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se alquilan escritores


Es hora de preguntarse si la prensa estadounidense no debe hacer algo contra los escritores de alquiler que cada vez más frecuentemente pasan por las redacciones.
Esta semana nos trajo otras gotas más de una corriente de historias recientes sobre escritores de alquiler que son menos que una inundación, pero más que un hilito de agua -y que debería haber provocado un buen montón más de reflexión y preocupación entre editores y redactores de las que ha provocado.
Primero fueron las revelaciones de una mujer de Alabama de que le habían pagado 11 mil dólares para escribir columnas favorables al ejecutivo Richard Scrushy durante el juicio de seis semanas que terminó con su absolución de la acusación de que había cometido un fraude de 2.7 billones de dólares cuando era presidente ejecutivo de HealthSouth Corp. Todas las columnas aparecieron en el Birmigham Times, el diario negro más antiguo de la ciudad. La mayoría de los miembros del jurado de Scrushy eran afro-americanos.
El ejecutivo despedido niega haber pagado esta cobertura favorable, aunque admitió ante la Associated Press que leyó algunas de las columnas antes de que fueran publicadas "para cerciorarse de que los hechos del juicio eran correctos". La AP obtuvo documentos que muestran pagos hechos a la mujer por gente de relaciones públicas empleadas por Scrushy.
Entretanto, en una columna para la National Review Online, la escritora y comentarista independiente de Los Angeles, Cathy Seipp, contó que había rechazado la oferta de un representante de relaciones públicas de que aceptara mil dólares "para escribir un artículo para atacar a una organización de izquierda que a un cliente de una multinacional le gustaría que fuera criticada". Seipp no identificó a la persona que le ofreció el soborno ni el nombre de la organización que esperaban que ella criticara.
(Su empleador todavía puede querer ese artículo, ya que si el ejecutivo de relaciones públicas pensó que Seipp podría aceptar un soborno, es que no estaban familiarizados con su trabajo o tienen un serio problema de interpretación de las cosas escritas).
Estas historias nos llegaron el mismo día y pudieron parecernos mera coincidencia, pero las dos se ajustan demasiado bien en una inquietante secuencia.
El mes pasado el columnista sindicado Doug Bandow fue despedido por Copley News Service y obligado a renunciar a su posición de toda la vida como profesor en el Cato Institute después de que Business Week Online revelara que había estado en la planilla de pago de Jack Abramoff por casi diez años.
En ese período, el deshonesto cabildero de Washington pagó a Bandow para que escribiera entre doce y dos docenas de columnas a favor de sus clientes y
sus intereses. Demás está decir que las fuerzas del mercado pusieron a Bandow -un auto-proclamado libertario- fuera del negocio de las columnas.
No ocurrió lo mismo con Peter Ferrara, un asesor de políticas del Institute for Policy Innovation -y un importante promotor de la privatización de las páginas de opinión abierta del país- que también admite que Abramoff hizo contribuciones económicas a su trabajo pero niega que haya sido pagado por hacerlo. Business Week lo vincula con Bandow como alguien a quien el desacreditado cabildero pagó para escribir "artículos de opinión favorables a las posiciones de algunos de los clientes de Abramoff". Paul Krugman, del New York Times, observó posteriormente que Ferrara, de hecho, había escrito a favor de Malasia y las Islas Marianas del Norte, hogar de una de las economías más infamemente explotadoras del mundo. Ambos países son antiguos clientes de Abramoff.
Luego está el asunto de Michael Fumento, del Hudson Institute, que fue despedido por Scripps Howard después de que se descubriera que había aceptado pagos de Monsanto para escribir artículos de opinión favorables al negocio de la bio-industria.
Todo esto ocurre apenas conocidas las revelaciones del año pasado de que el columnista y comentarista de televisión Armstrong Williams había recibido 240 mil dólares del ministerio de Educación estadounidense para que usara sus plataformas periodísticas para fomentar las políticas sobre educación del presidente Bush. La columna de Williams fue inmediatamente cancelada por su sindicato, el Tribune Media Services.
Más allá de lo obvio -corrupción mala contra integridad buena- de todo esto, hay varias inquietantes implicaciones que vale la pena considerar.
La primera es que -con la excepción de Seipp- todos estos casos salieron a luz casi por accidente, como parte de investigaciones de otros asuntos. El fiasco del Birmingham Times salió a superficie sólo cuando la enfadada escritora lo denunció porque pensaba que Scrushy todavía le debía dinero. Nada en el proceso normal del periodismo o de la redacción sacó a la luz estas situaciones de corrupción, que es precisamente la razón por la que se hicieran públicas. El ejemplo de Bandow sugiere que ha sido así durante bastante tiempo, pero la dolorosa verdad es que nadie ahora que trabaje en algún órgano de prensa de Estados Unidos puede decir con certeza durante cuánto tiempo se vienen produciendo estas situaciones o cuál es su magnitud.
Lo que podemos decir es que un par de fuertes tendencias entre las organizaciones de prensa hacen de este tipo de soborno una ocurrencia más probable, y más posible de lo que hubiera sido hace algunos años.
Una de esas fuerzas es la continua ronda de recortes presupuestarios impuestos a los diarios y organizaciones de emisoras por sus dueños. Con menos empleados y presupuestos más estrechos las organizaciones de prensa se han visto obligadas a depender crecientemente de los escritores autónomos, que trabajan con tarifas reducidas y sin beneficios laborales.
No hay un vínculo entre el ingreso y la integridad, pero es lógico asumir que la gente que es mal pagada por su trabajo es probablemente la más vulnerable a la transitoria tentación, que la gente que recibe salarios regulares con seguro médico y la promesa de una modesta jubilación.
Otra es el crecimiento de lo que podría llamarse la cultura de la opinión abierta en la que hay cada vez más espacio y tiempo para la opinión antes que para el periodismo. La mayoría de la gente que escribe o emite sus opiniones tienen otros trabajos, especialmente los afiliados a laboratorios ideológicos, como Fumento, Ferrara y Bandow.
La verdad es que la mayoría de los editores de la mayoría de los diarios hacen poco o nada para controlar si esta gente tiene conflictos de intereses -aunque es también un hecho que no hay nada menos que una citación judicial podría descubrir los pagos que se hacen por debajo de la mesa.
La admisión más incómoda implicaría una evaluación honesta del papel que juegan los materiales sindicados relativamente baratos, tales como los de Bandow, Fumento y Williams. La abrumadora mayoría de los jefes de redacción que compran sus columnas a sindicatos no han tenido nunca contacto directo con los escritores, menos todavía encontrado personalmente para formarse una idea de su personalidad o integridad.
Nuevamente, nada protegerá completamente a las organizaciones de noticias de los granujas de alquiler, pero un recurso tan importante como la integridad no debería probablemente ser encomendado a lo que, desde todo punto de vista y propósito, poco más que un tiro en la oscuridad.
Cosas como la situación de Alabama son probablemente una rareza. No hace mucho tiempo atrás, eran rutina. El legendario patrón del béisbol Bill Veeck acostumbraba a bromear: "Nunca me preocupo de los periodistas deportivos. Los puedes comprar con un bistec".
Las pequeñas sumas de dinero tampoco hacían daño, y hasta que las organizaciones de prensar hicieron la limpieza en sus casas en la posguerra, eran tan comunes en las salas de redacción como las bebidas gratuitas.
Si la gente que dirige nuestras organizaciones de prensa hoy no levantan la vista del balance y consideran lo que está pasando a su alrededor, se encontrarán de vuelta en esos viejos y malos días -sin nada que vender.

21 de enero de 2006

©los angeles times
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traducción mQh

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