cuando en chile dejó de nevar en enero
-¿En qué se basa usted para hacer tal afirmación? -inquiere el otro.
-Me lo ha dicho Dios -responde Hitler.
-No, yo no he dicho nada -retruca Stalin.
El chiste puede haber sido bueno, pero en la dirección del partido del que dependía el diario no le hizo gracia a nadie. El jefe de crónica de Frente Popular, Luis Corvalán Lepe, fue suspendido de sus funciones y recibió una amonestación formal por haber dejado pasar el chistecito. El mismo antiguo dirigente comunista recuerda el incidente en su libro de memorias ‘De lo vivido y lo peleado’ (1997), donde admite que "el chiste cayó muy mal" en el partido, aunque no explica la razón exacta de la molestia. ¿Stalin había sido ridiculizado? ¿Sacralizado? ¿El problema era con Stalin, Hitler o Dios?
Una cosa es clara. Para un partido comunista como el chileno, formado bajo la rectoría de la Unión Soviética, Josef Stalin era intocable. "El primer trabajador del mundo", como se lo llamó a comienzos de los 50 en ‘Principios’, la revista doctrinal del partido, fue una figura venerada para la colectividad en Chile. Neruda le dedicó versos y la dirigencia evocó su nombre en los documentos oficiales. Y aunque la historiadora Olga Ulianova duda que un sólo militante local haya conocido personalmente a Stalin, siquiera de lejos, la autora de la serie ‘Chile en los Archivos Soviéticos (1922-1991)’ afirma que el líder soviético era un Dios viviente en el creían ciegamente, aunque no lo vieran.
Si su influencia ya era desmesurada para cuando apareció la viñeta humorística, se tornó ilimitada con su triunfo en la guerra. Desde entonces fue llamado el ‘padre de la paz’, pero ese título, que parecía indeleble, comenzó a derrumbarse el 25 de febrero de 1956.
La madrugada de ese día, al celebrarse el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, el secretario general, Nikita Kruschev, pronunció un discurso a puertas cerradas, exclusivo para dirigentes soviéticos, en que denunció los crímenes cometidos por Stalin y el desmedido culto a su personalidad.
Acuso Recibo
El ‘discurso secreto’ de Kruschev -formalmente llamado Informe Sobre el Culto a la Personalidad y sus Consecuencias- se recibió en el PCUS como si se negara la existencia de Dios en un cónclave de cardenales. Se cuenta que hubo llantos, desmayos y gritos de incredulidad. Y aunque se pidió estricta reserva de su contenido ("no debemos proporcionar municiones al enemigo", argumentó el mismo Kruschev), no tardó en trascender a los delegados extranjeros -entre quienes figuraba Luis Corvalán- y a la prensa.
Era indesmentible. Desde el corazón mismo del imperio soviético se reconocía que "Stalin descartó el método de lucha ideológica, reemplazándolo por el sistema de violencia administrativa, persecuciones en masa y terror". Sin embargo, pese a las evidencias, en Chile no hubo discusión ni debate. Ni hablar de un mea culpa o alguna expresión de desagravio hacia gente como Jan Valtin, Arturo London, André Gide, Arthur Koestler, Enrique Castro Delgado, Octavio Paz o el mismo Eudocio Ravines, que habían sido purgados por sus criticas al estalinismo.
Mientras el informe provocó una fuerte repercusión en los partidos comunistas europeos y en algunos de Latinoamérica, generando debates, divisiones y hasta levantamientos como los de Polonia, Hungría y más tarde Checoslovaquia, en Chile "no pasó de ser un bache en el camino", a decir del historiador Rolando Álvarez, vinculado al Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz y experto en la historia del PC chileno.
"El partido fue leal a la Unión Soviética en todos sus trances", juzga el historiador. "Cuando hubo que ser estalinista, lo fue por entero. Incondicionalmente. Y cuando hubo que darle la espalda al padre, lo hizo sin cuestionárselo. De ahí que el informe secreto haya sido interpretado como una corrección necesaria".
La postura quedó confirmada en octubre de 1956, ocho meses después de conocido el informe secreto, cuando el secretario general del PC chileno, Galo González, respaldó la represión del Ejército Rojo contra la revuelta popular en Budapest. "Interviniendo en Hungría -dijo González- los soviéticos defienden el socialismo y la paz".
Del informe secreto, que ya era público, no hubo ni una palabra oficial. Como si no existiera. "Mucho más importante fue la resolución asumida en el XX Congreso sobre la posibilidad de la vía pacífica para alcanzar el poder. El informe sobre Stalin fue minimizado, nunca le tomaron el peso", dice Olga Ulianova y Luis Corvalán lo corrobora en sus memorias con algunos matices: "La desestalinización ocurrió sin problemas, pero no sin dolores individuales".
Cuentas Pendientes
Se cuenta que uno de los más complicados con el tema del informe fue Pablo Neruda, ferviente estalinista y autor del sentido obituario al líder soviético que publicó ‘El Siglo’ en 1953, el mismo año en que el poeta recibió el Premio Stalin de la Paz. Fue ahí que lo llamó "el más grande de los hombres sencillos, nuestro maestro".
Aunque Jorge Edwards y otros que lo trataron de cerca han dicho que el informe de Kruschev impactó profundamente al poeta, la procesión fue interna, silenciosa, de gestos muy sutiles. Desde 1956, coincidentemente con el abandono de la poesía militante, ninguna de sus ‘Obras completas’ incluirá el poema en que critica el antiestalinismo del líder yugoslavo Josif Broz, Tito, a quien comparó con Anastasio Somoza. Ese poemita, alguna vez llamado ‘Las uvas y el viento’, simplemente desapareció del mapa nerudiano.
A diferencia de su amigo Jorge Amado, quien apenas supo del informe renunció al partido, el autor de ‘Crepusculario’ optó por la fidelidad hasta el último día. Para encontrar una autocrítica pública de Neruda, hay que acudir a su libro de memorias ‘Confieso que he vivido’, publicado en forma póstuma. Ahí, en diez palabras, rinde cuentas a su pasado político: "En diversos aspectos del problema Stalin, el enemigo tenía razón".
Entre los antiguos dirigentes comunistas las memorias han servido para expiar culpas. Volodia Teitelboim, quien en 1953 escribió en ‘El Siglo’ que "ha muerto el padre, el jefe de toda la Humanidad progresista", corrige su apreciación en el cuarto y último tomo de su autobiografía ‘Antes del olvido. Un soñador del siglo XXI’ (2004): "Stalin había introducido crueles arbitrariedades. Era un régimen que operaba de arriba-abajo y nunca de abajo-arriba. Había que obedecer".
Siete años antes, en sus memorias, Luis Corvalán hizo lo propio al reconocer que hasta antes del informe secreto de Kruschev "no teníamos ideas de sus crasos errores o los tomábamos como invención del enemigo". Dicho esto, hace una salvedad: "Con todo, creo que la historia no dejará a Stalin precisamente en el suelo".
26 de febrero de 2006
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