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el país de las criadas


[Amy Waldman] Criadas de Sri Lanka en el extranjero: maltratos, acoso sexual y dinero.
Kegala, Sri Lanka. El maestro levantó una batidora eléctrica y dijo a la clase de sorprendidas mujeres frente a ella que debía limpiarse adecuadamente. Si huele mal, "Mama", como se enseñaba a las aspirantes a criadas a llamar a sus patronas, "se enfadará y os castigará y pegará".
"Aquí es donde cometéis un error", continuó la maestra. "Entonces Mama os pegará y quemará, si hacéis algo mal".
Dieciocho manos femeninas apuntaron cada palabra, como si su transcripción pudiera impedir la mala suerte. Rangalle Lalitha Irangame, una de las mujeres, estaba levantándose, demacrada después de una noche insomne en el hospital. Su hija de cuatro años tenía fiebre, un preocupante momento para cualquier madre, pero una causa de pánico para una que estaba a punto de partir al extranjero por varios años.
Después de pensárselo un año, Lalitha, 35, según prefiere llamarse, decidió cambiar su vida como esposa en Sri Lanka por el de criada de Oriente Medio. Después de terminar un curso de formación de 12 días, ellas y sus compañeras se unirían a una masiva emigración de mujeres hacia las economías lubricadas por el petróleo del Golfo Pérsico, cambiando la fecundidad y comunidad de las aldeas de Sri Lanka por la aridez y amuralladas casas del mundo árabe.
Detrás de esas murallas las mujeres corren el riesgo de ser explotadas de manera tan extrema que se parece mucho a las condiciones "como de esclavitud", de acuerdo a un reciente informe de Human Rights Watch sobre los trabajadores extranjeros en Arabia Saudí. Pero mientras la atención se concentraba en el fracaso de países como Arabia Saudí de impedir o castigar los abusos, la complicidad de facto de los países que envían a sus mujeres al extranjero escapó en gran parte a la vigilancia.
Para los países en desarrollo, la migración se ha transformado en una válvula de escape, aliviando la presión de empleo de los pobres y generando más de 100 billones en transferencias en 2003, de acuerdo a un estudio de Devesh Kapur, profesor de administración de gobierno de Harvard.
Más de 1 millón de sri-lankeses -gruesamente casi 1 de 19 ciudadanos- trabajan ahora en el exterior y casi 600.000 son criadas, de acuerdo a cálculos del gobierno. Los trabajadores emigrantes se han transformado en la fuente de moneda extranjera más grande de Sri Lanka, superando a los más importantes productos artículos.
En Arabia Saudí, el destino más común, llaman a Sri Landa "el país de las criadas". En Sri Lanka las llaman criadas heroínas.
El gobierno de Sri Lanka se ha transformado en un asiduo vendedor de su propio pueblo. Con programas de adiestramiento como el de Lalitha se está formando a lo que es ahora la segunda generación de criadas. Incluso tiene un refugio para acoger, ocultar y rehabilitar a las mujeres que vuelven con los cuerpos quebrados, la mente extraviada o con hijos incipientes.
Pero hace poco públicamente sobre esos abusos, protestar contra ellos o proteger a las mujeres por temor a poner en peligro los cientos de millones de dólares que envían a casa todos los años.
Los envíos de las mujeres han construido casas, aportado capital para negocios, y dado a las mujeres mismas una firme confianza. Pero esos beneficios se han obtenido con incalculables dificultades.
Las mujeres quedan a menudo con deudas, trabajan prácticamente obligadas y no tienen medios legales para defenderse del acoso sexual, el confinamiento o los maltratos físicos que sufren a menudo en los países que adoptan. Sin derecho al voto ausente, tampoco cuentan con una representación política en casa.
Según un cálculo, entre el 15 y 20 por ciento de las 100.000 mujeres de Sri Lanka que salen cada año hacia el golfo regresan prematuramente, son maltratadas o no se les paga un salario o terminan implicadas en el tráfico ilegal de gente o en la prostitución.
Muchas criadas que han escapado de sus empleadores se mantienen en un limbo en las embajadas de Sri Lanka debido que nadie quiere pagar su vuelta a casa. El año pasado, después de que se dieran a conocer sus penurias, el gobierno transportó a casa a 529 criadas que habían estado viviendo durante meses, apretadas como en una cabina de esclavos, en el sótano de la embajada en Kuwait.
Cientos de criadas se han quedado embarazadas, a menudo después de ser violadas, dando a luz a hijos que, hasta recientemente cuando fue reformada la constitución, eran apátridas porque sus padres eran extranjeros. Más de 100 mujeres al año vuelven muertas, la mayoría de ellas consideradas muertes "naturales" por los gobiernos anfitriones, aunque los funcionarios de Sri Lanke admiten que son impotentes para investigar.
De vuelta en casa, el éxodo ha reconfigurado la vida familiar. Las mujeres dispensan amor maternal por carta, dinero y casetes que envían a casa. El divorcio, los niños que abandonan la escuela, los maridos que se hacen alcohólicos y el abuso sexual infantil se han transformado en subproductos rutinarios de la ausencia de las mujeres.
También hay costes menos tangibles. "Esos tiempos no volverán nunca", dijo Roshan Prageeth Kumarasinghe, 18, vecino de Lalitha, ahogándose en lágrimas, llorando la ausencia de diez años de su madre.

Dispuestas a Sacrificarlo Todo
En la clase de Lalitha nueve de las mujeres eran madres, de menos de 40 y preparadas a renunciar a todo por el futuro de sus hijos, incluyendo 2, 4 o 10 años de compañía de los niños mismos.
Hacia el final del cursillo de 12 días habrán aprendido a desarmar una aspiradora y decir ‘limpiador de inodoros' en árabe. También habrán aprendido a no robar las cadenillas de oro que sus patronas dejan para tentarlas. También les habrán enseñado que en los países musulmanes hacia donde van, deberán ocultar que son budistas o hindúes.
Técnicamente eran mujeres adultas, mayores de 18. Pero en sus tímidas sonrisas y la inocencia de madurar en una cultura conservadora, eran en realidad niñas. Casi todas ellas, como Lalitha, tenían al menos el décimo, lo que refleja las altas tasas de alfabetización de Sri Lanka, pero eso no ha hecho nada para mejorar sus perspectivas de empleo.
Dos de las chicas tenían matrimonios fracasados y veían el viaje al extranjero como su única esperanza de sobrevivir ellas y sus hijos. Tres querían asegurarse un mejor matrimonio de conveniencia haciéndose de una dote más grande que la que pueden proveer padres indigentes.
Cuatro eran recién casadas, que esperaban escapar del control de sus parientes. Tres eran de la segunda generación de criadas en sus familias -incluso una de ellas pensaba suceder a su madre en el trabajo.
Todas eran pobres. En esta comuna en la montaña la tasa de pobreza es del 32 por ciento. La mayoría de los hombres sólo encuentran trabajo irregular recolectando caucho, ganando en el mejor de los casos 50 dólares al mes. Su única esperanza de surgir, o de evitar seguir cayendo, son sus esposas.
El marido de una de las compañeras de curso de Lalitha conducía un velotaxi motorizado alquilado, con lo que ganaba lo suficiente para alimentar a la familia. Su casa se estaba literalmente deslizando, y no tenía dinero para construir una muralla de contención o pagar un préstamo bancario con el estaba muy atrasado.
Su esposa, S.M.R. Deepa Ranjanie, una poetiza de 25 de brillantes ojos, estaba determinada a resolver la crisis financiera de la familia, pero también veía en su partida un escape. Se había casado a los 16, tenía dos hijos, de 9 y 4, luego el matrimonio se había estropeado. Estaba desesperada por escapar de un hogar abusivo.
El marido de Lalitha, K. Weeratunghe, 41, trabajaba entonces cuando podía en la recolección de caucho o talando árboles. Algunos días la familia no tenía dinero ni para comprar leche. Su casa era tan pobre que Lalitha decidió abandonarlo -junto con su hija, Hiroshika Mihirani, 4, y su hijo Manoj Sandervan, de 8 años.
Sin electricidad, la casa estaba en una continua penumbra. Las paredes estaban agrietadas, las ventanas sin cristales. En la clase las mujeres estudiaban detenidamente las elegantes cocinas del golfo, pero en casa Lalitha cocinaba en una cocinilla de madera en un cuarto hecho de hojas de palma.
El curso que ella y otras recibieron había sido empezado de hecho en parte debido a que el desconocimiento de las rústicas mujeres de la aldea de aparatos eléctricos y árabe las exponía a la ira de sus frustrados empleadores.
El curso fue organizado por el Departamento de Empleo en el Extranjero de Sri Lanka, una fundación pública fundada por una ley del parlamento en 1985 para promover la emigración y proteger a los emigrantes, dos misiones a veces contradictorias. Coordina 22 centros de formación, incluyendo uno en Kegalla.
El tráfico en el centro era incesante. Las madres llevaban a sus hijas. Los maridos a sus esposas. Los hermanos a sus hermanas que habían sido abandonadas por sus maridos. Una mujer se acercó a inscribirse con un bebé de 18 meses todavía mamando de sus pechos, aunque estaba demasiado delgada y no tenía leche.
Muchas mujeres han sido reclutadas por una red de agentes privados, no siempre respetables, que recorren aldeas rurales y paradas de buses en las ciudades buscando posibles criadas. Los agentes ganan comisiones por cada mujer, tanto de la oficina de empleo en el extranjero como de sus socios en Oriente Medio.

Las Clases de Lalitha
El curso de Lalitha busca formar criadas competentes, pero también dóciles, que firman contratos de dos años con la promesa de una paga de 120 dólares al mes, incluso si no se les paga casi nunca. El gran capital de una criada, dicen las maestras, es la "tolerancia".
La razón de este mensaje, dicen analistas y funcionarios, es la competencia entre países pobres, especialmente Filipinas, que junto con Sri Lanka envían cientos de miles de mujeres al extranjero cada año. El gobierno teme que demasiadas exigencias sobre los derechos de las criadas simplemente llevará a los países del golfo a buscar criadas en otro lugar.
Cuando se trató la posibilidad de abuso o acoso sexual, la maestra no mencionó la posibilidad de que incluso las buenas criadas pueden ser maltratadas, ni reconoció que incluso una batidora hedionda no justifica una paliza.
La maestra, Kaluarachchi Chandra Malini, 38, ex criada con una postura erguida y maneras bruscas, enseña a las mujeres cómo manejar los grifos de agua caliente y fría, cómo manejar artefactos eléctricos, cómo enfrentarse a peligros domésticos -limpiadores que podrían envenenar a un niño o el Clorox que puede dejar ciega a una criada.
Más que eso, trató de preparar a las mujeres sobre los riesgos que implica dejar a las familias que las han contratado. Dada la alta incidencia de padres que violan a sus hijas cuando las esposas están fuera, se recomendó a las criadas no confiar sus hijas mayores a sus padres. Una mujer mayor era mejor, incluso un asilo para niñas.
Debido a que la tasa de divorcio de Sri Lanka ha subido debido a la emigración las mujeres podían utilizar las direcciones de vecinos confiables a los que pudieran escribir preguntado si el marido consume drogas, bebe o sale con otras mujeres. Se les recomendó a las cursistas no enviar dinero a sus maridos, por temor a que lo gasten en beber.
Estas dificultades ya eran conocidas para las mujeres. Una estudiante, Disna, había visto de niña ver a su padre beberse el dinero que enviaba su madre desde el extranjero.
Y la vecina de Deepa que había recién vuelto de Kuwait había descubierto que mientras ella había enviado fielmente el dinero a su marido, él le había sido infiel. Deepa, sin embargo, había evitado cuidadosamente enterarse la primera de estos hechos.

Silencio Sobre los Abusos
Parecía que había un pacto nacional en camino: con raras excepciones, las mujeres que vuelven no cuentan sus peores experiencias, y las mujeres que parten no preguntan. El acoso sexual y especialmente los abusos eran considerados demasiado embarazosos como para hablarlo con los maridos, parientes o vecinos.
Pero mientras la clase evitaba mencionar lo peor, a menudo ocurría literalmente en el cuarto de al lado. Un día una niña de delicada belleza, Niroshami, 21, entró a la oficina con la cara llena de zarcillos negros, y rayos equis en las manos.
El joven vástago de una familia kuwaití donde trabajaba había tratado repetidas veces de molestarla, y finalmente la arrojó al suelo, rompiéndose la muñeca. Tuvo que pagar la enyesadura, trabajar así durante dos meses y luego pagar de su bolsillo su viaje a casa. Volvió a Sri Lanka con una muñeca que debía operarse y con menos dinero que cuando se marchó.
Pero los casos más espantosos no son mencionados. A su llegada al aeropuerto son rápidamente trasladadas a Sahana Piyasa, literalmente Lugar de Descanso, un refugio manejado por la oficina de empleo en el extranjero.
El refugio recibe dos a tres casos de abuso severo cada semana, de acuerdo a los funcionarios que lo llevan, y a menudo más. Algunas mujeres llegan golpeadas tan feamente que deben ser sacadas en camillas de los aviones, o completamente vendadas. La mayoría de los casos no llega nunca a la prensa, y ellas permanecen en el refugio hasta que sanan, para no espantar a las familias.
Karunasena Hettiarachchi, que hasta hace poco era presidente de la oficina de empleo en el extranjero dijo que el gobierno hacía lo que podía para proteger a esas mujeres, pero que la naturaleza misma del trabajo lo hacía difícil. En una casa, a diferencia de una fábrica, "no hay reglas", dijo. Las embajadas de Sri Lanka no tenían autoridad para investigar qué ocurría detrás de murallas privadas.
Los agentes también hacen la vista gorda, en parte debido que nadie quería cubrir los costes de una criada que no terminó de acuerdo al contrato.
Thangarasa Jeyanthi, 20 y demacrada, llegó una mañana al refugio desde el Líbano. Tenía la cara púrpura y hinchado como una breva, los ojos amoratados y cerrados, marcas de quemaduras en su cuerpo y sangre seca en las orejas.
El marido y la esposa donde trabajaba la habían golpeado diariamente, dijo, con la voz alta y angustiada de una niña que no puede entender qué ha hecho de mal. La cortaron con un cuchillo, la pateaban y pegaban, la ataban las manos con cuerdas y negaban el alimento.
La madre de su empleadora la había rescatado, llevándola a la policía. Lograron cobrar cinco meses de su salario, y la llevaron al aeropuerto donde extraños conmovidos por su estado reunieron 232 dólares para ella.
"Nunca pensé que volvería a Sri Lanka", dijo. "Siempre pensé que sólo volvería mi cuerpo muerto".
Las mujeres maltratadas luchan para reconciliar el mensaje de su formación -que la buena conducta conlleva una buena experiencia- con la realidad de sus empleos.
"Siempre hice bien las labores domésticas", dijo Sudarma Manilariatne, 27, que llegó a Sahana Piyasa en enero con las piernas hinchadas y vendadas, un tajo en la frente y una mano fracturada. "No entiendo por qué me hicieron esto".
Fue golpeada por su patrona, y el hijo de esta de 16 años la había ayudado a escapar de la casa después de no recibir nada de su salario. Llevaba un pañuelo en la cabeza, que el personal del refugio le pidió que se sacara. La joven se negó y empezó a llorar. Para las mujeres de Sri Lanka la pérdida del cabello largo es una fuente de orgullo; su ausencia, una fuente de vergüenza. La patrona de Manilariatne -su mama- le había cortado el pelo como a un niño, el pelo que la madre de la criada había ayudado a cuidar desde niña.

Con Miedo y Siempre con Deudas
El cursillo de formación estaba terminando. Malini, la maestra, estaba preocupada sobre Lalitha. Tenía problemas para dejar a sus hijos durante 12 días, dijo Malini. ¿Cómo se podía marchar al extranjero? Lalitha, visiblemente inquieta por su niño enfermo, ella misma físicamente mal en algunos días, insistió en que se estaba preparando mentalmente poco a poco.
En la clase las niñas analizaron detenidamente las fotografías de cabinas de aviones mientras Malini entregaba informaciones de último minuto. Al reunirte con tus empleadores no lleves negro, porque podrías parecer muy oscura. No te asustes de ver solamente los ojos de la mujer saudí que les recibirá en el aeropuerto. Llevad mangas largas y una alianza matrimonial, incluso si no sois casadas.
El hijo de 9 de Deepa despierta llorando en las mañanas, sabiendo que ella se marchará. "Tenemos que construir una casa bonita", le dijo, aunque las deudas de la familia significaban que la casa estaba todavía a varios años de distancia.
Con la matrícula que debe pagar a la oficina de empleo en el extranjero y las nuevas ropas que debe comprar, ella y otras mujeres tomaban dinero prestado de quienes podían. Deepa había declarado como garantía las únicas posesiones valiosas de la familia. Sus hijos tendrían que sobrevivir sin la madre ni la televisión, dijo ella con tristeza.
Deepa no había aprobado el estricto examen médico que exige Arabia Saudí a las criadas, y viajaría a los Emiratos Árabes Unidos. Su falibilidad era una válvula del corazón. Se había operado una vez, y necesitaba operarse de nuevo, pero tenía incluso miedo de llevar sus medicinas, no fuera que sus empleadores descubrieran que no se encontraba bien.
Tanto para ahorrar como para escapar de casa se jugaría la vida. "Era más feliz en clases", dijo.
La palabra dukkha, sufrimiento, impregna las conversaciones de las mujeres y arroja sombras sobre sus vidas. Cuando Lalitha se sometió al examen médico que deben aprobar todas las criadas que parten, se explicó su enfermedad en la clase: estaba embarazada.
Tenía que elegir entre el hijo que quería y las deudas que no podía pagar. No creía en el aborto, dijo, pero en su vida no había lugar para cometer errores. Pagó 27 dólares para terminar con el embarazo, agregando a la familia una deuda más y su propia tristeza.
Ahora la agente de Lalitha parecía estar timándola. Le había prometido un billete, pero no se lo entregaron; luego le dieron un visado que resultó ser falso.
Por doloroso que fuera dejar a sus hijos, la vergüenza era la que la llevaba hacia Arabia Saudí. Ella y su marido tenían préstamos de 398 dólares que recibieron de sus vecinos. La primera fecha de pago había pasado, y los prestamistas querían que se marchara e hiciera dinero.
Ella también quería ganar dinero, entre otras cosas para pagar las clases privadas de su hijo de 8 años. "Es inteligente", dijo. "Quiero que surja en la vida".
A su hijo de 4 Lalitha ya le había enseñado el alfabeto, dijo con orgullo. Su marido, que sólo estudió hasta octavo, observó que su esposa tenía más educación que él.
Sólo el niño de 8 parecía darse cuenta de las implicaciones de la partida de su madre. "¿Quién me enseñará cuando te marches?", preguntó.

9 de mayo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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