cómo sacar al loado líder
[NicholaS s D. Kristof] Al contrario de lo que se piensa, el régimen comunista está lejos de estar moribundo.
Pyongyang, Corea del Norte. Todas las casas de este país tienen dos retratos en la pared: una del Gran Presidente, Kim Il Sung, que, aunque murió hace 11 años, todavía es presidente, y uno de sus hijos, el Adorado Dirigente Kim Jong Il. Los inspectores visitan regularmente las casas para cerciorarse de que los retratos son bien mantenidos.
Todos los vagones del metro llevan esos mismos dos retratos, y todos los adultos llevan un broche con el Gran Presidente. Y cada casa (o aldea, en zonas rurales) tiene un altavoz, que empieza a transmitir propaganda a las 6 de la mañana para decirle a la gente lo que feliz que es.
Los niños pasan largas horas en guarderías desde los 6 meses, a veces volviendo a sus padres solamente durante los fines de semana. Los hombres normalmente cumplen siete o más años de servicio militar. La gente incapacitada es a veces expulsada de Pyongyang, una verde y arreglada capital que es una de las más bonitas de Asia, porque son considerados antiestéticos.
Y aunque la ideología nacional es juche, o autarquía, el Programa de Alimentación Mundial de Naciones Unidas alimenta a 6.5 millones de norcoreanos, casi un tercio de la población. Incluso así, la hambruna es extendida y ha dejado atrofiados a 37 por ciento de los niños.
Sin embargo, Corea del Norte destina sus recursos a proyectos de prestigio, como una impresionante carretera de 10 vías hacia Nampo (pero sin tráfico).
Muchos conservadores de dentro y fuera del gobierno de Bush asumen que la población de Corea del Norte debe estar hirviendo y el régimen, en las últimas. En realidad, la política del gobierno de Bush hacia Corea del Norte, en la medida en que tenga una, parece ser la de esperar a que se derrumbe.
Temo que puede ser una larga, larga espera. La principal paradoja de Corea del Norte es esta: Ningún gobierno en el mundo es hoy más brutal o ha fallado a su pueblo tan abyectamente como el de Corea del Norte, pero tiene un sólido control y puede incluso contar con un substancial apoyo popular.
Con una visita tan breve como la mía, es difícil discernir los ánimos, pero cualquiera que critique al gobierno arriesga la detención inmediata. Pero los chinos y otros extranjeros con los que hablé que viven en Corea del Norte o visitan regularmente el país, dicen que creen que la mayoría de los norcoreanos apoyan el régimen, del mismo modo que los chinos de a pie durante la era maoísta.
Del mismo modo, durante años he entrevistado a docenas de norcoreanos que habían huido a China o Corea del Sur, y ellos dicen abrumadoramente que mientras ellos, personalmente, rechazan al régimen -es por eso que huyeron-, sus parientes creen en la dinastía Kim con un fervor casi religioso. Dicen que cuando todos son educados en la adoración de Adorado Dirigente, cuando no hay voces disidentes, la gente adora genuinamente al presidente.
La mayoría dice que la fe no es tan fuerte como hace una docena de años, debido mayormente a que mucha gente ha oído susurros sobre la prosperidad china. Pero todavía ríen con la idea de que el Adorado Dirigente está a punto de ser derrocado.
"Creo que habrá cambio de régimen antes en Estados Unidos que en Corea del Norte", dice Han Park, un especialista en Corea de la Universidad de Georgia. Estima que un 30 por ciento de los norcoreanos tienen interés en el sistema, y que la mayoría del resto sabe tan poco sobre el mundo exterior que no se dan cuenta de lo mal que están.
Un hermético sello es la principal razón por la que la dinastía Kim ha sobrevivido tanto tiempo. Cuando llegué al aeropuerto de Pyongyang, fui obligado a entregar mis móviles, que debía recoger a mi salida. Incluso funcionarios de gobierno importantes no tienen acceso a internet.
Desde el momento en que aterricé en el aeropuerto, intenté cambiar dinero. Pero el aeropuerto no quiso, mi hotel tampoco quiso y en las tiendas me rechazaron. Se supone que los extranjeros deben pagar todo en moneda extranjera y quedar así aislados de la economía local. (Finalmente, un funcionario coreanos amistoso -eran todos sorprendentemente cordiales, con inesperado buen humor- me dio algunas monedas como recuerdo para mis niños).
Si la premisa de la política americana sobre Corea del Norte -de que está cerca del colapso- es en gran parte dudosa, esencialmente nuestra política lo es todavía más. El Occidente debería tratar de romper ese sello hermético, para aumentar las interacciones con Corea del Norte e infiltrar Corea del Norte con los más efectivos agentes subversivos que tenemos: los gordos ejecutivos occidentales.
En lugar de eso, mantenemos las sanciones, aislamos a Corea del Norte y esperamos indefinidamente que el régimen se derrumbe. Estoy seguro de que así estamos ayudando al Adorado Dirigente a seguir en el poder.
E-mail: nicholas@nytimes.com
17 de julio de 2005
©new york times
©traducción mQh
Todos los vagones del metro llevan esos mismos dos retratos, y todos los adultos llevan un broche con el Gran Presidente. Y cada casa (o aldea, en zonas rurales) tiene un altavoz, que empieza a transmitir propaganda a las 6 de la mañana para decirle a la gente lo que feliz que es.
Los niños pasan largas horas en guarderías desde los 6 meses, a veces volviendo a sus padres solamente durante los fines de semana. Los hombres normalmente cumplen siete o más años de servicio militar. La gente incapacitada es a veces expulsada de Pyongyang, una verde y arreglada capital que es una de las más bonitas de Asia, porque son considerados antiestéticos.
Y aunque la ideología nacional es juche, o autarquía, el Programa de Alimentación Mundial de Naciones Unidas alimenta a 6.5 millones de norcoreanos, casi un tercio de la población. Incluso así, la hambruna es extendida y ha dejado atrofiados a 37 por ciento de los niños.
Sin embargo, Corea del Norte destina sus recursos a proyectos de prestigio, como una impresionante carretera de 10 vías hacia Nampo (pero sin tráfico).
Muchos conservadores de dentro y fuera del gobierno de Bush asumen que la población de Corea del Norte debe estar hirviendo y el régimen, en las últimas. En realidad, la política del gobierno de Bush hacia Corea del Norte, en la medida en que tenga una, parece ser la de esperar a que se derrumbe.
Temo que puede ser una larga, larga espera. La principal paradoja de Corea del Norte es esta: Ningún gobierno en el mundo es hoy más brutal o ha fallado a su pueblo tan abyectamente como el de Corea del Norte, pero tiene un sólido control y puede incluso contar con un substancial apoyo popular.
Con una visita tan breve como la mía, es difícil discernir los ánimos, pero cualquiera que critique al gobierno arriesga la detención inmediata. Pero los chinos y otros extranjeros con los que hablé que viven en Corea del Norte o visitan regularmente el país, dicen que creen que la mayoría de los norcoreanos apoyan el régimen, del mismo modo que los chinos de a pie durante la era maoísta.
Del mismo modo, durante años he entrevistado a docenas de norcoreanos que habían huido a China o Corea del Sur, y ellos dicen abrumadoramente que mientras ellos, personalmente, rechazan al régimen -es por eso que huyeron-, sus parientes creen en la dinastía Kim con un fervor casi religioso. Dicen que cuando todos son educados en la adoración de Adorado Dirigente, cuando no hay voces disidentes, la gente adora genuinamente al presidente.
La mayoría dice que la fe no es tan fuerte como hace una docena de años, debido mayormente a que mucha gente ha oído susurros sobre la prosperidad china. Pero todavía ríen con la idea de que el Adorado Dirigente está a punto de ser derrocado.
"Creo que habrá cambio de régimen antes en Estados Unidos que en Corea del Norte", dice Han Park, un especialista en Corea de la Universidad de Georgia. Estima que un 30 por ciento de los norcoreanos tienen interés en el sistema, y que la mayoría del resto sabe tan poco sobre el mundo exterior que no se dan cuenta de lo mal que están.
Un hermético sello es la principal razón por la que la dinastía Kim ha sobrevivido tanto tiempo. Cuando llegué al aeropuerto de Pyongyang, fui obligado a entregar mis móviles, que debía recoger a mi salida. Incluso funcionarios de gobierno importantes no tienen acceso a internet.
Desde el momento en que aterricé en el aeropuerto, intenté cambiar dinero. Pero el aeropuerto no quiso, mi hotel tampoco quiso y en las tiendas me rechazaron. Se supone que los extranjeros deben pagar todo en moneda extranjera y quedar así aislados de la economía local. (Finalmente, un funcionario coreanos amistoso -eran todos sorprendentemente cordiales, con inesperado buen humor- me dio algunas monedas como recuerdo para mis niños).
Si la premisa de la política americana sobre Corea del Norte -de que está cerca del colapso- es en gran parte dudosa, esencialmente nuestra política lo es todavía más. El Occidente debería tratar de romper ese sello hermético, para aumentar las interacciones con Corea del Norte e infiltrar Corea del Norte con los más efectivos agentes subversivos que tenemos: los gordos ejecutivos occidentales.
En lugar de eso, mantenemos las sanciones, aislamos a Corea del Norte y esperamos indefinidamente que el régimen se derrumbe. Estoy seguro de que así estamos ayudando al Adorado Dirigente a seguir en el poder.
E-mail: nicholas@nytimes.com
17 de julio de 2005
©new york times
©traducción mQh
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