amenaza para mujeres iraquíes
El papel de la mujer y de la minoría laica en la nueva constitución de Iraq preocupa a liberales estadounidenses.
Han pasado casi tras las elecciones de Iraq, y la gente está comprensiblemente impaciente de ver asumir a un nuevo gobierno. Pero el verdadero problema no es el retraso. Los largos regateos sobre puestos de gabinete y otros temas territoriales eran inevitables entre políticos novatos sin experiencia previa en el toma y daca democrático. Lo que es mucho más inquietante son los importantes sectores de la población iraquí cuyos derechos pueden verse sacrificados cuando los partidos religiosos chiíes y los independentistas líderes kurdos que fueron los grandes ganadores de las elecciones, lleguen a un acuerdo final. Los que más se preocuparán en este momento son las mujeres y los iraquíes sunníes y laicos de ambos sexos.
La sádica y mortífera dictadura de Saddam Hussein no era un paraíso feminista. Pero las mujeres iraquíes tenían todavía acceso a oportunidades educacionales, profesionales y personales que eran negadas a sus hermanas de otros países árabes y musulmanes vecinos. Ahora el futuro de esas libertades está en serio peligro. El bloque dominante de partidos religiosos chiíes, junto con su candidato para primer ministro, Ibrahim al-Jaafari, quiere que la nueva constitución de Iraq se inspire directamente en las conservadoras doctrinas religiosas derivadas del Corán del islam.
Los partidos kurdos laicos cuya aprobación también se necesita para formar una mayoría gobernante tienen la mayor autoridad para oponerse a estas presiones religiosas. Pero los kurdos están concentrados en maximizar la independencia de su propia región. Parecen más interesados en gastar su capital político en agregar la ciudad petrolera de Kirkuk al territorio de un futuro Kurdistán que en proteger los derechos de los iraquíes laicos. Desde ya, los chiíes controlarán el poderoso ministerio del Interior, que dirigirá las principales agencias de gobierno. Si los kurdos les ceden también ministerios como el de educación y de asuntos de la mujer, podrían condenar a las mujeres iraquíes a una vida de opresión y a millones de iraquíes laicos, hombres y mujeres, a un futuro desolado al estilo de Irán.
El otro tema no formulado que ronda en estas negociaciones es la violentamente enajenada minoría sunní. Con muy pocos representantes sunníes ahora a la mesa, encontrar un modo de reconocer una dirigencia sunní legítima en el gobierno requerirá algo de ingenio creativo. Sin embargo, si los líderes kurdos y chiíes no reconocen sus propios intereses vitales en lograr que esto ocurra, no es probable que haya progreso. Con una nueva y permanente constitución que debe ser redactada más tarde este año, el tiempo se está haciendo poco.
Está ahora fuera de lugar que Washington trate de micro-gestionar los desarrollos políticos iraquíes. Sería burlarse de las elecciones y de las reivindicaciones de un gobierno iraquí soberano. Pero con más de 1.500 soldados norteamericanos muertos en Iraq y la clara dependencia del próximo gobierno iraquí de la protección de más de 100.000 tropas estadounidenses, Washington no sólo tiene derecho, sino que está obligado a dejar claro el interés de Estados Unidos en un Iraq libre, democrático y unificado. Este país no puede hacerse cómplice de permitir a los políticos regateadores que supediten estos objetivos a sus propios estrechos programas religiosos o separatistas.
24 de marzo de 2005
©new york times
©traducción mQh
La sádica y mortífera dictadura de Saddam Hussein no era un paraíso feminista. Pero las mujeres iraquíes tenían todavía acceso a oportunidades educacionales, profesionales y personales que eran negadas a sus hermanas de otros países árabes y musulmanes vecinos. Ahora el futuro de esas libertades está en serio peligro. El bloque dominante de partidos religiosos chiíes, junto con su candidato para primer ministro, Ibrahim al-Jaafari, quiere que la nueva constitución de Iraq se inspire directamente en las conservadoras doctrinas religiosas derivadas del Corán del islam.
Los partidos kurdos laicos cuya aprobación también se necesita para formar una mayoría gobernante tienen la mayor autoridad para oponerse a estas presiones religiosas. Pero los kurdos están concentrados en maximizar la independencia de su propia región. Parecen más interesados en gastar su capital político en agregar la ciudad petrolera de Kirkuk al territorio de un futuro Kurdistán que en proteger los derechos de los iraquíes laicos. Desde ya, los chiíes controlarán el poderoso ministerio del Interior, que dirigirá las principales agencias de gobierno. Si los kurdos les ceden también ministerios como el de educación y de asuntos de la mujer, podrían condenar a las mujeres iraquíes a una vida de opresión y a millones de iraquíes laicos, hombres y mujeres, a un futuro desolado al estilo de Irán.
El otro tema no formulado que ronda en estas negociaciones es la violentamente enajenada minoría sunní. Con muy pocos representantes sunníes ahora a la mesa, encontrar un modo de reconocer una dirigencia sunní legítima en el gobierno requerirá algo de ingenio creativo. Sin embargo, si los líderes kurdos y chiíes no reconocen sus propios intereses vitales en lograr que esto ocurra, no es probable que haya progreso. Con una nueva y permanente constitución que debe ser redactada más tarde este año, el tiempo se está haciendo poco.
Está ahora fuera de lugar que Washington trate de micro-gestionar los desarrollos políticos iraquíes. Sería burlarse de las elecciones y de las reivindicaciones de un gobierno iraquí soberano. Pero con más de 1.500 soldados norteamericanos muertos en Iraq y la clara dependencia del próximo gobierno iraquí de la protección de más de 100.000 tropas estadounidenses, Washington no sólo tiene derecho, sino que está obligado a dejar claro el interés de Estados Unidos en un Iraq libre, democrático y unificado. Este país no puede hacerse cómplice de permitir a los políticos regateadores que supediten estos objetivos a sus propios estrechos programas religiosos o separatistas.
24 de marzo de 2005
©new york times
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