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potpurrí con carnicería


[Ken Johnson] Da miedo pensar qué hará Thomas Hirschhorn después de esta espantosa exhibición sobre las atrocidades de la guerra.
Nos guste, odiemos o respetemos de mala gana, el espectáculo de horror políticamente ejemplar de Thomas Hirschhorn, ‘Superficial Engagement’, en la Galería Gladstone de Chelsea, es fácilmente la exposición de arte más inquietante y provocadora en la ciudad en estos momentos.
Hirschhorn es un artista suizo de París que últimamente es muy solicitado por curadores de museo ambiciosos y organizadores de exhibiciones de arte contemporáneo. Es conocido por sus enormes y desordenadas, didácticamente agresivas instalaciones hechas con grandes cantidades de cartón, cinta de pegar, papel de aluminio, fotocopias y objetos encontrados. Para su última exhibición en Gladstone, ha creado dentro de la galería una red de cuevas de cartón. Incluye un montón de literatura política fotocopiada, pero los visitantes pueden ignorar esos estudios sociales y simplemente disfrutar de la experiencia tipo casa de la risa y la fantasía de una contracultura underground.
Con esta instalación Hirschhorn evidentemente decidió sacarse los guantes. Ha atiborrado la galería con una serie de retablos escultóricos que se parecen a carrozas de parada construidas por una banda de estudiantes de secundaria anarquistas neo-punkies. Con maniquíes tachonadao de tornillos, como fetiches africanos, ataúdes falsos, monitores de video, titulares y artículos fotocopiados de periódicos, alfombras orientales, pancartas pintadas a mano y fotocopias de materiales gráficos geométricos, la instalación está casi abrumadoramente congestionada.
Pero un elemento se destaca claramente: atacándote desde todos los rincones hay imágenes copiadas de internet y otras fuentes internacionales de noticias mostrando cuerpos humanos destrozados, quemados y desmembrados por las bombas en Iraq, Afganistán y otros escenarios de guerra y terror.
Otra dimensión corre paralela a la atrocidad de las fotografías: Hirschhorn colocó en toda la instalación borrosas y desteñidas fotocopias de dibujos de Emma Kunz, la artista y mística suiza que creó bellas composiciones tipo mandala, que usaba en su práctica de curandera. Adheridas a los paneles de cartón y contrachapado de varios tamaños con cinta de pegar, paneles que están suspendidos y orientados hacia el espectador, los dibujos instalan una tensión entre la transcendencia creativa y la carnicería pedestre.
Pero la mala calidad de las fotocopias de los dibujos de Kunz hacen poco para mitigar la general sensación de caos. En este contexto, parecen más diseños de mal gusto que materiales gráficos espiritualmente resonantes. La pregunta se impone: ¿con qué propósito ha Hirschhorn orquestado este asalto mezclado de horripilantes imaginerías, materiales feos y cruda literatura de agitación y propaganda? ¿Se está expresando sinceramente o, considerando la hebra cómica oscura y posiblemente nihilista que corre por la instalación, está quizás parodiando algún tipo de política populista inmaduro? ¿O está tratando de hacer que el tipo de gente que se acerca a las galerías de arte de Chelsea se sienta mal sobre su comodidad y privilegios?
Para la gente que obtiene sus noticias solamente de fuentes americanas, que rara vez muestran documentos tan espeluznantes, la exposición puede ser reveladora. Y eso sería consistente con los propósitos expresados en el título ‘Superficial Engagement’ y por las declaraciones escritas sobre la exposición del mismo autor.
Hirschhorn opina que debemos prestar más atención a la superficie de las cosas. "El compromiso superficial no es el no compromiso", escribe. "Dejemos las cosas en la superficie, tomemos la superficie en serio". Es un argumento convincente. Demasiado a menudo las ideologías, metafísicas y religiones que encuentran verdades por encima, o por debajo, o más allá de las realidades observables en la superficie causan problemas y pesar porque justifican las agresiones hacia los no creyentes y otros grupos inconvenientes.
¿Pero qué podemos decir de las tensiones, altas y bajas, entre los etéreos dibujos de Kunz y las horrorosas fotografías? La yuxtaposición no parece estar pegada a las realidades de la superficie, y no está claro qué es lo que quiere decir Hirschhorn con ellos. ¿Está diciendo que necesitamos un transcendentalismo más compasivo para curarnos a nosotros mismos y nuestro mundo? ¿O piensa que el racionalismo es inútil frente a la violencia del mundo real? ¿Y no cree que la vista de esos cuerpos destrozados tienden a inflamar ciclos de venganza, antes que apartar a la gente de la violencia?
A pesar de su brutal obviedad y falso populismo hay algo profundamente confuso y perturbador en el proyecto de Hirschhorn. Puedes sospechar que está, inconscientemente, enmascarando una sensación de incertidumbre y desesperación más profunda montando un espectáculo que sobre todo distrae.
Esta es la tercera importante exposición de esta temporada por un artista que mete de todo en la galería, excepto el fregadero de la cocina, sin consideración por sutilezas estéticas. Hace poco Mike Kelley rellenó la Galería Gagosian con una serie igualmente convincente, aunque conceptualmente oscura, de teatrales retablos a imitación de las producciones teatrales de la escuela secundaria. Y en P.S.1, John Kessler presentó una divertida y envolvente instalación de contracepciones motorizadas y videos centrados en protestar contra la intervención de Estados Unidos en Iraq.
Las tres exposiciones parecen al menos estar animadas por la desesperación, como si los artistas hubiesen sido empujados hacia histerias gesticuladoras de rabia impotente por la incapacidad de las formas tradicionales de arte de tratar adecuadamente las cosas terribles y exasperantes que están pasando en el mundo.
Kelley y Kessler parecen, al menos, divertirse. En la exposición de Hirschhorn el fervor puritano excluye la diversión y el goce. Intimida al espectador y le provoca una vaga y espontánea sensación de culpa; es el Lars von Trier del mundo del arte. Pocos artistas han tomado tan en serio la famosa admonición de Teodoro Adorno, de que crear poesía debería ser imposible después del Holocausto. Da miedo pensar qué va a hacer Hirschhorn después de esto.

7 de febrero de 2006

©new york times
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traducción mQh

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