atomización de iraq
[George F. Will] Iraq es un país difícil de gobernar. ¿Se debe a Zarqawi o viene de antes?
Una vez depositado el polvo -las bombas de 226 kilos pueden levantar, e incluso hacer, un montón de polvo-, es hora de reconocer los méritos del demonio. Entender al genio diabólico que era Abu Musab al-Zarqawi, ese pornógrafo de la violencia, empieza por esto:
Era un hombre primitivo que entendía el mundo de las alambradas y utilizaba el emblema de la modernidad, internet, para deleitarse en el terror. Pero aunque haya tenido un disfrute casi erótico de lo espeluznante, estaba también al servicio de un audaz plan. Y lo ejecutó con tal brutal eficiencia que se convirtió, convincentemente, en el terrorista más efectivo de la historia.
Ese título todavía corresponde a Osama bin Laden porque, como el cerebro inspirador detrás de los atentados del 11 de septiembre de 2001, empujó a la superpotencia del mundo a una guerra que proporcionó a Zarqawi la ocasión para elevarse a la condición de prominencia mundial. Sin embargo, Zarqawi se propuso demostrar que una premisa central de la intervención de Estados Unidos en Iraq era -es- falsa. O, quizás, sea más preciso decir que decidió convertirla en falsa. Pero si podía falsificarla, nunca fue enteramente verdad.
La premisa era que los iraquíes son fundamentalmente nacionalistas y sólo en segundo lugar, religiosos. La apuesta de Zarqawi era que los explosivos, usados con suficiente crueldad, podrían hacer volar la premisa en pedazos. Puede haber tenido éxito. Si es así, el atentado de la mezquita de Askariya en febrero, aunque la explosión misma no mató a nadie, puede haber sido la explosión más mortífera desde los planes de impactar las torres gemelas, porque provocó la violencia religiosa que ahora es un tormenta de fuego social.
Una tormenta de fuego ocurre cuando un incendio deviene tan caliente que el calor ascendente atrae el aire frío, vale decir un influjo de oxígeno que alimenta al fuego. Una tormenta de fuego se perpetúa a sí misma porque, de hecho, el fuego se convierte en su propio combustible. Cuando la violencia religiosa de Iraq llegara a ese punto, Zarqawi se habría hecho, de algún modo, superfluo.
Se dice a veces que el periodismo, que considera la frase ‘buenas noticias' un oxímoron ("No informanos que los aviones aterrizaron sin problemas"), se está perdiendo las buenas noticias de Iraq. Pero la violencia está tan extendida, y por tanto, ha convertido a Iraq en tan peligroso para los periodistas -que el Wall Street Journal, difícilmente un observador hostil de la intervención estadounidense en Iraq- piensa que las malas noticias pueden estar infravaloradas.
Incluso las buenas noticias tienen a veces un lado oscuro. Al fin -25 semanas después de las elecciones- el parlamento iraquí ha logrado formar un gobierno pleno. Pero su primera tarea es conquistarse a sí mismo: Debe poner fin a la violencia religiosa de la que son culpables gentes que llevan uniformes de gobierno, militares y agentes de policía.
Se dice frecuentemente que el terrorismo prolongado tiene un efecto atomizador en la sociedad, reduciendo la sociedad civil a polvo humano. En Iraq puede estar teniendo los efectos opuestos: Antes que fragmentar a los iraquíes, la fuerza de las explosiones -especialmente la del 22 de febrero, que demolió la cúpula del santuario de Askariya en Samarra- parece haberlos hecho volar juntos, ruinosamente, en furiosos bloques sunníes y chiíes.
Solamente en mayo, solamente en Bagdad, la violencia religiosa mató a 1.400 personas -y esa cifra no incluye a las víctimas de atentados con coches bomba. Lo dice todo sobre los apuros en que encuentra Estados Unidos con la nueva idea de... conquistar Bagdad. El 20 de abril la guerra de Iraq se convirtió en tan prolongada como la Guerra de Corea. Y mañana la guerra será tan larga -1.185 días- como la intervención de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, cuando las tropas estadounidenses capturaron el puente ferroviario de Ludendorff en Remagen y se convirtieron en las primeras tropas extranjeras en cruzar el Rin desde Napoleón en 1805. Y Bagdad, más allá de la Zona Verde, es una zona de guerra, lo que explica la fuga del país de muchos iraquíes educados y móviles.
Pero para que Zarqawi y el terrorismo y la violencia religiosa convirtieran a los iraquíes en materia prima difícil para la autonomía, no se necesitaron tres años. Para eso, otro demonio reclama mérito: la destructiva tiranía y el terror de Saddam Hussein. El 20 de junio de 2003, apenas 73 días después de la caída de Bagdad, el Post informó lo siguiente desde Faluya:
"Ingenieros militares sacaron hace poco basura de una cancha en Faluya, la volvieron a cubrir con tierra y colocaron arcos para hacer una cancha de fútbol. Al día siguiente, los arcos habían sido robados y se habían llevado toda la tierra de la cancha. La basura empezó empezarse a amontonarse de nuevo".
Un capitán de ejército preguntó: "¿Qué tipo de gente roba tierra?" Hay muchas respuestas a esa pregunta. Aquí hay una: Es un tipo de gente que es difícil de ayudar.
Era un hombre primitivo que entendía el mundo de las alambradas y utilizaba el emblema de la modernidad, internet, para deleitarse en el terror. Pero aunque haya tenido un disfrute casi erótico de lo espeluznante, estaba también al servicio de un audaz plan. Y lo ejecutó con tal brutal eficiencia que se convirtió, convincentemente, en el terrorista más efectivo de la historia.
Ese título todavía corresponde a Osama bin Laden porque, como el cerebro inspirador detrás de los atentados del 11 de septiembre de 2001, empujó a la superpotencia del mundo a una guerra que proporcionó a Zarqawi la ocasión para elevarse a la condición de prominencia mundial. Sin embargo, Zarqawi se propuso demostrar que una premisa central de la intervención de Estados Unidos en Iraq era -es- falsa. O, quizás, sea más preciso decir que decidió convertirla en falsa. Pero si podía falsificarla, nunca fue enteramente verdad.
La premisa era que los iraquíes son fundamentalmente nacionalistas y sólo en segundo lugar, religiosos. La apuesta de Zarqawi era que los explosivos, usados con suficiente crueldad, podrían hacer volar la premisa en pedazos. Puede haber tenido éxito. Si es así, el atentado de la mezquita de Askariya en febrero, aunque la explosión misma no mató a nadie, puede haber sido la explosión más mortífera desde los planes de impactar las torres gemelas, porque provocó la violencia religiosa que ahora es un tormenta de fuego social.
Una tormenta de fuego ocurre cuando un incendio deviene tan caliente que el calor ascendente atrae el aire frío, vale decir un influjo de oxígeno que alimenta al fuego. Una tormenta de fuego se perpetúa a sí misma porque, de hecho, el fuego se convierte en su propio combustible. Cuando la violencia religiosa de Iraq llegara a ese punto, Zarqawi se habría hecho, de algún modo, superfluo.
Se dice a veces que el periodismo, que considera la frase ‘buenas noticias' un oxímoron ("No informanos que los aviones aterrizaron sin problemas"), se está perdiendo las buenas noticias de Iraq. Pero la violencia está tan extendida, y por tanto, ha convertido a Iraq en tan peligroso para los periodistas -que el Wall Street Journal, difícilmente un observador hostil de la intervención estadounidense en Iraq- piensa que las malas noticias pueden estar infravaloradas.
Incluso las buenas noticias tienen a veces un lado oscuro. Al fin -25 semanas después de las elecciones- el parlamento iraquí ha logrado formar un gobierno pleno. Pero su primera tarea es conquistarse a sí mismo: Debe poner fin a la violencia religiosa de la que son culpables gentes que llevan uniformes de gobierno, militares y agentes de policía.
Se dice frecuentemente que el terrorismo prolongado tiene un efecto atomizador en la sociedad, reduciendo la sociedad civil a polvo humano. En Iraq puede estar teniendo los efectos opuestos: Antes que fragmentar a los iraquíes, la fuerza de las explosiones -especialmente la del 22 de febrero, que demolió la cúpula del santuario de Askariya en Samarra- parece haberlos hecho volar juntos, ruinosamente, en furiosos bloques sunníes y chiíes.
Solamente en mayo, solamente en Bagdad, la violencia religiosa mató a 1.400 personas -y esa cifra no incluye a las víctimas de atentados con coches bomba. Lo dice todo sobre los apuros en que encuentra Estados Unidos con la nueva idea de... conquistar Bagdad. El 20 de abril la guerra de Iraq se convirtió en tan prolongada como la Guerra de Corea. Y mañana la guerra será tan larga -1.185 días- como la intervención de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, cuando las tropas estadounidenses capturaron el puente ferroviario de Ludendorff en Remagen y se convirtieron en las primeras tropas extranjeras en cruzar el Rin desde Napoleón en 1805. Y Bagdad, más allá de la Zona Verde, es una zona de guerra, lo que explica la fuga del país de muchos iraquíes educados y móviles.
Pero para que Zarqawi y el terrorismo y la violencia religiosa convirtieran a los iraquíes en materia prima difícil para la autonomía, no se necesitaron tres años. Para eso, otro demonio reclama mérito: la destructiva tiranía y el terror de Saddam Hussein. El 20 de junio de 2003, apenas 73 días después de la caída de Bagdad, el Post informó lo siguiente desde Faluya:
"Ingenieros militares sacaron hace poco basura de una cancha en Faluya, la volvieron a cubrir con tierra y colocaron arcos para hacer una cancha de fútbol. Al día siguiente, los arcos habían sido robados y se habían llevado toda la tierra de la cancha. La basura empezó empezarse a amontonarse de nuevo".
Un capitán de ejército preguntó: "¿Qué tipo de gente roba tierra?" Hay muchas respuestas a esa pregunta. Aquí hay una: Es un tipo de gente que es difícil de ayudar.
georgewill@washpost.com
15 de junio de 2006
©washington post
©traducción mQh
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