el mejor conejo satánico
Los enormes vestíbulos del Big Sight de Tokio -el centro de conferencias del tamaño de la Estrella de la Muerte que alberga a la feria, con su gigantesco espectáculo comercial, los simposios de la industria a puertas cerradas y la ceremonia de entrega de premios- estaban adornados con imágenes de exuberantes personajes de anime de color de caramelos. Cuando miraban hacia abajo a los cientos de miles de aficionados que deambulaban entre las cabinas, sus redondos ojos de bebé (el centro de mesa de la estética del anime) parecen supervisar el evento. Bajo su vigilancia, Sato desarrolló una peculiar diversión, dando brincos con una pose de victoria de boxeador y gritando: "Hai, hai, hai". Sí, sí, sí, como consintiendo a todo lo que este alucinante universo le ha dado hasta el momento: dinero, chicas, aficionados, diversión, credibilidad artística, reconocimiento internacional, buena hierba y una buena relación con Radiohead.
¿Qué más puede querer uno? Y ahora Sato había llegado a Big Sight para que Shintaro Ishihara, el hortera y reaccionario gobernador de Tokio pudiera proclamar que este gandul por excelencia era un honor para el gran país que es Japón.
Si hubiera un anime de este encuentro entre Sato y Ishihara, el afable Sato, feliz de compartir la riqueza del anime con el resto del mundo, tendría ciertamente la voz de un entrañable Smurf, familiarizado con la aldea global. En contraste, Ishihara, conocido por feroz nacionalismo, necesitaría un bajo profundo, del tipo que se reserva para los belicosos robots gigantes.
Pero la vida no es un anime, o no siempre, e Ishihara puede tener más en común con los artistas nerdos en Big Sight que lo que parecería a primera vista. En 1955, a los 23, Ishihara se convirtió en el Jack Kerouac de Japón al publicar la escandalosa novela ‘Season of the Sun’, que describe el libertinaje de los estudiantes universitarios ricos de después de la guerra. Con su hermano Yujiro, una estrella del cine al estilo de Brando, Ishihara atrajo a seguidores que llevaban camisas hawaianas y se llamaban a sí mismos la Tribu del Sol. Ciertamente, más tarde se hizo chauvinista, tanto en el éxito de ventas que co-escribió, ‘The Japan That Can Say No’, como a nivel político, cuando exhortó a Japón a hacer frente a Estados Unidos y a reafirmar su intrínseca superioridad. Pero el orgullo japonés, cree, debería ser inclusivo: comercio, tecnología y literatura y también las formas artísticas nativas posmodernas. Y sobre el anime dijo el sábado: "Los japoneses son inherentemente diestros en la expresión visual y en el trabajo de detalles".
De ahí, por tanto, la Feria Internacional del Anime de Tokio, de la que Ishihara es presidente. Aquí los creadores de anime son instruidos a proponer dibujos animados inventivos, culturalmente saludables y sobre todo dignos de ser exportados, que redunden en mayor gloria de Japón y, de una vez y para siempre, destronen al Ratón Micky.
"Odio al Ratón Micky", declaró Ishihara agriamente desde el podio el sábado tarde, "No tiene nada como la exclusiva sensibilidad del Japón".
Esa ideología de que todo lo nuevo y japonés es mejor, se ajusta bien a Sato, como muchas cosas. Si ve en el asertivo crecimiento de Corea y China una amenaza que puede convertir algún día en obsoleto al anime japonés, y si además piensa que eso es bueno, aquí, donde el patriotismo está a la orden del día, al menos tanto como los conejos de aspecto satánico y los cazadores de recompensa hip-hop, no lo enfatiza.
Él, y los colegas que piensan como él que saluda mientras se abre camino en la multitud, no se ven a sí mismo como perteneciendo particularmente a su país; si acaso tienen alguna lealtad, es a la confederación que los japoneses llaman ‘otaku’ -una enorme red de aficionados desaliñados, asociales y tímidos que pasan sus días mirando animes en DVD; leyendo libros de historietas épicas, eróticas, horteras y literarias, conocidos como mangas; y navegando en internet. Otaku es un grupo orgulloso, a su modo, cuyos miembros no están acostumbrados a recibir medallas de honor de funcionarios del estado.
Sato meditó sobre el premio que debía recibir: al mejor guión, por ‘Eureka seveN’, que lleva la crónica de las aventuras de una adolescente, una niña piloto llamada Eureka y un grupo itinerante de mercenarios. "¿Es realmente tan excitante como para ser apreciado por el gobierno?", se preguntó, a través de un intérprete.
Alzando triunfantemente su brazos en el aire, pronunció su sorprendente respuesta: Hai, hai, hai.
Entre los fans de anime más dedicados, se ha hecho popular vestirse como los personajes favoritos -no solamente con las camisetas y máscaras, sino también con las pelucas, maquillaje, realistas prótesis de cera y orejas de elfo. El espectáculo de inadaptados convertidos en bombas sexuales y hombres forzudos es una parte considerable del encanto de la mayoría de las reuniones otaku. Pero la práctica, conocida como cosplay, de costume play [baile o pieza de disfraces], fue prohibida en Big Sight. Como resultado, no hubo Sailor Moons gigantes ni Oscuros Elfos Guardianes, y los aficionados parecían más obsesos que chicos juguetones.
Un joven estaba sentado temblando en el suelo cerca de la entrada de la convención, meciéndose rítmicamente mientras apretaba en su mano una carátula rosada de un DVD de la serie llamada ‘Pretty Cure’. Alguien la había firmado, quizás una de las actrices dobladoras. El fanático permitió que un periodista cogiera el valioso objeto por un instante, luego se lo arrebató y continuó meciéndose.
En otro lugar los aficionados se apiñaban para ver a Sato, que aparecía con el actor Kouji Yusa para promover su última serie de televisión, ‘Ergo Proxy’. Yusa, que se parece al joven David Cassidy, presta su voz al personaje de Vincent Row, un empleado del gobierno de la provincia cuya desganada apariencia, explicaba Sato, oculta reservas internas de "violenta energía y salvajismo". Los aficionados, la mayoría mujeres, aman a Vincent. Miwa Ishikawa, 23, y Fumiko Fujiwara, 27, vinieron a la feria solamente por él. "Al principio Vincent parecía débil", dijo Ishikawa, riendo bobamente y enrojeciendo. Pero mientras más lo conocemos, más encontramos que está lleno de misterios".
‘Ergo Proxy’ es una historia de ciencia ficción post-apocalíptica de humanos y androides que viven juntos en la abovedada ciudad de Romdo, "un paraíso que no necesita emociones", como dice la sinopsis. Pero un homicidio, un virus y un monstruo conspiran para profanar el paraíso, inducir emociones y provocar un caos en el que no será claro quién es de verdad y quién robot. La serie, explicó Sato, se desvía de proyectos pasados porque gira abiertamente sobre temas adultos y "maduros’, incluyendo lo que el sitio en la web Anime News Network, en inglés, llama "sexo, drogas y imágenes extremas de violencia gráfica".
"Mi anime ha crecido conmigo", explicó Sato. En el pasado, cuando escribía sobre personajes más jóvenes, se divertía a sí mismo con referencias para una generación mayor: la heroína de ‘Eureka seveN’, por ejemplo, es Renton, llamada así por un personaje de ‘La vida en el abismo’ [Trainspotting]; su padre, Adrock, recibió su nombre por Beastie Boy; y un dúo de ayudantes, Jobs y Woz, fueron bautizados así por Steven P. Jos y Stephen Wozniak, de Apple.
Sato está dispuesto a explicar todo esto, y con paciencia, pero lo hace de algún modo por rutina. Aparentemente no es placentero anatomizar el anime para gente ajena a la cultura otaku; las tramas y personajes suenan estúpidos cuando los explicas en detalle, y es mucho más cómodo para los aficionados estar cerca de gente que los entiende. Pero Sato satisface preguntas ingenuas porque está determinado a que su trabajo encuentre una audiencia fuera de Japón, entre lo que llama los "otakus extranjeros". El público estadounidense conoce su trabajo, por ‘Cowboy Bebop’ y ‘Ghost in the Shell’ de Cartoon Network. Mientras que los lemas de Ishihara tienen que ver con la primacía del Japón, el grito de guerra de Sato está más cerca de ‘otakus del mundo, uníos".
Ese llamado agradaría a Alex Stamoulis y Richard Anderson, dos estudiantes universitarios estadounidenses que se abrían camino a través de la apretada multitud. Stamoulis, un estudiante de 20 años del Instituto Hamilton, en Clinton, Nueva York, ha sido un aficionado del anime desde que era niño. Un hombre tímido de aspecto convincentemente otaku, parece amable, aunque nervioso, y ansioso de hablar sobre sus programas favoritos.
En estudiado contraste, Anderson, 24, presidente del club de anime en la Universidad Drexel en Filadelfia, tiene un punto que hacer. "Los aficionados estadounidenses se han apropiado del anime", dice. "Hemos ayudado completamente a la cultura japonesa. Los artistas de anime americanos conocen esos materiales". Además, dijo: "Los aficionados del anime japoneses no salen nunca de sus casas. Pero yo sí salgo de casa. ¡Incluso he venido a Japón! Los fans americanos somos más sociales. Yo considero que pertenecer al ambiente del anime es algo normal, como pertenecer a una sociedad de estudiantes".
Mientras concluía la presentación de ‘Ergo Proxy’, los fans de Vincent el desganado g-man reunieron sus cosas para partir. ¿Fue una desilusión ver a sus héroes en carne y hueso? "No", dice Ishikawa, displicente. "Sabemos que es anime, sabes. No creemos que sea real".
Sato y un tranquilo séquito de su compañía de producción, Frognation, llenó el auditorio para la ceremonia final, que algunos habían prometido que sería la entrega del Oscar del anime. A primera vista estaba claro que el evento había sido exagerado; la mayoría de los asistentes llevaban vaqueros, y el escenario, con su torpe combinación de luces parecía el tipo de lugar donde un charlatán americano podría organizar un fin de semana de desarrollo personal.
Los primeros premios fueron para los autores cuyos trabajos vienen apareciendo al menos desde los años veinte. Varios ancianos de aspecto bohemio emergieron por los costados mientras imágenes de sus trabajos eran exhibidos en una pantalla. Animales del bosque en blanco y negro brincaban entre los árboles y hablaban japonés como niños. Un camarero abrió una botella de champaña, pero fue su cabeza la que salió disparada.
Pero nadie rió. A medida que los animes se hacían más cursi y raros, esa ausencia de risas se hacía cada vez más difícil de entender. Gatos animados de arcilla al estilo de Tim Burton caían en charcos y un deprimente cuervo dibujado con lápiz llevaba un sombrero de copa. Finalmente en un anime llamado ‘Odeki’, a una estúpida caricatura de hombre le brota un furúnculo de su trasero, que crece y crece y se enreda en lugares como los rayos de su bicicleta. Era un humor asqueroso a todo trapo. Pero nadie reía, ni hacía muecas, ni siquiera un sonido. Al artista que creó la pieza, un irreprimible osakano llamado Naoki Yamaji, se le dio algo llamado el premio especial. El público aplaudió cortésmente.
Los discursos de aceptación de los galardones variaron de lo modesto a lo derechamente auto-humillante. Kenichi Yoshida, que ganó el premio al mejor diseño de personaje, dijo a la audiencia: "Siempre he considerado que mi línea de diseño era más bien tibia, ni modesto ni elegante, pero recibir este premio me da algo de confianza".
Otro ganador, Sumito Sakakibara, traicionó su propia película, ‘Kamuya’s Correspondence’ en su propia definición: "Esta es la primera manga-en-movimiento neo-realista digna de recordar, aunque no es un intento muy exitoso).
Cuando llamaron a Sato al escenario y le dieron el premio al mejor guión, lo aceptó, típicamente, con calma. Sonrió. Como los demás galardonados, dio la mano y se inclinó ante un capitán local del arte o de la industria mientras aceptaba el trofeo de cristal moldeado a mano, cuya forma simboliza, entre otras cosas, un "anillo de expansión global", según aclara el programa. ‘Eureka seveN’ recibió, en total, tres premios -al mejor guión de Sato, al mejor diseño de personaje y al menor anime de televisión. (La Cartoon Networl compró rápidamente las películas para una emisión en abril). La pandilla de Frognationparecía complacida. De hecho, todos parecían complacidos, de un modo extremadamente flemático.
Pero entonces apareció el gobernador Ishihara. Parecía cansado. Quizás eran los dos días que pasó hablando con la industria del anime. Sin embargo, avanzó con su siniestro encanto. "Este es un lugar para hacer negocios", empezó. "He estado en las cabinas de la convención y me he encontrado con gente que hace animes. Empiezan haciendo mangas, y luego se pasan al anime, y ambos necesitan nuestro apoyo".
"Pero muchos animes se parecen demasiado", dijo. Parecía que le preocupaba realmente. Pidió cautela a sus creadores para que pensaran cómo se posicionan frente al público. "¿No podéis trabajar un poco más en las historias?"
"Yo no juego juegos ni miro animes", continuó, aumentando la expectación. "Vi uno o dos. Algunos son interesantes, pero no voy a dejar mi trabajo para convertirme en un creador de animes".
Hizo una pausa para contar una fábula sobre un barco que naufraga y en el que algunos pasajeros dan alimento contaminado a un gato. Era una parábola sobre la guerra fría, dijo; el anime, creía, debía abordarse ese tipo de temas importantes. Continuó: "Somos tan inteligentes, estamos tan acostumbrados a hacer las cosas del modo llamado correcto. ¿Pero por qué no tratáis de elevar el nivel de esta forma de arte? ¿No podéis incluir algunas ideas interesantes? Practicad la concisión, como en el haiku".
Con eso, llegó a su argumento principal. "Podemos ir más lejos", instó a la asamblea. "Podemos hacer algo más revolucionario. Vosotros tenéis talento. Hagamos algo extraordinariamente japonés. Eso es lo que he estado esperando".
Nadie dijo nada, pero mucho parecían incómodos. Más tarde. Takayuki Matsutani, el presidente de la Asociación de Animes Japoneses, pidió a los periodistas que ignoraran las declaraciones de Ishihara, pero era imposible. Entretanto, Sato se desentendió del discurso. Encendió un cigarrillo y volvió al estudio, donde podía una vez más controlar su propio universo animado.
2 de abril de 2006
©new york times
©traducción mQh
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alf -