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silencioso desastre de la pobreza


[John Micklethwait y Adrian Wooldridge] ¿Será 2005 el año en que la humanidad gane finalmente la guerra contra la miseria?
Este puede parecer un raro momento para plantear una pregunta semejante. El maremoto asiático ha destrozado vidas y demostrado el desmedido orgullo de la civilización humana. Mientras más sueña la humanidad con domar a sus antiguos demonios, más vuelven esos antiguos demonios a demostrar su poderío.
Sin embargo, incluso la nube más oscura puede tener un revestimiento de plata o, en este caso, de algodón. El maremoto que ha arruinado la vida de 5 millones de personas, podría eventualmente mejorar el destino de cien veces más personas. Pero sólo si Occidente está preparado para tomar decisiones difíciles -tales como permitir que los norteamericanos compren camisas, calzoncillos y sujetadores.
La conexión entre el maremoto, la pobreza mundial y las blusas más baratas en su centro comercial local puede no ser obvia. Pero empiece con un principio simple: La enorme demostración de simpatía por las víctimas del maremoto y los 4 billones de dólares prometidos hasta el momento en todo el mundo serían más útiles si pudieran extenderse más allá de aliviar la pobreza a corto término causada por un desastre natural en una sostenida batalla para erradicar el azote de la pobreza. Mil millones de personas en este planeta viven con más o menos un dólar al día, y se espera en promedio que mueran unos 30 años antes que el resto de nosotros.
Hablando históricamente, los augurios de éxito no son buenos. Peores desastres, como el terremoto de Tangshan en 1976 (que mató a 655.000 personas en China) y la guerra del Congo (3 millones), no cambiaron demasiado. Ya hay temores de que los gobiernos paguen sus compromisos cortando los presupuestos de ayuda en otros lugares.
Sin embargo, todavía hay motivos para tener esperanzas.
El maremoto coincide con el intento de colocar la pobreza mundial en el centro de un programa global en 2005. En julio, Tony Blair será el anfitrión de una cumbre de los países industrializados del G-8 sobre la reducción de la pobreza, particularmente en África. En septiembre, Naciones Unidas realizará una cumbre especial para revisar los avances en sus algo optimistas metas de Desarrollo del Milenio, que incluyen la erradicación de la pobreza extrema y el hambre y la introducción de la enseñanza básica universal para 2015.
Más importante, hay signos de que los países convocados han aprendido algo de sus errores del pasado.
Después de insuflar billones de dólares en grandes proyectos de infraestructura, el Banco Mundial sabe mejor cómo reducir la pobreza: invirtiendo en la educación primaria (especialmente para niñas), proporcionando mejor acceso al agua, eliminando la malaria, etcétera. La tecnología también está ayudando: El número de gente que sufre de polio, por ejemplo, ha encogido de 350.000 individuos hace 15 años a apenas 800 hoy, gracias mejores vacunas.
Fuera de África y del mundo árabe han habido señales de que los países en desarrollo también han aprendido de sus errores. Al abrir sus economías, India y China han sacado de la pobreza a millones de sus gentes. En 2004, los países en desarrollo crecieron en un 6.1 por ciento (con China e India creciendo en 8.8 y 6 por ciento respectivamente).
¿Pero cómo el Occidente ayudar mejor? No hay nada más correcto que la gente responda ante los desastres naturales con ayuda directa, pero la ayuda directa tiene antecedentes desiguales cuando se trata de la tarea mayor de aliviar la pobreza estructural.
Demasiado a menudo la ayuda termina en las cuentas bancarias de dictadores africanos o proyectos construidos para complacer a los donantes. Eso explica, en parte, por qué gastó el mundo, entre 1970 y 1999, 100 billones de dólares en ayuda al África sub-sahariana, de acuerdo al Banco Mundial, sólo para presenciar una caída en producto nacional bruto real per cápita en toda la región. Al final, no hay substitutos para fortalecer las economías de los países pobres. Con los más pobres, la condonación de la deuda externa sería una ayuda, pero el principal foco debería ser el comercio.
Aquí es donde entran en escena las camisas. Junto a productos alimenticios, los textiles son una de las mejores industrias para el mundo en desarrollo; constituyen la mitad de las exportaciones de Sri Lanka, por ejemplo. Pero como la agricultura, deben pagar pesados aranceles en los países occidentales. Eso conviene a los trabajadores textiles y a la Hacienda estadounidenses (que recogen varios billones de dólares al año por concepto de aranceles). Pero contribuye a mantener países como Sri Lanka estancado en la pobreza.
En 2001, una reunión de los ministros de comercio en Doha, Qatar, condujo a un nuevo empuje para liberalizar el comercio en productos agrícola, textiles y servicios para fines de 2004. Ahora habrá que tener suerte para que se termine en 2006. Según las cuentas del Banco Mundial, incluso una versión limitada del plan de Doha podría dar un empuje a la ingreso global en entre 290 y 520 billones de dólares al año (más de la mitad de los beneficios irían a parar a los países pobres) y sacar a 144 millones de personas de la pobreza para 2015.
Si quiere ayudar a los pobres, de dinero, por favor. Pero también de a los pobres acceso a los mercados occidentales.

John Micklethwait y Adrian Wooldridge trabajan para el Economist. Son los co-autores de ‘The Right Nation: Conservative Power in America' [Un País de Derechas: el Poder de los Conservadores en Estados Unidos] (Penguin, 2004).

10 de enero de 2005
15 de marzo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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