líbano, casa dividida
[Megan K. Stack] La ruptura entre dos primos, uno aliado de Siria y el otro opuesto a su influencia, refleja el estado de una nación acechada por la guerra.
Zgharta, Líbano. A veces se ven en funerales o en bodas en la aldea, pero no se han hablado en años. Los dos comparten la misma sangre y el mismo apellido, pero en el Líbano de hoy pertenecen a campos enemigos, peleándose entre sí mientras la crisis política sacude al país.
Suleiman Franjieh es el ministro del Interior saliente, un atildado hombre de 40 que soñaba, dicen, con ser presidente. Era un huérfano de la guerra cuando unió su destino al del régimen sirio. Hacía favores. Creció rápidamente. Pero ahora el gobierno ha caído, y su nombre ha sido maldecido por cientos de miles de manifestantes en las calles de Beirut.
Su primo Samir Franjieh es un hombre delgado, un intelectual de izquierda con un pícaro brillo en sus ojos. Samir, 59, ayudó a fundar el movimiento de oposición determinado en sacar a Siria de su patria, durante mucho tiempo bajo control de Damasco. Ahora es uno de los portavoces más visibles de la oposición, envuelto en la bandera y embriagado por los vítores de la multitud.
La historia de los primos Franjieh es un recordatorio de que todo ha cambiado en el Líbano desde que su guerra civil se estancara hace 15 años, y no ha terminado completamente.
"Somos de dos galaxias diferentes", dice Samir sobre su primo.
Excepto que no lo son, y el resentimiento entre ellos es tanto político como personal. A ojos de sus enemigos, cada uno de ellos ha traicionado no sólo a la familia sino a todo el país.
Los Franjieh provienen de un lugar donde el gobierno significa obedecer órdenes e intercambiar favores a cambio de lealtad; donde las posiciones pasan de abuelos a padres a hijos. Provienen de un lugar donde el poder significa Franjieh. Pero ahora son los emblemas de una división que define al Líbano de posguerra, mientras el país se pregunta si acaso está preparado para gobernarse a sí mismo sin caer en una nueva guerra, y cuál deberían ser sus relaciones con Siria.
La guerra civil de 15 años dejó a los libaneses con mucho que perdonar. Incitados por extranjeros, cristianos, musulmanes y drusos se masacraron unos a otros hasta que la guerra finalmente se apagó en 1989. El precio de la paz fue alto: Con el asentimiento de la comunidad internacional, Siria entró formalmente al país y en los años que siguieron fortaleció su control del Líbano. Ahora las preguntas sobre el dominio sirio han agrietado al clan Franjieh, a su pueblo natal y al resto del Líbano.
Para entender a los primos Franjieh hay que entender el pulso y el brillo de Beirut. Coged hacia el norte, por a la costa, pasad por el arruinado puerto fenicio de Byblos, los puentes y un castillo que se echa sobre colinas cuajadas de pinos verdes, hasta que llegue a Zgharta. Las historias de los dos hombres se originan aquí, el pueblo natal protegido por los olivos a orillas de las azules aguas del Mediterráneo.
La gente en Zgharta dice que su pueblo católico maronita es como Sicilia. Es su modo de introducir a los extraños a un mundo donde los fantasmas de las guerras entre familias acechan los antiguos callejones de piedra y la palabra del jefe de familia es ley.
"Del mismo modo que decimos el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo", dijo Wazir Duwayhi, 45, hombre de casa, haciendo la señal de la cruz en su frente y pecho, "decimos Franjieh, Duwayhi y Mouwad" -los nombres de los clanes dominantes de Zgharta.
La reposada luz de la tarde empapaba Zgharta y los niños formaban apáticas colas frente a las tiendas del centro. Duwayhi miró la calle, donde canos feligreses hacían el camino de la iglesia construida hace 150 años.
"Las familias tienen sus opiniones, y eso es política", dijo con una ligera sacudida de cabeza. "Pero esto es todo lo que decimos".
Incluso contra el trasfondo de la guerra, los clanes de Zgharta son famosos por sus épicas y viciosas guerras. Hasta hoy el pueblo de unos 25.000 habitantes está dividido en enclaves familiares. La demarcación es un residuo psicológico de los años cincuenta, época en que los vecinos se mataban entre sí cuando las familias más poderosas del pueblo luchaban por el control político. En esa pelea murieron 200 hombres -más de los que Zgharta perdió en los 15 años de guerra civil a nivel nacional.
"Para mí fue un apocalipsis", dijo Jabbour Douaihy, un novelista ancido en Zgharta que, de niño, presenció la masacre de su familia en una iglesia católica. "Ese conflicto fue precursor de la guerra en todos sus aspectos".Cuando estalló la guerra civil en todo Líbano, la carnicería fue general. Las sectas del Líbano lucharon unas con otras, pero también se dividieron a lo largo de líneas de clanes y tribales -cristianos pelearon contra los cristianos, musulmanes chiíes mataron a otros chiíes.
Entonces, un pragmático patriarca Franjieh gobernaba Zharta y, durante un tiempo, el resto del país. Ese hombre, Suleiman Franjieh, era el abuelo del ministro del Interior de hoy y tío de Samir, el líder de oposición. Era un viejo amigote del difunto presidente sirio Hafez Assad, y la mayoría de las historias sobre la guerra civil dicen que invitó a los soldados sirios al Líbano para proteger a los cristianos durante la guerra civil.
El viejo Suleiman Franjieh trasmitió esa lealtad hacia Siria a su nieto tocayo. Y durante los últimos 15 años, mientras el Líbano luchaba por olvidar su guerra civil, pareció una alianza razonable. Los soldados sirios se quedaron y la influencia de Damasco aumentó. Fueron buenos años para el joven Suleiman y otros leales a Siria. Mencionad su nombre en el Líbano y es muy probable que lo primero de que os enteréis, de amigos y enemigos por igual, es de que Suleiman tenía trece años cuando quedó huérfano en una de las masacres entre cristianos más infames de la guerra.
En 1978 Suleiman estaba en la escuela cuando pistoleros cristianos rivales irrumpieron en la casa de campo de su familia en las montañas sobre Zgharta y abrieron fuego. Mataron a su padre, un popular diputado, junto con su madre y su hermana de tres años. Incluso mataron al perro de la familia. Suleimen fue sacado a toda prisa de la escuela y llevado de vuelta a la aldea, donde fue puesto bajo el tutelaje y protección de su abuelo y Assad.
En los bosques en las afueras del pueblo, el niño ejercitó a las brigadas juveniles del clan, adiestrándolas para la guerra. Cuando le quitó el poder a un tío, era un adolescente, y se transformó en el jefe del clan.
"Suleiman es el símbolo de este régimen y su mayor beneficiario", dijo Nayla Mouwad, un diputado de Zgharta y declarado crítico de Siria. "Fue educado por los sirios. Era como el niño mimado del régimen".
En el primer año de posguerra Suleiman fue nombrado ministro de estado a los 26. Más tarde fue ministro de sanidad, luego del interior. La gente en su pueblo natal prosperó -residentes de Zgharta dicen que la gente de la región recibió cargos en la administración, el pueblo se llenó de matrículas presuntuosas y se cerraron lucrativos acuerdos comerciales con contactos sirios.
Mientras crecía el poder de Suleiman, sus partidarios en Zgharta empezaron a murmurar que se preparaba para la presidencia -un puesto reservado para un líder cristiano según el sistema libanés de repartición del poder- repartiendo trabajos oficiales de acuerdo a la religión. Sea porque les convenía o por convencimiento -o simple lealtad de clan-, la mayor parte de la familia apoyó a Suleiman.
Pero este año, en el Día de San Valentín, una terrible bomba en Beirut detuvo abruptamente la marcha de Suleiman. El asesinato del ex primer ministro Rafik Suleiman trastornó el orden político en todo el país, y se infló hasta convertirse en un desastre para la carrera de Suleiman. La gente en la calle echó la culpa a los errores de la inteligencia libanesa y a conspiraciones sirias. En otras palabras, acusaron a Suleiman Franjieh.
El día después de la explosión apareció ante las cámaras de televisión hablando de un misterioso terrorista suicida y rechazando los llamados a una investigación internacional. Cuando días después volvió a hablar con periodistas, los músculos de su cara funcionaban.
"Si el destino quería que esto le ocurriera a un participante clave del país, no es culpa nuestra", dijo, parco. "No aceptamos ninguna responsabilidad por la sangre de Rafik Hariri".
Las repercusiones ya habían llegado a su pueblo natal. En Zgharta, los que se oponen al dominio sirio empezaron a hablar; algunos se aventuraron hasta Beirut, para unirse a las protestas contra el gobierno. Los seguidores leales al primer ministro estaban cada vez más nerviosos sobre su futuro.
"Cuando se marchen los sirios, todos volveremos a recuperar nuestro tamaño normal, y las reglas del juego serán las viejas reglas del juego", dijo Mouwad, el diputado de Zgharta. "Y eso será un shock para él. Está al lado de los perdedores".
Ahora Suleiman se niega a unirse al gobierno -los analistas dicen que se distanciará de una investigación internacional sobre el asesinato de Hariri y el tema hiper delicado de la redacción de las leyes electorales para las elecciones parlamentarias de la primavera. Se cree que Suleiman postulará.
Para Samir Franjieh, Zgharta es un recuerdo de todos los días, un lugar para disfrutar los fines de semana. Todavía se considera miembro del clan, pero sus ideas nacieron las bibliotecas agujereadas de balas de Beirut, no en los callejones de Zgharta. Samir cree que una de las batallas más importantes del Líbano es encontrar el balance entre la historia y el futuro, encontrar un modo de mantener el orgullo familiar sin sacrificar el patriotismo. Seguro que lo sabe: Es una guerra por la que campea hace años.
"No puedes decir que no yo no sea del norte, que no sea cristiano, o maronita, que no soy un Franjieh", dijo Samir. Mientras el crepúsculo se extendía sobre la costa y el tráfico serpenteaba por las calles, él se sentaba en un sofá en su apartamento en un hacinado barrio chií de Beirut Oeste.
"La identidad del clan es parte de ti, pero no es todo tú", dijo. "Debes tomarlo en cuenta, pero dentro de límites bien definidos. Debes reunir todas esas identidades, encontrar una identidad común".
En un Zgharta dividido, los recalcitrantes partidarios del ministro del Interior hablan de Samir de alguien que dejó su hogar, pasó la mayor parte de la guerra entre musulmanes de Beirut y es un izquierdista, una palabra que muchos de los hombres que comparten su nombre pronuncian con la boca torcida. Dicen que no ha pasado suficiente tiempo en el pueblo. Hablan de él como de un extranjero.
Pero para los anti-sirios de Zgharta, Samir es el sufrido héroe complaciéndose finalmente en la aclamación que merece. Están alegremente conscientes de que si triunfa la oposición en las elecciones parlamentarias de este año, será Samir, no Suleiman, quien estará estrechamente entrelazado en la estructura de poder nacional.
Samir tiene el aire ofendido de un hombre que ha perdido sus derechos de nacimiento -recuerda al periodista que su padre estaba a tiro para dirigir el clan, pero enfermó, dejando el camino libre para el lado Suleiman de la familia se hiciera cargo. Tiende a referirse a su primo con fría distancia, sea como "Suleiman Franjieh" o simplemente "el ministro del interior". Insiste en que hay más miembros de la familia Franjieh de su lado que del de su primo -a pesar de las apariencias, los Franjiehs anhelan la independencia.
"En mi familia no hay partidarios de los sirios", dijo.
Samir dice que los males del Líbano son culpa de Siria y dice que de la retirada siria como si fuera un bálsamo suficientemente potente como para calmar a su tierra natal.
Casi tiembla de excitación cuando describe la inestabilidad política de hoy como un gran momento de catarsis del Líbano. Las sectas se están uniendo, dice, y mujeres y jóvenes libaneses están finalmente hablando. Cree que el movimiento de oposición -su movimiento- representa el fin psicológico de la guerra civil. Esta especie de visión optimista preocupa a muchos amigos de Siria.
"En Zgharta nadie quiere al ejército sirio en el Líbano, pero rechazamos lo que está pasando ahora en el Líbano, esas demostraciones", dijo Estifan Franjieh, sacerdote maronita y leal aliado del ministro del Interior.
"No se puede cambiar la geografía. Los cristianos en Beirut viven en otro mundo. Quieren vivir como se vive en Europa o en Estados Unidos, y eso es imposible".
Era Viernes Santo, y las canciones de la Pasión de Cristo se extendían por la calle principal de Zgharta. La cara de Suleiman Franjieh todavía empapelaba las paredes en las calles. Pero frente a la catedral de Juan Bautista, los feligreses que llegaban a las descoloridas piedras del patio, dieron una interpretación más comprensiva de las cambiantes políticas de Zgharta.
En un pueblo donde hablar de política era un faux pas y criticar a siria, tabú, los feligreses son propensos a elucubrar sobre el debate en que se sume su país.
"Los Franjieh no son la única familia del pueblo. También los otros Franjieh", dijo Barbar Araji, un bolsista de 63 años. Incluso en la familia Franjieh misma hay quienes apoyan a Samir y la oposición, y quienes siguen a Suleiman y el lado sirio".
Fue interrumpido por su sobrino, un robusto camionero de 39 años.
"Como jóvenes de Zgharta, queremos libertad e independencia", dijo Antoine Shahid Araji. "Estamos contra todo aquel que sea aliado de Siria".
"¿Por qué dices eso?", rugió Barbar, su tío, enarcando las cejas y echando una temerosa mirada a los fieles cercanos. "¿Estás tratando de meternos en problemas?"
Pero el joven se mantuvo firme.
"La línea siria ha sido el clan dominante durante los últimos 15 años", dijo, con firmeza. "Pero ahora la base de poder de Suleiman está disminuyendo. Antes, nadie decía la verdad, pero al final la gente dirá lo que piensa".
Pronto el último soldado sirio cruzará la frontera hacia Siria. La retirada militar se completará a fines de mes. Los dos Franjieh están esperando el momento.
"Ha estado siempre en la escuela siria, y ahora sus tutores han dejado el país", dijo Samir Franjieh sobre su primo. "Ahora ése es su problema".
25 de abril de 2005
©los angeles times
©traducción mQh
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Suleiman Franjieh es el ministro del Interior saliente, un atildado hombre de 40 que soñaba, dicen, con ser presidente. Era un huérfano de la guerra cuando unió su destino al del régimen sirio. Hacía favores. Creció rápidamente. Pero ahora el gobierno ha caído, y su nombre ha sido maldecido por cientos de miles de manifestantes en las calles de Beirut.
Su primo Samir Franjieh es un hombre delgado, un intelectual de izquierda con un pícaro brillo en sus ojos. Samir, 59, ayudó a fundar el movimiento de oposición determinado en sacar a Siria de su patria, durante mucho tiempo bajo control de Damasco. Ahora es uno de los portavoces más visibles de la oposición, envuelto en la bandera y embriagado por los vítores de la multitud.
La historia de los primos Franjieh es un recordatorio de que todo ha cambiado en el Líbano desde que su guerra civil se estancara hace 15 años, y no ha terminado completamente.
"Somos de dos galaxias diferentes", dice Samir sobre su primo.
Excepto que no lo son, y el resentimiento entre ellos es tanto político como personal. A ojos de sus enemigos, cada uno de ellos ha traicionado no sólo a la familia sino a todo el país.
Los Franjieh provienen de un lugar donde el gobierno significa obedecer órdenes e intercambiar favores a cambio de lealtad; donde las posiciones pasan de abuelos a padres a hijos. Provienen de un lugar donde el poder significa Franjieh. Pero ahora son los emblemas de una división que define al Líbano de posguerra, mientras el país se pregunta si acaso está preparado para gobernarse a sí mismo sin caer en una nueva guerra, y cuál deberían ser sus relaciones con Siria.
La guerra civil de 15 años dejó a los libaneses con mucho que perdonar. Incitados por extranjeros, cristianos, musulmanes y drusos se masacraron unos a otros hasta que la guerra finalmente se apagó en 1989. El precio de la paz fue alto: Con el asentimiento de la comunidad internacional, Siria entró formalmente al país y en los años que siguieron fortaleció su control del Líbano. Ahora las preguntas sobre el dominio sirio han agrietado al clan Franjieh, a su pueblo natal y al resto del Líbano.
Para entender a los primos Franjieh hay que entender el pulso y el brillo de Beirut. Coged hacia el norte, por a la costa, pasad por el arruinado puerto fenicio de Byblos, los puentes y un castillo que se echa sobre colinas cuajadas de pinos verdes, hasta que llegue a Zgharta. Las historias de los dos hombres se originan aquí, el pueblo natal protegido por los olivos a orillas de las azules aguas del Mediterráneo.
La gente en Zgharta dice que su pueblo católico maronita es como Sicilia. Es su modo de introducir a los extraños a un mundo donde los fantasmas de las guerras entre familias acechan los antiguos callejones de piedra y la palabra del jefe de familia es ley.
"Del mismo modo que decimos el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo", dijo Wazir Duwayhi, 45, hombre de casa, haciendo la señal de la cruz en su frente y pecho, "decimos Franjieh, Duwayhi y Mouwad" -los nombres de los clanes dominantes de Zgharta.
La reposada luz de la tarde empapaba Zgharta y los niños formaban apáticas colas frente a las tiendas del centro. Duwayhi miró la calle, donde canos feligreses hacían el camino de la iglesia construida hace 150 años.
"Las familias tienen sus opiniones, y eso es política", dijo con una ligera sacudida de cabeza. "Pero esto es todo lo que decimos".
Incluso contra el trasfondo de la guerra, los clanes de Zgharta son famosos por sus épicas y viciosas guerras. Hasta hoy el pueblo de unos 25.000 habitantes está dividido en enclaves familiares. La demarcación es un residuo psicológico de los años cincuenta, época en que los vecinos se mataban entre sí cuando las familias más poderosas del pueblo luchaban por el control político. En esa pelea murieron 200 hombres -más de los que Zgharta perdió en los 15 años de guerra civil a nivel nacional.
"Para mí fue un apocalipsis", dijo Jabbour Douaihy, un novelista ancido en Zgharta que, de niño, presenció la masacre de su familia en una iglesia católica. "Ese conflicto fue precursor de la guerra en todos sus aspectos".Cuando estalló la guerra civil en todo Líbano, la carnicería fue general. Las sectas del Líbano lucharon unas con otras, pero también se dividieron a lo largo de líneas de clanes y tribales -cristianos pelearon contra los cristianos, musulmanes chiíes mataron a otros chiíes.
Entonces, un pragmático patriarca Franjieh gobernaba Zharta y, durante un tiempo, el resto del país. Ese hombre, Suleiman Franjieh, era el abuelo del ministro del Interior de hoy y tío de Samir, el líder de oposición. Era un viejo amigote del difunto presidente sirio Hafez Assad, y la mayoría de las historias sobre la guerra civil dicen que invitó a los soldados sirios al Líbano para proteger a los cristianos durante la guerra civil.
El viejo Suleiman Franjieh trasmitió esa lealtad hacia Siria a su nieto tocayo. Y durante los últimos 15 años, mientras el Líbano luchaba por olvidar su guerra civil, pareció una alianza razonable. Los soldados sirios se quedaron y la influencia de Damasco aumentó. Fueron buenos años para el joven Suleiman y otros leales a Siria. Mencionad su nombre en el Líbano y es muy probable que lo primero de que os enteréis, de amigos y enemigos por igual, es de que Suleiman tenía trece años cuando quedó huérfano en una de las masacres entre cristianos más infames de la guerra.
En 1978 Suleiman estaba en la escuela cuando pistoleros cristianos rivales irrumpieron en la casa de campo de su familia en las montañas sobre Zgharta y abrieron fuego. Mataron a su padre, un popular diputado, junto con su madre y su hermana de tres años. Incluso mataron al perro de la familia. Suleimen fue sacado a toda prisa de la escuela y llevado de vuelta a la aldea, donde fue puesto bajo el tutelaje y protección de su abuelo y Assad.
En los bosques en las afueras del pueblo, el niño ejercitó a las brigadas juveniles del clan, adiestrándolas para la guerra. Cuando le quitó el poder a un tío, era un adolescente, y se transformó en el jefe del clan.
"Suleiman es el símbolo de este régimen y su mayor beneficiario", dijo Nayla Mouwad, un diputado de Zgharta y declarado crítico de Siria. "Fue educado por los sirios. Era como el niño mimado del régimen".
En el primer año de posguerra Suleiman fue nombrado ministro de estado a los 26. Más tarde fue ministro de sanidad, luego del interior. La gente en su pueblo natal prosperó -residentes de Zgharta dicen que la gente de la región recibió cargos en la administración, el pueblo se llenó de matrículas presuntuosas y se cerraron lucrativos acuerdos comerciales con contactos sirios.
Mientras crecía el poder de Suleiman, sus partidarios en Zgharta empezaron a murmurar que se preparaba para la presidencia -un puesto reservado para un líder cristiano según el sistema libanés de repartición del poder- repartiendo trabajos oficiales de acuerdo a la religión. Sea porque les convenía o por convencimiento -o simple lealtad de clan-, la mayor parte de la familia apoyó a Suleiman.
Pero este año, en el Día de San Valentín, una terrible bomba en Beirut detuvo abruptamente la marcha de Suleiman. El asesinato del ex primer ministro Rafik Suleiman trastornó el orden político en todo el país, y se infló hasta convertirse en un desastre para la carrera de Suleiman. La gente en la calle echó la culpa a los errores de la inteligencia libanesa y a conspiraciones sirias. En otras palabras, acusaron a Suleiman Franjieh.
El día después de la explosión apareció ante las cámaras de televisión hablando de un misterioso terrorista suicida y rechazando los llamados a una investigación internacional. Cuando días después volvió a hablar con periodistas, los músculos de su cara funcionaban.
"Si el destino quería que esto le ocurriera a un participante clave del país, no es culpa nuestra", dijo, parco. "No aceptamos ninguna responsabilidad por la sangre de Rafik Hariri".
Las repercusiones ya habían llegado a su pueblo natal. En Zgharta, los que se oponen al dominio sirio empezaron a hablar; algunos se aventuraron hasta Beirut, para unirse a las protestas contra el gobierno. Los seguidores leales al primer ministro estaban cada vez más nerviosos sobre su futuro.
"Cuando se marchen los sirios, todos volveremos a recuperar nuestro tamaño normal, y las reglas del juego serán las viejas reglas del juego", dijo Mouwad, el diputado de Zgharta. "Y eso será un shock para él. Está al lado de los perdedores".
Ahora Suleiman se niega a unirse al gobierno -los analistas dicen que se distanciará de una investigación internacional sobre el asesinato de Hariri y el tema hiper delicado de la redacción de las leyes electorales para las elecciones parlamentarias de la primavera. Se cree que Suleiman postulará.
Para Samir Franjieh, Zgharta es un recuerdo de todos los días, un lugar para disfrutar los fines de semana. Todavía se considera miembro del clan, pero sus ideas nacieron las bibliotecas agujereadas de balas de Beirut, no en los callejones de Zgharta. Samir cree que una de las batallas más importantes del Líbano es encontrar el balance entre la historia y el futuro, encontrar un modo de mantener el orgullo familiar sin sacrificar el patriotismo. Seguro que lo sabe: Es una guerra por la que campea hace años.
"No puedes decir que no yo no sea del norte, que no sea cristiano, o maronita, que no soy un Franjieh", dijo Samir. Mientras el crepúsculo se extendía sobre la costa y el tráfico serpenteaba por las calles, él se sentaba en un sofá en su apartamento en un hacinado barrio chií de Beirut Oeste.
"La identidad del clan es parte de ti, pero no es todo tú", dijo. "Debes tomarlo en cuenta, pero dentro de límites bien definidos. Debes reunir todas esas identidades, encontrar una identidad común".
En un Zgharta dividido, los recalcitrantes partidarios del ministro del Interior hablan de Samir de alguien que dejó su hogar, pasó la mayor parte de la guerra entre musulmanes de Beirut y es un izquierdista, una palabra que muchos de los hombres que comparten su nombre pronuncian con la boca torcida. Dicen que no ha pasado suficiente tiempo en el pueblo. Hablan de él como de un extranjero.
Pero para los anti-sirios de Zgharta, Samir es el sufrido héroe complaciéndose finalmente en la aclamación que merece. Están alegremente conscientes de que si triunfa la oposición en las elecciones parlamentarias de este año, será Samir, no Suleiman, quien estará estrechamente entrelazado en la estructura de poder nacional.
Samir tiene el aire ofendido de un hombre que ha perdido sus derechos de nacimiento -recuerda al periodista que su padre estaba a tiro para dirigir el clan, pero enfermó, dejando el camino libre para el lado Suleiman de la familia se hiciera cargo. Tiende a referirse a su primo con fría distancia, sea como "Suleiman Franjieh" o simplemente "el ministro del interior". Insiste en que hay más miembros de la familia Franjieh de su lado que del de su primo -a pesar de las apariencias, los Franjiehs anhelan la independencia.
"En mi familia no hay partidarios de los sirios", dijo.
Samir dice que los males del Líbano son culpa de Siria y dice que de la retirada siria como si fuera un bálsamo suficientemente potente como para calmar a su tierra natal.
Casi tiembla de excitación cuando describe la inestabilidad política de hoy como un gran momento de catarsis del Líbano. Las sectas se están uniendo, dice, y mujeres y jóvenes libaneses están finalmente hablando. Cree que el movimiento de oposición -su movimiento- representa el fin psicológico de la guerra civil. Esta especie de visión optimista preocupa a muchos amigos de Siria.
"En Zgharta nadie quiere al ejército sirio en el Líbano, pero rechazamos lo que está pasando ahora en el Líbano, esas demostraciones", dijo Estifan Franjieh, sacerdote maronita y leal aliado del ministro del Interior.
"No se puede cambiar la geografía. Los cristianos en Beirut viven en otro mundo. Quieren vivir como se vive en Europa o en Estados Unidos, y eso es imposible".
Era Viernes Santo, y las canciones de la Pasión de Cristo se extendían por la calle principal de Zgharta. La cara de Suleiman Franjieh todavía empapelaba las paredes en las calles. Pero frente a la catedral de Juan Bautista, los feligreses que llegaban a las descoloridas piedras del patio, dieron una interpretación más comprensiva de las cambiantes políticas de Zgharta.
En un pueblo donde hablar de política era un faux pas y criticar a siria, tabú, los feligreses son propensos a elucubrar sobre el debate en que se sume su país.
"Los Franjieh no son la única familia del pueblo. También los otros Franjieh", dijo Barbar Araji, un bolsista de 63 años. Incluso en la familia Franjieh misma hay quienes apoyan a Samir y la oposición, y quienes siguen a Suleiman y el lado sirio".
Fue interrumpido por su sobrino, un robusto camionero de 39 años.
"Como jóvenes de Zgharta, queremos libertad e independencia", dijo Antoine Shahid Araji. "Estamos contra todo aquel que sea aliado de Siria".
"¿Por qué dices eso?", rugió Barbar, su tío, enarcando las cejas y echando una temerosa mirada a los fieles cercanos. "¿Estás tratando de meternos en problemas?"
Pero el joven se mantuvo firme.
"La línea siria ha sido el clan dominante durante los últimos 15 años", dijo, con firmeza. "Pero ahora la base de poder de Suleiman está disminuyendo. Antes, nadie decía la verdad, pero al final la gente dirá lo que piensa".
Pronto el último soldado sirio cruzará la frontera hacia Siria. La retirada militar se completará a fines de mes. Los dos Franjieh están esperando el momento.
"Ha estado siempre en la escuela siria, y ahora sus tutores han dejado el país", dijo Samir Franjieh sobre su primo. "Ahora ése es su problema".
25 de abril de 2005
©los angeles times
©traducción mQh
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