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asesinatos en cárceles de iraq


[Thomas L. Friedman] La tortura y los asesinatos de prisioneros sigue siendo inadmisible.
De todas las historias sobre los maltratos de prisioneros de guerra cometidos por soldados norteamericanos y agentes de la CIA, ciertamente ninguna fue más inquietante e importante que el informe del 16 de marzo de mis colegas del Times, Douglas Jehl y Eric Schmitt de que desde 2002 al menos 26 prisioneros han muerto en custodia norteamericana en Iraq y Afganistán -en lo que investigadores de la Marina y del Ejército han concluido o sospechan que fueron actos de homicidio voluntario.
Hay que detenerse y pensar sobre esto: Asesinamos a 26 de nuestros prisioneros de guerra. En 18 casos, se ha recomendado enjuiciar a los soldados o someterles a medidas de sus agencias supervisoras, y otros 8 casos están todavía siendo investigados. Eso es simplemente horrendo. Sólo una de las muertes ocurrió en la prisión de Abu Ghraib, en Iraq, informaron Jehl y Schmitt -"mostrando lo extendidos que estaban los maltratos más violentos más allá de las murallas de esa cárcel y contradiciendo las primeras impresiones de que los maltratos se limitaban a un puñado de miembros de la policía militar durante el turno nocturno de la cárcel".
Sí, yo sé que la guerra es el infierno y la maldad abunda en todas partes. También entiendo que en lugares como Iraq y Afganistán, hacemos frente a un enemigo vicioso, que, si tuviera el poder, causaría un enorme daño a nuestro país. A esa gente no se la trata con guantes blancos. Pero asesinar a prisioneros de guerra, presumiblemente durante torturas, es un atropello inexcusable. El hecho de que el Congreso se lo haya sacado de las espaldas, y que ningún oficial o agente haya sido despedido, es una parodia. Este gobierno fomenta la "propiedad" de todo, menos de la responsabilidad.
El presidente Bush acaba de nombrar a Karen Hughes, su antigua asesora de prensa, para encabezar otra campaña estadounidense más para mejorar la imagen de Estados Unidos en el mundo árabe. Tengo una sugerencia: Identificad a los que estaban en el gabinete, a los agentes militares y de la CIA durante cuya guardia se cometieron esos 26 asesinatos y despedidlos. Eso hará mucho más en mejorar la imagen de Estados Unidos en el mundo musulmán que cualquier campaña de anuncios, que serán inútiles si este tipo de maltrato de prisioneros es simplemente dejado de lado. Los republicanos en el Congreso se apresuraron a proclamar la inviolabilidad de la vida de Terri Schiavo. Pero se quedaron callados cuando se trató de la inviolabilidad de la vida de los prisioneros en nuestra custodia. Semejante hipocresía no ganará ninguna batalla de relaciones públicas.
Casualmente, mientras estudiaba esta historia de los maltratos a prisioneros, estuve leyendo ‘Washington's Crossing', el excelente libro del historiador de Brandeis, David Hackett Fischer, sobre cómo George Washington y sus tropas rescataron la Revolución Americana después de que fuerzas británicas y mercenarios alemanes de Hesse los derrotaran en las primeras batallas en los alrededores de Nueva Jersey.
Particularmente conmovedora es una de las secciones finales de Fischer, ‘An American Way of War', en la que compara el trato que dieron Washington y las tropas británicas y alemanas a los prisioneros de guerra: "De acuerdo a ‘las leyes' de la guerra europea, dar cuartel era el privilegio de ser autorizado a rendirse y a transformarse en prisionero. Por tradición y costumbre, los soldados en Europa creían que ellos tenían el derecho a dar cuartel o a negarlo... En esas ‘leyes de guerra', ningún prisionero tenía el derecho inalienable a ser tomado prisionero, ni siquiera a la vida misma".
El punto de vista americano era muy diferente. "Con algunas excepciones, los líderes americanos pensaban que la clemencia debía extenderse a todos los combatientes como un asunto de derecho... Los estadounidenses se indignaban cuando se negaba cuartel a sus soldados". En un atroz incidente, en la batalla de la Granja de Drake, las tropas británicas mataron a los siete soldados de Washington que se habían rendido, aplastándoles sus cabezas con mosquetes.
"Los americanos recuperaron los cuerpos mutilados y estaban choqueados", escribió Fischer. El comandante británico simplemente negó ser responsable. "Las palabras del comandante británico, así como los actos de sus hombres", escribió Fischer, "reforzaban la resolución americana a hacer la guerra en un espíritu diferente... Washington ordenó que los prisioneros alemanes debían ser tratados como seres humanos con el mismo derecho a la humanidad por la que los americanos estaban luchando. Los alemanes... estaban sorprendidos de ser tratados con decencia, e incluso con amabilidad. Al principio no podían entenderlo". La misma política se aplicaba a prisioneros británicos.
Al concluir su libro, Fischer escribió algunas líneas que el presidente Bush haría bien en considerar: George Washington y los soldados norteamericanos y civiles que lucharon con él en la campaña de Nueva Jersey no sólo revirtieron una guerra encarnizada, sino que lo hicieron eligiendo "una política humanitaria que ajustaba la conducción de la guerra con los valores de la Revolución. Sentaron un ejemplo, y tenemos mucho que aprender de ellos".

24 de marzo de 2005
©new york times
©traducción mQh

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