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vida dura en corea


[Barbara Demick] Una nueva economía debuta con auge en Chongjin, y la gente vende lo que puede. Algunos han prosperado, pero muchos apenas evitan morir de hambre.
Tumen, China. Su día empieza a las 4:30 de la mañana. El profesor de matemáticas jubilado, de 64 años, no tiene reloj, ni siquiera uno de pulsera, pero la alarma interna que lo ha mantenido vivo mientras tantos de sus compatriotas norcoreanos han muerto de hambre, le dice que es mejor salir a recoger hierba si quiere que su familia sobreviva.
Pronto, las calles de su ciudad, Chongjin, estarán llenas de otros haciendo lo mismo. Para comer algunos cuecen la hierba. El maestro alimenta con él a los conejos que su familia vende en el mercado.
A las 10 de la mañana merendará unas modestas gachas de maíz. Desayunar tarde es lo mejor, ya que permite que él y su esposa se salten el almuerzo. Luego sale con un carrito de mano a recoger leña. Tiene que caminar dos horas alejándose de Chongjin, la mayor parte de la ruta cuesta arriba, para encontrar un terreno que no haya sido despojado de toda su vegetación.
"No tenemos tiempo para descansar. Si te quedas parado, no sobrevives", dijo el maestro, un hombre delgado y de voz suave con pelo picado de canas que podría ser llamado elegante si no fuera por sus pantalones raídos y sus uñas, tan rugosas como la concha de una ostra debido a la malnutrición crónica.
Más tarde, si es una de esas raras tardes en las que hay electricidad, podría mimarse y leer a Tolstoy. Más a menudo que no, se derrumba y duerme unas pocas horas antes de que la rutina del día se repita con otro día.
Tal es la lucha por la supervivencia en Corea del Norte, un país miserable que es el más cerrado del mundo. Aunque el intento de producir armas nucleares de Corea del Norte ha captado la atención del mundo, los extranjeros saben relativamente poco sobre su gente o de las miserias que han soportado desde la hambruna de mediados de los años noventa que terminó con la vida de 2 millones de personas. En los raros casos en los que se ha admitido a extranjeros en el totalitario país, es solamente para excursiones por la capital Pyongyang, estrictamente controladas, y otros pocos sitios seleccionados.
Para penetrar en su secreto, Los Angeles Times habló en China y Corea del Sur con más de 30 personas de Chongjin, la tercera ciudad de Corea del Norte. Sus historias, junto con horas de videos filmados subrepticiamente, ofrecen un retrato de la ciudad y de la vida diaria de un país que lucha contra la privación y el cambio.
La mayoría de las fábricas de Chongjin, un antiguo puerto industrial, se oxidan hasta convertirse en ruinas. Las que todavía funcionan apenas pueden pagar salarios; el salario promedio de un obrero equivale a 1 dólar por mes a las tasas de cambio actuales.
Incluso con la ayuda internacional mucha gente se va a dormir sin saber si van a comer al día siguiente. Los residentes, junto con funcionarios del Programa Mundial de Alimentación de Naciones Unidas, dicen que la escasez han aumentado el año pasado.
"Quizás la gente no está muriendo en las calles como antes", dijo un minero del carbón que vive en Chongjin, "pero todavía hay gente que está muriendo -sólo que discretamente, en sus casas".
Las prolongadas penurias ha dejado a los norcoreanos cada vez más desilusionados con el presidente Kim Jong Il y la ideología de autosuficiencia nacional que alguna vez mantuvo unido al país. La gente dice que el régimen tiene cada vez menos control.
Con una galopante corrupción, el estado ya no es el único que hace negocios. La gente hace de todo para vender algo -videos prohibidos con telenovelas de Corea del Sur, documentos oficiales de propiedad inmobiliaria y de viaje. En esta atmósfera de sálvese-quién-pueda, alguna gente ha prosperado. Muchos más están a un paso de morir de hambre.
Como el maestro de matemática jubilado, mucha gente entrevistada son residentes de Chongjin que han entrado ilegalmente en China a trabajar temporalmente o a mendigar. Otros son desertores que viven en Corea del Sur.
Hay prejuicios. Los residentes de hoy minimizan sus dificultades por una persistente lealtad a su país. Algunos se niegan a ser citados por sus nombres, por temor a que ellos o sus familias puedan ser castigados en Corea del Norte -el contacto no autorizada con extranjeros es en Corea del Norte un delito grave. Los desertores se muestran a menudo amargados, recordando sólo los aspectos más sombríos de sus vidas en Corea del Norte, y pueden exagerar las penurias para despertar simpatía.
Sin embargo, sus historias son en gran medida confirmadas por los pocos extranjeros que han visitado la región. Y sus recuerdos su yuxtaponen.

El profesor de matemáticas retirado, un hombre culto que estaría más en su lugar en un campus universitario, recibe una pensión mensual de 700 won, unos 30 centavos a la tasa no oficial de cambio. Ni siquiera alcanza para comprar un kilo de arroz.
Aunque su esposa, hijo y nuera trabajan tan duramente como él, la familia del maestro sobrevive gracias a varios "substitutos" alimentarios, principalmente maíz molido -no harina de maíz, sino toda la planta molida, incluyendo las vainas, mazorcas, tallos y hojas
"Lo freímos como si fuera panqueque, los hacemos panqueque. Los metemos en agua, como los tallarines", dijo el maestro, que lloró sin tapujos mientras describía su vida en Chongjin. "Tratamos de cocinar la planta de todas las maneras, pero siempre te causa indigestión".
A primera vista, dicen los visitantes, Chongjin casi parece un lugar agradable donde vivir. La costa de esta remota parte en el nordeste del país es tan escabrosa como la del Maine, y el océano forma una intensa aguamarina.
Aunque Chongjin está a sólo 442 kilómetros de la capital, el viaje en coche puede tomar tres días, y en unas 27 horas. La mayoría de los visitantes llegan desde el sur por un peligroso camino de tierra que se retuerce entre las montañas que rodean esta ciudad de 600.000 habitantes.
En las afueras de Chongjin, el camino se ensancha y transforma en un boulevard con árboles, muestra un video filmado por un visitante en 2001. Pero los recién llegados pronto sienten algo extraño: En una ciudad casi tan populosa como Boston, casi no hay coches personales, sólo vehículos militares y oficiales. La carretera es tan vacía que los niños pasean despreocupadamente por su centro.
Todavía cuelgan los cables para los tranvías, que pasan de vez en cuando y tan llenos que la gente cuelga por detrás. Hasta las bicicletas son un lujo, de modo que la mayoría de la gente camina, a menudo con inverosímiles atados a la espalda.
Como no hay taxis, alguna gente hace carritos de mano y se ofrecen como cargadores. Esperan junto a las calles a los clientes. Muchos de ellos no tienen casas, por lo que duermen en sus carros.
Hay otras cosas raras. Los pisos superiores de un edificio de apartamentos de 18 pisos junto al boulevard principal están vacíos porque no hay ascensores. Hay un zoológico, pero no tiene animales. Apenas hay basura, porque hay tan poco que desechar.
Las mujeres han instalado cocinerías improvisadas en sitios vacantes, y sirven sopa hecha en cocinillas a carbón, usando sopladores con manivela para encender el fuego. Los clientes comen acuclillados sobre mesas hechas de planchas de manera colocadas sobre cubos.
Hoy, Chongjin no es lo peor de Corea del Norte, porque su proximidad a la frontera china, 80 kilómetros más allá, ofrece acceso a productos de consumo. Se cree que sus mercados son los más grandes del país, aparte de Pyongyang. Pero como ciudad industrial en una área con poca tierra arable, era particularmente vulnerable a la hambruna.
El desastre ocurrió a principios de los años noventa. Las anticuadas e ineficientes fábricas de Chongjin se habían arrastrado con repuestos y petróleo barato de la Unión Soviética. Cuando se derrumbó el bloque comunista, repentinamente dejó de haber combustible para las centrales eléctricas. Las fábricas dejaron de funcionar.
Las granjas no podían producir porque dependían de fertilizantes químicos y sistemas de irrigación eléctricos. Las fuertes lluvias e inundaciones del verano de 1995 exacerbaron una hambruna que ya estaba en camino.
Chongjin era un puerto ajetreado, con buques japoneses y soviéticos cargando productos de las fábricas. Ahora está lleno de endebles botes para la pesca de calamares; la mayoría de los barcos más grandes en el puerto están trayendo ayuda humanitaria. Los marinos extranjeros no están autorizados a desembarcar.
Aparte de un pequeño y pobre mercado de mariscos en el lado este del muelle, el aspecto de la costa es desolador. El gobierno ha instalado altas vallas para impedir que la gente salga o pesque, lo que es ilegal para los individuos.
Colgando sobre el puerto como el letrero de Hollywood, unas letras gigantes que se desmoronan en la ladera proclaman "Larga Vida a Kim Il Sung", refiriéndose al fundador de Corea del Norte, que murió en 1994. Otros letreros en la ciudad anuncian a su hijo y sucesor, Kim Jong Il, como el "Hijo del Siglo 21".
Sin embargo, la ciudad no parece haber salido nunca de los años sesenta. La mayoría de los edificios son de apartamentos de hormigón armado blanqueados o hileras de casas construidas después de que el área fuera fuertemente bombardeada por Estados Unidos durante la Guerra de Corea, y dan a Chongjin una monocroma desolación. Incluso la pintura roja de las vallas de propaganda -"Somos felices" y "No tenemos nada que envidiar a nadie", dicen dos letreros- se decoloran bajo el sol.
"Tuve la impresión de que era una ciudad fantasma. Es realmente una ciudad sin color, gris. No había vida", dijo Violaine de Marsangy, una socorrista francesa que pasó seis semanas en Chongjin en 1999.
La enorme planta eléctrica en la costa opera a un 25 por ciento de su capacidad, de modo que cuando cae la tarde, secciones de la ciudad desaparecen en la oscuridad. Kathi Zellweger, de la organización católica Caritas, recuerda cómo llegó a la ciudad: "En la noche es oscuro como boca de lobo, tan oscuro que ni siquiera puedes ver que hay una ciudad".
La parte oeste del puerto en una zona industrial, terreno de la Compañía de Acero de Chongjin, la Compañía Química Textil, la Fábrica de Maquinarias para la Minería del Carbón 10 de Mayo y la Hierros y Acero Kimchaek. En el pasado fueron el orgullo del sector industrial de Corea del Norte. Ya no lo son.
"Chongjin era como un bosque de chatarra, con enormes plantas que parecían extenderse durante kilómetros y kilómetros que se han transformado en cubos oxidados", dijo Tun Myat, que fue el primer funcionario de alto nivel de Naciones Unidas en ser admitido para una visita de la ciudad en 1997. "He estado en todo el mundo, y nunca vi nada parecido a esto".

En un barrio obrero en el sur de Chongjin, el minero del carbón de 39 años vive en una apagada casa en un terreno ocupado. Las casas en Ranam se organizan en bloques, normalmente con cinco unidades a la cada lado de callejón y un retrete al fondo compartido por las 10 familias.
Su único mueble es una mesa de madera con patas plegables. Tiene una cazuela. Un cuchillo. Un par de cuenco. Una tabla para cortar que hizo él mismo. Una enorme tetera para guarda el agua que acarrea desde el pozo.
Tiene cuatro pares de palillos y cuatro cucharas -exactamente suficiente para él, su esposa, su hija de 12 y su niño de 3. Los utensilios que le sobraran los vendió hace años para comprar comida.
Cuando hay electricidad, atornilla una bombilla transparente a un enchufe en la pared. Sus niños no tienen juguetes ni libros. Cada miembro de la familia posee dos mudas de ropa -una para el verano y otra para el invierno- que guardan en una percha casera colgada de un clavo en la pared.
En la pared al otro lado cuelgan los obligados retratos de Kim Jong Il y su difunto padre Kim Il Sung, que ocupó el poder en la parte norte de la península coreana tras la Segunda Guerra Mundial.
El gobierno no permite que la gente coloque fotos de familia u otros adornos en la misma pared. Los cuadros del partido acostumbraban a pasar casi a diario a cerciorarse de que los vecinos desempolvaran los retrato, pero hace años que ya no lo hacen.
"Ahora no se preocupan tanto de la ideología", dijo. "Ahora lo único de que se preocupa todo el mundo es de encontrar suficiente comida para pasar el día".
El minero es un hombre agradable con una amplia y acogedora sonrisa, guapo a pesar de que le falta un diente de abajo. Parece alegre por disposición, pero frunce el ceño cuando habla sobre la hambruna.
El minero calculó que cuatro o cinco de su bloque de 30 vecinos, y la mitad de sus 3.500 compañeros en la mina de carbón de Poam, habían muerto de hambre y enfermedades relacionadas desde mediados de los años noventa.
Durante años uno de los orgullosdel gobierno norcoreano era su sistema de distribución público, que entregaba alimentos y otros artículos a los ciudadanos por casi nada. El régimen consideraba que la minería tenía significación estratégica y daba raciones adicionales a los mineros.
Pero a principio de los años noventa, las luces de la mina se apagaron, así como las bombas que mantenían secos a los socavones. Las vigas de pudrieron y las maquinarias se oxidaron. Cuando las minas dejaron de producir, se terminaron las raciones.
Los primeros en empezar a morir fueron los niños, luego los viejos. Luego, los hombres, que parece que necesitan más calorías para sobrevivir que las mujeres.Los vecinos de Chongjin empezaron a reconocer las fases de la inanición.
Primero, las víctimas se vuelven apáticas y demasiado débiles como para trabajar. Su vista se hace borrosa. Luego se quedan en los huesos, y después, sobrecogedoramente, sus torsos se hinchan.
Hacia el final, simplemente se quedan quietos, a veces con alucinaciones sobre comidas.
Mientras algunas personas parecen evaporarse, otras mueren con dolor, con sus intestinos bloqueados cuando no pueden digerir los alimentos substitutos como el maíz en polvo y las hojas de roble. Especialmente letal para los sistemas digestivos de los niños son las tartas de arroz artificial -hechas con la pasta que se obtiene de la parte interior de la corteza de los pinos.
Entre las víctimas del minero estaba su padre, de 60, un hombre de otro modo fuerte y robusto que, desde que tiene uso de memoria, nunca vio enfermar. Su mejor amigo, un compañero de la mina y amiguete de infancia, se arrastró hacia las montañas a buscar comida y nunca retornó.
El minero también describe vívidamente un día en que su hija volvió corriendo a casa después de que su mejor amiguito, un vecino de 5 años, había muerto de una obstrucción.
"Murió a espaldas de su padre, cuando este lo llevaba a casa tras retirarlo del hospital. Mi hija vio su cuerpo y volvió a casa llorando. Dijo que Myong Chol se había quedado quieto y no se movía", dijo el minero. "Después de eso, murieron cinco o seis de sus amiguitos. A ella le decíamos que se habían mudado a otros vecindarios".
Como todos en el bloque, el minero y su familia duermen en el suelo de concreto recubierto de vinilo y se cubren con mantas. En un tradicional estilo que desapareció hace décadas de Corea del Sur, cocinan en grandes cazuelas sobre una fogata cuyo aire caliente es dirigido debajo del suelo para calentar.
Pero el minero rara vez tiene leña, así que su esposa a menudo cocina donde los vecinos en una cocinilla portátil a carbón.
Los vecinos tratan de ayudarse. Durante el duro invierno de Chongjin, cuando las temperaturas pueden descender a menos de 10 grados bajo cero, las familias reúnen su leña para calentar un apartamento donde dormirán todos. Pero la gente rara vez tiene comida para compartir.
"Tenemos un dicho de que un corazón contento se logra con un estómago lleno", dijo. "Si no puedes ayudar a tu propio hijo que tiene hambre, tampoco podrás ayudar a tus vecinos".
Oficialmente todavía trabaja para la mina. Pero desde mayo de 2003 que no recibe su salario, así que rara vez se aparece por el trabajo. Aprendió él mismo a reconocer las plantas medicinales y ahora las recoge en las montañas para venderlas.
Para hacer más dinero, se subió a un tren de carga hacia la frontera china y a fines de agosto cruzó ilegalmente el río Tumen para trabajar en las plantaciones. En los días que encontró trabajo, ganó 1.80 dólares, lo que para él era una fortuna. Pensaba volver a su familia en Chongjin para el invierno.
Hace tres años, el minero y su esposa decidieron tener otro hijo.
"Los norcoreanos no tienen hijos porque no pueden alimentarlos", dijo el minero. "Pero mi hija se quejaba de que se sentía sola y realmente queríamos tener otro hijo".
El bebé, un niño, nació en casa, y una vecina ayudó en el parto. Nació a los nueve meses, pero pesaba 1 kilo y medio al nacer y tenía dificultades para nutrirse de su madre subalimentada. El niño, incapaz de digerir maíz en polvo, sigue siendo insuficiente.
El minero dijo que la situación de la alimentación en Chongjin había empeorado el año pasado debido a la inflación.
"Hay alimentos en el mercado, pero la gente no puede comprarlo", dijo a fines del año pasado en China. La gente se está "debilitando físicamente, económicamente".
"En Corea del Norte", agregó, pragmático: "No recuerdo un solo día normal o feliz en mi vida".
Las escuelas de Corea del Norte son gratuitas, pero los niños en Chongjin tienen que comprar sus propios libros y uniformes y llevar leña para la calefacción. El Programa Mundial de Alimentación debía abastecer de bizcochos y otros alimentos, a 632 guarderías y escuelas primarias en todo Chongjin y alrededores, pero esa ayuda es a menudo suspendida debido a contribuciones insuficientes.
Cuando el alimento se acaba, muchos niños dejan de ir a clases. En el pasado el país se jactaba de una tasa de alfabetismo casi universal, pero ahora es común ver a niños trabajando en los campos o en los mercados durante el día. Los niños a menudo dejan la escuela en el otoño para recoger bellotas.

Seo Kyong Hui, 21, vio desaparecer a sus alumnos. Era una arrojada e idealista licenciada del Instituto Pedagógico Kim Jong Suk -en honor a la madre de Kim Jong Il-, de Chongjin, cuando en 1994 fue enviada a enseñar en un pueblo minero en los bordes sureños de la ciudad. Su escuela tenía 50 alumnos entonces, pero cuando dejó el país en 1998, el número de alumnos había caído a 15.
El Kindergarten de la Mina de Saenggiryong ocupaba un húmedo edificio de concreto. Seo tenía pocos materiales, excepto una acordeón, que los maestros del kindergarten debía saber tocar para enseñar a sus alumnos las canciones en homenaje de la familia Kim.
Sus niños se sentaban a desgastados pupitres de madera, a menudo con pesados abrigos y sombreros para mantenerse abrigados.
Hasta 1955 un cocinero de tiempo completo preparaba almuerzos con sopa y arroz. Cuando la crisis empeoró, la escuela cerró su cantina y pidió a los niños que trajeran sus propias colaciones. Muchos llegaban con las manos vacías.
"Sacábamos una cucharada de cada niño que sí llegaba con almuerzo y se la dábamos a los niños que llegaban sin nada", dijo Seo. "Pero a los padres no les gustó, porque no tenían suficiente para ellos mismos".
Seo podía decir qué pupilo tenía problemas. Su pelo se secaba y se volvía amarillento, y sus ojos se hundirían en sus cuencas. En los recreos, mientras los niños mejor alimentados corrían y chillaban, los niños hambrientos se tendían en una estera. A veces un niño se caería de su silla durante las clases, con la mejilla aplastada contra el escritorio.
"Una niña que recuerdo era guapa como una muñeca, de ojos negros y largas pestañas", dijo Seo. "Pero se veían sus costillas y su estómago estaba hinchado como los niños de Somalia. Se dormía en clases. Recuerdo que una vez levanté su cabeza del escritorio y la miré a la cara. Estaba amarilla, como si tuviera ictericia, y tenía los ojos semi-cerrados".
La niña dejó de ir a clases. Seo asume que habrá muerto poco después, de hambre. Otros dejaron de estudiar, y eso se transformó en la norma.
"La primera vez que vi un cadáver, temblé de terror. Pero con el tiempo te acostumbras. Te vuelves... insensible", dijo Seo.
"Fue realmente raro. Si sólo uno o dos estudiante hubieran muerto, me habría sentido consternada. Habría sido una terrible tragedia y habría ido a casa a presentar mis condolencias. Pero cuando son tantos, te entumeces".
Los estudiantes que se quedaron recibieron una educación cargada de propaganda; los materiales de estudio describían a los soldados norteamericanos que pelearon en la Guerra de Corea como lobos que habían masacrado a la población en general.
El estudio de juche, la ideología nacional de auto-suficiencia propugnada por Kim Il Sung, era más importante que las matemáticas o incluso el coreano.
"Ocho niños y nueve niñas cantan el himno nacional en honor de Kim Il Sung. ¿Cuántos niños hay cantando?" es una pregunta del curso de Matemáticas de las escuelas primarias publicado en 2001 -o Juche 91 según el calendario norcoreano, que empieza con el año del nacimiento de Kim Il Sung.
"Hay tanto énfasis en la ideología que otras áreas de la educación sufren las consecuencias", dijo Seo. Tras escapar de Corea del Norte con su madre y dos hermanas en 1998, vive en un suburbio de Seúl y estudia pediatría.
"En esa época no lo sabía. Simplemente pensaba: ‘Esta es la educación'".

El médico Kim Ji Eun trabajó casi una década en el Hospital Provincial Nº2 de Chongjing. Es el hospital de estudios de la principal escuela médica de la ciudad y está ubicado en Pohang, el barrio de la elite del partido.
En los años sesenta, gran parte de sus equipos y parte del personal provenía de Europa del Este. Vecinos más viejos de Chongjin todavía se refieren orgullosamente a él como el hospital checo. Pero Kim, 40, se encoge de vergüenza cuando recuerda sus privaciones.
Sus pacientes debían llevar su propio alimento y mantas. A menudo no había vendas, de modo que tenían que cortar su propia ropa de cama. Para guardar el fluido intravenoso, los pacientes normalmente traían botellas vacías de la cerveza más popular de Chongjin, Nakwon (Paraíso).
"So traían una botella, recibían una sonda IV. Si traían dos, recibían dos", dijo Kim.
No siempre fue así. Hasta los noventa, Corea del Norte proporcionaba cuidados médicos gratuitos a sus ciudadanos y sus plantas farmacéuticas producían medicinas. Pero cuando se derrumbó la economía y las fábricas cerraron, los medicamentos se hicieron escasos. Los doctores prescribían medicinas, pero las recetas sólo podían obtenerse si el paciente tenía el dinero y la suerte de encontrar las píldoras en un mercado privado.
Los remedios tradicionales empezaron a jugar un papel más importante. Dos veces al año, en primavera y en otoño, los médicos del hospital de Kim debían viajar a las montañas por períodos de hasta cinco semanas para recoger plantas medicinales. Recogían raíces de peonía para tratar los desórdenes nerviosos, y mandioca silvestre, diente de león y rizoma para los desórdenes digestivos.
Cada doctor tenía una cuota, y las hierbas eran pesadas y examinadas por su limpieza por el farmacólogo jefe del hospital.
Pero las hierbas no podían remplazar a los anestésicos más poderosos. Para cirugías simples como apendectomía, los cirujanos usaban la acupuntura.
"Cuando funciona, funciona muy bien", dijo Kim. Pero cuando no, dijo, "los norcoreanos son duros y están acostumbrados a soportar el dolor. No son como los surcoreanos que gritan y chillan con cualquier cosa".
Kim quería ser maestra o periodista. Pero los norcoreanos no pueden elegir sus propias profesiones, y debido a sus buenas notas en ciencia, la enviaron a la escuela de medicina. Se licenció en 1988.
En los primeros años de su carrera, recordó Kim, vio a un paciente de 27 años que había salido recientemente de la cárcel, después de cumplir una sentencia por "delitos económicos". Eso quería decir que había intentado hacer negocios privados y estaba feamente amoratado tras una golpiza.
El director del hospital prohibió a Kim que le diera medicinas. "Es un convicto", le dijo el director. "Mejor ahorramos sus medicinas para otros". Kim protestó.
Las discusiones con su patrón impulsaron a Kim a mudarse a la pediatría. Pero el ambiente era todavía más frustrante.
"Veía a un montón de niños de 2 a 4 años morir de malnutrición. A menudo no se debía a la inanición misma. Un resfrío menor podía matarlos", dijo Kim. "Te miraban con esos ojos grandes. Incluso los niños sabían que estaban muriendo".
Volvió a cambiar de carrera, esta vez por la investigación. Pero esta vez fue Kim la que empezó a pasar hambre. Su salario había sido discontinuado. Recuerda claramente el primer día que pasó sin comer.
Era el 9 de septiembre de 1993. Ella y su familia caminaron hacia el campo a la búsqueda de algo para comer. Encontraron una pera podrida en el suelo, la cocieron y la repartieron entre cinco: sus padres, el marido de su hermana y dos niños. Kim y su hermana no recibieron nada.
El hambre insensibiliza a la gente. El marido de su mejor amiga y su hijo de 2 murieron de inanición a los pocos días uno del otro. Kim pasó por casa a ofrecer sus condolencias.
"Ah, ahora estoy mejor. Hay menos bocas que alimentar", le dijo su amiga.
Kim empezó a aceptar alimento de la gente a cambio de notas de doctora para que pudieran faltar al trabajo y dedicarse a buscar comida. (En Corea del Norte, los que faltan al trabajo pueden recibir penas de prisión). Pero finalmente los pacientes tampoco podían pagar con alimentos a los doctores y estaban tan desesperados que ya no les importaban los justificativos. Kim y otros médicos dejaron de ir a trabajar. Huyó de Corea del Norte en 1999 y vive ahora en Seúl.
Desde entonces los hospitales norcoreanos no han experimentado ninguna mejora, a pesar de la ayuda internacional. La gente muere de enfermedades tratables, de tuberculosis e incluso de diarrea.
"Los hospitales no han mejorado. Los equipos necesitan ser reparados", dijo un socorrista que había visitado hospitales en Chongjin y en otros lugares de la región y habló a condición de preservar su anonimato, por temor a poner en peligro su trabajo.
"En la mayoría de los hospitales", dijo, "hay una farmacia con algunas existencias que podrían ser las medicinas que vosotros en Occidente guardáis en el botiquín de casa".
Algunos doctores se mantienen con otros empleos. En Chongjin los abortos, aunque son ilegales, se pueden conseguir por un cubo de carbón o unos kilos de arroz.
Hacia el verano pasado la única fábrica importante de la ciudad de cuyas chimeneas salía regularmente humo era la Compañía de Acero de Chongjin, que domina el horizonte de la ciudad. Kimchaek Iron & Steel, que fue alguna vez la fábrica más grande de Corea del Norte, con una fuerza laboral de 20.000 trabajadores funciona sólo esporádicamente, así como algunas otras plantas pequeñas.
Pero que las fábricas de Chongjin estén en gran parte ociosas no quiere decir que los trabajadores pueden quedarse en casa.
En lo que parece un ejercicio en futilidad, Kim Sun Bok se pone todas las mañanas su uniforme y camina los 50 minutos que la separan de la Fábrica de Construcciones Metálicas Nº2.
Tiene que estar allá a las 7:30, vestida con los pantalones azul índigo, gorra y zapatos de lona. Pero la mayor del parte del tiempo no hace su trabajo, que consistía en hacer repuestos para máquinas.
En lugar de eso, ella y sus compañeras de trabajo son enviadas a cultivar arrozales o a un campo de repollos. A veces trabajan en la construcción. Kim, una mujer que parece pájaro que apenas pesa 45 kilos, debió acarrear piedras y sacos de gravilla para un camino que estaba siendo construido enteramente a mano.
"Incluso si no hay nada que hacer, inventan cosas para hacernos trabajar. Y tienes que venir a trabajar", dijo Kim, 32, que huyó de Corea del Norte en 2003. "La gente visita constantemente nuestros hogares para asegurarse de que vayamos".
Antes de que los obreros pudieran marcharse a casa, había una charla de una hora en el auditorio de la fábrica que terminaba hacia las 6 de la tarde. Un tema común era la importancia de la colectividad por sobre el individuo.
Al menos una vez a la semana había otra sesión de una hora en la que los trabajadores tenían que criticarse a sí mismos y prometer esforzarse mejor. El truco, dijo Kim, era criticar errores relativamente insignificantes. "Tendría que haber trabajado más para cumplir con mi cuota", era una confesión habitual.
Los obreros descansan un día a la semana, pero a menudo deben ir a la planta ese día a asear.
Los 3.000 empleados apenas recibían un salario, pero había un poderoso incentivo para aparecerse por la fábrica: A veces repartían alimentos. Rara vez arroz, y a menudo pienso de animales, pero era mejor que nada.
Kim fue asignada a trabajar desde los 18, y gran parte de su vida social gira en torno a la planta. En los festivos más importantes, como el cumpleaños de Kim Il Sung, el 15 de abril, podía haber una salida hacia las montañas o a un parque juvenil en el malecón. Los obreros llevaban soju, un licor coreano de trigo, y una acordeón o guitarra para cantar.
Mientras otras fábricas cerraban, el patrón de Kim trató de mantenerla funcionando y de encontrar comida para sus trabajadores. Hacía sus propios contratos con dueños de barcos para fabricar repuestos a cambio de algo para comer.
"Nuestro gerente pensaba rápido. Sabía cómo gestionar la fábrica, de modo que no era un desastre como en otras", dijo Kim. "La gente en otras fábricas no recibían nada de comer".
Otros gerentes de fábricas también empezaron a meter manos en el asunto, a veces con terribles consecuencias. Algunas de las fábricas estaban en tan mala situación que sus gerentes empezaron a desmantelar la maquinaria y a venderla como chatarra o a trocarla por alimentos en China.
A veces, las autoridades hacían la vista gorda; otras, reprimían. Los vecinos de Chongjin recuerdan que desde 1995 a 1997, el personal de la fábrica acusado de desmantelar sus fábricas, fue ejecutado.
Kim recuerda que el encargado de Kimchaek Iron & Steel fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento en las riberas del río Suseong, que atraviesa el centro de la ciudad. Uno de ellos era el yerno de su vecina.
Los jefes del partido llamaron a los vecinos a presenciar la ejecución.
"Todo el mundo pensaba que era una tragedia", dijo Kim. "Todos sabían que él no era un criminal ni un delincuente, sino alguien que hizo lo que hizo porque su familia se estaba muriendo de hambre".
Los vecinos de Chongjin estaban aprendiendo una lección que contradecía la ideología que se les había inculcado desde niños: La colectividad no los salvaría. Los individuos tenían que tomar iniciativas para sobrevivir.
"No pensábamos entonces que fuera un cambio. Pero estábamos aprendiendo a sobrevivir. Tenía que crear algo a partir de cero", dijo Kim. "Los individuos tenían que cambiar".

Jinna Park contribuyó a este reportaje.

5 de julio de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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