Blogia
mQh

¿existen las clases?


[Janny Scott y David Leonhardt] Aunque se cree lo contrario la movilidad social se ha estancado.
Hubo una época en que los americanos pensaban que entendían las clases. La capa superior pasaba las vacaciones en Europa y adoraba al dios de los episcopales. La clase media conducía Ford Fairlanes, vivían en el Valle de San Fernando y se alistaban como hombres de compañía. La clase trabajadora pertenecía a la AFL-CIO, votaba demócrata y no hacía cruceros en el Caribe.
Hoy, el país ha dado grandes pasos hacia una aparente ausencia de clases. Los estadounidenses de todo tipo están inundados de lujos que habrían deslumbrado a sus abuelos. La diversidad social ha borrado muchas de las viejas marcas. Se ha hecho cada vez más difícil leer la posición de la gente en las ropas que usan, los coches que conducen, sus preferencias de voto, el dios que veneran, el color de su piel. Los contornos de las clases se han hecho borrosos; algunos dicen que han desaparecido.
Pero las clases son todavía una poderosa fuerza en la sociedad americana. En las últimas tres décadas ha empezado a jugar un mayor papel, no uno menor, en asuntos importantes. En una época en que la educación importa cada vez más, el éxito en la escuela sigue estando relacionado estrechamente con la clase. En una época en que el país está cada vez más integrado racialmente, los ricos se aíslan cada vez más. En una época en que hay avances extraordinarios en la medicina, las diferencias de clase en salud y esperanza de vida son amplias y se están profundizando.
Y nuevas investigaciones sobre la movilidad social -el movimiento de las familias hacia arriba y abajo de la escala económica- muestran que hay mucho menos movilidad de lo que pensaban los economistas y menos de lo que piensa la mayoría de la gente. De hecho, la movilidad, que en el pasado alentó a los trabajadores americanos a medida que ascendían en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, últimamente se ha estancado y posiblemente disminuido, dicen muchos investigadores.
La movilidad es la promesa que yace en el corazón del sueño americano. Se supone que debe quitar escozor a la cada vez más ancha brecha entre los que tienen y los que no. Por supuesto, en Estados Unidos hay pobres y ricos, dice la teoría; pero mientras todos puedan ser una u otra cosa, mientras haya algo parecido a la igualdad de oportunidades, las diferencias entre ellos no constituyen barreras de clase.
En las próximas semanas, Times publicará una serie de artículos sobre las clases sociales en Estados Unidos, una dimensión de la experiencia nacional que tiende a quedar sin escrutinio, si es que se la reconoce. Ahora que las clases parecen más elusivas que nunca, los artículos asesan su influencia en la vida de los individuos: un abogado que surgió de un miserable hoyo de Kentucky; un obrero metalúrgico en el paro, en Spokane, Washington, que lamenta su decisión de abandonar el instituto; un multimillonario de Nantucket, Massachusetts, meditando sobre su elegante yate de 6 metros.
La serie no pretende ser comprehensiva ni la última palabra sobre las clases. No ofrece fórmulas impecables para clasificar a la gente o descifrar tradiciones y maneras. En lugar de eso, representa una investigación de las clases sociales tal como las conocen los norteamericanos: indistintas, ambiguas, la mano casi invisible que, tras un examen más detenido, se descubre que mantiene a algunos americanos abajo mientras da un empujón a otros.
Las tendencias son amplias y aparentemente contradictorias: los límites entre las clases se están desdibujando al mismo tiempo que se endurecen ciertas líneas de clase; las condiciones de vida han mejorado, pero la mayoría de la gente sigue atada a sus posiciones.
Aunque la movilidad parece haberse estancado, las filas de la elite se están abriendo. Hoy, cualquiera puede intentar convertirse en un juez de la Corte Suprema de Estados Unidos o presidente de una empresa, y hay más y más multimillonarios hechos a sí mismos. Sólo 37 miembros de los 400 de Forbes -la lista de los norteamericanos más ricos- del año pasado heredaron su riqueza; a mediados de los años ochenta, eran 200.
Así que parece que mientras es más fácil para unos pocos ganadores ascender a los picos de la riqueza, para muchos otros se ha hecho cada vez más difícil subir de una clase económica a otra. Hoy es más probable que hace 30 años que los americanos terminen en la clase en la que nacieron.
Hay una paradoja en el corazón de esta nueva meritocracia americana. El mérito ha remplazado al viejo sistema de privilegios heredados, en el que los padres nacidos en la riqueza legaban la casa solariega a sus hijos. Pero el mérito se basa al menos en parte en la clase. Los padres con dinero y conexiones cultivan en sus hijos los hábitos que la meritocracia recompensa. Cuando sus hijos tienen éxito, el suyo está asegurado.
La lucha para coger la mejor escuela del distrito, encaminar a un hijo hacia el programa preescolar correcto o conseguir al mejor especialista médico, es todo parte de una silenciosa contienda entre grupos sociales que están ganando los afluentes y los educados.
"El viejo sistema de barreras hereditarias y barreras de exclusividad han desaparecido en gran parte", dice Eric Wanner, presidente de la Fundación Russel Sage, un grupo de investigación social en Nueva York, que ha publicado recientemente una serie de estudios sobre los efectos sociales de la desigualdad social.
En lugar del antiguo sistema, dijo Wanner, han surgido "nuevos modos de transmitir las ventajas que están empezando a afirmarse".

Fe en el Sistema
La mayoría de los estadounidenses siguen siendo optimistas sobre sus expectativas de salir adelante. Un reciente sondeo de New York Times sobre las clases concluyó que 40 por ciento de los estadounidenses creía que la posibilidad de subir de una clase a otra había aumentado en los últimos 30 años, un período en el que según la nueva investigación la movilidad no ha avanzado. Treinta y cinco por ciento dijo que había cambiado, y sólo un 23 por ciento dijo que había disminuido.
Más americanos que hace 20 años creen que es posible empezar pobre, trabajar duro y hacerse rico. Dicen que el trabajo duro y una buena educación son más importantes para salir adelante que las conexiones o incluso una familia rica.
"Creo que el sistema es tan honesto como quieras", dijo en una entrevista Ernie Frazer, 65, inversionista en propiedades inmobiliarias. "Pero si perseveras, puedes superar la adversidad. Es algo que tiene que ver con la disposición de la persona de trabajar duro, y creo que ha sido siempre así".
La mayoría dice que sus condiciones de vida son mejores que las de sus padres y piensan que sus hijos lo harán aun mejor. Incluso familias que ganan al año menos de 30.000 dólares subscriben el sueño americano; más de la mitad dice que lo han alcanzado o que lo lograrán.
Pero la mayoría no ve un terreno uniforme. Dicen que los muy ricos tienen demasiado poder, y son partidarios de acciones asertivas en torno a las clases para ayudar a los que están abajo. Incluso así, la mayoría dice que se oponen a que el gobierno imponga impuestos a los bienes que deja una persona al morir.
"Lo llaman el país de las oportunidades, y no creo que haya cambiado mucho", dijo Diana Lackey, 60, ama de casa y esposa de un contratista jubilado de Fulton, Nueva York, cerca de Siracusa. "Los tiempos son mucho, mucho más duros con todos esos recortes, pero sigue siendo un país maravilloso".

Atributos de Clase
Una dificultad al hablar sobre las clases es que la palabra significa cosas diferentes para gente diferente. La clase es rango, tribu, cultura y preferencias. Son actitudes y suposiciones, una fuente de identidad, un sistema de exclusión. Para algunos, es sólo dinero. Es un accidente de nacimiento que puede influir en la vida. Algunos americanos apenas notan su existencia; otros sienten intensamente su peso.
Básicamente, las clases constituyen una de las maneras en que las sociedades se seleccionan. Incluso sociedades construidas sobre la idea de erradicar las clases tienen marcadas diferencias de rango. Las clases son grupos de gente con posición económica y social similares; gente que por esa razón puede compartir actitudes políticas, estilos de vida, patrones de consumo, intereses culturales y oportunidades para salir adelante. Coloca a 10 personas en una habitación, y pronto tendrás una jerarquía social.
Cuando las sociedades eran más simples, era más fácil leer el paisaje de las clases. Marx dividió a las sociedades del siglo 19 en sólo dos; Max Weber agregó algunas más. A medida que las sociedades se hicieron más complejas, las viejas clases se hicieron más heterogéneas. Tal como lo ven algunos sociólogos y expertos de márketing, la pirámide comúnmente aceptada -las clases alta, media y trabajadora- se ha roto en docenas de micro-clases, definidas por las profesiones o estilos de vida.
Algunos sociólogos van tan lejos como para decir que la complejidad social ha vaciado de contenido el concepto de clase. Las grandes clases convencionales se han hecho tan diversas -en ingreso, estilos de vida, opiniones políticas- que han dejado de ser clases en absoluto, dice Paul W. Kingston, profesor de sociología de la Universidad de Virginia. Para él, la sociedad americana es una "escalera con montones y montones de peldaños"
"No hay un estudio concluyente que diga que la gente abajo tienen todos una experiencia común", dice Kingston. "Todos los peldaños tienen el mismo tamaño. Cierto, para la gente más arriba en la escala, es más probable que sus hijos obtengan mejor educación y mejor seguro médico. Pero eso no significa que haya clases".
Muchos otros investigadores están en desacuerdo. "La conciencia de clase y el lenguaje de clase están retrocediendo en el mismo momento en que las clases han reorganizado la sociedad americana", dice Michael Hout, profesor de sociología de la Universidad de California, Berkeley. "Encuentro que estas discusiones sobre ‘el fin de las clases' son ingenuas e irónicas, porque estamos en una época de creciente desigualdad y esta masiva reorganización de dónde vivimos y cómo nos sentimos, incluso en la dinámica de nuestra vida política. Sin embargo la gente dice: ‘Bueno, la época de las clases ya pasó'".
Un modo de pensar la posición de una persona en la sociedad es imaginar una mano de naipes. Cada uno recibe cuatro naipes, uno de cada palo: educación, ingreso, ocupación y riqueza, los cuatro criterios más usados para determinar la clase. Los palos en algunas categorías pueden colocar a un jugador en la clase media alta. Al principio, la clase de una persona es la clase de sus padres. Más tarde, puede sacar una nueva mano, propia; es probable que se parezca a la de sus padres, pero no siempre.
Bill Clinton canjeó una mano de naipes bajos con la ayuda de una educación universitaria y una beca para estudiar en Rhodes y emergió décadas después con cuatro palos. Bill Gates, que empezó en la clase media alta, hizo una fortuna sin terminar la universidad al sacar tres ases.
Muchos americanos dicen que ellos también han subido en la escala del país. En la encuesta de Times, 45 por ciento de los encuestados dijeron que estaban en una clase superior a la clase en la que habían crecido, mientras que un 16 por ciento dijo que estaban en una clase más baja. En general, un 1 por ciento se describió como clase alta, 15 por ciento como clase media alta, 42 por ciento como clase media, 35 por ciento como trabajadores y 7 por ciento como clase baja.
"Yo crecí muy pobre, lo mismo que mi marido", dijo Wanda Brown, 58, esposa de un planificador jubilado del Astillero Naval de Puget Sound, que vive en Puyallup, Washington, cerca de Tacoma. "No somos ricos, pero vivimos cómodamente y somos de clase media y nuestro hijo está mejor que nosotros".

El Ideal Americano
El ejemplar original de la movilidad social norteamericana fue casi ciertamente Benjamin Franklin, uno de los 17 hijos de un fabricante de velas. Hace unos 20 años, cuando los investigadores empezaron a estudiar la movilidad de modo riguroso, Franklin parecía un representante de una sociedad verdaderamente fluida, en la que salir de la pobreza y llegar a la riqueza era un ideal que se podía alcanzar, tal como había prometido la imagen misma del país.
En un discurso de 1987, Gary S. Becker, un economista de la Universidad de Chicago que ganaría más tarde un Premio Nobel, resumió la investigación diciendo que la movilidad en Estados Unidos era tan alta que pocas ventajas eran traspasadas de una generación a otra. De hecho, los investigadores parecen estar de acuerdo en que los nietos del privilegio y la pobreza podrían estar en pie de igualdad.
Si ese fuera el caso, el aumento en la desigualdad de los ingresos que empezó a mediados de los años setenta, no debería ser un problema. Los ricos pueden haber sentido que llevaban mucha ventaja, pero si las familias estaban entrando y saliendo de la pobreza y la prosperidad todo el tiempo, ¿qué importaba la brecha entre la base y la cima?
Pero los primeros estudios en movilidad estaban distorsionados, dicen ahora economistas. Algunos estudios descansaron en los borrosos recuerdos de infancia sobre los ingresos de sus padres. Otros comparaban años únicos de ingreso, que fluctúa considerablemente. Otros todavía mal interpretaban el progreso normal que hace la gente a medida que avanzan en sus carreras, como de joven abogado a socio del despacho, como movilidad social.
Los nuevos estudios en movilidad, que trazan metódicamente los ingresos de la gente durante décadas, han encontrado mucho menos movimiento. Las ventajas económicas que antes se creía que duraban sólo dos o tres generaciones, están ahora más cerca de cinco. La movilidad ocurre, pero no tan rápidamente como pensábamos.
"Todos conocemos historias de familias pobres que en la generación siguiente funcionaron mucho mejor", dice Gary Solon, economista de la Universidad de Michigan que es un importante investigador de la movilidad. "No es que las familias pobres no tengan oportunidad".
Pero en el pasado, agregó Solon, "la gente decía: ‘No te preocupes sobre la desigualdad. Los hijos de los pobres tienen las mismas buenas posibilidades que los hijos de los ricos'. Bueno, eso no es verdad. Ya no es respetable defender esa posición en círculos académicos".
Un estudio, del Banco Federal de Boston, encontró que, en la escala de ingresos, menos familias se movieron de un quintil a otro durante los años ochenta que durante los setenta, y todavía menos en los noventa que en los ochenta. Un estudio del Buró de Estadísticas Laborales también concluyó que la movilidad había disminuido desde los ochenta y noventa.
Los ingresos de hermanos nacidos hacia 1960 han seguido una ruta similar que la de los ingresos de hermanos nacidos a fines de los años cuarenta, concluyeron investigadores del Banco Federal de Chicago y la Universidad de California, Berkeley. Lo que quiera que sea que hereden los hijos de sus padres -hábitos, habilidades, genes, contactos, dinero- para importar hoy más.
Los estudios de la movilidad durante generaciones son notoriamente difíciles, porque requieren que los investigadores comparen los archivos de ingresos de los padres con los de sus hijos. Algunos economistas consideran turbios los resultados de los nuevos estudios; no se puede demostrar conclusivamente que la movilidad haya disminuido durante la última generación, dicen; pero no ha aumentado. Probablemente los datos no serán conclusivos durante años.
Tampoco se pone la gente de acuerdo sobre las implicaciones. Los liberales dicen que los hallazgos son evidencia de la necesidad de una mejor enseñanza inicial y programas de erradicación de la pobreza para tratar de remediar el desequilibrio en las oportunidades. Los conservadores tienden a pensar que la movilidad sigue siendo bastante alta, incluso si ha disminuido un poco.
Pero existe un amplio consenso sobre lo que es un rango óptimo de movilidad. Debería ser suficientemente alta como para que hubiera un movimiento fluido entre niveles económicos, pero no tan alta que el éxito esté solamente vinculado al logro y sea aparentemente aleatorio, dicen economistas de izquierdas y derechas.
Como lo dijo Phillip Swagel, académico residente del American Enterprise Institute: "Queremos dar a la gente todas las oportunidades que deseen. Queremos retirar las barreras de la movilidad social ascendente".
Sin embargo, debería haber un incentivo para que los padres eduquen a sus hijos. "La mayoría de la gente trabaja duro para traspasar sus ventajas a sus hijos", dijo David I. Levine, economista e investigador de la movilidad de Berkeley. "Y eso es bueno".
Un sorprendente hallazgo sobre la movilidad es que no es más alta en Estados Unidos que en Gran Bretaña o Francia. Es más baja aquí que en Canadá y algunos países escandinavos, pero no tan baja como en países en desarrollo como Brasil, donde escapar de la pobreza es tan difícil que la clase baja parece estar estancada en una posición.
Esas comparaciones parecen difícil de creer. Gran Bretaña y Francia tiene noblezas hereditarias; Gran Bretaña todavía tiene una reina. El documentos fundador de Estados Unidos proclama que todos los hombres nacen iguales. La economía americana ha crecido más rápidamente que la de Europa en las últimas décadas, dejando una impresión de oportunidades ilimitadas.
Pero Estados Unidos difiere de Europa de modos que pueden atascar la máquina de la movilidad. Debido a que la desigualdad de ingresos es mayor aquí, hay una disparidad más grande entre lo que padres ricos y pobres pueden invertir en sus hijos. Quizás como resultado, el contexto económico de un niño es un mejor indicador de los resultados en la escuela en Estados Unidos que en Dinamarca, Holanda o Francia, concluyó un estudio reciente.
"Nacer en la elite de Estados Unidos te da una constelación de privilegios que muy poca gente en el mundo ha conocido", dice Levine. "Nacer pobre en Estados Unidos te da desventajas que no se encuentran en Europa occidental y Japón y Canadá".

Paisaje Confuso
¿Por qué se tiene la impresión de que la clase está desapareciendo como fuerza de la sociedad americana?
Por una razón, es difícil leer la posición en las posesiones. Las fábricas en China y otras partes producen móviles que sacan fotos y otros lujos que ahora los puede pagar casi todo el mundo. La liberalización ha hecho lo mismo en cuanto a los billetes de avión y las llamadas de larga distancia. Los bancos, más confidentes sobre la medición de riesgos, ahora extienden créditos a familias de bajos ingresos, de modo que poseer una casa o conducir un nuevo coche ya no es evidencia de que alguien es de clase media.
Los cambios económicos que hacen que los bienes materiales sean más baratos ha obligado a las empresas a buscar nuevas oportunidades a fin de vender a grupos que antes eran ignorados. Cruceros, años antes un símbolo de la buena vida, se han convertido en algo más común. BMW produce un modelo más barato con la misma marca. Martha Stewart vende gobelinos de jaquard chenilla y vajilla de cerámica con relieves de ostiones en Kmart.
"El nivel de bienestar material en este país es entumecedor", dice Paul Bellew, director de mercado y análisis industrial en General Motors. "Puedes decir que la mitad superior vive tan bien como el 5 por ciento de clase alta hace 50 años".
Igual que los patrones de consumo, las posiciones de clase en la política se han convertido en un caos. En los años cincuenta, los profesionales eran consistentemente republicanos; hoy se inclinan hacia los demócratas. Entretanto, los trabajadores calificados han dejado de ser fuertemente demócratas y se han dividido en partes iguales.
Gente en los dos partidos han atribuido el cambio al surgimiento de problemas sociales, como el control de armas y los votantes a izquierda de ingresos superiores. Pero la creciente afluencia también juega un papel. Cuando hay no solamente un pollo, sino un pollo que es biológico, de granja, en cada cazuela, el tradicional llamado económico a la clase trabajadora puede sonar fuera de lugar.
Tampoco la afiliación religiosa es el fiable marcador de clase que fue en el pasado. El creciente poder económico del Sur ha ayudado a empujar a los cristianos evangélicos hacia las clases medias y altas, tal como generaciones anteriores de católicos subieron socialmente a mediados del siglo 20. Ya no es necesario cambiar de congregación y convertirse en episcopal o presbiteriano como prueba de que uno lo ha logrado.
"Piensa en Charlotte, Carolina del Norte: los bautistas son la clase alta", dice Mark A. Chaves, sociólogo de la Universidad de Arizona. "Pensar que si vives en Carolina del Norte, te gustaría ser presbiteriano antes que bautista por razones de respetabilidad, es algo que ya no existe".
La estrecha relación que había entre raza y clase se ha debilitado, a medida que muchos afro-americanos han ascendido a la clase media y media alta. La diversidad de todo tipo -racial, étnica y de género- ha complicado el panorama. Y las altas tasas de inmigración y las historias de éxito de los inmigrantes parecen machacar el punto: Las reglas para avanzar han cambiado.
También la elite americana es más diversa de lo que era. El número de presidentes de corporaciones que estudiaron en universidades de la Ivy League ha disminuido en los últimos 15 años. Hay más católicos, judíos y mormones en el senado que hace una o dos generaciones. Debido al terremoto económico de las últimas décadas, un número pequeño pero creciente de gente ha llegado hasta la cima.
"Todo lo que crea turbulencia crea oportunidades para que la gente se haga rica", dice Christopher S. Jencks, profesor de estudios sociales de Harvard. "Pero eso no tiene necesariamente gran influencia en el 99 por ciento de la gente que no son empresarios".
Estas historias de éxito refuerzan la percepción de la movilidad, lo mismo que hace la mitología cultural bajo la forma de programas de televisión como ‘Operación Triunfo' [Ídolo Americano] y ‘El Aprendiz'.
Pero debajo de toda esta turbiedad y movimiento, algunas de esas mismas fuerzas han profundizado las divisiones de clase ocultas. La globalización y el cambio tecnológico han cerrado fábricas, erradicando empleos que antes eran peldaños hacia la clase media. Ahora que el trabajo manual puede ser hecho por los países en desarrollo por 2 dólares al día, las capacidades y educación se han convertido en más esenciales que nunca.
Esto ha ayudado a producir un extraordinario salto en la desigualdad de ingresos. El ingreso después de deducidos los impuestos de la cima del 1 por ciento de los hogares americanos subió en un 139 por ciento, a más de 700.000 dólares, de 1979 a 2001, de acuerdo a la Oficina de Presupuestos del Congreso, que reajustó sus cifras para descontar la inflación. El ingreso del quintil medio subió en sólo un 17 por ciento, a 43.700 dólares, y el ingreso del quintil más pobres subió apenas un 9 por ciento.
Para la mayoría de los trabajadores, la única vez en las últimas tres décadas en que el aumento del jornal por hora superó la inflación fue durante la burbuja especulativa de los años noventa. Las reducidas pensiones han transformado la jubilación en algo menos seguro.
Claramente, un diploma de cuatro años de universidad provoca más diferencias que antes. Más gente está sacando diplomas que hace una generación, pero la clase todavía juega un gran papel en determinar quién lo hace y quién no. En 250 de las universidades más selectas del país, la proporción de estudiantes de familias de altos ingresos ha crecido, no disminuido.
Algunas universidades, preocupadas de la tendencia, están adoptando programas que permiten la incorporación de más estudiantes de ingresos bajos. Uno es el de Amherst, cuyo presidente Anthony W. Marx, explicó: "Si la movilidad económica continúa bajando, no sólo perderemos el talento y liderazgo que necesitamos, sino también corremos el riesgo de crear una sociedad alienada e infeliz. Incluso los más privilegiados de entre nosotros sufrirán las consecuencias de que la gente deje de creer en el sueño americano".
También se están ensanchando las diferencias de clase en la salud, según muestran investigaciones recientes. La esperanza de vida ha aumentado en general; pero los americanos de clase media alta viven más tiempo y con mejor salud que los americanos de clase media, que viven más y en mejor salud que los que están abajo.
También juega la clase un papel cada vez mayor en determinar dónde y con quién viven los americanos ricos. Más que en el pasado, tienden a vivir apartándose de todo el resto, protegidos en sus castillos suburbanos. Investigadores que han estudiado datos de los censos de 1980, 1990 y 2000 dicen que ha aumentado el aislamiento de los ricos.
También la estructura familia difiere crecientemente a lo largo de líneas de clase. Es más probable que los educados y los ricos tengan sus hijos durante el matrimonio. Tiene menos hijos y más tarde, cuando su poder de ingresos es alto. En promedio, según un estudio, las mujeres con educación universitaria tienen su primer hijo a los 30, desde 25 en los años setenta. El promedio de edad entre mujeres que nunca ha estudiado en una universidad sigue en 22.
Esas crecientes diferencias han dejado a los educados y ricos en una posición superior cuando se trata de invertir en sus hijos. "No hay razón para dudar del viejo adagio de que la decisión más importante que haces es elegir a tus padres", dice el profesor Levine, el economista e investigador de la movilidad de Berkeley. "Aunque ha sido siempre importante, ahora probablemente es un poco más importante".
Los beneficios de la nueva meritocracia tienen un precio. Antes la gente trabajaba duro y se hacían ricos para descansar, pero un nuevo marcador de clase de las familias de altos ingresos es tener al menos un padre que trabaja horas extremadamente largas (y a menudo se fanfarronea de ello). En 1973 un estudio concluyó que el décimo mejor pagado del país trabajaba menos que el décimo peor pagado. Hoy, los que están en la cima trabajan más.
En el centro de Manhattan, los coches negros hacen cola frente a la sede de Goldman Sach todas las noches de la semana a eso de las 9. Los empleados que trabajan a esa hora son llevados gratuitamente a casa, y hay montones de ellos. Hasta 1976 una limusina esperaba a las 4:30 de la tarde para transportar a los socios a la Grand Central Terminal. Pero la nueva dirección ha eliminado la limusina de la tarde para dejar en claro que las 4:30 es la mitad de la jornada, no el final.

Creyendo Que Te Puedes Hacer Rico
¿Persistirán las tendencias que han reforzado las líneas de clase al mismo tiempo que empapelan las divisiones?
Las fuerzas económicas que han hecho que los empleos emigren a países de bajos salarios todavía están activas. Las brechas en paga, educación y salud no se han transformado en un tema político importante. El corte de la tarta de la sociedad es más desigual que antes, pero la mayoría de los americanos reciben una porción mayor que sus padres. Parecen aceptar los compromisos.
Después de todo, la fe en la movilidad ha sido conscientemente tejida en la imagen nacional. Los libros de Horatio Alger han transformado su nombre en sinónimo de la historia de que puedes pasar de los harapos a la opulencia, pero no fue su propia historia. Estudió -como segunda generación- en Harvard, y se dedicó a escribir después de perder su ministerio unitario tras acusaciones de mala conducta sexual. La autobiografía de Ben Franklin fue apuntalada después de su muerte para subrayar su surgimiento desde la oscuridad.
Por otro lado, la idea de que las posiciones de clase son fijas, fastidia a muchos al lado equivocado. Los americanos no se han sentido nunca cómodos con la noción de una jerarquía que no se base en el talento y el trabajo duro. La clase contradice sus suposiciones sobre el sueño americano, igualdad de oportunidades y las razones de sus propios éxitos e incluso fracasos. Los americanos, constitucionalmente optimistas, no están inclinados a percibirse como estancados.
El optimismo ciego tiene sus defectos. Si se dan por sentadas las oportunidades, como algo que existirá siempre sin importar qué, es menos probable que el país haga lo que tiene que hacer. Pero un optimismo desafiante tiene sus puntos fuertes. Si no se creyera en la posibilidad de ascender socialmente, habría ciertamente mucho menos historias de triunfos.

15 de mayo de 2005
©new york times
©traducción mQh

0 comentarios