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líos en policía fronteriza


[Ginger Thompson] Plagada por la corrupción en la guerra contra las drogas.
Matamoros, México. Un poli corrupto no es nada raro en México. Pero este país se ha visto obligado a re-examinar sus políticas en su lucha contra una devastadora ola de crímenes que se ha cobrado en los últimos meses más de 600 vidas.
Al menos la mitad de esos asesinatos han ocurrido en los seis estados mexicanos que tienen frontera con Estados Unidos, donde los traficantes de drogas compiten por el control de las lucrativas rutas de drogas y vacían sus armas automáticas en ajetreadas calles a plena luz del día. Los delincuentes se han vuelto tan descarados, y la impunidad es tal, que expertos en el comercio ilegal de drogas han empezado a comparar el norte de México con Colombia, donde poderosos carteles empezaron a controlar gran parte del país mediante la corrupción de los funcionarios o matando a agentes de policía, políticos, periodistas y jueces.
Los asesinatos y secuestros están a la orden del día en Nuevo Laredo, a unos 256 kilómetros al norte de este pequeño pueblo. En comparación, Matamoros es una ciudad tranquila. Aquí en estos días, dice la policía, el delito más común es el robo. Pero hace apenas tres años, era también la capital de la guerra entre bandas de traficantes de drogas. Gente en la calle dijo que tenían miedo de que pudiera volver a ocurrir.
Y aquí, como en Colombia, la primera línea que tiene la sociedad para defenderse del caos -la policía municipal- ha demostrado ser la más débil.
"La ley en México a menudo es más bien parte del problema que de la solución", dijo Anthony P. Placido, el sub-director de inteligencia de la Drug Enforcement Administration DEA de Estados Unidos, en una reciente aparición ante el congreso. "Eso es especialmente así en los niveles municipales y estatales de gobierno".
Entrevistas con cuatro agentes de la policía municipal en esta ciudad de 500.000 habitantes en Río Grande al otro lado de Brownsville, Tejas, ofrecen una mirada en una realidad tan dura y persistente como el abrasante sol del verano mexicano. Los agentes -un jefe de turno, dos jefes de patrulla y un egresado reciente de la academia de policía- fueron elegidos por el ministro de la seguridad pública, Rubén González Chapa, para ser entrevistados para este artículo. Entonces González permitió que cada agente fuera entrevistado a solas a condición de que no fueran identificados, porque no quería poner en peligro su posición entre sus superiores y colegas.
Ninguno de los agentes negó que hubiera abusos y corrupción en sus filas. Dijeron que los agentes aceptaban sobornos de borrachos y prostitutas y aceptan regalos de empresarios y vecinos a cambio de proporcionar vigilancia extra de sus propiedades. Uno de los jefes de patrulla reconoció llevar una pistola automática no autorizada, y no el revólver que le fue asignado. Y el otro reconoció que a veces pierde la paciencia y golpea a los sospechosos antes de llevarlos a comisaría.
"Me daría vergüenza pegarle a un borracho", dijo uno de los jefes de patrulla. "Pero con un ladrón, un asesino, o un violador, tengo que confesar que soy muy duro con ellos".
Sin embargo, cuando se les preguntó sobre acusaciones escandalosas de funcionarios mexicanos y norteamericanos de que la policía realiza a menudo funciones de vigilancia y como sicarios de los traficantes de drogas, los agentes respondieron con vagas generalizaciones. En lugar de los feos detalles de las fechorías policiales, ofrecieron una mirada sobre dónde nacían los abusos, describiendo un trabajo sin incentivos, para no decir nada de la escasez de equipos básicos para mantener la ley, y lleno de humillaciones que convierten a muchos agentes en policías leales sólo a sí mismos.
El dinero fue la queja más grande de los agentes. El salario inicial de un agente de policía municipal típico es de menos de 350 dólares al mes, mejor que un obrero, pero menos que el promedio de un taxista. Sólo reciben tratamientos médicos básicos si se lesionan durante el trabajo. Y sus familias reciben sólo lo justo para enterrarlos, menos de 6.000 dólares, si mueren en horas de servicio.
Si los agentes quieren equipos que funcionen -un chaleco que pare el fuego de ametralladoras automáticas o esposas que no se rompan-, deben adquirirlos ellos mismos. Uno de los jefes de patrulla entrevistados contó cómo él y los tres colegas reunieron su dinero para instalar aire acondicionado en su patrullero, para poder soportar las temperaturas de la ciudad, que llegan a los 43 grados Celsius. Y dijo que cambiaba la subscripción de su móvil de mes en mes, dependiendo de qué compañía ofrecía la mejor tarifa por minuto.
Agentes aquí han dicho que tienen que comprar sus propias balas. Un agente, un veterano con 7 años en el cuerpo, dijo que cruzaba normalmente la frontera para ir al Wal-Mart de Brownsville a comprar balas, que introducía a hurtadillas a México. La policía de Brownsville lo paró dos veces y le requisó las municiones, dijo. Dijo que le dio demasiada vergüenza decirles que él también era un agente de policía. Pero le dio todavía más vergüenza, dijo, porque no se sentía como uno de ellos.
"Todo el mundo critica a la policía", dijo. "Dicen que somos peores que delincuentes. Dicen que quieren policías profesionales, pero no nos tratan como profesionales. Quieren que respetemos nuestro trabajo. Pero nadie nos respeta a nosotros.
"Los que queremos esta camisa hacemos lo mejor que podemos", agregó, estirándose el cuelo de uniforme de color azul medianoche. "Es muy difícil ser honesto".
Cuando se le preguntó sobre la aguda escasez de municiones y el contrabando de balas por sus propios agentes, González se encogió de hombros y dijo que había contratado a un herrero para volver a rellenar los casquetes usados. Y el alcalde Baltasar Hinojosa Ochoa reconoció el problema en una entrevista, diciendo: "Olvídese de las balas. Nuestros policías no reciben una buena formación, ni buenos equipos ni buenos salarios". La academia de policía tiene un instructor y una sala de clases. Y los agentes dijeron que reciben dos visitas a un polígono de tiro debido a que no hay suficientes balas para todos.
"Yo diría que un 30 por ciento de los agentes sabe cómo disparar", dijo el que había terminado la academia de policía. "El otro 70 por ciento no tiene ni idea".
La constitución califica al crimen organizado, incluyendo el tráfico de drogas, como un delito federal. Pero hay menos de 20 agentes federales en Matamoros, una ciudad del tamaño de Washington. Así que los primeros en responder son usualmente los 600 agentes de la policía municipal de la ciudad -autorizados fundamentalmente para aplicar faltas administrativas punibles por multas de hasta 40 dólares.
Los dos grupos no trabajan bien juntos.
En Nuevo Laredo, desde marzo han muerto cuatro agentes de policía en tiroteos relacionados con las drogas, incluyendo los dos últimos jefes de la policía. El segundo, Alejandro Domínguez, ex presidente de la cámara de comercio local, fue asesinado a balazos horas después de asumir el cargo.
Unos pocos días después, agentes de la policía municipal dispararon contra agentes federales que habían llegado a investigar el asesinato de su jefe. El alcalde suspendió a toda la fuerza policial de Nuevo Laredo, unos 730 agentes, a la espera de análisis de drogas y poligráficos. Nuevos informes de allá indican que casi la mitad de los agentes estaban recibiendo pagos de jefes del temido cartel del Golfo. Y el presidente Vicente Fox, preocupado por la escalada de violencia e informes sobre la corrupción local, envió mil soldados y agentes federales a patrullar las ciudades fronterizas como parte de una operación especial llamado México Seguro.
Sin embargo, los asesinatos siguen. Lo mismo que los enfrentamientos entre las autoridades locales y federales.
A mediados de junio, agentes federales pararon aquí a dos agentes de la policía municipal y los acusaron de portar armas militares ilegalmente en lugar de sus revólveres de servicio. Los agentes municipales pidieron ayuda por radio. Casi todo el turno nocturno, 104 agentes, se apresuraron hacia el lugar.
Uno de los jefes de patrulla entrevistados dijo a los agentes federales que se retiraran. "Ustedes no se irán de aquí con ninguno de esos agentes", les dijo. "Tendrán que saltar sobre mí. Y si quieren usar sus armas, entonces aquí es donde voy a morir".
Esa vez la bravuconada resultó, dijo el jefe de patrulla, y los agentes municipales fueron dejados en libertad. Pero más a menudo que no, las cosas salen al revés.
Dijo que había asistido a reuniones de la comunidad donde líderes empresariales exigieron que la policía reprimiera la delincuencia -pero que los amenazan con despedirles por detener a sus esposas o hijos por beber en público o mientras conducen. Cuando se les preguntó si alguna vez había aceptado un soborno de un traficante de drogas, el jefe de turno respondió con una pregunta: "¿Qué diría usted si se le acercara un traficante y le dijera: ‘Ayúdame y te dejo vivir. Si no me ayudas, te mato?'"
Pidió una respuesta, una y otra vez, negándose a responder si se le habían acercado alguna vez con una proposición semejante. Entonces sacó un llavero de su bolsillo con una foto de su familia, y respondió.
"Les digo: ‘No quiero trabajar con usted. Pero tampoco voy a hacerle la guerra. No me pagan lo suficiente para eso'", dijo el jefe de turno. "Simplemente, no me moleste, ni a mi familia. Y no le molestaré, y podremos vivir en paz'".

30 de julio de 2005
5 de julio de 2005
©new york times
©traducción mQh

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