coches de policía aparcaron en el Callejón de la Seda llevando a más de una docena de agentes y a un funcionario de gobierno del subdistrito que colocó la noticia: El mercado sería demolido.
"Si no os vais de propia cuenta, nuestra agencia se verá obligada a desalojarles de acuerdo a la ley", decía el aviso. "Todo aquel que interfiera con nuestra acción será castigado". Estaba firmado por la Unidad de Regulación y Supervisión Urbana del Distrito de Chaoyang.
El 6 de enero aparecieron las excavadoras y destruyeron los puestos.
En estos días, Zhu y otros comerciantes están buscando nuevos lugares donde vender sus mercaderías, mientras exploran opciones legales para pedir compensación -una perspectiva sobre la que su abogado, Chen Xiaobing, no se muestra optimista.
"Los comerciantes son débiles", dijo Chen. "El gobierno es demasiado fuerte".
9 de marzo de 2005
22 de marzo de 2005
©washington post
©traducción mQh
Zhu ardía de cólera por lo que no se decía. El aviso decía que los puestos constituían un riesgo de incendio. No decía que el edificio con fachada de cristal vecino albergaría a un nuevo mercado del Callejón de la Seda, con alquileres mucho más altos y cobrados por una empresa comercial entre cuyos accionistas originales se encontraban funcionarios del Partido Comunista local. No decía que los urbanizadores habían conseguido del gobierno el terreno para el nuevo edificio, con un alto descuento.
Durante más de dos décadas, a medida que el comunismo dejaba lugar a un capitalismo cada vez más desbocado en China, Zhu vendió ropas en el popular mercado descubierto a unas pocas manzanas de la Plaza de Tiananmen. Su negocio era un arquetipo del espíritu emprendedor que se suponía debía alentar las reformas en el país: Había dejado su trabajo en la construcción en una empresa estatal y renunciado a la pensión del gobierno para ganarse la vida por sí mismo. Ahora había sido desplazado de los negocios, no por el mercado libre, sino por un rasgo inalterado del pasado de China: jefes del partido que conservan el control sobre la tierra y capitales, y que a menudo lo usan para beneficio personal.
"Es completamente injusto", dijo Zhu. "Antes creíamos que el gobierno quería ayudarnos. Todos hemos sido traicionados por esos funcionarios".
Desde granjeros que venden verduras en todas las ciudades chinas o agentes comerciales que venden áticos en paisajes urbanos con luces de neón, la empresa libre ha penetrado en la vida china. Pero el cierre del mercado del Callejón de la Seda, uno de los primeros experimentos en el capitalismo moderno de China, muestra cómo ganadores y perdedores son ha menudo determinados no por la oferta y la demanda, sino por los dictados de funcionarios del partido.
"Es bastante típico", dijo Jiang Zezhong, economista de la Universidad Capital de Económicas y Negocios de Pekín. "El gobierno tiene el poder y los inversores, el dinero. Se unen y juntos acaparan todos los beneficios".
El mercado del Callejón de la Seda nació a principios de los años ochenta, cuando las dogmáticas políticas de Mao Zedong dieron camino a las reformas mercantilistas de Deng Xiaoping. Mientras antes se consideraba que los beneficios eran contrarrevolucionarios, ahora se permitía operar abiertamente a los mercados comerciales.
Zhu, 50, era un pionero. Creció en Pekín central, donde su padre trabajaba en los altos hornos del estado y su madre repartía raciones de vinagre. Él y sus padres, su hermano y hermana vivían apiñados en dos habitaciones asignadas por el estado. La calefacción era un bracero de carbón que llenaba el aire con un cáustico humo. Cocinaban en un pasillo junto a varias otras familias, y usaban unos servicios públicos.
Después de terminar la escuela secundaria en 1971, Zhu fue asignado a un trabajo como obrero de la construcción, ganando unos 5 dólares al mes. Comprar cualquier cosa que estuviera más allá de las raciones normales, exigía ahorros diligentes. Hacia 1983, se había casado y tenía un hijo de dos años. Los discursos del partido sobre la alabada lucha revolucionaria estaba dando lugar a conversaciones sobre el mejoramiento de las condiciones de vida. Él se arriesgó, dejó su trabajo y se transformó en un vendedor callejero.
"Mi familia estaba muy en desacuerdo", dijo Zhu. "Me dijeron que no sería una vida segura".
Se acercó a unos hombres a los que había visto vendiendo relojes. Lo presentaron a un distribuidor que se los ofreció a 65 centavos cada uno. Compró 10. Los vendió todos en una semana.
Se veía a sí mismo como un empresario; su familia lo veía a través de la lente de los ideales comunistas. "Ellos pensaban que yo estaba engañando a la gente", dijo. Compró 50 relojes más y los vendió en algunas semanas. Al año siguiente, empezó a vender verduras, recorriendo el campo en bicicleta durante tres horas para volver con sacos de cebollas.
Ese mismo año, empezó a vender sus productos en una calle metida en el vecindario de las embajadas, a sólo unas cuadras de donde un gigantesco retrato del Presidente Mao miraba hacia la Plaza de Tiananmen: el Callejón de la Seda. Al principio, fue ilegal. Cuando se acercaba la policía, los comerciantes escapaban. En 1985, el ayuntamiento empezó a entregar certificados y a construir pequeños tenderetes, alquilándolos a los comerciantes por unos 2 dólares al mes.
Con los años, Zhu comenzó a vender ropa, y el Callejón de la Seda floreció hasta convertirse en algo característico de Pekín, un bullente ensamblaje de 400 puestos que era una visita obligada de los todos los turistas. Los lugareños compraban abrigos para el invierno y maletas, muchas de las cuales eran imitaciones ilegales de versiones de marcas importantes. Los extranjeros se llevaban chucherías y vestidos de seda, y cambiaban dólares en el mercado negro. En los últimos años, el Callejón de la Seda hizo pingües negocios con películas de Hollywood pirateadas.
Pero a mediados de los años noventa, Zhu llevaba a casa hasta unos 600 dólares al mes. En 1989 se compró un televisor, y un teléfono dos años después. En 1995 agregó aire acondicionado, y un sedán Volkswagen. En 1998 se mudó a un apartamento con cocina privada y retrete con cisterna.
Para entonces, el gobierno de Pekín estaba hablando abiertamente de desmantelar los mercados descubiertos de la ciudad. La capital china estaba en medio de un impulso modernizador. Los cerdos sacrificados colgando de ganchos y vendedores gritando precios no se ajustaban con la elegancia de la nueva imagen. Cuando los gobiernos occidentales ejercieron presión sobre Pekín para reprimir la venta de artículos de contrabando, los mercados descubiertos fueron los blancos más obvios.
El ayuntamiento empezó a cerrar algunos de ellos en 1998. Los funcionarios dijeron a los comerciantes del Callejón de la Seda que se prepararan para partir a otra parte. Pero los economistas organizaron conferencias y escribieron artículos de opinión criticando el plan como injusto para los comerciantes. El Callejón de la Seda continuó.
"Esta gente vive de sus ventas", dijo Jiang, el economista de la Universidad Capital. "Si cierras el mercado, los dejas sin trabajo".
Pero la presión continuó, en parte porque el Callejón de la Seda se ubicaba en propiedad inmobiliaria de primera clase en el centro de la ciudad y los urbanizadores presionaron al gobierno para desalojarlos, dijo Jiang.
En octubre de 2002, Jiang vio un documento declarando que el consejo del barrio de Chaoyang había presentado una petición ante la Comisión Municipal de Planificación Urbana de Pekín pidiendo permiso para remplazar el mercado por un nuevo edificio, dijo.
"En China, si hay un documento formal, es que el trato ya ha sido cerrado", dijo Jiang.
Los primeros signos públicos se produjeron el 29 de julio de 2003, con un aviso claveteado a la entrada del Callejón de la Seda. Un agente urbano llamado Xinya anunció que pronto demolería las casas adyacentes, sin decir si las obras afectarían o no al mercado.
Zhu y varios otros comerciantes se dirigieron al distrito de Chaoyang para investigar. Les dijeron que el proyecto no tenía nada que ver con el gobierno, dijo Zhu.
Pero los funcionarios locales estaban íntimamente vinculados al proyecto y pronto tomarían intereses indirectos en él, de acuerdo a los documentos examinados por el Washington Post.
En junio de 2004 se creó una compañía para gestionar el mercado del Callejón de la Seda. De acuerdo a la inscripción presentada al gobierno municipal, la nueva compañía tenía dos accionistas: el agente de urbanización, Xinya Shuntianfu Commercial Franchise Corp., y Guo Liwen, secretario del partido. También aparecía como la nueva directora general de la compañía. Guo y otros funcionarios no respondieron repetidas peticiones para que comentaran sobre el reportaje.
La nueva firma, la Compañía del Mercado de Ropas Xiushui Haoseng de Pekín, recibió las pagas que los comerciantes habían pagado previamente al ayuntamiento, dijo Zhang Yongping, presidente de Xinya. Las antiguas tarifas habían sido pagadas por unos 400 comerciantes y llegaban a unos 500 dólares al mes. Cuando a mediados de marzo se inaugure el nuevo edificio de cuatro pisos, unos 1.500 comerciantes deberán pagar cada uno unos 1.500 dólares al mes. Zhang justificó el aumento observando que el nuevo edificio tenía calefacción y aire acondicionado.
Cuando empezaron las obras del nuevo edificio en el otoño de 2003, los comerciantes visitaron repetidas veces al agente urbano y a funcionarios locales. Se les dijo cada vez que la nueva estructura no tenía relación con el Callejón de la Seda, dijo Zhu.
"Pensábamos que era un absurdo", dijo. Zhu y varios otros comerciantes contrataron a un abogado para que investigara el asunto. La primavera pasada descubrió documentos que mostraban la creación de Haoseng y sus vínculos con funcionarios locales.
Pero mientras los funcionarios transfirieron más tarde sus acciones en Tianwei a una mujer llamada Zhang Donghong, eso no ocurrió sino tres meses más tarde, el 18 de noviembre de 2004, de acuerdo a un documento presentado al gobierno local. Zhang Donghong no respondió nuestros mensajes telefónicos.
Dos semanas después de la reunión, Zhu leyó en el diario chino Youth Daily que el agente urbano, Xinya, había comprado los derechos del terreno del nuevo edificio -unas 2.5 hectáreas- por 6.2 millones de dólares, menos de un tercio del precio de un sitio similar en el área.
Zhang, el presidente de Xinya, confirmó la compra pero rechazó la sugerencia de que era impropio. Dijo que el descuento se justificaba por la enorme inversión de la compañía en la creación de un servicio para la ciudad. "Adquirimos el terreno de acuerdo a la ley", dijo.
La mañana del 20 de diciembre de 2004, cuatro coches de policía aparcaron en el Callejón de la Seda llevando a más de una docena de agentes y a un funcionario de gobierno del subdistrito que colocó la noticia: El mercado sería demolido.
"Si no os vais de propia cuenta, nuestra agencia se verá obligada a desalojarles de acuerdo a la ley", decía el aviso. "Todo aquel que interfiera con nuestra acción será castigado". Estaba firmado por la Unidad de Regulación y Supervisión Urbana del Distrito de Chaoyang.
El 6 de enero aparecieron las excavadoras y destruyeron los puestos.
En estos días, Zhu y otros comerciantes están buscando nuevos lugares donde vender sus mercaderías, mientras exploran opciones legales para pedir compensación -una perspectiva sobre la que su abogado, Chen Xiaobing, no se muestra optimista.
"Los comerciantes son débiles", dijo Chen. "El gobierno es demasiado fuerte".
9 de marzo de 2005
22 de marzo de 2005
©washington post
©traducción mQh
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