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pol pot, asesino con sonrisa


[William T. Vollmann] Una nueva revisión de la sangrienta y espantosa dictadura comunista de Camboya.
Recuerdo la primera vez que vi los campos de la muerte en Choeng Ek: pozos de agua de lluvia, restos de ropas y fragmentos de huesos dispersos en la tierra. En una fosa común nadaban gordas y feas ranas. Un niño las estaba cazando; su familia se las comería. Cuando trato de entender el sufrimiento de Camboya, esa vista -para mí repulsiva, presumiblemente normal para el niño- me hace recordar igualmente la presencia de los asesinados y de los tristes expedientes de los vivos. Pot Pot y su régimen habían sido expulsados por los vietnamitas decenas de años antes, pero su influencia se hacía sentir en todas partes. Durante esa primera visita, en 1991, uno podía estar en medio del más ancho boulevard de Phnom Penh en la noche y contar las estrellas. La electricidad era el ruidoso, débil y temporal producto de generadores. En lugar de los gases de los vehículos de unos años más tarde, uno olía a madera de sándalo. Todo parecía tan destruido como los huesos de Choeung Ek. ¿No era todo una sola cosa? Obviamente, era culpa de los Khmer Rouge que los niños cazaran su comida en fosas comunes.
Hay dos modos de distorsionar la continuada presencia de la atrocidad en Camboya. Uno es detenerse en las víctimas. Short, un periodista británico que escribió antes una bien considerada biografía de Mao, tiende a concentrarse en los perpetradores. En lugar del niño de Choeung Ek, nos llama la atención sobre una mujer llamada Khoun Sophal, cuyo marido, un ministro de gobierno, se había echado una amante de 16 años. Su contramedida: tres litros de ácido nítrico. "Cientos de adolescentes camboyanas quedan con sus rostros desfigurados y en muchos casos ciegas debido a ataques con ácido de parte de esposas de hombres ricos", escribe Short. "El paralelo con las atrocidades de los Khmer Rouge es asombroso. Un modo de entender por qué los comunistas camboyanos actuaron como lo hicieron es entrar en la mente de una mujer bien educada e inteligente" como Khoun Sophal.
Este incidente de 1999 evidentemente obsesiona a Short tanto como a mí la visión de ese niño cazando ranas. En su epílogo, que afirma bruscamente: "El actual gobierno camboyano está podrido", menciona la hermandad de Khoun Sophal como ejemplo de "una cultura de la impunidad... En tales circunstancias, juzgar a los líderes Khmer Rouge sobrevivientes por sus crímenes pasados ofrece una excusa para no hacer nada sobre los crímenes actuales".
En otras palabras, parece decir, lo que hizo Pot Pot estuvo difícilmente más allá de lo que es normal en Camboya. "Cada una de las atrocidades que cometieron los Khmer Rouge, y muchas que no cometieron, pueden verse descritas en los frisos de piedra de Angkor... o en épocas más recientes, en la conducta de los issaraks", los insurgentes anti-franceses que arrojaron esas cabezas en las charcas en 1949.
Obviamente, si uno acepta o no esta interpretación de la historia camboyana influye en cómo ve uno a Pol Pot.
¿Y quién era Pol Pot? En 1996 le pregunté a un Khmer Rouge desertor y, a través de un intérprete, me respondió: "No sabe. Pol Pot es simplemente otra palabra para Khmer Rouge. Quizás no es una persona. Pero si es una persona, Pol Pot lleva siempre uniforme negro, y una cinta roja en la cabeza y zapatos de goma. Pero nunca lo ve".
Nadie lo había visto; todos habían oído su nombre. "En la época de Pol Pot", dice la gente, y la historia que seguía era siempre horripilante. Una mujer a la que yo quería me dijo que había tenido que mirar cómo aplastaban las cabezas de sus familiares uno por uno; si hubiese llorado, la habrían matado a ella también. Ella acusaba a Pol Pot. Varios habitantes de los barrios bajos camboyanos y traficantes tailandeses en maderas duras aserradas ilegalmente, lo admiraban; la mayoría lo aborrecía. Su hermano Loth Suong me dijo que Pol Pot había sido un niño amable. Ya no se consideraba él mismo pariente de Pol Pot. Hasta hace poco, nadie sabía si todavía estaba vivo. (Murió para siempre en 1998, a los 73). Una podría llamarlo el Osama bin Laden de su época; pero era más invisible para nosotros que el otro cuco. En la excelente biografía de David P. Chandler, ‘Brother Number One' (1992), hay una espeluznante fotografía de Pol Pot aplaudiendo y sonriendo ante una multitud. ¿Qué sabemos de él, excepto que sonríe? ¡Ah, esa sonrisa suya! Short cita a su matón, Ieng Sary: "Su cara era siempre afable... Mucha gente la entendía mal: podía sonreír su ecuánime sonrisa, y luego se los llevaban para ejecutarlos".
El libro de Short es más amplio que el de Chandler, y sus notas al pie de página contienen evidencias de una impresionante diversidad de fuentes, para no mencionar las consideraciones reflexivas e interesantes anécdotas. Su texto centellea con sagaces y plausibles inferencias y conforma una convincente narrativa. Por ejemplo, sobre el raro, y sin embargo, en retrospectiva, espectáculo perfectamente natural del joven Saloth Sar, que todavía no era Pol Pot, alabando a Buda como el primer campeón de la democracia, Short comenta: "Como su elección del seudónimo Khmer Daeum, sugiere un deseo consciente de identificarse a sí mismo con un punto de vista auténticamente camboyano antes que con las importadas ideas occidentales". Si no logramos entender ese deseo, la xenofobia anti-vietnamita de Pol Pot y su expulsión de las poblaciones urbanas no tendrán nunca ningún sentido.
Si esta biografía fuera una novela, yo aplicaría la palabra ‘verosímil' a gran parte de ella, ya que el Pol Pot de Short posee una detallada realidad cada vez que aparece. ¿Debería ser de otro modo? Sabemos más de él que cuando apareció ‘Brother Number One'. Short tuvo la suerte de contar con la innovadora entrevista de Nate Thayer con el viejo asesino, para no mencionar los testimonios de testigos oculares de su rematrimonio, muerte y cremación. Su relato de las últimas dos décadas de Pol Pot es de excepcional interés.
Pero mi reserva de que Pol Pot es retratado vívidamente toda vez que aparece sigue siendo desafortunadamente necesaria. No me habría gustado cortar nada de sus resúmenes de varias páginas de las políticas realistas camboyanas domésticas e internacionales, la realpolitik nixoniana durante la Guerra de Vietnam o las políticas de Camboya de posguerra. Pero a uno le habría gustado más que el o los párrafos demasiado ocasionales en los que Pol Pot participa directamente. "En septiembre de 1994", escribe Short, "este afable anciano que chocheaba con su pequeña hija, ordenó la ejecución de tres jóvenes mochileros"; esos detalles nos hacen conocer al monstruo, pero no hay muchos. Nuestro protagonista recibe su cuota de biografía en la juventud y vejez, y fugazmente durante sus tres años como el déspota gobernante de Kampuchea Democrática. Pero durante las dos cruciales décadas entre mediados de los años cincuenta y su entrada secreta en un subyugado Phom Penh, sigue siendo "otra palabra para Khmer Rouge. Quizás ni siquiera una persona".
¿Puede haber sido porque Pol Pot se identificó a sí mismo tan completamente con su revolución que no había para nosotros nada que saber de él? La biografía de Stalin, de Isaac Deutscher, y la de Hitler, de Alan Bullock, se las ingenian para "hacer vivir" a los tiranos cuyas vidas personales eran banales. Quizás el problema es que Pol Pot era un mediocre en casi todo: un estudiante técnico fracasado, un jefe militar sin inspiración que sacrificaba la vida de sus tropas en ofensivas malamente planeadas e ignoraba las necesidades urgentes, un gobernante descaminado. En suma, Pol Pot no nos llamaría la atención si no fuera por el hecho de que murieron millones de personas gracias a su crueldad e incompetencia. En ‘Brother Number One', Chandler confiesa la derrota al principio: "Fui capaz de construir una imagen consistente, pero más bien bi-dimensional... Es difícil analizarlo como persona".
¿Cuando Short no habla de Pol Pot, de qué habla? Primero, y lo más importante, nos ofrece un resumen altamente legible de medio siglo de historia camboyana. Su caracterización del Príncipe Sihanouk, el hombre para quien se inventó la palabra ‘mercurial', es vívida y a veces basada en observaciones personales. El autor es excelente a la hora de acuñar substanciosos resúmenes de motivos políticos que suenan humanamente verdaderos. Por ejemplo, poco después de la Segunda Guerra Mundial "los camboyanos acogieron el marxismo no por sus análisis teóricos, sino para aprender cómo deshacerse de los franceses y transformar la sociedad feudal que el colonialismo había dejado en gran parte intacta". En realidad, en mis propias entrevistas con Khmer Rouge me ha asombrado que pocos de entre ellos sabían algo sobre Marx. Short tiene razón: más de lo que nos gustaría pensar, el movimiento Khmer era un movimiento nativo. La mayoría de nosotros creemos lo peor de los Khmer Rouge, pero Short no siempre nos deja. Se esfuerza laboriosamente para mostrar que entre 1970, cuando Sihanouk fue derrotado por el títere norteamericano de Lon Nol, y 1972, cuando Pol Pot exigió que se acelerara la revolución, los Khmer Rouge no sólo respetaron la autonomía de la mayoría de los campesinos bajo su control, sino además les hicieron gentilezas como enviar ayuda para las cosechas.
Muestra especial habilidad en transmitirnos el gradual endurecimiento de la revolución. Aquí difería de su análogo ruso, donde, como dijo célebremente Trotsky, "algo estalló en el corazón de la revolución" después del intento de asesinato de Lenin en 1918. En Camboya no parece haber un evento desencadenante. Una de las primeras redadas de los Khmer Rouge, que ocurrió un año antes de que conquistaran Phnom Penh, cogió a sus propios compatriotas comunistas que habían vivido temporalmente en Vietnam. Se construyó un campo de detención para estas víctimas "de cuerpos khmer y mentes vietnamitas", la mayoría de las cuales fueron liquidadas en un período de varios años. Entretanto, los extranjeros en la ‘zona liberada' habían empezado a ser tratados como espías, y los campesinos estaban matando a los educados, aunque esta no era todavía la política estipulada de Pol Pot. Estos son los acontecimientos, para los que Chandler no tuvo espacio en su biografía para hacerles justicia, que Short narra con claridad y objetividad, subrayando coincidentemente su tesis de la normalidad de las atrocidades camboyanas como notas al pie de página de los frisos de piedra de Angkor. Entretanto, explicando su base racional, hace menos aberrantes los crímenes de Pol Pot, menos simplemente sádicos. Por ejemplo, esta es la directriz del Hermano Número Uno sobre los rebeldes cham (que no les gustaba que se les ordenara abandonar sus distinciones culturales): "Los jefes deben ser torturados cruelmente para obtener una imagen completa de su organización".
Short tiene mucho que decir de valioso sobre la organización de la vida rural en Camboya y cómo ella a veces se mostraba en, y a veces derrotaba, las expectativas de Pol Pot. Es igualmente hábil en explicar la estrategia mayor de los Khmer Rouge, que oscilaba entre Vietnam y China, manteniendo al mismo tiempo al Príncipe Sihanouk como una improbable testaferro. Trata razonablemente la progresiva desestabilización de Camboya causada por los americanos y los vietnamitas del Norte en los años setenta, una historia contada mejor por primera vez por William Shawcross en ‘Sideshow: Kissinger, Nixon and the Destruction of Cambodia'. Short rechaza la opinión de Shawcross de que la radicalización de los Khmer Rouge hacia la crueldad tuvo mucho que ver con la carnicería y el terror causado por la campaña secreta de bombardeos norteamericanos. Prefiere creer que Pol Pot y los de su calaña habrían actuado de manera salvaje de todos modos. También lo creo yo.
A veces, los resúmenes de Short de los motivos decaen en juicios rápidos. En un momento, afirma que los Khmer Rouge mataban a los soldados capturados del ejército sin piedad porque "en las culturas confucianas de China y Vietnam, los hombres son... siempre capaces de ser reformados", por ejemplo en buenos comunistas; "en la cultura khmer, no pueden reformarse". Pero 40 páginas antes, mientras explica que hizo de la revolución camboyana una revolución comunista diferente de todas las demás, Short invoca al budismo de theravada para llegar a lo siguiente: "La idea de que debía forjarse una ‘conciencia proletaria', independiente del origen de clase o condición económica, se transformó en el pilar fundamental del comunismo khmer". Si hubiese sido realmente un "pilar fundamental", los prisioneros realistas habrían sido indoctrinados antes que exterminados.
Hay muchos de estos momentos preconcebidos, como cuando Short nos informa de las vidas paralelas que viven supuestamente los camboyanos, una anclada en la razón y la otra "atascada en la superstición", o declara con mucha labia que "los camboyanos afirman su identidad por medio de dicotomías: se oponen a lo que no son". Hay un tufillo a desmedido orgullo en estas categorizaciones. En lo que a mí concierne, pueden ser verdad, pero ¿dónde están las pruebas? Y cuando se trata de los tres infernales años del gobierno de Pol Pot, ofrece como una de las razones para crear "un país de esclavos, el primero de la época moderna", la siguiente desagradable aseveración: "Pol... se enfrentó a un problema genuino pero insuperable, que había derrotado a los franceses, a Sihanouk, y a todos los gobiernos camboyanos desde entonces. El problema era cómo hacer que los khmers trabajaran. Plantearlo en estos términos hará ponerse los pelos de punta a algunos. Pero el tema es demasiado importante como para dejarlo de lado con perogrulladas reconfortantes". Short no dice exactamente que la holgazanería es un rasgo nacional camboyano, pero está cerca de hacerlo.
Yo creo que los camboyanos trabajan frecuentemente a un ritmo más lento, y con menos ambiciones materiales, que muchos americanos, alemanes y japoneses -pero nunca caracterizaría esto como un fenómeno exclusivamente camboyano; y tendría como responsables al clima, a la malaria y a los parásitos intestinales. Cuando voy a, digamos, Burma, como menos y menos; me debilito; la languidez disminuye mi voluntad, y aumenta mi paciencia; luego empieza la fiebre o la diarrea. Short mismo menciona los debilitantes ataques de malaria de Pol Pot. La racionalización del libro del programa de trabajos forzados de los Khmer Rouge, no importa lo limitada, me intranquiliza. Más específicamente, me hace considerar aprehensivamente la casi ecuación de Short de las atrocidades de los Khmer Rouge con los ataques con ácido realizados por esposas celosas de edad mediana. No estoy enteramente en desacuerdo, pero temo que con ellos los crímenes de Pol Pot sean trivializados.
Lo más probable es que las obstinadas peculiaridades de Short son intentos bien intencionados de agregar matices a nuestra condena de Pol Pot. ¿Cometió genocidio? Short argumenta persuasivamente que no lo hizo. Sus crímenes contra la humanidad fueron realizados con el propósito de esclavizar, no de exterminar. ¿Y así qué? Como escribe Short: "La conducta del Ejército norteamericano en Iraq (como antes en Vietnam) apenas alarga el catálogo de inhumanidades perpetradas en nombre de ideales democráticos. Estados Unidos, cuya alergia a la justicia supranacional está tan altamente desarrollada que la rechaza de plano para los ciudadanos estadounidenses" afirma que "los tribunales internacionales deberían limitarse a crímenes excepcionales, tales como el genocidio, y no se debería permitir que abarcaran otras áreas donde la acción de gobiernos ‘normales' pudiera ser objeto de escrutinio". En la secuela de My Lai y Abu Ghraib, este punto está bien expuesto. Short no es un propagandista de los Khmer Rouge, sino un investigador honesto que trata, aunque ocasionalmente con demasiado celo, de mantener todo en perspectiva.
Sin duda alguna gente se sentirá ofendida por este libro, no sólo por sus indiscreciones, sino también por su mesura. ¿No era Pol Pot simple y puramente un monstruo? ¡Cómo se atreve Short a implicar otra cosa! Esta actitud, aunque comprensible, obstaculiza nuestra comprensión de la realidad. La verdad es que incluso ahora puedes encontrar gente pobre en Camboya que -sin importarles que perdieron a familiares durante la era de Pol Pot- desea el retorno de los Khmer Rouge.

William T. Vollmann ha publicado recientemente 'Rising Up and Rising Down'. Su nuevo libro de narrativas, 'Europe Central', será publicado en abril.

27 de febrero de 2005
©new york times
©traducción mQh

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