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compañero en años de horror


[Valerie Reitman] Un superviviente trató de ocultar sus memorias de Auschwitz mientras formaba su familia en Los Angeles. Entonces resurgió un compañero del campo de exterminio.
Eugene Zinn llevaba una hora mirando el documental ‘Holocausto' de la PBS en enero cuando oyó una voz familiar hablando su lengua nativa, el eslovaco.
De ochenta años y casi ciego, Zinn acercó su cara a la pantalla de televisión en su cubil de West Hills.

Allá, envuelto en un suéter con diseño de rombos y caminando por el restaurado campo de concentración de Auschwitz en Polonia, estaba Otto Pressburger, un hombre al que Zinn había estado buscando la mayor parte de su vida.
Zinn sabía que necesitaba encontrar a Pressburger. Sabía que no podría descansar si no lo hacía. Durante décadas Zinn no habló sobre el horror del Holocausto. Sus tres años en el campo parecían tan distantes. Tan diferentes al productivo y feliz medio siglo que llevaba en Los Angeles. Su matrimonio de 45 años. Sus logros profesionales diseñando sillas de ruedas. Los dos hijos "extraordinariamente maravillosos" que había criado, enviado a la universidad y que tenían carreras exitosas. Las perennes quejas sobre los Dodgers.
Sin embargo, las pesadillas no desaparecieron nunca. Conjuraba imágenes de su madre, Helen, entonces 46, y de su padre Heinrich, 58, haciendo la cola frente a la cámara de gas, con su hermanita Maedy, 13, y Erika, 12. Pidiendo ayuda a gritos cuando estaban dentro. Finalmente desmayándose. Nadie que los ayudara.
"No es posible olvidarlo", dice Zinn.
Zinn no conocía a nadie en Los Angeles. No podía comprender a fondo la enormidad de la tragedia. "A veces pensaba: ‘¿Me ocurrió realmente?'" Si la gente preguntaba sobre el llamativo número azul "30113" tatuado sobre tres pulgadas de su antebrazo izquierdo, contestaba: "Estuve en Auschwitz". Nadie preguntaba más.
Zinn dice que no quería apesadumbrar a sus hijos con las pesadillas que había soportado. En lugar de eso, hizo lo pudo para disfrutar de la vida. Llevaba a sus niños a partidos de béisbol. Enviaba flores a su esposa Sarah para el Día de San Valentín. Iba de vacaciones con su familia a Europa o al Caribe. "Y gracias a Dios, fueron buenos tiempos", dice Zinn. "Quería criar a mis hijos para que fueran felices".
El hijo Harry, 44, recuerda haber leído ‘La noche', el famoso relato de Elie Wiesel sobre el Holocausto, en la escuela secundaria y se había dado cuenta por primera vez por lo que había pasado su padre.
Era como preguntar a alguien si tenía cáncer, recuerda el joven Zinn. "No quieres saber si es verdad, y si lo es, no quieres tocar el tema".
Que Zinn -o cualquiera- pudiera sobrevivir Auschwitz durante tres años es algo extraordinario. Wiesel pasó menos de un año allí y en otros campos. La mayoría del más de un 1 millón de prisioneros llevados al campo entre 1940 y 1945 murieron o fueron ejecutados a semanas de su llegada.
El tren de Zinn llegó en abril de 1942, con 973 judíos eslovacos, incluyendo a sus cuatro primos adolescentes. Diecisiete semanas después habían muerto todos, excepto 88. Zinn supone que de su tren quizás cinco sobrevivieron hasta el final de la guerra.
El primero de su familia murió a las tres semanas. Su primo, Zoltan, debilitado por las golpizas y la diarrea crónica, murió en brazos de Zinn en la litera de madera cubierta de paja que compartían con otros tres. Dentro de tres meses también murieron los otros tres.
"Yo pedía a Dios todas las noches que tomara mi alma", recuerda Zinn, para que los nazis "no tuvieran la satisfacción de matarme".
Estaba preocupado por sus padres y hermanas. La última vez que los vio fue en Pascuas, el 2 de abril de 1942 en su casa en Huncovce, Checoslovaquia. Cuando los soldados alemanes apresaban a sus primos, Zinn dijo estas últimas palabras a su madre: "No llores, madre. No le tengo miedo al trabajo. No me matarán".
Pocos meses después de esas últimas Pascuas juntos, Zinn vio al hijo del solista de su sinagoga, que había sido transferido a Auschwitz desde el campo de exterminio de Madjanek, adonde habían llevados la mayoría de los otros 100 judíos de Huncovce. Le contó las terribles noticias: los padres de Zinn y sus dos hermanas habían sido enviadas directamente a la cámara de gas en Madjanek. Su hermano mayor, Alexander, 20, fue brutalmente golpeado poco después y cuando cayó al suelo los guardias de las SS le hundieron con un palo de escoba en el cuello para terminar la faena.
El hijo del solista le contó a Zinn que su padre había estado cantando en el tren cuando salieron de casa, pensando que pronto vería a su hijo menor, Gene.
Zinn no tenía a nadie, ni nada. Excepto el número de prisionero 29045.

También de 17 y de Eslovaquia, Otto Pressburger había llegado tres días antes de Zinn. Los padres y tres hermanos de Pressburger perecieron todos dentro de seis semanas de su llegada a Auschwitz. "Desde entonces, era sólo yo", recordó Pressburger en una entrevista telefónica. "Sólo yo y Zinn".
Pressburger, fuerte y robusto aunque 1.71m de alto, inicialmente cavó zanjas donde fueron arrojados los cuerpos sin vida, para luego desenterrarlos cuando el campo se llenó del insoportable olor a carne podrida.
Los nazis tenían una solución. Enviaron a Zinn, Pressburger y cientos de otros prisioneros a clases de albañilería en las mañanas. El resto del día trabajaban hombro a hombro colocando ladrillos y mezcla para cuatro grandes edificios. Serían los crematorios de Birkenau, el campo próximo a Auschwitz. De 1.51m Zinn estaba lejos de ser el más fuerte de la familia. En su opinión tampoco era el más listo. No cree que haya alguna razón superior por la que salvó su vida; su fe en Dios estaba destrozada por las atrocidades.
"Me preguntaba", dice, "¿cómo es que soy el único que sobrevivió?"
Zinn esquivó varias sentencias directas de muerte.
En una de las "selecciones" periódicas destinadas a erradicar a las "bocas inútiles", un oficial lo envió a la cola fatal. Zinn corrió. Cuando los soldados lo capturaron 10 minutos más tarde, lo reprendieron. Cualquiera que pudiera correr todo ese tiempo, dijo el oficial, podía trabajar todavía.
Una vez oyó a los guardias discutiendo cómo habían elegido a 81 prisioneros para la cámara de gas, cuando en realidad tenían que matar a 80. Zinn sabía alemán. Gritó que él renunciaba a su lugar.
Algunos trabajos ayudaron al par a eludir la muerte. Al principio, Zinn y Pressburger registraban las pertenencias confiscadas buscando oro y cosas valiosas, y a veces encontraban un salchichón en un bolsillo. Un trabajo para ampliar el gallinero de la cocina proporcionaba un ocasional huevo robado, que se tragaban crudo, y el calor de los fuegos que se usaban como incubadoras.
El último trabajo fue el más afortunado. En 1944 fueron asignados a los establos, donde podían asearse y lavar sus uniformes en el agua del aseo de los caballos. El mejor aspecto les ayudó a eludir las selecciones para la cámara de gas.
Los domingos, cuando el trabajo era más liviano, despiojaban sus uniformes. "Nosotros matábamos pulgas y piojos como nuestros guardias nos mataban a nosotros", dice Zinn. Ellos y una docena de prisioneros de otros países de Europa del Este hablaban sobre sus casas y la cocina de sus madres, y cantaban la ‘Canción de Auschwitz'. Su animosa melodia distorsiona sus siete macabras estrofas, todas en alemán, con versos como:

Y si no vuelvo a ver mi patria
Y como miles de otros me marcho por la chimenea...
Saludo a mis seres queridos donde quiera que estén
Recuérdame a veces, porque tuve que dejarte.


Mientras se aproximaba el ejército ruso en enero de 1945, los nazis obligaron a los prisioneros a marchar hacia el oeste. Zinn y Pressburger conducían carromatos tirados por caballos y robaban de las ropas y suministros que habían cargado para los oficiales. El resto tenía que caminar por la nieve. Entre el gélido clima y las balas de los guardias de las SS, murieron 15.000 de los 60.000 prisioneros.
Cuando los tanques americanos se acercaron desde el oeste, las SS metieron a los prisioneros nuevamente en furgones. En un pueblo, ordenaron descender a todos los judíos. Los mozos de cuadra se quedaron en su sitio. Los 80 judíos que descendieron fueron matados en el mismo lugar.
Pressburger saltó del tren unos 90 minutos antes de que llegara a Praga. "Esa fue la última vez que vi a Zinn", recuerda Pressburger. "No tenía idea que había sobrevivido". Zinn se escapó una hora después.
Cuando terminó la guerra, Zinn siguió las últimas instrucciones de su madre a la familia: Volved a casa, no importa qué pase.
Cuando llegó a Huncovce, no había huellas de la existencia de su familia. Su casa estaba ocupada por una familia que no conocía. La yeshiva, o escuela judía, había sido profanada. Las lápidas de sus abuelos habían sido destruidas.
Los 15 hermanos de sus padres que vivían en el pueblo, sus esposas y familias habían sido asesinados todos.
Un vecino le entregó una delgada alianza de oro. Su madre le había pedido que la entregara al primer Zinn que volviera a casa.
Zinn guardó la alianza en su billetera durante más de 40 años, pues quería tener a la mano la única conexión tangible con su pasado.
Llevó la alianza durante sus dos años en el ejército checo y cuando se mudó a Palestina.
En 1955 llevó la alianza a Estados Unidos, primero a Pittsburgh para quedarse con un tío que había emigrado antes de la guerra, y finalmente a Los Angeles. Lo conservó mientras trabajaba como ebanista, cuando asistió a la escuela vespertina en el City College de Los Angeles, y durante los 34 años que trabajó desde diseñador hasta gerente en Everest y Jennings, donde la línea de sillas de rueda ‘EZ' adoptó sus iniciales.
"No quería dejarla en algún lugar", dice Zinn.
Y entonces, cuando hace siete años hacía las compras en el Farmers Market, un ratero le robó la billetera.

Zinn no puede precisar cuándo o por qué empezó a revelar su pasado. Quizás, dijo, se dio cuenta de lo distante en que se había transformado la carnicería. Quizás reconoció que se estaba poniendo viejo y que la memoria, aunque persistente, no es permanente.
En 1992 Zinn llevó a su familia a su pueblo natal.
En un sentido, Huncovce -ahora parte de Eslovaquia- no había cambiado mucho. Las montañas eran todavía asombrosas, y el pueblo se cruzaba de un lado a otro en un paseo de 15 minutos.
Su casa todavía tenía una caseta en buen estado y una bomba de agua estaba todavía envuelta en paja contra el frío.
Golpeó a la puerta en la entrada. Respondió una anciana, les mostró la casa y luego les preguntó: "¿Quiere comprar la casa?"
"¿Cómo la voy a comprar si nunca la vendí?", dijo Zinn.
Los Zinn tomaron un taxi para hacer las pocas horas que los separaban de Auschwitz.
El hijo Harry filmó el viaje en video. Mientras la familia recorre el campo, que ahora se parece más a un campus universitario, con sus edificios de ladrillos rojos y el césped recortado, Zinn les cuenta lo que le pasó.
"Aquí estuve parado, desnudo, con toda la barraca de prisioneros", dice. "Fui elegido y estaba esperando la cámara de gas. Era la última fila, pero el camión que llevaba a los prisioneros estaba lleno".
Mientras esperaba al siguiente camión, cuenta, un SS le dijo: "¿Qué edad tienes? ¿Diecisiete? ¿Quieres trabajar? Ok, entonces trabajas".

A fines de sus sesenta, se ve sano y listo, y fuma Benson & Hedges.
"Y aquí en las mañanas nos levantábamos y oíamos balazos..."
Y aquí está la Barraca 27 "donde te llevaban cuando estabas enfermo. Dependiendo de quién te viera, te daban una aspirina o una inyección. Si te ponían la inyección, morías en cinco segundos.
"De la Barraca 11 salían los verdugos. Una vez trajeron a seis madres, cuyos hijos habían escapado. Las colgaron durante dos días, con un letrero que decía: ‘Mi hijo trató de escapar y ahora estoy en prisión'".
Una y otra vez en el video las palabras "aquí" y "aquí mismo, donde estamos parados' caen como el golpe de un martillo. Pero en un sentido es como si Zinn estuviera haciendo cuentas consigo mismo.
Los pájaros gorjean en ese claro día de junio, y los árboles se ven frondosos. Zinn señala hacia los verdes campos que han remplazado los lodazales -hasta el tobillo- y declara: "Cada pulgada de allí ha sido fertilizada con sangre judía".
En el video le pregunta a una empleada que le muestre su historial. Le muestra su número en el brazo. Vuelve con una tarjeta con su fecha de nacimiento, día de llegada al campo y partida.
Entonces le pregunta a la empleada por el historial de Allegra Haim. Tenía 18 cuando fue detenida en Atenas en el otoño de 1943, después de que saliera del escondite de su familia para comprar algo de comer. Nunca la volvieron a ver.Zinn se enteró por los archivos de que Allegra vivía todavía cuando las tropas rusas liberaron el campo. Murió una semana después, en un hospital de la Cruz Roja en el sitio, Allegra Haim, la hermana de la mujer que Zinn conoció en el City College de Los Angeles y se transformó en su esposa. Nunca dejó el campo.
Algunos años después del viaje, Zinn fue entrevistada en profundidad -a instancias del hijo Harry- por la Fundación Histórica de los Supervivientes del Shoa [Survivors of the Shoah Visual History Foundation]. Fundada por Steven Spielberg después de oír los recuerdos de supervivientes que conoció en Polonia cuando filmaba ‘La lista de Schindler', ha filmado en video los recuerdos de 52.000 supervivientes del Holocausto en todo el mundo.

La entrevista impulsó a Zinn a empezar a buscar a sus compañeros de Auschwitz. Hace dos años asistió al 10 Aniversario del Museo del Holocausto en Washington, donde los supervivientes estaban agrupados por país. ¿Había algún Pressburger? No, y peor aun, nadie conocía a nadie con ese nombre.
El tiempo se estaba agotando, con tan pocos de los 250.000 prisioneros que fueron liberados de los campos todavía vivos.
Había perdido toda esperanza cuando vio a Pressburger en la pantalla de su televisión. Excitado, Zinn llamó a Harry y a su hija Helene, 38, y les pidió que buscaran a Pressburger. Se pusieron en contacto con la KCET de Los Angeles, un canal de televisión público que co-produjo con la BBC el documental de seis horas ‘Auschwitz: Inside the Nazi State'.
El canal pasó las señas de Zinn a Pressburger y su familia, diciendo a los Zinn que los Pressburger debían decidir si querían más contactos.
Una semana después Pressburger llamó desde su casa en Herzlia, Israel. Zinn recuerda las primeras palabras en eslovaco que le cruzó el alma: ¿Cómo es que yo no te recuerdo?
Zinn dijo su nombre, usando la pronunciación europea.
"Oh, Dios mío, ‘tzeen', por supuesto te conozco", dijo Pressburger. Se pusieron precipitadamente al día desde que se habían separado al saltar del tren. Pressburger, ahora de 81, dijo que se había magullado feamente y fue cuidado hasta recuperarse por una familia checa.
Finalmente se marchó a Palestina, peleó en el ejército y empezó un negocio de imprentas. Se casó en Israel con una inmigrante rumana, Busia, cuya familia se había escondido durante la guerra en un gueto judío en lo que ahora es Ucrania. Tienen dos hijos, uno en Nueva Jersey, y cinco nietos.
Pressburger dice que sobrevivió para poder contar al mundo lo que había presenciado. Da charlas unas dos veces a la semana a colegiales y en casa habla a menudo sobre el tema. "Incluso nuestra nieta más joven conoce todas nuestras historias y experiencias del Holocausto", dice.
Las vidas de Zinn y Pressburger pudieron haberse cruzado muchas veces después de Auschwitz. Zinn se marchó a Palestina poco después de la guerra y también peleó en el ejército. Los dos visitaron Auschwitz con sus familias a principios de los años noventa. Pressburger había recorrido Los Angeles de vacaciones y Zinn había llevado a su familia de visita a Israel en 1984. Pressburger también fue entrevistado para el proyecto de Historial Visual de Spielberg.
Y entonces volvieron a lo que habían compartido. "Después de eso, no hablamos más que de Auschwitz", dice Pressburger. "Recuerdos, experiencias... Nuestra historia. Auschwitz es nuestra historia".
Zinn mencionó los nombres de una docena de amigos con los que habían trabajado en los establos. ¿Qué había sido de Joseph ‘YoJo' Weiss? ¿Y de Washavaski, al que le habían cortado los testículos? ¿Y de Erwin Gutman? ¿Y Karmen Haupt, con el que Zinn había saltado del tren y del que sabía que se había marchado a Canadá? ¿Y el tío de Lodz, Polonia, al que llamaban ‘Lodgznik'?"
Pressburger dijo que había mantenido contactos periódicos con tres de los mozos de cuadra que habían emigrado a Israel. Weiss había muerto apenas hacía dos años. Él y Pressburger habían seguido siendo amigos íntimos.
Enterrar a ese amigo de toda la vida de Auschwitz era tan doloroso que enfermó físicamente, dice, lo que doctor atribuyó a angustia emocional.
Los viejos amigos charlaron durante casi una hora, pero la comunicación se hizo más difícil. El eslovaco de Zinn está oxidado y su hebreo es todavía peor. Tiende a mezclar el inglés con un pesado acento eslovaco, que Pressburger no habla.
Zinn le dijo a Pressburger: "Otto, por favor, escríbeme una carta larga". Se dijeron adiós.
Pero Zinn no podía esperar una carta. A principios de marzo, semanas después de esa primera conversación, llamó a Pressburger.
Zinn le dijo a Pressburger: "Otto, tengo que verte".
"Me gustaría, pero estoy demasiado viejo para viajar", dijo Pressburger. Y Zinn tenía problemas en dejar a Sarah, cuya memoria estaba fallando.
Zinn pasa la mayor parte del tiempo en estos días cuidando de sus limoneros Meyer y sus lirios de calla. Su reloj de pulsera pita el tiempo porque una degeneración macular obstaculiza su visión. No puede conducir.
Se aferra a su familia. Cuando sus hijos crecían sólo durmió dos veces lejos de ellos, y aunque viven cerca, todavía insiste en que le llamen cuando llegan a casa después de visitarle.
No recuerda haber llorado nunca desde que salió de Auschwitz.
En una visita reciente Zinn insistió al periodista que le contará todos los detalles de lo que Pressburger había dicho en la entrevista telefónica, y mientras leo, se toca los ojos.
Busca las palabras para expresar lo mucho que Pressburger había significado para él como un modo de reconexión.
"En el contexto de mi vida no podía pensar en todos esos años", dijo. "No encontré a nadie que hubiera estado conmigo en Auschwitz, o que conociera de antes de Auschwitz. Y repentinamente vi a alguien al que conocí durante tres años, que se escapó una hora antes que yo... Otto Pressburger me dio la certeza de que eso pasó realmente, que no fue una pesadilla".

Batsheva Sobelman contribuyó a este reportaje. La escritora puede ser contactada en: Valerie.Reitman@latimes.com

4 de mayo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

1 comentario

nestor -

lo confirmo sus articulos son los mejores el relato de este personaje le abre mas los ojos a uno del inminente peligro que son las politicas extremas ya sea izquierda o derecha por eso pueblos europeos cuidado con esas politicas