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bellow y el caos de nueva york


[Joseph Berger] Nueva York era la segunda ciudad de Saul Bellow.
Chicago fue donde creció, estudió en la universidad y finalmente se asentó. Pero como joven escritor vivió en Nueva York, y las frenéticas calles de Nueva York, sus apartamentos con bañeras en la cocina y cucarachas en la tostadora, los bancos en sus áreas verdes llenos de desocupados y viejos, los bollos de cebolla de Zabar, incluso las palomas, ejercían una poderosa y profundamente ambivalente atracción sobre él.
Luego siguió evocando a los intelectuales émigrés y los excéntricos de la ciudad, sus conjuradores y sus locos, sus mujeres complicadas y hombres titubeantes en novelas como ‘Carpe Diem', ‘Herzog' y ‘El planeta de Míster Sammler'. Bellow describe sus mundos con toda su áspera precisión. Habló de Moses Herzog, que sufre en su sofá, mientras al fondo yace "la temblorosa energía de la ciudad, el sonido y el olor de agua de río, una raya de la dramática y bella porquería con que contribuye Nueva Jersey al atardecer".
Bellow era el poeta de un edificio, el Hotel Ansonia en Broadway con la calle 73, el escenario de una gran parte de la novela corta de 1956, ‘Carpe Diem'. Lo describió como un palacio barroco, "con torres, cúpulas, enormes marejadas y burbujas de metal ahora verdes por su exposición al aire, forja en hierro y festones".
"Con los cambios del tiempo puede parecer mármol o agua marina, negro como una pizarra en la niebla, blanco como un roquerío en el sol", escribió. "Esta mañana parecía la imagen de sí mismo reflejada en aguas profundas, blanco y abultado arriba y con distorsiones cavernosas debajo".
Pero era más a menudo el poeta de un tipo particular de atormentado neoyorquino, el tipo como Herzog, que puede escribir carta tras carta a gente con poder -incluso si ya no viven- para quejarse, sabiendo que la reparación está todavía muy lejos. O podría describir a un típico estafador callejero como el doctor Tamkin en ‘Carpe Diem', un psicólogo más obsesionado con las agonías de la bolsa que con la de sus pacientes.
"Pienso en la gente, que por nada más tener unos pocos dólares para invertir, está haciendo fortunas", le dice Tamkin a Tommy Wilhelm, un patético snob que, como muchos neoyorquinos agobiados por los pagos de alimentación y un padre hostil, sueña con un asesinato. "No tienen sentido, no tienen talento, sólo tienen algo de dinero y con ese hacen todavía más dinero".
Bellow también estaba impresionado con el vigor de algunas neoyorquinas, como Ramona, la novia de Herzog, que "caminaba con rápida eficiencia, pisando con sus tacones con el energético estilo castellano".
"Herzog estaba embriagado con este traqueteo", escribió.
El doctor Norman Doidge, psiquiatra que trabó amistad con Bellow y su esposa Janice en sus últimos diez años, dijo: "Todo el mundo lo identifica con Chicago, pero había una profunda atadura con Nueva York".
"Parecía que había algo en la manía y el tumulto de la Ciudad de Nueva York la que se ajustaba a la manía y agitación de algunos de sus personajes", dijo Doidge.

El crítico Stanley Crouch especuló en una introducción de 1995 a la edición de ‘El planeta de Míster Sammler' que Bellow había escogido Nueva York como telón de fondo de la novela porque era el "lugar donde pasaban las cosas", donde su héroe podía decir cosas significativas sobre Estados Unidos.
"Mr. Sammler no habría estado en un mejor escenario para forcejear con la identidad de Estados Unidos", escribió Crouch.
Bellow llegó a Nueva York, como muchos del Midwest, con la esperanza de conquistar la ciudad, principalmente en los años cuarenta y cincuenta, cuando escribió algunas piezas para la legendaria Partisan Review, pero no vivió demasiado tiempo en Nueva York. (Él, Irving Howe y Eliezer Greenberg tradujeron ‘Gimpel, el tonto' de Isaac Bashevis Singer, del hebreo al inglés en 1952, ganándole a Singer una audiencia americana más amplia). Como escritor, Bellow encontró a Nueva York como claustrofóbica, un lugar con demasiados escritores que paralizaban su inspiración con sus chácharas de tenderos y chismes.
Pero vivió experiencias fundamentalmente neoyorquinas. Siguió una terapia reichiana, entonces de moda, con un terapeuta de Queens y, de acuerdo a su biógrafo James Atlas, se tendía desnudo en un diván tratando de purgar su cuerpo de sus defensas, "sacando la rabia y la tensión sexual, gritando, atorándose, haciendo muecas, dando golpes en el canapé". El posterior escepticismo de Bellow puede explicar por qué no pocos pacientes y ex pacientes eran aficionados de Bellow.
Bellow odiaba el apartamento donde vivió con su primera esposa, Anita, en un edificio de ladrillos rojos en Forest Hills en lo que describió en un cuento inédito como "el colosalmente sórdido barrio de Queens". Pero como válvula de escape visitaba a menudo los apartamentos atiborrados de libros de amigos en el Village, como el escritor de cuentos Delmore Schwartz, el modelo de encantadoramente loco Humboldt de ‘El legado de Humboldt". De acuerdo a Atlas, Bellow, cuyo matrimonio se estaba desmoronando tenía su propia habitación "a un lado" del Macdougal Alley.
Pero después de que retornara a Chicago, visitaba Nueva York a menudo, trabando amistad con gente como el crítico cultural Harold Rosenberg, el novelista Ralph Ellison y Saul Steinberg, el dibujante que captó el solipsismo de esta ciudad. Sus editores y su agente, Herriet Wasserman, estuvieron aquí en Nueva York, y sus novias, y él a menudo combinaba los negocios con el placer -o el placer de que puede disfrutar un hombre que a menudo estaba en guerra con las mujeres.
Bellow no fue nunca sentimental sobre Nueva York. En ‘El planeta de Míster Sammler', la historia de un viejo refugiado del Holocausto, un intelectual con maneras del Viejo Mundo, describe un dilema al que se enfrentaban muchos neoyorquinos en los días en que la ciudad estaba plagada de delincuentes. Sammler toma el autobús todos los días en la biblioteca de la calle 42 hacia su apartamento en el West Size, y con su ojo bueno se queda fascinado con un ratero al que ve regularmente. Sammler no dice nada y se pregunta si acaso ha estado "mirando viendo".
"¿Tiene que renunciar al autobús?", continúa la historia. "Sammler siempre tuvo problemas con recordar su edad, no le gustaba para nada su situación, desprotegido por posición, por privilegios de distanciamiento hechos posible por un ingreso de cincuenta mil en Nueva York -ser miembro de clubes, taxis, porteros, accesos vigilados. Para él eran los buses, o el rechinante metro, almuerzo en el automático".
Bellow describe los pensamientos de Sammler de modos que algunos críticos literarios han llamado racistas y otros dijeron que personalizaba su implacable exactitud al modelar un personaje de ficción. Pero los neoyorquinos no tenían pleitos con la precisión de Bellow al describir la reacción que recibió Sammler en un esfuerzo anterior de denunciar al ratero.
La cabina telefónica que trató de usar primero estaba rota y olía a orina, y después de que otros teléfonos pagados también fallaran y finalmente pudo salir de su apartamento, la policía no mostró gran interés. El agente le dijo a Sammler que tendría que poner su nombre en una lista de espera.

8 de abril de 2005
©new york times
©traducción mQh
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