censurando a los censores
[Seth Faison] Periodistas chinos dirigen crecientes exigencias de libertad de expresión y prensa en su país.
En otoño pasado, el editor de una revista de Pekín llamado Li Datong decidió publicar en su semanario ‘Punto de Congelamiento’, un histórico artículo sobre Taiwán. Era un franco informe sobre la dura represión política en Taiwán en los años cincuenta y cómo legisladores elegidos democráticamente están enfrentándose a ese pasado. En China, donde criticar a Taiwán hace parte de la rutina, el artículo pasó por manos de los censores habituales del ministerio de Propaganda, que controla todas las publicaciones del país.
Sin embargo, una vez que se publicó en noviembre, los lectores sofisticados se dieron cuenta de que el artículo trazaba un claro, aunque no formulado, contraste entre la política en China y Taiwán. Ahora un país es una democracia donde se debaten abiertamente las represiones del pasado, y el otro no. El artículo fue ansiosamente leído entre intelectuales liberales de Pekín, que nada disfrutan más que de la posibilidad de reírse entre dientes cuando un artículo subversivo se desliza entre las prensas.
Hay docenas de editores como Li -que trabajan dentro de los restrictivos medios de comunicación chinos y que, sin embargo, luchan por aportar un poco de luz. A medida que el acceso a internet expande el flujo de información en China, a pesar del bloqueo de sitios abiertamente políticos, los periodistas chinos están poniendo a prueba la desgastada correa del Partido Comunista. La sociedad china como un todo se está haciendo más abierta y tolerante, y mientras el ministerio de Propaganda es todavía un severo patrón de los medios, editores como Li están haciendo que el paisaje del control de la información ondule imprevisiblemente.
Las compañías estadounidenses que trafican en tecnología de la información, como Google y Microsoft, han estado debatiendo hace poco las ventajas y desventajas de hacer negocios en China, argumentando en general que tienen que aceptar las leyes chinas a cambio del acceso a su lucrativo mercado. Sin, ¿cuáles son las leyes chinas? Debido a que los tribunales chinos reciben órdenes del Partido Comunista, la ley es a menudo lo que el funcionario más poderoso a la vista dice que es. No hay una sola fórmula para las compañías de la información internacionales -o para las chinas- para que operen sin constantes discusiones y temores. Pero el primer paso es reconocer que el negocio de los medios de comunicación está en movimiento.
En los últimos meses, editores y periodistas chinos han empezado a cuestionar abiertamente las bases legales de la censura. Li llega a argumentar que el ministerio de Propaganda opera fuera de la ley y utiliza el temor y la intimidación. Dice que cuando suficiente gente se oponga al ministerio, no podrá seguir gobernando con impunidad. Eso está empezando a ocurrir. Recientemente se publicaron cartas públicas de protesta de dos redactores de diarios que habían sido censurados, y los periodistas de otro diario de Pekín hicieron una huelga, que fue seguida de una serie de renuncias.
‘Punto de Congelamiento’ es de momento el caso más intrigante. El 21 de enero el ministerio de Propaganda ordenó la clausura de la revista y Li fue despedido de su posición como editor jefe por "administración maliciosa" y por publicar un artículo "antipatriota", un término tan cargado como lo era el de "comunista" en la era de McCarthy. Li, que ha sido miembro del Partido Comunista durante más de 30 años, dijo posteriormente a periodistas que sabía que los censores estaban enfadados con él desde mucho antes del artículo sobre Taiwán y que lo atacaran era una cuestión de tiempo.
Pero a los censores les esperaba una sorpresa. Trabajando discretamente, Li convenció a una docena de líderes del Partido Comunista de que lo apoyaran, y el 14 de febrero publicaron una carta exigiendo la reapertura de la revista. Entre los firmantes estaba un antiguo secretario de Mao Tse-Tung y un ex editor jefe del Diario del Pueblo. Insistieron en que China no sería nunca capaz de prosperar si el ministerio de Propaganda continuaba ejerciendo un poder caprichoso. "La experiencia demuestra que el libre flujo de las ideas puede mejorar la estabilidad y mitigar los problemas sociales", escribieron. "En un momento decisivo de nuestra historia, del paso de un sistema totalitario a uno constitucional, privar al público de la libertad de expresión será desastroso para nuestra transición social y política, y dará origen a enfrentamientos y malestar social".
Con ese tipo de lenguaje directo, y con todos sus ilustres firmantes, la carta debe haber alarmado al presidente de China, Hu Jintao. A la semana siguiente, los líderes chinos resolvieron que la revista debía ser relanzada a partir del 1 de marzo -lo que ocurrió-, en una rara desautorización del ministerio de Propaganda. Pero Li no estaba en el equipo.
Li no desapareció tranquilamente. En entrevistas con periodistas chinos y occidentales, criticó agudamente al ministerio de Propaganda, diciendo que su función no es la de perro guardián de las autoridades.
No hace mucho, habría sido inconcebible oír a un periodista chino expresarse de ese modo públicamente. Li no es un personaje marginal. Es un editor importante que argumenta que con mayor libertad de expresión los líderes chinos aumentarán su capacidad de dirigir la modernización que desean. Es un argumento convincente. Y aparentemente es uno que los líderes chinos van a oír con más frecuencia.
Sin embargo, una vez que se publicó en noviembre, los lectores sofisticados se dieron cuenta de que el artículo trazaba un claro, aunque no formulado, contraste entre la política en China y Taiwán. Ahora un país es una democracia donde se debaten abiertamente las represiones del pasado, y el otro no. El artículo fue ansiosamente leído entre intelectuales liberales de Pekín, que nada disfrutan más que de la posibilidad de reírse entre dientes cuando un artículo subversivo se desliza entre las prensas.
Hay docenas de editores como Li -que trabajan dentro de los restrictivos medios de comunicación chinos y que, sin embargo, luchan por aportar un poco de luz. A medida que el acceso a internet expande el flujo de información en China, a pesar del bloqueo de sitios abiertamente políticos, los periodistas chinos están poniendo a prueba la desgastada correa del Partido Comunista. La sociedad china como un todo se está haciendo más abierta y tolerante, y mientras el ministerio de Propaganda es todavía un severo patrón de los medios, editores como Li están haciendo que el paisaje del control de la información ondule imprevisiblemente.
Las compañías estadounidenses que trafican en tecnología de la información, como Google y Microsoft, han estado debatiendo hace poco las ventajas y desventajas de hacer negocios en China, argumentando en general que tienen que aceptar las leyes chinas a cambio del acceso a su lucrativo mercado. Sin, ¿cuáles son las leyes chinas? Debido a que los tribunales chinos reciben órdenes del Partido Comunista, la ley es a menudo lo que el funcionario más poderoso a la vista dice que es. No hay una sola fórmula para las compañías de la información internacionales -o para las chinas- para que operen sin constantes discusiones y temores. Pero el primer paso es reconocer que el negocio de los medios de comunicación está en movimiento.
En los últimos meses, editores y periodistas chinos han empezado a cuestionar abiertamente las bases legales de la censura. Li llega a argumentar que el ministerio de Propaganda opera fuera de la ley y utiliza el temor y la intimidación. Dice que cuando suficiente gente se oponga al ministerio, no podrá seguir gobernando con impunidad. Eso está empezando a ocurrir. Recientemente se publicaron cartas públicas de protesta de dos redactores de diarios que habían sido censurados, y los periodistas de otro diario de Pekín hicieron una huelga, que fue seguida de una serie de renuncias.
‘Punto de Congelamiento’ es de momento el caso más intrigante. El 21 de enero el ministerio de Propaganda ordenó la clausura de la revista y Li fue despedido de su posición como editor jefe por "administración maliciosa" y por publicar un artículo "antipatriota", un término tan cargado como lo era el de "comunista" en la era de McCarthy. Li, que ha sido miembro del Partido Comunista durante más de 30 años, dijo posteriormente a periodistas que sabía que los censores estaban enfadados con él desde mucho antes del artículo sobre Taiwán y que lo atacaran era una cuestión de tiempo.
Pero a los censores les esperaba una sorpresa. Trabajando discretamente, Li convenció a una docena de líderes del Partido Comunista de que lo apoyaran, y el 14 de febrero publicaron una carta exigiendo la reapertura de la revista. Entre los firmantes estaba un antiguo secretario de Mao Tse-Tung y un ex editor jefe del Diario del Pueblo. Insistieron en que China no sería nunca capaz de prosperar si el ministerio de Propaganda continuaba ejerciendo un poder caprichoso. "La experiencia demuestra que el libre flujo de las ideas puede mejorar la estabilidad y mitigar los problemas sociales", escribieron. "En un momento decisivo de nuestra historia, del paso de un sistema totalitario a uno constitucional, privar al público de la libertad de expresión será desastroso para nuestra transición social y política, y dará origen a enfrentamientos y malestar social".
Con ese tipo de lenguaje directo, y con todos sus ilustres firmantes, la carta debe haber alarmado al presidente de China, Hu Jintao. A la semana siguiente, los líderes chinos resolvieron que la revista debía ser relanzada a partir del 1 de marzo -lo que ocurrió-, en una rara desautorización del ministerio de Propaganda. Pero Li no estaba en el equipo.
Li no desapareció tranquilamente. En entrevistas con periodistas chinos y occidentales, criticó agudamente al ministerio de Propaganda, diciendo que su función no es la de perro guardián de las autoridades.
No hace mucho, habría sido inconcebible oír a un periodista chino expresarse de ese modo públicamente. Li no es un personaje marginal. Es un editor importante que argumenta que con mayor libertad de expresión los líderes chinos aumentarán su capacidad de dirigir la modernización que desean. Es un argumento convincente. Y aparentemente es uno que los líderes chinos van a oír con más frecuencia.
7 de marzo de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
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