retorno a las ruinas
[Craig Timberg] En Zimbabue, los desplazados vuelven a casa y encuentran escombros.
Porta Farm, Zimbabue. El gobierno la llamó Operación Murambatsvina -literalmente, Sacando la Basura'. Pero para cientos de miles de personas como Gertrude Musaruro, el programa de erradicación de las villas miseria tiene otro nombre: el tsunami.
Durante 14 años, Porta Farm fue, en un país cruel, el modesto santuario de Musaruro. La comunidad, a unos 32 kilómetros al oeste de Harare, la capital, tenía una escuela para sus hijos y, más tarde, para sus nietos. El cercano río de Manyame entregaba la pesca suficiente cada año para sostener a una población de más de 10.000 personas.
Pero el 28 de junio observó impotente cuando las excavadoras del gobierno aplastaron su casa de tres habitaciones y una cabaña de madera que albergada a su familia de nueve. Luego la policía trasladó en camión a ella y a la mayoría de los otros residentes a un desolado campamento de re-asentamiento a kilómetros de distancia. De acuerdo a los boletines de prensa, el asalto con maquinaria pasada dejó cuatro muertos.
"Estoy aquí como una mariposa o un pájaro en un árbol. Sin casa, sin en qué sentarme", dice Musaruro, 45, que dejó el campamento e hizo el largo viaje de dos horas para volver a su casa que encontró tan convertida en ruinas que prefirió dormir fuera, entre los escombros.
La agresiva campaña del presidente Robert Mugabe para "limpiar" las viviendas y mercados ilegales de Zimbabue ha dejado sin casa a más de 700.000 personas durante el mes más frío del año, de acuerdo a Naciones Unidas, y ha creado la crisis más seria en este país del sur de África en cinco años de empinado decline.
Un agudo informe crítico de Naciones Unidas, dado a conocer el viernes, llamaba a Mugabe a terminar con la destrucción de las villas miseria. En el controvertido programa se han enviado a policías armados a barrios pobres en todo el país, echando abajo edificios e incluso obligando a sus residentes a destruir sus propias casas.
Hace poco en Porta Farm, donde han retornado de propia voluntad varios cientos de familias, los niños jugaban entre pilas de ladrillos rotos, fragmentos de paneles de asbesto y alambre de púa oxidado. Los hombres se sentaban en los agrietados restos de concreto de un bar, bebiendo una cerveza africana llamada Scud, de alto octanaje, mientras las mujeres trabajaban entre los bajos refugios que muchas han montado cerca de sus viejas viviendas.
Mientra hablaba sobre sus penurias, Musaruro de vez en vez reía y se encogía de hombros. Pero cuando la conversación giró hacia el gobierno de Mugabe, que ha gobernado desde la independencia en 1980, hizo un puño con su mano derecha y lo alzó como si fuera a pegar un puñetazo.
Su rabia no es nueva. En octubre de 1991 la policía destruyó con una excavadora su anterior casa, en una de las varias, densamente pobladas poblaciones en los alrededores de Harare, justo antes de una reunión de la Commonwealth Británica que incluía una rara visita de la Reina Isabel.
Ese día, dijo Masaruro, se les aseguró a los residentes que les esperaban casas nuevas y mejores, gracias al gobierno. Pero después de un largo viaje en camión, fueron arrojados en Porta Farm, que entonces no era más que terreno vacío con unos pocos árboles entre la hierba seca.
Pero había exuberantes montañas hacia el sur y un lago artificial más allá. Una corta caminata hacia el oeste está el río de Manyanne, donde los pescadores, en las turbias y rápidas aguas pueden capturar el feroz pero sabroso pez tigre. Un pez tigre de 4 kilos y medio puede alimentar a una familia durante varios días o rendir un buen dinero en los mercados de Harare.
Aunque se suponía que Porta Farm era un campamento de re-asentamiento provisional, se transformó poco a poco en algo más -en una comunidad con una escuela, una iglesia, una mezquita y miles de casas de ladrillos, paja y asbestos. Docenas de casas con pequeñas tiendas ofrecían pan, refrescos y otros productos básicos.
En un país donde la tasa de desempleo se calcula en un 70 por ciento o más, la mayor parte de los hombres de Porta Farm podían trabajar en la pesca, y la mayoría de sus mujeres vendían artículos, aquí o en Harare.
La familia de Musaruro también creció. Junto a sus cuatro hijos, pronto había tres nietos, atiborrando todavía más su pequeña casa de ladrillos. Cuando un grupo de ayuda cristiano ofreció construirle una cabaña a unos metros de distancia, Musaruro estaba encantada.
Para pagar las cuentas, compró pescado de los pescadores locales y los volvió a vender en Harare por un pequeño beneficio. Con el salario de su marido como guardia de seguridad, ganaban juntos unos 75 dólares al mes, dijo.
Porta Farm era llamado a menudo una villa miseria, y carecía de los planes de edificación adecuados y permisos para asegurarse una existencia legal. Pero para los residentes, era su hogar.
"Yo era feliz", dijo Musaruro, "porque yo empecé a construir una vida nueva".
El 19 de mayo empezó la operación Murambatsvina, siete semanas después de que el partido de Mugabe ganara por una mayoría aplastante las elecciones parlamentarias que muchos países occidentales y grupos de derechos humanos dijeron que fueron amañadas. Al defender la destrucción de mercados y casas, Mugabe denunció el crecimiento descontrolado de áreas urbanas densamente pobladas en una economía que se había reducido en un tercio desde 2000.
"Nuestras ciudades y pueblos se han deteriorado a un nivel que son una verdadera causa de preocupación", dijo Mugabe según un diario de gobierno la semana después. "Nuestras ciudades y pueblos... se han convertido en refugios de prácticas y actividades ilícitas y criminales que no se podía permitir que siguieran".
Después de demoler decenas de miles de estructuras supuestamente ilegales en y en los alrededores de Harare, la policía avanzó hacia los suburbios e incluso algunas áreas rurales. La semana pasada, haciendo frente a duras críticas internacionales, el gobierno anunció un cese temporal de la campaña, aunque líderes de oposición dijeron que se reiniciaría una vez que no se le prestara atención.
Pero ya se ha hecho un enorme daño. Las familias de Porta Farm deben dividirse entre las ruinas de la comunidad, el campo de re-asentamiento del gobierno y sus casas ancestrales en áreas rurales remotas.
Los hijos y nietos de Musaruro están todavía en el campo de re-asentamiento, donde dijo que su nieto de 15, Rangarirai, llevaba tres semanas sin asistir a la escuela y había desarrollado una preocupante tos. Entretanto, ella y su marido reunieron su dinero para tomar el bus de vuelta a Porta Farm, para unirse al flujo de retornados que ahora se ha inflado con miles más.
Primero dormían afuera entre los escombros, tratando de protegerse con pequeñas fogatas, de las gélidas noches. Luego empezaron las penetrantes lluvias. Después de una noche que la dejó empapada y tiritando, Musaruro se construyó un pequeño refugio con restos de ladrillos. Le puso encima un pedazo de hojalata corrugada. Luego entró gateando y se tendió en la tierra, junto a su marido.
Durante los días siguientes, empezaron a emerger estructuras de todo tipo de diseños. Pedazos de techos de paja y oxidados pedazos de láminas de metal fueron transformados en casitas diminutas. Una niña de 15 cosía bolsas de plástico lima para hacer una tienda amarrada a una estructura de ramas.
Hacia la tercera semana, poca gente dormía todavía a la intemperie, pero la Operación Murambatsvina había logrado transformar una sólida comunidad en un peligroso batiburrillo. Los residentes dijeron que no se atrevían a levantar casas nuevas de tamaño normal por miedo a que volviera la policía.
Sin embargo, Musaruro ya está soñando en cómo reconstruir su vida. Si otros vecinos empiezan a construir, dice, ella también lo hará. Su marido es incapaz de levantar cosas pesadas porque sufre de una vieja herida en el hombro, pero dice a ella le encantaría ocuparse del trabajo de albañilería.
"Yo, yo lo hago", dice. "Yo misma la construiré".
Sin embargo, lo que más quiere es ver reunida a su familia. Su plan es comprar un solo pez tigre, coger el bus hacia Harare, venderlo por dos o tres dólares, y luego usar el dinero para coger el bus hacia el campo de re-asentamiento y volver con al menos un hijo o un nieto. Dice que lo hará todos los días hasta que esté todo el mundo de vuelta de Porta Farm.
Pero primero, dijo, está esperando para cerciorarse de que no vuelva a ocurrir otro tsunami.
"Quizás vuelva. Quizás no", dijo. "No sé".
23 de julio de 2005
©washington post
©traducción mQh
Durante 14 años, Porta Farm fue, en un país cruel, el modesto santuario de Musaruro. La comunidad, a unos 32 kilómetros al oeste de Harare, la capital, tenía una escuela para sus hijos y, más tarde, para sus nietos. El cercano río de Manyame entregaba la pesca suficiente cada año para sostener a una población de más de 10.000 personas.
Pero el 28 de junio observó impotente cuando las excavadoras del gobierno aplastaron su casa de tres habitaciones y una cabaña de madera que albergada a su familia de nueve. Luego la policía trasladó en camión a ella y a la mayoría de los otros residentes a un desolado campamento de re-asentamiento a kilómetros de distancia. De acuerdo a los boletines de prensa, el asalto con maquinaria pasada dejó cuatro muertos.
"Estoy aquí como una mariposa o un pájaro en un árbol. Sin casa, sin en qué sentarme", dice Musaruro, 45, que dejó el campamento e hizo el largo viaje de dos horas para volver a su casa que encontró tan convertida en ruinas que prefirió dormir fuera, entre los escombros.
La agresiva campaña del presidente Robert Mugabe para "limpiar" las viviendas y mercados ilegales de Zimbabue ha dejado sin casa a más de 700.000 personas durante el mes más frío del año, de acuerdo a Naciones Unidas, y ha creado la crisis más seria en este país del sur de África en cinco años de empinado decline.
Un agudo informe crítico de Naciones Unidas, dado a conocer el viernes, llamaba a Mugabe a terminar con la destrucción de las villas miseria. En el controvertido programa se han enviado a policías armados a barrios pobres en todo el país, echando abajo edificios e incluso obligando a sus residentes a destruir sus propias casas.
Hace poco en Porta Farm, donde han retornado de propia voluntad varios cientos de familias, los niños jugaban entre pilas de ladrillos rotos, fragmentos de paneles de asbesto y alambre de púa oxidado. Los hombres se sentaban en los agrietados restos de concreto de un bar, bebiendo una cerveza africana llamada Scud, de alto octanaje, mientras las mujeres trabajaban entre los bajos refugios que muchas han montado cerca de sus viejas viviendas.
Mientra hablaba sobre sus penurias, Musaruro de vez en vez reía y se encogía de hombros. Pero cuando la conversación giró hacia el gobierno de Mugabe, que ha gobernado desde la independencia en 1980, hizo un puño con su mano derecha y lo alzó como si fuera a pegar un puñetazo.
Su rabia no es nueva. En octubre de 1991 la policía destruyó con una excavadora su anterior casa, en una de las varias, densamente pobladas poblaciones en los alrededores de Harare, justo antes de una reunión de la Commonwealth Británica que incluía una rara visita de la Reina Isabel.
Ese día, dijo Masaruro, se les aseguró a los residentes que les esperaban casas nuevas y mejores, gracias al gobierno. Pero después de un largo viaje en camión, fueron arrojados en Porta Farm, que entonces no era más que terreno vacío con unos pocos árboles entre la hierba seca.
Pero había exuberantes montañas hacia el sur y un lago artificial más allá. Una corta caminata hacia el oeste está el río de Manyanne, donde los pescadores, en las turbias y rápidas aguas pueden capturar el feroz pero sabroso pez tigre. Un pez tigre de 4 kilos y medio puede alimentar a una familia durante varios días o rendir un buen dinero en los mercados de Harare.
Aunque se suponía que Porta Farm era un campamento de re-asentamiento provisional, se transformó poco a poco en algo más -en una comunidad con una escuela, una iglesia, una mezquita y miles de casas de ladrillos, paja y asbestos. Docenas de casas con pequeñas tiendas ofrecían pan, refrescos y otros productos básicos.
En un país donde la tasa de desempleo se calcula en un 70 por ciento o más, la mayor parte de los hombres de Porta Farm podían trabajar en la pesca, y la mayoría de sus mujeres vendían artículos, aquí o en Harare.
La familia de Musaruro también creció. Junto a sus cuatro hijos, pronto había tres nietos, atiborrando todavía más su pequeña casa de ladrillos. Cuando un grupo de ayuda cristiano ofreció construirle una cabaña a unos metros de distancia, Musaruro estaba encantada.
Para pagar las cuentas, compró pescado de los pescadores locales y los volvió a vender en Harare por un pequeño beneficio. Con el salario de su marido como guardia de seguridad, ganaban juntos unos 75 dólares al mes, dijo.
Porta Farm era llamado a menudo una villa miseria, y carecía de los planes de edificación adecuados y permisos para asegurarse una existencia legal. Pero para los residentes, era su hogar.
"Yo era feliz", dijo Musaruro, "porque yo empecé a construir una vida nueva".
El 19 de mayo empezó la operación Murambatsvina, siete semanas después de que el partido de Mugabe ganara por una mayoría aplastante las elecciones parlamentarias que muchos países occidentales y grupos de derechos humanos dijeron que fueron amañadas. Al defender la destrucción de mercados y casas, Mugabe denunció el crecimiento descontrolado de áreas urbanas densamente pobladas en una economía que se había reducido en un tercio desde 2000.
"Nuestras ciudades y pueblos se han deteriorado a un nivel que son una verdadera causa de preocupación", dijo Mugabe según un diario de gobierno la semana después. "Nuestras ciudades y pueblos... se han convertido en refugios de prácticas y actividades ilícitas y criminales que no se podía permitir que siguieran".
Después de demoler decenas de miles de estructuras supuestamente ilegales en y en los alrededores de Harare, la policía avanzó hacia los suburbios e incluso algunas áreas rurales. La semana pasada, haciendo frente a duras críticas internacionales, el gobierno anunció un cese temporal de la campaña, aunque líderes de oposición dijeron que se reiniciaría una vez que no se le prestara atención.
Pero ya se ha hecho un enorme daño. Las familias de Porta Farm deben dividirse entre las ruinas de la comunidad, el campo de re-asentamiento del gobierno y sus casas ancestrales en áreas rurales remotas.
Los hijos y nietos de Musaruro están todavía en el campo de re-asentamiento, donde dijo que su nieto de 15, Rangarirai, llevaba tres semanas sin asistir a la escuela y había desarrollado una preocupante tos. Entretanto, ella y su marido reunieron su dinero para tomar el bus de vuelta a Porta Farm, para unirse al flujo de retornados que ahora se ha inflado con miles más.
Primero dormían afuera entre los escombros, tratando de protegerse con pequeñas fogatas, de las gélidas noches. Luego empezaron las penetrantes lluvias. Después de una noche que la dejó empapada y tiritando, Musaruro se construyó un pequeño refugio con restos de ladrillos. Le puso encima un pedazo de hojalata corrugada. Luego entró gateando y se tendió en la tierra, junto a su marido.
Durante los días siguientes, empezaron a emerger estructuras de todo tipo de diseños. Pedazos de techos de paja y oxidados pedazos de láminas de metal fueron transformados en casitas diminutas. Una niña de 15 cosía bolsas de plástico lima para hacer una tienda amarrada a una estructura de ramas.
Hacia la tercera semana, poca gente dormía todavía a la intemperie, pero la Operación Murambatsvina había logrado transformar una sólida comunidad en un peligroso batiburrillo. Los residentes dijeron que no se atrevían a levantar casas nuevas de tamaño normal por miedo a que volviera la policía.
Sin embargo, Musaruro ya está soñando en cómo reconstruir su vida. Si otros vecinos empiezan a construir, dice, ella también lo hará. Su marido es incapaz de levantar cosas pesadas porque sufre de una vieja herida en el hombro, pero dice a ella le encantaría ocuparse del trabajo de albañilería.
"Yo, yo lo hago", dice. "Yo misma la construiré".
Sin embargo, lo que más quiere es ver reunida a su familia. Su plan es comprar un solo pez tigre, coger el bus hacia Harare, venderlo por dos o tres dólares, y luego usar el dinero para coger el bus hacia el campo de re-asentamiento y volver con al menos un hijo o un nieto. Dice que lo hará todos los días hasta que esté todo el mundo de vuelta de Porta Farm.
Pero primero, dijo, está esperando para cerciorarse de que no vuelva a ocurrir otro tsunami.
"Quizás vuelva. Quizás no", dijo. "No sé".
23 de julio de 2005
©washington post
©traducción mQh
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