paquistaní violada continúa lucha
[John Lancaster] Para la mujer paquistaní que fue víctima de una violación colectiva, la batalla continúa. En una entrevista, Mukhtar Mai cuenta sus emociones y habla sobre la actitud de sus vecinos y parientes.
Meerwala, Pakistán. Mukhtar Mai lloró toda una hora, dijo, cuando se enteró el 3 de marzo de que los hombres condenados por violarla, recuperarían su libertad. Pero el peor momento llegó al día siguiente, cuando cruzó su pueblo en un taxi. "Podía ver la felicidad de la gente en sus caras", recordó, "como si se estuvieran riendo de mí".
Esa actitud reflejaba la satisfacción de algunos vecinos sobre la decisión del tribunal que desechó las condenas de cuatro hombres sentenciados a muerte por violar a Mai obedeciendo las órdenes de un consejo tribal el 22 de junio de 2002. El consejo, de acuerdo a testimonios, había ordenado la violación para arreglar cuentas con el hermano adolescente de Mai, que había sido acusado de sostener relaciones impropias con la hermana de uno de los acusados.
El caso provocó indignación internacional y un estallido de simpatía por Mai, la hija de un jornalero analfabeto, que ahora dirige dos escuelas básicas en su pueblo con ayuda del gobierno y de donantes privados. La decisión del tribunal revirtiendo las sentencias de los cuatro acusados -así como de otros dos vinculados al incidente- volvió a encender la rabia sobre el caso y levantó temores por la seguridad de Mai, que ahora vive 24 horas al día bajo protección policial.
La preocupación por Mai ha descendido algo desde que los acusados fueran detenidos el 18 de marzo a la espera de una revisión de las pruebas en su contra por la Corte Suprema paquistaní. Pero el caso sigue siendo el foco de la indignación pública por el fracaso del sistema de justicia penal para hacerse cargo de los que cometen agresiones contra las mujeres en este conservador país musulmán.
Debido al estigma social, las mujeres paquistaníes se muestran extremadamente reticentes a reportar violaciones, que, de cualquier modo, son notoriamente difíciles de probar porque la ley islámica en Pakistán exige cuatro testigos de una agresión sexual a menos que haya concluyentes evidencias físicas. Además, dicen juristas, la policía normalmente carece de los recursos y adiestramiento -y a menudo de motivación- para investigar adecuadamente casos de violación.
Al revertir las sentencias en el caso de Mai, el Alto Tribunal de Lahore mencionó que Mai no reportó la violación sino siete días después, evidencias médicas poco confiables y contradicciones en las declaraciones de la víctima y testigos. Afirmó que la historia de Mai "no sonaba verídica" y que la "posibilidad de una mentira e imputaciones falsas no puede ser excluida".
La decisión indignó a activistas de derechos humanos, que dijeron que la reticencia de Mai a reportar el delito era difícilmente sorprendente a la luz de factores sociales así como de las amenazas que dijo que recibió de los supuestos violadores y sus compañeros de la tribu mastoi, que ocupan una posición social más alta en la comunidad, que Mai.
El fiscal en el caso, Ramzan Khalid Joya, dijo que no había dudas de que Mai había sido violada, y describió las contradicciones en las declaraciones como "pequeñas" y la evidencia médica como convincente. Pero Joya reconoció que la investigación policial dejó mucho que desear e incluso sugirió que la corte de Lahore tenía razón en rechazar las sentencias que él mismo había conseguido a un nivel más bajo en 2002.
"Fue un caso investigado deficientemente por la policía local", dijo Joya en una entrevista el lunes. "Hicieron la investigación de manera informal".
Mai, una delgada mujer de 32 de voz suave que proyecta una tranquila dignidad, proviene de una comunidad de pastores conocidos como gujjars, en Meerwala, una bucólica aldea de casas rodeadas de murallas de adobe, en medio de campos de trigo y palmas de dátiles en la sureña provincia de Punjab, a unos 400 kilómetros de Islamabad.
El incidente empezó según se dice cuando el hermano adolescente de Mai fue visto con una joven de la tribu mastoi -una violación del protocolo de la aldea por lo que el joven fue secuestrado y sodomizado por varios miembros de la tribu mastoi. Para encubrir el delito, los mastois llamaron a Mai a un consejo tribal o jirga en un huerto, donde se pronunció la sentencia de violación.
Aferrada a un Corán y preguntando si había "algún musulmán que salvara su honor", Mai fue arrastrada hacia una casa cercana y violada por cuatro hombres, de donde salió una hora más tarde con su ropa ensangrentada y rasgada, de acuerdo a documentos del tribunal. Una semana más tarde, por insistencia de un clérigo de la localidad, informó de la violación a la policía; en agosto, después de un juicio inusualmente rápido, los cuatro hombres y dos miembros del consejo tribal, fueron encontrados culpables y sentenciados a muerte por un tribunal especial anti-terrorista.
El caso, sobre el que se informó ampliamente en la prensa paquistaní e internacional, transformó a Mai en una especie de celebridad. Participó en foros sobre la mujer en Bombay y en Madrid y tuvo brevemente una página propia en internet, financiada por sus partidarios. El caso también la transformó en una agente de desarrollo, ya que funcionarios de gobierno proporcionaron fondos no solamente para las primeras escuelas de la aldea, sino también pavimentaron los caminos e instalaron electricidad. Mai es al mismo tiempo la administradora de la escuela y alumna; actualmente está haciendo su tercer año.
Las noticias de la decisión de la Corte Suprema de dejar en libertad a los hombres condenados este mes provocó jubilosas celebraciones entre los mastoi, que bloquearon el tráfico y repartieron caramelos el día en que se anunciaron las exculpaciones. Tras su liberación, uno de los acusados organizó una fiesta para 500 personas, dijo Mohammed Siddique, el administrador del gobierno para Meerwala y aldeas vecinas.
"Me hirió mucho", dijo Mai, que vive en una sencilla casa de dos habitaciones junto a la escuela de niñas aquí. "Yo podía entender por qué lo hacen los mastoi, que son analfabetos e incultos, ¿pero los jueces? Perdí toda confianza".
Dijo que incluso algunos de sus parientes adoptaron la actitud de te-lo-advertí, diciéndole que debió haber aceptado las ofertas económicas -transmitidas a través de intermediarios- de los mastoi de que retirara las denuncias cuando pudiera.
"Uno de los tribunales más importantes del país no puede protegerte", citó a uno de sus tíos. "¿Qué harás ahora?"
Huyó a Islamabad porque temía por su vida, dijo Mai, y allá se refugió en una organización no-gubernamental hasta fines de la semana pasada, cuando el primer ministro Shaukat Aziz ordenó volver a detener a los acusados. La Corte Suprema está considerando si ordena reabrir el caso. Incluso si lo hace, no hay garantías sobre el resultado.
"El gobierno está apaciguando a la opinión pública", dijo Khalida Parveen, un activista de derechos humanos de la localidad involucrado en el caso. "Mientras se retrase la justicia, estos acusados encontrarán más y más espacios de maniobra, y el caso seguirá arrastrándose".
Pero Mai dijo que ella no había perdido las esperanzas y que no lamenta su decisión de continuar el caso -si no por ella misma, al menos por su aldea.
"En mi sociedad, si una niña es violada, se suicida o huye", dijo Mai. "Si yo hubiera optado por algunas de las dos alternativas, el proceso de cambio que ha comenzado en esta remota región no habría empezado".
Mai dijo que le satisfacía particularmente el rápido crecimiento de las matrículas en la escuela de niñas, que se acerca a las 200 alumnas. Entre ellas, la hija menor de uno de los hombres condenados por violarla.
26 de marzo de 2005
©washington post
©traducción mQh
Esa actitud reflejaba la satisfacción de algunos vecinos sobre la decisión del tribunal que desechó las condenas de cuatro hombres sentenciados a muerte por violar a Mai obedeciendo las órdenes de un consejo tribal el 22 de junio de 2002. El consejo, de acuerdo a testimonios, había ordenado la violación para arreglar cuentas con el hermano adolescente de Mai, que había sido acusado de sostener relaciones impropias con la hermana de uno de los acusados.
El caso provocó indignación internacional y un estallido de simpatía por Mai, la hija de un jornalero analfabeto, que ahora dirige dos escuelas básicas en su pueblo con ayuda del gobierno y de donantes privados. La decisión del tribunal revirtiendo las sentencias de los cuatro acusados -así como de otros dos vinculados al incidente- volvió a encender la rabia sobre el caso y levantó temores por la seguridad de Mai, que ahora vive 24 horas al día bajo protección policial.
La preocupación por Mai ha descendido algo desde que los acusados fueran detenidos el 18 de marzo a la espera de una revisión de las pruebas en su contra por la Corte Suprema paquistaní. Pero el caso sigue siendo el foco de la indignación pública por el fracaso del sistema de justicia penal para hacerse cargo de los que cometen agresiones contra las mujeres en este conservador país musulmán.
Debido al estigma social, las mujeres paquistaníes se muestran extremadamente reticentes a reportar violaciones, que, de cualquier modo, son notoriamente difíciles de probar porque la ley islámica en Pakistán exige cuatro testigos de una agresión sexual a menos que haya concluyentes evidencias físicas. Además, dicen juristas, la policía normalmente carece de los recursos y adiestramiento -y a menudo de motivación- para investigar adecuadamente casos de violación.
Al revertir las sentencias en el caso de Mai, el Alto Tribunal de Lahore mencionó que Mai no reportó la violación sino siete días después, evidencias médicas poco confiables y contradicciones en las declaraciones de la víctima y testigos. Afirmó que la historia de Mai "no sonaba verídica" y que la "posibilidad de una mentira e imputaciones falsas no puede ser excluida".
La decisión indignó a activistas de derechos humanos, que dijeron que la reticencia de Mai a reportar el delito era difícilmente sorprendente a la luz de factores sociales así como de las amenazas que dijo que recibió de los supuestos violadores y sus compañeros de la tribu mastoi, que ocupan una posición social más alta en la comunidad, que Mai.
El fiscal en el caso, Ramzan Khalid Joya, dijo que no había dudas de que Mai había sido violada, y describió las contradicciones en las declaraciones como "pequeñas" y la evidencia médica como convincente. Pero Joya reconoció que la investigación policial dejó mucho que desear e incluso sugirió que la corte de Lahore tenía razón en rechazar las sentencias que él mismo había conseguido a un nivel más bajo en 2002.
"Fue un caso investigado deficientemente por la policía local", dijo Joya en una entrevista el lunes. "Hicieron la investigación de manera informal".
Mai, una delgada mujer de 32 de voz suave que proyecta una tranquila dignidad, proviene de una comunidad de pastores conocidos como gujjars, en Meerwala, una bucólica aldea de casas rodeadas de murallas de adobe, en medio de campos de trigo y palmas de dátiles en la sureña provincia de Punjab, a unos 400 kilómetros de Islamabad.
El incidente empezó según se dice cuando el hermano adolescente de Mai fue visto con una joven de la tribu mastoi -una violación del protocolo de la aldea por lo que el joven fue secuestrado y sodomizado por varios miembros de la tribu mastoi. Para encubrir el delito, los mastois llamaron a Mai a un consejo tribal o jirga en un huerto, donde se pronunció la sentencia de violación.
Aferrada a un Corán y preguntando si había "algún musulmán que salvara su honor", Mai fue arrastrada hacia una casa cercana y violada por cuatro hombres, de donde salió una hora más tarde con su ropa ensangrentada y rasgada, de acuerdo a documentos del tribunal. Una semana más tarde, por insistencia de un clérigo de la localidad, informó de la violación a la policía; en agosto, después de un juicio inusualmente rápido, los cuatro hombres y dos miembros del consejo tribal, fueron encontrados culpables y sentenciados a muerte por un tribunal especial anti-terrorista.
El caso, sobre el que se informó ampliamente en la prensa paquistaní e internacional, transformó a Mai en una especie de celebridad. Participó en foros sobre la mujer en Bombay y en Madrid y tuvo brevemente una página propia en internet, financiada por sus partidarios. El caso también la transformó en una agente de desarrollo, ya que funcionarios de gobierno proporcionaron fondos no solamente para las primeras escuelas de la aldea, sino también pavimentaron los caminos e instalaron electricidad. Mai es al mismo tiempo la administradora de la escuela y alumna; actualmente está haciendo su tercer año.
Las noticias de la decisión de la Corte Suprema de dejar en libertad a los hombres condenados este mes provocó jubilosas celebraciones entre los mastoi, que bloquearon el tráfico y repartieron caramelos el día en que se anunciaron las exculpaciones. Tras su liberación, uno de los acusados organizó una fiesta para 500 personas, dijo Mohammed Siddique, el administrador del gobierno para Meerwala y aldeas vecinas.
"Me hirió mucho", dijo Mai, que vive en una sencilla casa de dos habitaciones junto a la escuela de niñas aquí. "Yo podía entender por qué lo hacen los mastoi, que son analfabetos e incultos, ¿pero los jueces? Perdí toda confianza".
Dijo que incluso algunos de sus parientes adoptaron la actitud de te-lo-advertí, diciéndole que debió haber aceptado las ofertas económicas -transmitidas a través de intermediarios- de los mastoi de que retirara las denuncias cuando pudiera.
"Uno de los tribunales más importantes del país no puede protegerte", citó a uno de sus tíos. "¿Qué harás ahora?"
Huyó a Islamabad porque temía por su vida, dijo Mai, y allá se refugió en una organización no-gubernamental hasta fines de la semana pasada, cuando el primer ministro Shaukat Aziz ordenó volver a detener a los acusados. La Corte Suprema está considerando si ordena reabrir el caso. Incluso si lo hace, no hay garantías sobre el resultado.
"El gobierno está apaciguando a la opinión pública", dijo Khalida Parveen, un activista de derechos humanos de la localidad involucrado en el caso. "Mientras se retrase la justicia, estos acusados encontrarán más y más espacios de maniobra, y el caso seguirá arrastrándose".
Pero Mai dijo que ella no había perdido las esperanzas y que no lamenta su decisión de continuar el caso -si no por ella misma, al menos por su aldea.
"En mi sociedad, si una niña es violada, se suicida o huye", dijo Mai. "Si yo hubiera optado por algunas de las dos alternativas, el proceso de cambio que ha comenzado en esta remota región no habría empezado".
Mai dijo que le satisfacía particularmente el rápido crecimiento de las matrículas en la escuela de niñas, que se acerca a las 200 alumnas. Entre ellas, la hija menor de uno de los hombres condenados por violarla.
26 de marzo de 2005
©washington post
©traducción mQh
1 comentario
marisa -