el maniqueísmo no es una estrategia
[Madeleine Albright] La visión del mundo de Bush no logra entender que en Oriente Medio la clave son los juegos de poder.
La Estrategia de Seguridad Nacional dada a conocer recientemente por el gobierno de Bush podría subtitularse ‘La ironía de Irán’. Tres años después de la invasión de Iraq y la invención de la frase ‘eje del mal’, el gobierno ahora destaca la amenaza representada por Irán, cuyo gobierno radical se ha visto fuertemente fortalecido por la invasión de Iraq. Esto es más una tragedia que una estrategia, y refleja la aproximación maniquea de este gobierno hacia el mundo.
A veces es conveniente, por razones de efecto retórico, que los líderes nacionales hablen de un planeta dividido nítidamente entre los buenos y los malos. Sin embargo, es completamente distinto basar las políticas del país más poderoso del mundo en esa ficción. La inclinación del gobierno a retratar a los que cree que son sus adversarios con la misma brocha gorda ha conducido a una serie de consecuencias involuntarias.
Durante años el presidente ha actuado como si al Qaeda, los seguidores de Saddam Hussein y los ulemas de Irán fueran parte del mismo problema. Sin embargo, en los años ochenta el Iraq de Hussein e Irán libraron una violenta guerra. En los años noventa, los aliados de al Qaeda asesinaron a un grupo de diplomáticos iraníes. Durante años, Osama bin Laden ha ridiculziado a Hussein, que persiguió por igual a líderes religiosos sunníes y chiíes. Cuando al Qaeda golpeó a Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001, Irán condenó los atentados y participó más tarde constructivamente en las conversaciones sobre Afganistán. Los líderes máximos del nuevo Iraq -elegidos en elecciones que George W. Bush llamó "un momento mágico en la historia de la libertad"- son amigos de Irán. Cuando Estados Unidos invadió Iraq, Bush debe haber pensado que estaba golpeando al mal en nombre del bien, pero las fuerzas desencadenadas son considerablemente más complejas.
El gobierno está ahora dividido entre los que entienden esta complejidad y los que no. Por un lado, están los ideólogos, como el vice-presidente, que aparentemente ven a Iraq como un útil precedente de Irán. Entretanto, funcionarios en las primeras líneas en Iraq saben que no lograrán formar un gobierno factible en ese país sin el consentimiento tácito de Irán; de ahí el anuncio largamente esperado de la última semana sobre los planes para un diálogo entre Estados Unidos e Irán -un diálogo que si se realiza apropiadamente podría redundar en progresos en otras áreas.
Aunque este gobierno no es conocido por aceptar consejos, haré tres proposiciones. La primera es entender que aunque todos queramos "terminar con la tiranía en el planeta", este anhelo seguirá siendo una fantasía a menos que empecemos a resolver problemas serios. Iraq está cada vez más inmerso en una guerra de pandillas que puede ser resuelta de dos modos: o un lado impone su voluntad, o todos los participantes legítimos obtienen una parte del poder. Estados Unidos ya no puede controlar lo que sucede en Iraq, pero puede ser un árbitro útil.
Mi segunda propuesta es que el gobierno de Bush desautorice todo plan de cambio de régimen en Irán -no porque el régimen no deba ser cambiado, sino porque el respaldo de Estados Unidos a ese objetivo lo hace menos probable. En el enmarañado paisaje político de hoy, nada fortalece más a un gobierno radical que el antagonismo declarado de Washington. Es también una cuestión de sentido común suponer que Irán estará menos inclinado a cooperar en Iraq y a llegar a compromisos sobre temas nucleares si está siendo amenazado con su destrucción. En cuando al colérico nuevo presidente anti-semita de Irán, será tragado por sus rivales internos si no es apuntalado involuntariamente por enemigos externos.
La tercera propuesta es que el gobierno deje de jugar al solitario mientras los dirigentes de Oriente Medio y el Golfo Pérsico juegan al poker. La ‘marcha por la libertad’ de Bush no es la gran historia del mundo musulmán, donde los chiíes tienen repentinamente más poder que el que tuvieron en los últimos mil años; no es la gran historia del Líbano, donde Irán está llenando el vacío dejado por Siria; no es la gran historia entre los palestinos, que votaron -a ojos occidentales- libremente, y erróneamente; ni siquiera es la gran historia de Iraq, donde las tres principales facciones en las últimas elecciones fueron todas apoyadas por milicias decididamente no democráticas.
A largo plazo, el futuro de Oriente Medio puede ser determinado por los que, en la región, se dediquen al trabajo serio de construir democracia. Yo ciertamente espero que sea así. Pero la esperanza no es una política. A corto plazo debemos reconocer que la región será modelada principalmente por juegos de poder bastante despiadados en las que el choque entre el bien y el mal será ahogado por las diferencias entre sunníes y chiíes, árabes y persas, árabes y kurdos, kurdos y turcos, hachemitas y saudíes, laicos y religiosos y, por supuesto, árabes y judíos. Este es el mundo que en su Estrategia de Seguridad Nacional el presidente dice que "Estados Unidos debe seguir dirigiendo". En realidad, es el mundo que debe empezar a dirigir, antes de que sea demasiado tarde.
A veces es conveniente, por razones de efecto retórico, que los líderes nacionales hablen de un planeta dividido nítidamente entre los buenos y los malos. Sin embargo, es completamente distinto basar las políticas del país más poderoso del mundo en esa ficción. La inclinación del gobierno a retratar a los que cree que son sus adversarios con la misma brocha gorda ha conducido a una serie de consecuencias involuntarias.
Durante años el presidente ha actuado como si al Qaeda, los seguidores de Saddam Hussein y los ulemas de Irán fueran parte del mismo problema. Sin embargo, en los años ochenta el Iraq de Hussein e Irán libraron una violenta guerra. En los años noventa, los aliados de al Qaeda asesinaron a un grupo de diplomáticos iraníes. Durante años, Osama bin Laden ha ridiculziado a Hussein, que persiguió por igual a líderes religiosos sunníes y chiíes. Cuando al Qaeda golpeó a Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001, Irán condenó los atentados y participó más tarde constructivamente en las conversaciones sobre Afganistán. Los líderes máximos del nuevo Iraq -elegidos en elecciones que George W. Bush llamó "un momento mágico en la historia de la libertad"- son amigos de Irán. Cuando Estados Unidos invadió Iraq, Bush debe haber pensado que estaba golpeando al mal en nombre del bien, pero las fuerzas desencadenadas son considerablemente más complejas.
El gobierno está ahora dividido entre los que entienden esta complejidad y los que no. Por un lado, están los ideólogos, como el vice-presidente, que aparentemente ven a Iraq como un útil precedente de Irán. Entretanto, funcionarios en las primeras líneas en Iraq saben que no lograrán formar un gobierno factible en ese país sin el consentimiento tácito de Irán; de ahí el anuncio largamente esperado de la última semana sobre los planes para un diálogo entre Estados Unidos e Irán -un diálogo que si se realiza apropiadamente podría redundar en progresos en otras áreas.
Aunque este gobierno no es conocido por aceptar consejos, haré tres proposiciones. La primera es entender que aunque todos queramos "terminar con la tiranía en el planeta", este anhelo seguirá siendo una fantasía a menos que empecemos a resolver problemas serios. Iraq está cada vez más inmerso en una guerra de pandillas que puede ser resuelta de dos modos: o un lado impone su voluntad, o todos los participantes legítimos obtienen una parte del poder. Estados Unidos ya no puede controlar lo que sucede en Iraq, pero puede ser un árbitro útil.
Mi segunda propuesta es que el gobierno de Bush desautorice todo plan de cambio de régimen en Irán -no porque el régimen no deba ser cambiado, sino porque el respaldo de Estados Unidos a ese objetivo lo hace menos probable. En el enmarañado paisaje político de hoy, nada fortalece más a un gobierno radical que el antagonismo declarado de Washington. Es también una cuestión de sentido común suponer que Irán estará menos inclinado a cooperar en Iraq y a llegar a compromisos sobre temas nucleares si está siendo amenazado con su destrucción. En cuando al colérico nuevo presidente anti-semita de Irán, será tragado por sus rivales internos si no es apuntalado involuntariamente por enemigos externos.
La tercera propuesta es que el gobierno deje de jugar al solitario mientras los dirigentes de Oriente Medio y el Golfo Pérsico juegan al poker. La ‘marcha por la libertad’ de Bush no es la gran historia del mundo musulmán, donde los chiíes tienen repentinamente más poder que el que tuvieron en los últimos mil años; no es la gran historia del Líbano, donde Irán está llenando el vacío dejado por Siria; no es la gran historia entre los palestinos, que votaron -a ojos occidentales- libremente, y erróneamente; ni siquiera es la gran historia de Iraq, donde las tres principales facciones en las últimas elecciones fueron todas apoyadas por milicias decididamente no democráticas.
A largo plazo, el futuro de Oriente Medio puede ser determinado por los que, en la región, se dediquen al trabajo serio de construir democracia. Yo ciertamente espero que sea así. Pero la esperanza no es una política. A corto plazo debemos reconocer que la región será modelada principalmente por juegos de poder bastante despiadados en las que el choque entre el bien y el mal será ahogado por las diferencias entre sunníes y chiíes, árabes y persas, árabes y kurdos, kurdos y turcos, hachemitas y saudíes, laicos y religiosos y, por supuesto, árabes y judíos. Este es el mundo que en su Estrategia de Seguridad Nacional el presidente dice que "Estados Unidos debe seguir dirigiendo". En realidad, es el mundo que debe empezar a dirigir, antes de que sea demasiado tarde.
Madeleine Albright, secretario de estado de 1997 a 2001, es la autora de ‘The Mighty and the Almighty -- Reflections on America, God, and World Affairs’, que será publicado por Harper Collins en mayo.
24 de marzo de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
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