excursiones de ultratumba
[Melanie D.G. Kaplan] Según cazadores de fantasmas, en una antigua cárcel de Virginia los presos siguen cumpliendo sus condenas.
En medio de un fin de semana fuera de la ciudad supuestamente divertido, me hallé metida en una antigua, oscura prisión fuera de uso en Virginia del Oeste. Ya habían dado medianoche y yo me estaba obligando a arrastrarme hacia un cuarto que era, según decían, un lugar predilecto de algunos de los espíritus dejados atrás en la historia de la muerte en la cárcel. Antes de que la cárcel de máxima seguridad cerrara sus puertas en 1995, presenció 85 colgamientos y nueve electrocuciones. Si se agregan los suicidios, apuñalamientos y otras muertes, el número de muertos sube a 998, que quiere decir que hay potencialmente un montón de actividad paranormal.
Estaba casi petrificada de terror. Lo único que me mantenía en pie era el sobrecogedor pánico que me invadía cada vez que me quedaba la última de mi grupo. Pensaba que mientras hubiera otros detrás de mí, sobreviviría.
¿Qué habré estado pensando cuando me ofrecí voluntariamente para pasar por estos trances? Me asusto con facilidad. Me mantengo apartada de las películas de horror. Y cuando se trata de asuntos sobrenaturales, soy normalmente de las personas que no creen. Pero ahí estaba, decidida a pasar la noche cazando fantasmas en la antigua Penitenciaría de Virginia del Oeste, en Moundsville, una cárcel de estilo gótico que fue inaugurada en 1866 en la frontera interestatal al norte del estado.
Un amigo que se dedica en su tiempo libre a cazar fantasmas me aguijoneó a firmar cuando mostré algún interés en estos agentes del más allá. Él había hablado sobre sus propios viajes a hoteles y orfelinatos embrujados como si se tratara de expediciones científicas. Hurgando en la web, encontré una cacería de fantasmas de cárceles organizada por el Consejo de Desarrollo Económico de Moundsville. Se realizan de marzo a noviembre un sábado del mes y ofrecen a los buscadores de espíritus la oportunidad de hacer lo que quieren en lo que los expertos en lo paranormal dicen que son escenarios inusualmente encantados. Para protegerme, arrastré conmigo a un veterano que me aseguró que después de vivir en Iraq, salir a cazar fantasmas era pan comido.
La expedición empezó el sábado a las ocho de la tarde, y el coordinador dijo al grupo: "No sé qué va a pasar esta noche, pero os vais a llevar un susto". Éramos 67 buscadores de emociones fuertes, la mayoría de nosotros por debajo de los 40, que veníamos de nueve estados y de todos los rincones de la sociedad. Mi propio objetivo era simplemente descubrir qué era la cacería de fantasmas, saber si era o no un engaño. O una ciencia. Claramente, había algunos serios entusiastas, a juzgar por el grupo.
Me sentía atraída por los profesionales: un trío de un grupo llamado C&C Investigators, que dijeron que eran "como los cazafantasmas, aunque no lo hacemos por dinero". Trabajan en una fábrica de Rubbermaid, en Winchester, Virginia, y, en su tiempo libre, en la industria de los fantasmas, aceptando pedidos en asuntos paranormales. Llevaban chaquetas C&C de satén negro y tenían paquetes de seis latas de Diet Pepsi y Red Bull, No-Doz, transmisores-receptores, termómetros láser y aparatos para grabar. Nos dijeron que las cámaras pueden captar imágenes fantasmagóricas, aunque nuestros ojos no las vean. A menudo se aparecen como esferas, que los cazadores de fantasmas consideran que es la forma más básica que puede adoptar un espíritu.
La noche empezó con un recorrido de 90 minutos de lugares tan alegres como uno donde un recluso fue apuñalado a muerte y un gendarme fue arrojado por sobre el enrejado.
"A los reclusos no les gusta saber que la gente muere en la cárcel", dijo Mike Parnicza, un ex supervisor de un pabellón psiquiátrico de una cárcel que dirigía uno de los tours. "Así que llamábamos a una ambulancia y enviábamos a los muertos como si fueran al hospital. Era un lugar violento".
Después de un recorrido preliminar, comimos pizza, miramos un documental sobre la cárcel y, a medianoche, nos dividimos en grupos más pequeños. Algunos de nosotros salimos con el equipo de C&C. Los tíos no llevaron a diferentes cuartos, desenfundando aparatos de grabación o para medir la temperatura (descensos importantes de la temperatura, dijeron, pueden indicar la presencia de espíritus). Todos sacamos fotos digitales, y luego examinamos nuestras imágenes. "Oh, Dios mío, mira el ectoplasma", susurró alguien al ver una foto llena de esferas. Lo que yo vi eran pequeños círculos, que mi fuero íntimo escéptico desechó como partículas que reflejaban los flashes.
Hubo un montón de períodos inactivos durante las diez horas en la cana, en las que la gente se contó espeluznantes anécdotas de cacerías previas (espíritus que se habían bebido las botellas de agua o que tiraron a alguien de la coleta). Era desconcertante tener que considerar todas esas actividades que yo no podía oír, ni ver ni sentir, pero que los otros afirmaban ver y oír en las fotos y grabaciones. Durante las pausas en el bien iluminado vestíbulo (donde vendían todo tipo de pegajosas esposas comestibles y camisetas con el texto: ‘I survived the WV Penitentiary Ghost Hunt' [Soy un Sobreviviente de la Cacería de Fantasmas de la Penitenciaría de Virginia del Oeste]. Yo quería desesperadamente ver o sentir algo. Esperaba que me empujaran, o arañaran, o me lengüetearan. Quería creer.
Poco después estábamos en la hora de las brujas. Un experto de la Sociedad de Investigaciones Paranormales nos había dicho antes que estas cosas empiezan a ocurrir a eso de las tres de la mañana. Esa fue la hora en que -increíblemente- mi amigo con el Corazón Púrpura me dijo que tampoco quería quedarse atrás en el grupo. Nos movimos silenciosamente y nos ubicamos por delante de dos chicas que serían la parte de atrás. Momentos después los tíos de C&C nos indicaron que nos sentáramos en una banca en un cuarto en el subterráneo, donde instalaron sus aparatos para grabar.
Un tipo llamado Chuck empezó a interrogar el vacío: "¿Hay alguien aquí con nosotros? ¿Quieres estar con nosotros? ¿Cómo te llamas?" Estuvimos ahí durante 30 minutos, sin atrevernos a movernos ni a respirar fuerte. Yo estaba tan nerviosa como si me hubieran pegado una patada en la barriga.
Casi me puse a dar brincos de alegría cuando nos acercamos al iluminado vestíbulo. Chuck rebobinó la grabación y no oímos nada, aunque una grabación anterior incluía lo que los tipos de C&C dijeron que era la voz de una mujer gritando: "¡Brilla!"
El tour terminó a las seis de la mañana. No tuvimos ningún encuentro. ¿O me equivoco? En un momento, sentí que algo me rozaba el pelo. Probablemente era una corriente de aire que entraba por el cristal roto de una ventana. ¿Verdad?
"No puedes racionalizar todo lo que te pasa", me dijo mi amigo soldado. "No puedes no creer en nada".
Estaba demasiado cansada como para discutir.
Paramos en la tienda gigante al aire libre de Cabela, en Wheeling, camino a casa (después de dormir la mitad del domingo en nuestro hotel B&B de Moundsville) y nos sacamos fotos frente al local de animales de trofeo. En el coche, les eché un vistazo.
Y ahí me vi, junto al ganso embalsamado, rodeada de esferas.
Estaba casi petrificada de terror. Lo único que me mantenía en pie era el sobrecogedor pánico que me invadía cada vez que me quedaba la última de mi grupo. Pensaba que mientras hubiera otros detrás de mí, sobreviviría.
¿Qué habré estado pensando cuando me ofrecí voluntariamente para pasar por estos trances? Me asusto con facilidad. Me mantengo apartada de las películas de horror. Y cuando se trata de asuntos sobrenaturales, soy normalmente de las personas que no creen. Pero ahí estaba, decidida a pasar la noche cazando fantasmas en la antigua Penitenciaría de Virginia del Oeste, en Moundsville, una cárcel de estilo gótico que fue inaugurada en 1866 en la frontera interestatal al norte del estado.
Un amigo que se dedica en su tiempo libre a cazar fantasmas me aguijoneó a firmar cuando mostré algún interés en estos agentes del más allá. Él había hablado sobre sus propios viajes a hoteles y orfelinatos embrujados como si se tratara de expediciones científicas. Hurgando en la web, encontré una cacería de fantasmas de cárceles organizada por el Consejo de Desarrollo Económico de Moundsville. Se realizan de marzo a noviembre un sábado del mes y ofrecen a los buscadores de espíritus la oportunidad de hacer lo que quieren en lo que los expertos en lo paranormal dicen que son escenarios inusualmente encantados. Para protegerme, arrastré conmigo a un veterano que me aseguró que después de vivir en Iraq, salir a cazar fantasmas era pan comido.
La expedición empezó el sábado a las ocho de la tarde, y el coordinador dijo al grupo: "No sé qué va a pasar esta noche, pero os vais a llevar un susto". Éramos 67 buscadores de emociones fuertes, la mayoría de nosotros por debajo de los 40, que veníamos de nueve estados y de todos los rincones de la sociedad. Mi propio objetivo era simplemente descubrir qué era la cacería de fantasmas, saber si era o no un engaño. O una ciencia. Claramente, había algunos serios entusiastas, a juzgar por el grupo.
Me sentía atraída por los profesionales: un trío de un grupo llamado C&C Investigators, que dijeron que eran "como los cazafantasmas, aunque no lo hacemos por dinero". Trabajan en una fábrica de Rubbermaid, en Winchester, Virginia, y, en su tiempo libre, en la industria de los fantasmas, aceptando pedidos en asuntos paranormales. Llevaban chaquetas C&C de satén negro y tenían paquetes de seis latas de Diet Pepsi y Red Bull, No-Doz, transmisores-receptores, termómetros láser y aparatos para grabar. Nos dijeron que las cámaras pueden captar imágenes fantasmagóricas, aunque nuestros ojos no las vean. A menudo se aparecen como esferas, que los cazadores de fantasmas consideran que es la forma más básica que puede adoptar un espíritu.
La noche empezó con un recorrido de 90 minutos de lugares tan alegres como uno donde un recluso fue apuñalado a muerte y un gendarme fue arrojado por sobre el enrejado.
"A los reclusos no les gusta saber que la gente muere en la cárcel", dijo Mike Parnicza, un ex supervisor de un pabellón psiquiátrico de una cárcel que dirigía uno de los tours. "Así que llamábamos a una ambulancia y enviábamos a los muertos como si fueran al hospital. Era un lugar violento".
Después de un recorrido preliminar, comimos pizza, miramos un documental sobre la cárcel y, a medianoche, nos dividimos en grupos más pequeños. Algunos de nosotros salimos con el equipo de C&C. Los tíos no llevaron a diferentes cuartos, desenfundando aparatos de grabación o para medir la temperatura (descensos importantes de la temperatura, dijeron, pueden indicar la presencia de espíritus). Todos sacamos fotos digitales, y luego examinamos nuestras imágenes. "Oh, Dios mío, mira el ectoplasma", susurró alguien al ver una foto llena de esferas. Lo que yo vi eran pequeños círculos, que mi fuero íntimo escéptico desechó como partículas que reflejaban los flashes.
Hubo un montón de períodos inactivos durante las diez horas en la cana, en las que la gente se contó espeluznantes anécdotas de cacerías previas (espíritus que se habían bebido las botellas de agua o que tiraron a alguien de la coleta). Era desconcertante tener que considerar todas esas actividades que yo no podía oír, ni ver ni sentir, pero que los otros afirmaban ver y oír en las fotos y grabaciones. Durante las pausas en el bien iluminado vestíbulo (donde vendían todo tipo de pegajosas esposas comestibles y camisetas con el texto: ‘I survived the WV Penitentiary Ghost Hunt' [Soy un Sobreviviente de la Cacería de Fantasmas de la Penitenciaría de Virginia del Oeste]. Yo quería desesperadamente ver o sentir algo. Esperaba que me empujaran, o arañaran, o me lengüetearan. Quería creer.
Poco después estábamos en la hora de las brujas. Un experto de la Sociedad de Investigaciones Paranormales nos había dicho antes que estas cosas empiezan a ocurrir a eso de las tres de la mañana. Esa fue la hora en que -increíblemente- mi amigo con el Corazón Púrpura me dijo que tampoco quería quedarse atrás en el grupo. Nos movimos silenciosamente y nos ubicamos por delante de dos chicas que serían la parte de atrás. Momentos después los tíos de C&C nos indicaron que nos sentáramos en una banca en un cuarto en el subterráneo, donde instalaron sus aparatos para grabar.
Un tipo llamado Chuck empezó a interrogar el vacío: "¿Hay alguien aquí con nosotros? ¿Quieres estar con nosotros? ¿Cómo te llamas?" Estuvimos ahí durante 30 minutos, sin atrevernos a movernos ni a respirar fuerte. Yo estaba tan nerviosa como si me hubieran pegado una patada en la barriga.
Casi me puse a dar brincos de alegría cuando nos acercamos al iluminado vestíbulo. Chuck rebobinó la grabación y no oímos nada, aunque una grabación anterior incluía lo que los tipos de C&C dijeron que era la voz de una mujer gritando: "¡Brilla!"
El tour terminó a las seis de la mañana. No tuvimos ningún encuentro. ¿O me equivoco? En un momento, sentí que algo me rozaba el pelo. Probablemente era una corriente de aire que entraba por el cristal roto de una ventana. ¿Verdad?
"No puedes racionalizar todo lo que te pasa", me dijo mi amigo soldado. "No puedes no creer en nada".
Estaba demasiado cansada como para discutir.
Paramos en la tienda gigante al aire libre de Cabela, en Wheeling, camino a casa (después de dormir la mitad del domingo en nuestro hotel B&B de Moundsville) y nos sacamos fotos frente al local de animales de trofeo. En el coche, les eché un vistazo.
Y ahí me vi, junto al ganso embalsamado, rodeada de esferas.
31 de mayo de 2006
©washington post
©traducción mQh
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