las dos américas de ang lee
[Stephen Hunter] ‘En terreno vedado’ -una película de amor entre dos vaqueros homosexuales-, su director no está en el púlpito, pero tampoco es inocente.
Las ocho nominaciones a premios de la Academia aseguraron esta semana a la película de Ang Lee, ‘En terreno vedado’, no solamente que continuaría prosperando en la taquilla, sino que la encarnizada guerra cultural que es el contexto de la película de vaqueros homosexuales continuará siendo librada.
Los liberales verán la película como un faro de tolerancia, un estudio sobre las crueles patologías de la intolerancia, un alegato por la aceptación del principio humanista de que el amor entre adultos consintientes, no importa su género u orientación, debería ser celebrado.
Los conservadores denunciarán la tiranía liberal de una cultura de la entretención que impone "valores progresistas" elitistas a los millones de reluctantes espectadores de los estados republicanos y que, en el proceso, mancharán la pureza del más americano de los viejos géneros americanos, la película de vaqueros, el hogar de Duke Wayne, Gene Autry y Roy Rogers.
Chicos, chicos, chicos, cálmense. Dejen los fierros en la puerta. Es sólo una película.
Pero la pregunta persiste: ¿Tiene ‘En terreno vedado’ algún objetivo? Después de todo, ciertamente no es un sermón. Es tan estoica como los hombres que retrata y la montaña que adora. Es una historia de amor que no se atreve a decir su nombre porque nadie en ella conoce su nombre.
Todo eso es verdad. Pero, nuevamente, una película es una colección de imágenes, no solamente de palabras. Lo que se dice es secundario con respecto a la imagen -imágenes que, en manos de un director hábil, como el gran Lee (‘El tigre y el dragón’ [Crouching Tiger, Hidden Dragon]’ es su película más conocida, ‘Comer, beber, amar’ [Eat Drink Man Woman], su mejor), son ideas. Transmiten ideas. Son proclamas. Quieren influir en decisiones.
¿Y qué nos dicen las imágenes de Lee?
Basada en un cuento de Annie Proulx, es la historia de dos jóvenes vaqueros, Ennis del Mar (Heath Ledger, un nominado, en una excelente actuación) y Jack Twist (Jake Gyllenhaal, también nominado), que son contratados para pasar el verano de 1963 en Brokeback Mountain, Wyoming, cuidando de un rebaño de ovejas lejos de la civilización. Los dos son proletarios del campo, criados en un rancho, orgullosos de los caballos, fuertes, ingeniosos, valientes, duros, trabajadores, pobremente educados. Puedes apostar que el rebaño que deben cuidar no les importa mucho; la pasarían mucho mejor cuidando del ganado vacuno, más noble. Ninguno de los dos es muy hablador, ni leen; su único solaz en las largas noches son los pitillos liados y el whisky solo.
Lo último que habrían pensado es que se enamorarían. Uno del otro.
Enseguida la película salta sobre los años, cuatro o cinco de una vez, mientras cada uno de ellos pelea contra lo que resulta ser su verdadera naturaleza y se obligan a inclinarse antes las estaciones del vía crucis de la cultura heterosexual: matrimonio, familia, responsabilidad. Sin embargo, si el amor no dice su nombre, ciertamente entona un tonito. Los dos lo escabullen durante años y eventualmente cada esposa se entera de la amarga verdad.
Finalmente, la tragedia inevitable y la comprensión por uno de ellos de la vida que desperdició. Cómo debió haber sido fiel a sí mismo; cómo lo eludió siempre la felicidad. Es difícil argumentar que la película constituya algún tipo de amenaza o de propaganda pro homosexual. Hay demasiado dolor auténtico en ella, es demasiado triste. La imagen final de la soledad del sobreviviente es conmovedora. Nunca fue un llorón; por supuesto, sabes que, por dentro, solloza. La película muestra, convincentemente, que el amor viene del corazón, no de las glándulas, y si el corazón está comprometido, el cuerpo obedece.
También muestra un montón de temas heterosexuales románticos, convencionales, en pleno esplendor: la idea de la persona especial o del "destino" que une a dos almas afines; la idea de que la base del amor tiene que ser la confianza y la amistad, no solamente el deseo; la idea de que, a largo plazo, alguien amado aprende a aceptar las debilidades del otro; y finalmente la idea de que hay ciertas cosas que deben ser lo que son y que sin ellas, la vida parece de algún modo incompleta y torcida. Es una película sobre corazones rotos y de otro modo. Es romance puro.
Sin embargo, entrega un argumento con imágenes hábilmente empleadas para comunicar ideas. Nada es arbitrario.
No hay más que comparar los motivos visuales con los que el director Lee opone la vida homosexual a la vida heterosexual.
En ‘En terreno vedado’ la homosexualidad está siempre asociada a un río: Es un gran torrente de la naturaleza, que no se puede controlar y que proporciona sostén, nutrición, satisfacción, alegría. La imagen más feliz en la película, y la más conmovedora, es cuando Ennis y Jack, dejados a su soledad, se sacan la ropa y saltan desde un acantilado en las plácidas, acogedoras aguas abajo. Realísticamente, es un río; metafóricamente es el gran río de la homosexualidad, y es seguro, y hundirse libremente en él es para ellos el goce absoluto. En realidad, gran parte de las riñas de los dos hombres y (la mayoría fuera de cámara), de sus encuentros amorosos tienen lugar junto a un río. Se lo ve en muchos de los fondos, usualmente un torbellino de aguas blancas y espumosas que significan el empuje y el poder de su amor y deseo. A veces es tranquilizador, está siempre ahí para ellos, y sufren con la distancia que se imponen que los separe de él.
Contrasta esto con la imaginería de la familia y el hogar. Esas imágenes son expresión de la pobreza del estilo de vida heterosexual. Ennis vive en un destartalado apartamento donde es constantemente asediado por su blanda, ingenua esposa (Michelle Williams, nominada al Oscar). Sus hijos berrean y piden cosas que él no puede satisfacer; su esposa se aferra a él y se resiente; nos vemos obligados a identificarnos con él y sentir el dolor que siente y el anhelo que lo domina cuando se tambalea hacia la "pureza" del río.
Lo mismo es verdad para Jack. Su familia es igualmente disfuncional, encabezada por un suegro matón y fanfarrón que vende maquinaria agrícola en Texas. Su esposa, Lurlene (Anne Hathaway) la conocemos primero como una increíblemente guapa jinete de rodeo, pero después del matrimonio envejece y se convierte en una chabacana y viciosa fumadora en cadena, de voluminoso pelo rubio y dientes malos.
Luego está la visita de Ennis a los padres de Jack en la hacienda familiar, que se podría titular "Ennis visita el Gótico Americano en Grant Woods". El viejo Ang Lee realmente usa aquí pinceladas gruesas. El actor elegido para el papel del padre de Jack (Peter McRobbie) ciertamente se ve como uno de los cadáveres vivientes de Wood -sombrío, un resollante cabeza rapada, sólo le falta la horquilla- y la casa misma tiene la cualidad de un esqueleto: desnuda y de maderas inconclusas, pudriéndose al sol. Nuevamente lo visual es apabullante: la vida familiar, la vida hogareña, la vida de un criador como una gestalt de empobrecimiento y rígida e inconfortable angulosidad. Al viejo le importa menos la vida de su hijo, que su muerte; su problema es que las cenizas del chico no sean esparcidas en Brokeback Mountain, como a Jack le hubiera gustado, sino que sea enterrado en el terreno de la familia, que él reclama hipócritamente por algo llamado decencia.
De hecho, en general, la película es cruel con la familia. Parece pensar que la familia es un engaño burgués; la pobre hija de Ennis termina en el chillón Trans Am de su novio, un presagio de los miserables desastres por venir. El niño de Jack es simplemente olvidado; su dolor último -y será considerable- no será comentado.
La película también pasa por alto las alegrías más profundas de la familia, que es ese sentido de conexión con la gran rueda de la vida. Tener hijos, educar y amar a un niño están entre las alegrías más profundas de la existencia humana. ‘En terreno vedado’ no se puede ni empezar a imaginar algo así; esa realidad simplemente no está en su radar, y si miraras la historia desde otro punto de vista -de los hijos-, sería una historia totalmente diferente: sobre unos homosexuales avaros, egoístas, indisciplinados que cerraron un contrato con el mundo heterosexual, y lo abandonaron. No eran verdaderos hombres; fracasaron en el deber más sagrado del hombre en la Tierra, que es proveer.
Es cuando la película se muda hacia arriba en la casa de los padres de Jack que ‘En terreno vedado’ alcanza su verdadero poder y universalidad. El tema ya no es la homosexualidad sino el clóset, que Lee presenta, de nuevo literalmente -éste es un armario- y metafóricamente. Ennis está solo en el cuarto, pero siente una presencia y mira en el clóset donde él ha vivido metafóricamente la mayoría de sus días más significativos y felices de su vida. Se mete en él como si se prostrara ante un altar, se arrodilla y, oculta atrás, encuentra la camisa de Jack, manchada con sangre después de una pelea que habían tenido; y dentro de la camisa de Jack, encuentra su propia camisa, con su sangre de esa pelea. Es todo lo que queda de Jack, y este hombre, que puede cabalgar y echar el lazo y pelear (lo hemos visto) y matar (a coyotes y alces) finalmente tiene un momento de ternura cuando acerca la ropa a su cara y la frota contra su mejilla. Presumiblemente la gente que siente náuseas con esta escena no habrán venido al cine en primer lugar, o habrán salido una hora antes después de la primera escena en la tienda. Los que nos quedamos recibimos todo el peso emocional de la escena cuando el reprimido hombre finalmente se permite a sí mismo el placer redentor de un poco de emoción.
Volvemos a ver las camisas, brevemente; ahora, sin embargo, su orden ha sido invertido, de modo que es la camisa de Ennis la que envuelve la de Jack, en un gesto, demasiado tarde pero todavía más conmovedor por ello, de protección. El sitio de la camisa, sin embargo, sigue siendo el clóset: Es el armario de Ennis en su caravana, donde vive solo, esencialmente un exiliado de toda sociedad, homosexual o heterosexual. En la parte de dentro de la puerta del clóset ha pegado una foto de lo que debe ser la verdadera montaña Brokeback, o simplemente una montaña que su imaginación ha puesto en Brokeback. Es una imagen del paraíso, ya que toda la imaginería de montaña es generalmente majestuosa, remontándonos derechamente al Shangri-La de James Hilton. Esta fotografía hace de la América homosexual un Shangri-La.
Pero cuando abre la puerta, esta se desprende de sus bisagras y cae sobre la pared. Por un brillante giro de diseño, queda junto a la ventana de la caravana, y a través de la ventana, vemos a otra América. La composición de la toma es el trabajo de un genio. Las dos imágenes están enmarcadas -la montaña por el marco de la foto, la realidad por el marco de la ventana, y ambas están enmarcadas por un tercer marco, que es la pantalla. La significación está clara: la película nos ofrece opciones. ¿Shangri-La o...?
¿Y cuál es la imagen de la verdadera América a través de la ventana? Si es algo, es una imagen chata. Es un aburrido paisaje rural, si quieres, sin puntos de interés para la vista, sin texturas que apacigüen el alma. No hay en él nada interesante. Expresa la idea de algunos de una América reprimida, donde los homosexuales son obligados a ocultar sus personalidades y el violento conformismo es la regla del día. Para parafrasear a Gertrude Stein, allá no hay nada allí.
Lee ha hecho su punto visceralmente; no está predicando en un púlpito, pero tampoco es inocente. Con sus imágenes está hablando con voz más alta que la mayoría de sus opositores ideológicos lo hacen con palabras.
Los liberales verán la película como un faro de tolerancia, un estudio sobre las crueles patologías de la intolerancia, un alegato por la aceptación del principio humanista de que el amor entre adultos consintientes, no importa su género u orientación, debería ser celebrado.
Los conservadores denunciarán la tiranía liberal de una cultura de la entretención que impone "valores progresistas" elitistas a los millones de reluctantes espectadores de los estados republicanos y que, en el proceso, mancharán la pureza del más americano de los viejos géneros americanos, la película de vaqueros, el hogar de Duke Wayne, Gene Autry y Roy Rogers.
Chicos, chicos, chicos, cálmense. Dejen los fierros en la puerta. Es sólo una película.
Pero la pregunta persiste: ¿Tiene ‘En terreno vedado’ algún objetivo? Después de todo, ciertamente no es un sermón. Es tan estoica como los hombres que retrata y la montaña que adora. Es una historia de amor que no se atreve a decir su nombre porque nadie en ella conoce su nombre.
Todo eso es verdad. Pero, nuevamente, una película es una colección de imágenes, no solamente de palabras. Lo que se dice es secundario con respecto a la imagen -imágenes que, en manos de un director hábil, como el gran Lee (‘El tigre y el dragón’ [Crouching Tiger, Hidden Dragon]’ es su película más conocida, ‘Comer, beber, amar’ [Eat Drink Man Woman], su mejor), son ideas. Transmiten ideas. Son proclamas. Quieren influir en decisiones.
¿Y qué nos dicen las imágenes de Lee?
Basada en un cuento de Annie Proulx, es la historia de dos jóvenes vaqueros, Ennis del Mar (Heath Ledger, un nominado, en una excelente actuación) y Jack Twist (Jake Gyllenhaal, también nominado), que son contratados para pasar el verano de 1963 en Brokeback Mountain, Wyoming, cuidando de un rebaño de ovejas lejos de la civilización. Los dos son proletarios del campo, criados en un rancho, orgullosos de los caballos, fuertes, ingeniosos, valientes, duros, trabajadores, pobremente educados. Puedes apostar que el rebaño que deben cuidar no les importa mucho; la pasarían mucho mejor cuidando del ganado vacuno, más noble. Ninguno de los dos es muy hablador, ni leen; su único solaz en las largas noches son los pitillos liados y el whisky solo.
Lo último que habrían pensado es que se enamorarían. Uno del otro.
Enseguida la película salta sobre los años, cuatro o cinco de una vez, mientras cada uno de ellos pelea contra lo que resulta ser su verdadera naturaleza y se obligan a inclinarse antes las estaciones del vía crucis de la cultura heterosexual: matrimonio, familia, responsabilidad. Sin embargo, si el amor no dice su nombre, ciertamente entona un tonito. Los dos lo escabullen durante años y eventualmente cada esposa se entera de la amarga verdad.
Finalmente, la tragedia inevitable y la comprensión por uno de ellos de la vida que desperdició. Cómo debió haber sido fiel a sí mismo; cómo lo eludió siempre la felicidad. Es difícil argumentar que la película constituya algún tipo de amenaza o de propaganda pro homosexual. Hay demasiado dolor auténtico en ella, es demasiado triste. La imagen final de la soledad del sobreviviente es conmovedora. Nunca fue un llorón; por supuesto, sabes que, por dentro, solloza. La película muestra, convincentemente, que el amor viene del corazón, no de las glándulas, y si el corazón está comprometido, el cuerpo obedece.
También muestra un montón de temas heterosexuales románticos, convencionales, en pleno esplendor: la idea de la persona especial o del "destino" que une a dos almas afines; la idea de que la base del amor tiene que ser la confianza y la amistad, no solamente el deseo; la idea de que, a largo plazo, alguien amado aprende a aceptar las debilidades del otro; y finalmente la idea de que hay ciertas cosas que deben ser lo que son y que sin ellas, la vida parece de algún modo incompleta y torcida. Es una película sobre corazones rotos y de otro modo. Es romance puro.
Sin embargo, entrega un argumento con imágenes hábilmente empleadas para comunicar ideas. Nada es arbitrario.
No hay más que comparar los motivos visuales con los que el director Lee opone la vida homosexual a la vida heterosexual.
En ‘En terreno vedado’ la homosexualidad está siempre asociada a un río: Es un gran torrente de la naturaleza, que no se puede controlar y que proporciona sostén, nutrición, satisfacción, alegría. La imagen más feliz en la película, y la más conmovedora, es cuando Ennis y Jack, dejados a su soledad, se sacan la ropa y saltan desde un acantilado en las plácidas, acogedoras aguas abajo. Realísticamente, es un río; metafóricamente es el gran río de la homosexualidad, y es seguro, y hundirse libremente en él es para ellos el goce absoluto. En realidad, gran parte de las riñas de los dos hombres y (la mayoría fuera de cámara), de sus encuentros amorosos tienen lugar junto a un río. Se lo ve en muchos de los fondos, usualmente un torbellino de aguas blancas y espumosas que significan el empuje y el poder de su amor y deseo. A veces es tranquilizador, está siempre ahí para ellos, y sufren con la distancia que se imponen que los separe de él.
Contrasta esto con la imaginería de la familia y el hogar. Esas imágenes son expresión de la pobreza del estilo de vida heterosexual. Ennis vive en un destartalado apartamento donde es constantemente asediado por su blanda, ingenua esposa (Michelle Williams, nominada al Oscar). Sus hijos berrean y piden cosas que él no puede satisfacer; su esposa se aferra a él y se resiente; nos vemos obligados a identificarnos con él y sentir el dolor que siente y el anhelo que lo domina cuando se tambalea hacia la "pureza" del río.
Lo mismo es verdad para Jack. Su familia es igualmente disfuncional, encabezada por un suegro matón y fanfarrón que vende maquinaria agrícola en Texas. Su esposa, Lurlene (Anne Hathaway) la conocemos primero como una increíblemente guapa jinete de rodeo, pero después del matrimonio envejece y se convierte en una chabacana y viciosa fumadora en cadena, de voluminoso pelo rubio y dientes malos.
Luego está la visita de Ennis a los padres de Jack en la hacienda familiar, que se podría titular "Ennis visita el Gótico Americano en Grant Woods". El viejo Ang Lee realmente usa aquí pinceladas gruesas. El actor elegido para el papel del padre de Jack (Peter McRobbie) ciertamente se ve como uno de los cadáveres vivientes de Wood -sombrío, un resollante cabeza rapada, sólo le falta la horquilla- y la casa misma tiene la cualidad de un esqueleto: desnuda y de maderas inconclusas, pudriéndose al sol. Nuevamente lo visual es apabullante: la vida familiar, la vida hogareña, la vida de un criador como una gestalt de empobrecimiento y rígida e inconfortable angulosidad. Al viejo le importa menos la vida de su hijo, que su muerte; su problema es que las cenizas del chico no sean esparcidas en Brokeback Mountain, como a Jack le hubiera gustado, sino que sea enterrado en el terreno de la familia, que él reclama hipócritamente por algo llamado decencia.
De hecho, en general, la película es cruel con la familia. Parece pensar que la familia es un engaño burgués; la pobre hija de Ennis termina en el chillón Trans Am de su novio, un presagio de los miserables desastres por venir. El niño de Jack es simplemente olvidado; su dolor último -y será considerable- no será comentado.
La película también pasa por alto las alegrías más profundas de la familia, que es ese sentido de conexión con la gran rueda de la vida. Tener hijos, educar y amar a un niño están entre las alegrías más profundas de la existencia humana. ‘En terreno vedado’ no se puede ni empezar a imaginar algo así; esa realidad simplemente no está en su radar, y si miraras la historia desde otro punto de vista -de los hijos-, sería una historia totalmente diferente: sobre unos homosexuales avaros, egoístas, indisciplinados que cerraron un contrato con el mundo heterosexual, y lo abandonaron. No eran verdaderos hombres; fracasaron en el deber más sagrado del hombre en la Tierra, que es proveer.
Es cuando la película se muda hacia arriba en la casa de los padres de Jack que ‘En terreno vedado’ alcanza su verdadero poder y universalidad. El tema ya no es la homosexualidad sino el clóset, que Lee presenta, de nuevo literalmente -éste es un armario- y metafóricamente. Ennis está solo en el cuarto, pero siente una presencia y mira en el clóset donde él ha vivido metafóricamente la mayoría de sus días más significativos y felices de su vida. Se mete en él como si se prostrara ante un altar, se arrodilla y, oculta atrás, encuentra la camisa de Jack, manchada con sangre después de una pelea que habían tenido; y dentro de la camisa de Jack, encuentra su propia camisa, con su sangre de esa pelea. Es todo lo que queda de Jack, y este hombre, que puede cabalgar y echar el lazo y pelear (lo hemos visto) y matar (a coyotes y alces) finalmente tiene un momento de ternura cuando acerca la ropa a su cara y la frota contra su mejilla. Presumiblemente la gente que siente náuseas con esta escena no habrán venido al cine en primer lugar, o habrán salido una hora antes después de la primera escena en la tienda. Los que nos quedamos recibimos todo el peso emocional de la escena cuando el reprimido hombre finalmente se permite a sí mismo el placer redentor de un poco de emoción.
Volvemos a ver las camisas, brevemente; ahora, sin embargo, su orden ha sido invertido, de modo que es la camisa de Ennis la que envuelve la de Jack, en un gesto, demasiado tarde pero todavía más conmovedor por ello, de protección. El sitio de la camisa, sin embargo, sigue siendo el clóset: Es el armario de Ennis en su caravana, donde vive solo, esencialmente un exiliado de toda sociedad, homosexual o heterosexual. En la parte de dentro de la puerta del clóset ha pegado una foto de lo que debe ser la verdadera montaña Brokeback, o simplemente una montaña que su imaginación ha puesto en Brokeback. Es una imagen del paraíso, ya que toda la imaginería de montaña es generalmente majestuosa, remontándonos derechamente al Shangri-La de James Hilton. Esta fotografía hace de la América homosexual un Shangri-La.
Pero cuando abre la puerta, esta se desprende de sus bisagras y cae sobre la pared. Por un brillante giro de diseño, queda junto a la ventana de la caravana, y a través de la ventana, vemos a otra América. La composición de la toma es el trabajo de un genio. Las dos imágenes están enmarcadas -la montaña por el marco de la foto, la realidad por el marco de la ventana, y ambas están enmarcadas por un tercer marco, que es la pantalla. La significación está clara: la película nos ofrece opciones. ¿Shangri-La o...?
¿Y cuál es la imagen de la verdadera América a través de la ventana? Si es algo, es una imagen chata. Es un aburrido paisaje rural, si quieres, sin puntos de interés para la vista, sin texturas que apacigüen el alma. No hay en él nada interesante. Expresa la idea de algunos de una América reprimida, donde los homosexuales son obligados a ocultar sus personalidades y el violento conformismo es la regla del día. Para parafrasear a Gertrude Stein, allá no hay nada allí.
Lee ha hecho su punto visceralmente; no está predicando en un púlpito, pero tampoco es inocente. Con sus imágenes está hablando con voz más alta que la mayoría de sus opositores ideológicos lo hacen con palabras.
2 de febrero de 2006
©washington post
©traducción mQh
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