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una niña quiere estudiar


[Tim Weiner] A los 15 tiene sueños grandiosos: quiere ser intelectual.
Mexicali, México. Alicia Álvarez vive a 3 kilómetros de la frontera estadounidense y a años luz del sueño americano.
Crecer en Mexicali la ha hecho realista a los 15. No le gustan las novelas románticas ni las telenovelas. Las historias de Harry Potter y una película de horror en el centro comercial son lo más lejos que llega en su fuga del calor y el polvo de la ciudad.
Alicia posee una furiosa inteligencia, y dispara su única apremiante ambición: tener una educación decente, una formación que la saque de su ambiente y le proporcione una vida mejor. Para ella es tan probable como viajar a Marte.

"Parece imposible", dijo Alicia con una mirada tímida y distante. Ha empezado la secundaria después de haber demostrado ser una de las niñas más talentosas de su ciudad, un 10 en todo con una excepcional aptitud para matemáticas.
"Mi familia no tiene dinero para pagar la matrícula", dijo. "Probablemente no iré nunca a la universidad, aunque me gustaría.
"Mi educación ha sido difícil. Mis maestros están preparados para enseñar, pero no matemáticas ni ciencia. Para ellos es una lucha enseñarme lo que necesito. Para aprender lo que necesito. Y quiero saber tantas cosas".
Como su país, está con un pie en la puerta de las oportunidades y el otro hundido en la miseria e impotencia del pasado. Pero con su fina inteligencia, la idea de llevar una vida mejor que la de sus padres, aunque distante, es todavía una destellante posibilidad.
Su padre, David Osuna, 46, trabaja media jornada vendiendo coches usados. Tiene semanas buenas y malas. Su madre, Alicia Álvarez, 48, se ocupa de la casa. Han proporcionado a sus hijos las cosas básicas de la vida: la comida, la ropa, el techo. Su delgada, obediente y reflexiva hija es un misterio para ellos.
Los hermanos de Alicia, David (21) y Luis (16), se muestran asombrados por su inteligencia, respetuosos, a veces distantes. David es a quien ella confía a veces sus sueños.

El tío y padrino de Alicia, Abel Álvarez, 56, conocen sus aspiraciones. Creció detrás de un arado, y luego cruzó la frontera cuando tenía su edad para trabajar en los campos de la Imperial Valley de California. Ahora se gana la vida en la construcción, un hombre hecho a sí mismo que construye centros comerciales en El Centro, California, a 15 minutos al norte de Mexicali.
Ha visto creer a Alicia con una mezcla de orgullo y preocupación.
"Crecer en Mexicali ahora no es más fácil que hace 40 años", dijo. "El pastel está un poquito más grande, pero más gente quiere una tajada. Crecer aquí, es crecer con todo eso, y con Estados Unidos y sus riquezas justo al otro lado de la frontera".
La economía mexicana se ha estancado durante casi cinco años. La miseria es omnipresente. La clase media es chica; se ha estado reduciendo durante toda una generación. Entrar clandestinamente en Estados Unidos es a menudo la única salida.
Alicia ha visto lo que hay al otro lado de la frontera, ya que ha hecho con su tío y primos cortos viajes a Los Angeles, San Diego y Riverside, a mitad de camino entre Los Angeles y Palm Springs. "La que más me gusta es Riverside, es tan bonita", dijo. "Hay tanto verde, tantos árboles. Es el lugar más limpio y verde que he visto".
Pero Alicia dice que la idea de cruzar la frontera ilegalmente para vivir y trabajar allá no le atrae. "Yo no quiero emigrar", dijo llanamente. No hay para ella una vía legal, y no quiere convertirse en una fuera-de-la-ley.
Su posición es un poco mejor que la de muchos otros jóvenes mexicanos, especialmente los millones que viven en el campo cuyas familias luchan por tener suficiente para comer, y no quiere arriesgar lo poco que tiene en una apuesta en un país extraño.
Sin embargo, Alicia siente a veces que las paredes de su casa de bloques de cemento se le caen encima. En Mexicali, el calor llega a los 38 grados Celsius durante casi la mitad del año. La casa está atiborrada, y el hacinamiento a veces enturbia la vida familiar y el amor filial.
"A veces discutimos", dice. "No siempre nos llevamos bien. Mis padres no piensan siempre como pienso yo". Cuando la pequeña casa se pone muy caliente, muy agobiante, se refugia en los libros, o cuando hay poco dinero, va sola al cine, a un centro comercial a un kilómetro y medio de su casa al borde de la ciudad, cerca de donde empieza el desierto.
Se ha transformado, últimamente, en una chica solitaria, aunque tiene una amiga íntima, Karen Aguilar. ‘Es mi única amiga, Karen, y no tengo a nadie más", dijo Alicia. "Crecimos juntas. Tenemos nuestros secretos y esas cosas. Pasábamos todo el tiempo juntas. Pero ahora ella trabaja y yo tengo que estudiar, y el tiempo es corto".
Karen, 16, visitaba a Alicia casi todos los días. "Nos escondíamos en su dormitorio, tocábamos música, bailábamos, hablamos sobre chicos y esas cosas", dijo Karen. "Si salíamos, era para ir al centro comercial, a mirar la ropa. Ella es tímida, pero conmigo se relaja".
Pero las cosas están cambiando. El padre de Karen le prohibió ir a la fiesta del 15 cumpleaños de Alicia el año pasado, un día que es como la presentación formal de una muchacha en la sociedad mexicana. Tradicionalmente se señala primero con una misa, luego con la mejor fiesta que pueda pagar una familia.
Los padres de Karen son testigos de Jehová, y se opusieron a que fuera al templo católico. El cisma casi rompió el corazón de Alicia. Aunque no es una católica devota, Alicia toma el ritual muy en serio -la misa es la última de ese tipo que recibe una niña mexicana antes de su matrimonio.
La ausencia de Karen fue marcada por una silla vacía en la fiesta posterior, que se realizó en el salón de un sindicato de electricistas. Un dejota tocó a Eminem. Muchas de las niñas bailaban unas con otras en un cerrado círculo, todas vestidas con tops de cubo, hot pants y minúsculos mini-vestidos, moviendo sensualmente las caderas según habían aprendido en videos musicales.
Alicia bailó castamente, fuera del círculo de muchachas, moviéndose lentamente en su vestido de color crema.
El sacerdote y sus parientes habían dicho que sería el día más bonito de su vida. Se estaba transformando en una mujer en la primera noche de verano, con luna nueva. Esa fiesta hizo felices a los padres de Alicia, y eso hizo feliz a Alicia.
Pero el ritual estuvo un poco vacío, como el lugar de su amiga a la mesa, y el romance de todo se sentía alquilado, como el salón mismo. Estuvo bailando sola, un mundo aparte.

Se ha tomado de la mano con niños una o dos veces. Han probado unos "besitos", pero nada más, dice. No está preparada para la intensidad y confusión del sexo. Su mente crece rápido. Pero su cuerpo está recién empezando a ponerse al día. A veces cuando se mira al espejo siente que ve a una persona diferente todos los días.
"Sé que estoy cambiando", dijo. "No soy la misma que cuando era una niña. Pero tampoco soy una adulta.
"Algunos tipos dicen que quieren ser mis novios", dijo. "Les digo que no. Les digo que no quiero eso, que soy especial, que soy diferente. No me atraen. Les digo eso, y a veces me siento mal. Pero nadie que me guste me ha pedido nada.
"No pienso en los chicos, no tanto", dijo. "Lo que pienso cuando estoy sola es en crecer. Porque tengo que crecer, tengo que pensar en la secundaria, y luego ¿cómo voy a llegar a la universidad a pesar de no tener dinero? Si llego a ir, ¿qué estudiaré?"
México ha dado zancadas en la educación pública en los últimos 25 años, especialmente en las escuelas primarias, pero no lo suficiente. Sólo uno de siete niños que terminan la primaria llega a la escuela secundaria.
"Quizás la mitad de los estudiantes que terminan el octavo no tiene acceso a una buena escuela secundaria", dijo Rafael Rangel, rector del Tec de Monterrey, la más prestigiosa universidad mexicana. "No hemos construido suficientes escuelas secundaria ni tenemos suficientes profesores. Es una situación terrible. Muchos de los niños que terminan la secundaria no tienen acceso a la universidad".
"Es el mayor problema de México", dijo.
Si Alicia está buscando respuestas, también lo está su país. Su vida es una larga lista de preguntas, incluyendo la más importante de todas: qué será cuando crezca.
"Quizás lo mejor que puedo esperar es encontrar a algún profesor en la secundaria que me pueda enseñar contabilidad, y luego buscar trabajo como contable en alguna empresa", dijo. "Sin embargo, me gustaría ser una intelectual, ir a la universidad y tener una vida mejor".

11 de junio de 2005
9 de abril de 2005
©new york times
©traducción mQh

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